jueves, 10 de diciembre de 2020

EL CIRCO

 

Según los historiadores, el origen del circo se remonta a las primeras civilizaciones desde el lejano oriente hasta el occidente próximo, muchas de las actividades que luego serían utilizadas para el entretenimiento, como la acrobacia, el contorsionismo y el equilibrismo, estaban asociadas con la preparación de guerreros o con actos rituales; hace más de 3000 años había malabaristas en Mesopotamia compitiendo contra las leyes de la naturaleza y contra otros compañeros de la tribu para ver cual elevaba más sus pelotas.

El término circo viene del latín “circus” y hace referencia al escenario en que se reunían los romanos a ver competencias de caballos, peleas entre animales y hombres, entre hombres con hombres “del mismo modo en el sentido contrario”, muchas de estas prácticas se conservan en la actualidad en los concejos, parlamentos y congresos en el globo terráqueo y curiosamente también se les suele denominar circos, a esto cabe agregar sin ánimo de ofender, que los saltimbanquis, juglares y magos, fueron los precursores de los artistas de los circos actuales.

El payaso actual es heredero de esa tradición, por eso su actuación se basa en contar chistes, se viste de manera llamativa, hace piruetas, brinca de un lado para el otro buscando el aplauso, es decir la aceptación de grandes y chicos, en ocasiones su función no es buena pero el solo verle, da risa, y esa risa tiene origen en que de alguna manera ese payaso nos recuerda nuestra propia miseria, nuestros defectos, él es el fiel retrato de la sociedad. Qué risa.

El circo, como empresa de espectáculos nace en Gran Bretaña en 1770 y de allí se extiende por toda Europa dando origen a compañías tan famosas como el Circo Renz en Alemania, el Cirque d´hiver (circo de invierno) en Francia, el circo Sanger en Gran Bretaña y saltando el charco en Estados Unidos nacen numerosos circos como el Barnum & Bailey y el Famoso Ringling.  Aunque se originan en Inglaterra es en U.S.A. donde se amplían como espectáculo los Freak Show (espectáculos de fenómenos) donde las maravillas que el señor hacía en los humanos eran exhibidas ante un público que se agolpaba afuera de las carpas para ver al hombre elefante, a la mujer con dos cabezas, al hombre con manos de puerco y a esa “cosa” con piel escamosa con nombre aún por definir (el lector tiene amplia libertad de asociación).

En chile ser payaso es toda una profesión tan respetable como ser abogado en nuestro país y no estoy haciendo un chiste, en Rusia por decreto de Lenin todos los circos pasaron a ser propiedad del estado quien regula y subvenciona todo lo pertinente al espectáculo circense, aunque después de la caída de la unión soviética algunos gozan de autonomía como el Gran Circo de Moscú.

Cuando yo era niño los circos llegaban una vez al año, se instalaban en terrenos que el municipio les alquilaba y allí se quedaban largas temporadas, generalmente eran circos pobres, muchos de empresarios venidos a menos que ofrecían una variedad de rutinas, algunas atrevidas, otras un tanto ingenuas, pero que divertían y lograban tener una buena audiencia en sus funciones vespertinas y nocturnas, los payasos utilizaban chascarrillos y palabras incisivas que calaban en el público que luego introducían en la vida cotidiana; recuerdo una rutina de una burra que no tenia mas gracia que las guirnaldas que le ponían, pero que el payaso con el arreo lograba que ella tomara la dirección en la que estaba el objeto que alguien del público había señalado, al finalizar el acto el payaso decía con voz chillona: “aplausos pa´ la burra”. Esto generó el tiro que por mucho tiempo se utilizó en la escuela cada que alguien hacia mal la lección, no faltaba el payaso del grupo que decía: “aplausos pa´ la burra”.  Los circos anunciaban su despedida con dos o tres semanas de anticipación, por lo que durante ese periodo todos los días eran su última función, esta práctica también heredó otro dicho que todavía suele decirse de alguien que anuncia su partida y no se va, “se despide más que circo pobre”.

En mi magín los circos siguen acampados en una planicie que había al lado de la escuela Madre Laura, un terreno al que llegaban los circos y las ciudades de hierro, pero que realmente llamábamos rueda de chicago y a las que solo se podía ir a escondidas de los papás porque según ellos los tornillos de las atracciones estaban mohosos y sueltos, pero esa es otra historia.

El vecindario próximo al lugar donde se instalaba el circo era el sector de Boyacá y en la mitad de la loma vivía mi tía Delia, yo pasaba mas tiempo en su casa que en la mía, tenía de primera mano el acontecer del circo, algunos artistas hacían amistad con los habitantes del sector y terminaban viviendo en piezas que les ofrecían o alquilaban por la temporada, otros más aventajados conseguían parejas que al partir les seguían en su itinerancia o se quedaban suspirando anhelando un pronto regreso, recuerdo en especial al payaso “Chuchín” que se alimentaba en la casa de la tía, desde que entraba hacia chistes que todos celebraban y asentían de manera casi reverencial ante aquel extraordinario personaje, que además era un completo gigoló y traía rendidas a sus pies a muchas jovencitas con las que se daba cita en el andén de la misma casa, bajo la complicidad de mis primos.

No solamente llegaron circos pobres, también grandes compañías tanto de teatro y vodevil como de zarzuela, que eran unas formas circenses más elevadas, como: la carpa teatro de la Compañía Martín, además llegaron Frutos de mi Tierra del maestro Jaime Santamaria, la Compañía de Efraín Arce Aragón, la Orquesta Típica de Enrique Rodríguez y cantantes como Ortiz Tirado y Lucho Ramírez,  a ofrecer sus espectáculos en el teatro Santa María para las élites intelectuales, esto ocurrió antes de que yo naciera, pero Raúl Restrepo y su hermano León, estuvieron ahí, para verlo por mí.

En el lugar donde llegaban los circos se erigió un conjunto de casas de interés social, este nuevo emplazamiento desterró los circos a mangas y potreros ubicados en lugares marginales del casco urbano, los últimos circos que visité ya de grande y buen mozo, fue uno de carpa en la cancha de arenilla aledaña al morro, había una contorsionista con rasgos peruanos que se parecía mucho a la malabarista y esta era idéntica a la que bailaba el “canchis canchis” que a su vez tenia la misma cara y contextura de la que vendía las boletas en la taquilla. El show central era un hipnotizador, pidió ayuda del público, me ofrecí, cuando estuve en la pista, con discreción me susurró al oído: ayúdeme, sígame la corriente, sino me quedo sin trabajo, ese día me realicé como actor de reparto, el público creyó que me habían hipnotizado.

Un fin de semana de puente en que fui a saludar a la familia, pasó una moto promocionando un circo, un simulacro realmente, se presentaba en el coliseo, el empresario era un chileno que hacía de payaso y de animador, pese a la austeridad y a la falta de elenco, tenía buenas rutinas y un agudo sentido del humor, al día siguiente fui invitado a la emisora del pueblo a un magazín y casualmente el otro invitado era el payaso del circo quien resultó ser una persona excepcional, se le notaba su formación académica, era un payaso hecho y derecho, entre muchas cosas contó que era de un pueblo que había sufrido los estragos de la extracción del cobre y que la necesidad de comer lo habían llevado a elegir la carrera de payaso. 

¡Un momento! Acabo de tener una epifanía, en el pueblo necesitamos urgente un circo para que cojan oficio todos nuestros futuros payasos.

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

martes, 6 de octubre de 2020

AMNESIA

 




Liborio vivía detrás de un mostrador de madera, olía a naftalina y sus hijos eran de vidrio, o eso decíamos en la escuela cuando alguien se ponía en frente del objeto de nuestra atención, - ¿Usted cree que es hijo de Liborio? -, esa expresión solo los del pueblo la entendían, no había que esperar a tomarla en el aire, en cambio preguntar: ¿Usted se cree transparente? Hasta la entiende un político con todo el cinismo del caso. Liborio no tenía hijos, que se sepa, pero si tenía dicho y como del dicho al hecho hay mucho trecho, prosigo como Ireneo Funes hurgando en la memoria y cuando me encuentre con el olvido, inventaré que es propio de quien recuerda.

En el verano se guardan las prendas de lana, los abrigos y ruanas para darle uso a prendas más ligeras, almacenadas en escaparates de madera se quedarán guardadas hasta que sea necesario volver a usarlas, aunque el clima del poblado es bastante fresco, se suele acumular y abandonar ropa en los armarios, incluso muchas personas mueren dejándolos repletos de ropa que nunca se pusieron. Cuando se registra el armario por cambio de clima o necesidad de mover las cosas de un difunto, lo primero que salta a la vista son las polillas, que bien pueden llevar años viviendo en la oscuridad alimentándose de la queratina que sigue presente en la lana, las plumas, pieles o seda, materiales esenciales del buen vestir de los pueblerinos.

-Vaya donde Liborio y me compra cien pesos de mata polillas -, dice una voz adulta, y el niño obedece. – Buenas Don, me hace el favor y me vende cien pesos de esas bolitas blancas -, señala con el dedo índice y con los otros sigue empuñando las monedas con las que ha de pagar; las bolitas blancas son para el niño como confites de mentas, pero si creen que este relato se desenvolverá en tragedia, les advierto que este infante es muy inteligente y sabe muy bien que esas bolitas son un neurotóxico que afecta el sistema nervioso central de estos insectos, pero como es un niño no puede resistirse a pensar que parecen dulces.

- ¿Cu-cu-cu-cu cuanto va a-a-a-a-a llevar? -, pregunta con su voz trémula el dependiente y el niño ingenuo y sagaz le responde – Ci-ci-ci cien pesos -.

En su vida nunca dijo una sola palabra de corrido, - Mejor el silencio- piensa y los pensamientos si le salen de corrido.  Con una hoja del periódico Patria Nueva, en la que también hay una suma hecha a lápiz sobre una columna escrita por él mismo junto a la publicidad del jabón La Jirafa, hace un cono de papel y allí empaca las bolitas de naftalina.

La tienda estaba llena de cachivaches empolvados que tarde que temprano tenían venta y, aunque estoy hablando del pasado, casi todo en este lugar ya era del pasado. A Liborio lo recuerdo como a un personaje salido de una viñeta de Dick Tracy, pequeño, de rostro enjuto, su frente arrugada como el fuelle de un acordeón, calvo y de lentes con monturas de carey negro; en su tienda estaba en mangas de camisa, en la calle siempre iba de saco y sombrero impecables, ajenos a las mordeduras de polillas.

Liborio era marquetero y limitaba por todas sus esquinas con la soledad.

Un día hace mucho tiempo, antes de ser el hombre que se evocaría en estas páginas, fue un niño, jugaba al “machocalengue” con Isabelita, amiga de la niñez que duró una tarde, fugaz, como la esencia del jazmín, perdurable como un raspón en la rodilla, estridente como una carcajada y recordada como la ebriedad del primer beso.

Un hermano de Liborio salió del pueblo con quince centavos en el bolsillo y le dio la vuelta al mundo, él se quedó en el pueblo para ser un hombre común, de esos que no dan muchas vueltas.

Ahora esos tiempos languidecen amarillentos en las páginas de aquel semanario en que escribía, como un bucle se reescriben en este periódico que también será pasado y que, en su edición impresa, contará cosas que fueron, que nunca más serán o que realmente nunca pudieron ser.

Contando con suerte, alguien lo usará para envolver un aguacate o hacerle un avioncito a un niño.

Liborio es una sombra asida al recuerdo de un hombre que padece amnesia.

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

 

lunes, 7 de septiembre de 2020

MONOLITOS

Siempre sospeché que algún día los monolitos se vendrían abajo, tanto por su propio peso como por su levedad, cuando dejaran de ser significativos para el hombre y he aquí que se llegó el día; los templos, los museos, santuarios, claustros y centros comerciales se vinieron abajo, cayeron sin tener que ser derribados, perdieron su funcionalidad, los actos que el hombre había consagrado a ellos retornaron a su ámbito cotidiano, las cuatro paredes de una habitación en la que una pantalla centellea reflejos de un mundo exterior que se tornó en su enemigo número uno. 

Por primera vez una procesión de semana santa se hizo sentado frente al televisor, las clases prácticas tornaron a teóricas, las clases teóricas se volvieron virales, abundaron los maestros de cualquier cosa, pululan las recetas para subir las defensas, yoga para las mascotas, cursos de inglés para ser engañados en dos lenguas y una insistente invitación a quedarse en casa, pero sin dejar de consumir: Ordena ya este carro, esos zapatos, estas gafas, este adminículo que tiene mil usos, comprar por comprar y lo básico, nuestros alimentos, se los estamos encargando a un mensajero que no tiene la más remota idea de escoger una fruta, seleccionar los tomates y menos el arte de regatear un precio. 

Por un momento reinó el silencio, las avenidas populosas se prestaron para las cámaras que hicieron tomas postapocalípticas, sin que Hollywood desembolsara un peso para detener el tránsito, los ricos se escondieron en las suites de sus rascacielos, los acomodados en sus fincas y los pobres en sus ranchitos, eso sí con cerros de papel higiénico porque no hay pantalón que contenga el exceso de miedo. Los centros comerciales cerraron sus puertas, evoqué “La caverna” de Saramago y sus palabras al respecto: “la caverna la escribí para que las personas salgan de la caverna”. De repente la vida social no ocurrió en los pasadizos laberínticos de estos lugares, en los que cada que buscas la salida te encuentras con otra tienda, lugares en los que te cobran para que puedas comprar, fundados sobre subterráneos en los que se amontonan vehículos que sus torpes dueños suelen gastar horas intentando ubicar para regresar a sus casas, los centros comerciales despojaron el sagrado ritual de alimentarse, con el despropósito de las comidas rápidas, llegó a tal punto su banalización, que hasta la misa de los católicos celebraban en sus pasarelas de moda. Estas cavernas cerraron sus fauces y dejaron de deglutir a los humanos como sabe dar cuenta un niño de un helado de chocolate, cerraron sus puertas y de repente la vida fue mejor.


Las universidades también cerraron, la educación dejó de ocurrir en sus edificios, en sus bulliciosas zonas de estudio, en sus parqueaderos (algunos más suntuosos que sus aulas de clase), el espíritu investigativo abandonó sus bulevares plagados de humo de cigarrillo, puntos de café y otras misceláneas, sus porterías con hombres armados escudriñando las mochilas de los estudiantes como si fueran delincuentes, bajaron sus rejas dejándoles en libertad, por fin salían de la edad media, ya no se volvía al presidio para poder ser educado. Los profesores dieron sus clases en calzoncillos y sin bañarse, y los estudiantes se quedaron en sus camas alternando sus lecciones con bulliciosos actos sexuales online, dormidos o viendo a la par una serie de televisión. 

Cundió además por primera vez, la idea de que el campus universitario sobraba si se podía estudiar desde casa y que, si no había que pagar por un pupitre, pues el costo de la educación era excesivo. Para llegar a esta conclusión antes se hacían marchas de protesta, ahora esta epifanía se manifestaba en un coro de susurros y de memes que a las directivas de las instituciones empezó a ofender por lo sutil de su armonía, como respuesta pusieron sus carreras en promoción como las rebajas de “La feria del brasier y solo KuKos” pague una y le enseñamos media, despidieron a cientos de profesores y encargaron a unos cuantos de vigilar las plataformas, donde yacen ahora en cursos virtuales los conocimientos y experiencias vitales que lograron exprimir de la memoria de los docentes caídos. 

Los templos cerraron sus puertas obligando al hombre a enfrentarse con su divinidad interna, los mediadores entre Dios y los mortales se quedaron callados, las bibliotecas vacías, los intelectuales se entregaron al llanto y a la oración, los militares apoderados del planeta aprovecharon para tener el control absoluto de todas aquellas libertades, que al hombre se le estaban devolviendo con la venida abajo de sus monumentos. Estaba convencido que de estas ruinas simbólicas se alzaría un nuevo hombre, triunfante, con la autonomía suficiente para emprender la construcción de su propia forma de relacionarse con el mundo, capaz de gestionar su economía sin tener que venderse, un profesor dueño de su saber sin escalafón que indique cuánto vale su conocimiento, un médico que sane, no que recete, un cura que salve no que crucifique, una mujer conectada con la divinidad de ser dadora y formadora de vidas y si no era mucho pedir, que el vendedor de aguacates te entregue en la bolsa los que compraste no los que lleva estripados y asoleados. 

Siempre tuve la sospecha de que algún día todo lo que dañaba al hombre se vendría abajo, pero esta ilusión no duró mucho, en cuanto empezamos a dar muestras de lucidez los dirigentes del mundo cerraron filas, desde el alcalde de mi triste pueblo hasta el jefe de la nación más poderosa de la tierra se las han arreglado para erigir un nuevo templo que albergue la oscuridad de todos los hombres, el miedo. Y aquí vamos una vez mas de compras con los bolsillos rotos, embadurnados de alcohol ocultando la vergüenza detrás de un inútil antifaz, santurrones, bobalicones y héroes pretendiendo esquivar a la muerte, negándonos la vida. 


¡Abran las universidades, Catedrales y centros comerciales que no aprendimos nada! 


Carlos Andrés Restrepo Espinosa

miércoles, 26 de agosto de 2020

LOS ETERNOS

Cuando supo de su sentencia de muerte Sócrates no manifestó temor alguno, para él la muerte era una liberación, el encuentro definitivo de su alma con las ideas. ¿Por qué le tememos a la muerte si nos han allanado el camino la filosofía, la religión, la ciencia y el arte para tener una mirada más comprensiva de este suceso tan natural como la vida misma? Una pista puede ser, que estamos desconectados de la existencia, en algún momento de nuestro devenir se apagó el interruptor y una ruptura en la narrativa nos puso en otra frecuencia, da la impresión de que se ha evolucionado, pero está mal, el hombre se sigue arrastrando en sus hábitos de ofidio a la espera de “la oportunidad”, aquí todavía hay gente que habla de progreso y se les hincha el cuello defendiendo la idea como si eso fuera mucha cosa, desconectados de la historia, inventan cuentos.

 A la eternidad la vemos como un asunto de lo infinito, algo que se extiende en el tiempo, que excede los límites de lo que tenemos por natural, los mortales dada la incapacidad de entender el universo rezan, leen, pintan, danzan, engañan y hasta matan en procura del control de la vida. La inmortalidad, la existencia fuera del tiempo, niega la mortalidad que es vivir dentro del tiempo, cotidianamente vivimos medidos, a veces no alcanza el tiempo para un saludo, para una llamada, para hacer esa lectura postergada cada tanto con el mismo pretexto - ¡No tengo tiempo! -, y sin embargo hay circunstancias en que las horas son eternas, los días interminables y los sufrimientos de nunca acabar, vivimos en la paradoja, en medio de la mortalidad tenemos visos de lo eterno y no lo soportamos, se nos presenta tan agobiante como una noche de insomnio; lo bueno de ser hombres es que tarde o temprano el tiempo se acaba y el Eón nos abandona para seguir su existencia sin nosotros. 

Llenamos la vida de inmortalidad porque sabemos que seremos breves, como en la parábola de los talentos cada uno elige que hacer con su vida si la oculta debajo de una piedra o la honra enalteciéndola, de tal manera que mientras la vive pierde la noción del tiempo y vive por el puro gozo de vivir. 

Soy de un pueblo en el que se podía experimentar la inmortalidad, recuerdo muy bien que cuando era niño, la enfermedad era una rareza y un muerto una novedad, se respiraba un aire sano, era un lugar sereno, propicio a una imagen de estampa, bastante inspirador a tal punto que brotaban poetas en sus calles como dientes de león en las praderas. ¿Cómo no querer vivir para siempre en tan espléndido territorio donde las almas de sus habitantes felices se pasean? ¿Cómo no permanecer en tan augusta comarca? Allí, se podían dar el lujo de contradecir al filósofo ¿Para qué morir para encontrar el universo de las ideas si aquí triunfan en las aulas de sus claustros, donde se prepara a los hombres para que piensen en libertad? 

Nuestros padres y los padres de sus padres vivieron y permanecieron aquí, llegaron a la edad adulta y siguieron viviendo cual si fueran infantes, caminando por las calles adoquinadas, madrugando a misa, poblando las cafeterías que hay tantas como templos, si “veinte años son nada”, aquí las personas adultas se han dado el lujo de vivir hasta una quinta juventud, esa era una de las maravillas de mi pueblo, ayer como un giro más de la historia, partió Miss Suárez a punto de cumplir ciento ocho años y me recordó que un día aquí fuimos eternos. 

 Mi contacto con ella se limitó al saludo ocasional, el recuerdo que tengo es el de una mujer de postura delicada, voz dulce, palabras amables que gozaban de un derroche de clase que nunca desbordó en arrogancia, una dama. No alcancé a ser su alumno, pero los que lo fueron se encargaron de hacer de ella un mito, pocos profesores logran eso, además de haber enseñado inglés a varias generaciones; fue una mujer de libre pensamiento, curiosa y viajera, un referente de la mujer moderna en tiempos en que no se hablaba de eso, se dice que fue la primera del pueblo en salir del país, la primera en ponerse “slacks”, la primera en tener un carro y conducirlo por las calles de un pueblo diseñado para el tránsito de mulas, la primera mujer en hablar dos lenguas, la única merecedora de ser para siempre “Miss”, y si exagero, lo hago porque su memoria mítica lo merece. Tuvimos en Jericó en la persona de Elvira Suárez a una mujer de la talla de María Cano, Frida Kahlo y Débora Arango, su revolución consistió en inspirar e incitar a sus alumnos a ir más allá de las aulas, no solo enseñaba inglés, desde su clase abría una ventana para que sus alumnos contemplaran el mundo que les aguardaba más allá de su futuro rosado. 

Miss Suárez fue una de las últimas personas que tuvo el privilegio de enaltecer su eternidad y de ganar un lugar en la reminiscencia, nos inspiró al vuelo y también a amar nuestro pueblo ¡Salve Regia mujer!, en ti alabo a las pocas que nos quedan. Los tiempos que corren son inciertos, volvimos a temerle a la muerte, porque nos volvieron pesada la vida, aquí ya no hay un infinito vuelo de los días, ni ganas de volar, los capadores de cometas acechan, se experimenta la agonía, se mueven unos poderes extraños, urde una actitud deletérea en la idea. Yo no tengo conocimiento de nada, solo el peso insoportable que la mortalidad me está devolviendo, me siento arrojado del paraíso, aquello que tanto amé ya no es mío, la inmortalidad nos abandona, la depresión y la tristeza cobran vida, vidas de personas buenas con todo por hacer, ya no moriremos de viejos, ni libres, ni felices, ni con progreso, ni con brillo en las ideas, solo moriremos. 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

viernes, 7 de agosto de 2020

CARTA ABIERTA A JIM CROCE

Apreciado Jim Te sorprenderás al recibir esta carta de un completo desconocido y más me sorprenderé yo de que la recibas, pues sé de sobra que tu muerte ocurrió justo un año antes de que yo naciera, que la recibas es un hecho que difícilmente pueda ocurrir, sin embargo estoy procediendo con la firme intención de que este mensaje que arrojo de igual manera en una botella, se las arregle y viaje en el tiempo y alcances a leerlo antes del año 1973.

En primera instancia quiero agradecerle por su música, sus letras, sus fascinantes arreglos y por su destellante voz que va y viene entre el folk más vernáculo y la cercanía del pop de los nuevos tiempos que pronto se hicieron viejos. Dicho esto voy a referirme a su canción "tiempo en una botella", motivo central de esta carta. En ella hace usted una súplica bastante menesterosa al tiempo implacable que nos lleva en su cauce, usted pide que se detenga por un momento, su objetivo es volver al pasado, aparece aquí esa fluctuante paradoja temporal que ha cuestionado al hombre y que ni la ciencia con su dioses han podido resolver, el tiempo en el momento en que está siendo, ya no lo es, ¿Para qué detenerlo?

Al final de la primera estrofa expresa que el motivo para que todo se congele es volver a ver a una mujer, le pregunto si no tuvo usted consideración con el resto de las personas ¿valdría la pena paralizar el bello instante de un hombre cualquiera, frente a su propio destino, sólo porque a usted le dio el capricho de repetir un adiós? ¿Que hombre por malo que haya sido merece perder dos veces el mismo amor? ¿Que experiencia del pasado por hermosa que haya sido tiene el poder de destruirnos el encanto del olvido? No mi estimado Jim, no quiera regresar, no valdría la pena, al regresar sobre cada uno de esos días que hicieron el ayer, lo único que podrías constatar es que rondaba el cansancio, aunque enfrentar de nuevo el hastío podria permitirte reconocer que en ese dolor se estaba forjando el hombre libre que serias después, convencido del amor propio, un amante dueño del abismo del hoy.

Una botella sólo es útil mientras está llena, una botella vacía estorba y si pretendemos en ella guardar un mensaje, sería menester hace parte de un naufragio, en este caso sospecho la botella esta llena y en cada sorbo que se lleva a la boca, la botella en sí misma va perdiendo información. No quiero ser antipático con usted, sólo quiero hacer un ejercicio de honestidad, por muchos años escuché su canción y me dejé llevar por los arpegios y la cadencia de su voz, hasta la versión que hizo un Guatemalteco que todos odian y a la vez cantan, me agradó, pero ahora creo que ni pasado, ni botella son lugares comunes admisibles, todo se encuentra en el presente, cerrarse a ello nos vuelve necios y si bien las canciones de pérdida amorosa siempre serán quimeras, ideas erradas de la percepción, afrontar el presente es lo único que nos queda.

Así es que abandone el pasado, tal vez justo ahí donde las sombras del miedo hacen de su tarde agonía, este sentada a la espera una nueva esperanza con su sonrisa y su frescura intacta invitando a recorrer el mundo. En cuanto a la botella; una recomendación, al terminar su contenido, quiebrela, haga de ella añicos, así no habrán compuertas que le hagan creer que lo mejor estuvo en los días de ayer. Agradezco su atención y le deseo desde el futuro un buen y lúcido presente, lleno de canciones y finos sorbos de vida.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa.

Escuche las dos versiones de tiempo en una botella en:

 https://www.youtube.com/watch?v=st30bv_wNvA

 https://www.youtube.com/watch?v=iRUz-Mslj0s

viernes, 3 de julio de 2020

REINVENTARSE




Insistió hasta el cansancio en conseguir un cargador para su celular, pero en aquel lugar no había enchufes, su condición no le permite entender aquello, ¿cómo que no hay energía eléctrica? ¿entonces cómo conectan el televisor o la nevera? aquí no tenemos nada de eso, respondió la mujer que se mecía en la hamaca. Todavía en su cuerpo y pese al maltrato que tenía en su pierna, se manifestaba un estremecimiento por salir y consumir algo, en su vida cotidiana siempre compraba algo, no había día en que no llegara a su casa con un nuevo chéchere que acumulaba en un estante o dejaba sobre una mesa en la que ya no cabía un alfiler y que usaba como escritorio y mesa de comedor.

Aquella manía de comprar no era más que la manifestación de una permanente insatisfacción, de niño tuvo una vida muy austera, sin embargo sus padres pudieron darle un bocado de comida y la naturaleza se las arregló para darle el cobijo necesario para que sobreviviera hasta una edad en que pudiera valerse por sí mismo, toda la vida llevó sobre sí el lastre de su pobreza, pobreza que con el tiempo fue más mental que material, pues cuando tuvo acceso a un mejor nivel económico, todo lo que conseguía o se comía lo justificaba diciendo que era merecedor de eso y hasta más, porque ya había pasado muchas hambres y necesidades, así que ese era su premio, desde el pan, hasta el carro último modelo comprado en agencia llevaban la investidura de la pobreza, nunca superada a pesar de la abundancia, los kilos que saltaban de más sobre su cinturón y la cuenta en el banco cada vez más alta.

Tendido en aquel piso de tierra, con el pie fracturado y sin energía eléctrica dónde conectar su celular, empezaba a entender que su teléfono de alta gama, no le servía para nada y que pasó tanto tiempo despilfarrando el dinero en cosas inútiles, que no tenía una sola palabra que hilara una mínima conversación con esa mujer que le miraba con displicencia mientras iba y venía en la hamaca.

Desconectado de su mundo en aquel aislamiento, fue aprendiendo a disfrutar de las novedades del campo, los amaneceres eran siempre nuevos, advirtió que la luz no siempre tenía el mismo tono, que los pájaros se turnan en sus cantos, que no siempre el gallo canta a la misma hora, que las mañanas y las tardes le traían aromas nuevos exóticos y gratuitos, que su cuerpo se comportaba de formas diferentes, fue así que empezó a sentir la levedad de sus días, ya no pesaba el tiempo, no sentía ansiedad de salir de compras, las cosas más valiosas que tenía no eran de su propiedad, eran las de todos, el sol, el silbido del viento, la lluvia, la fresca brisa, el canturreo de la quebrada, el silencio en la noche a pesar del croar de las ranas y el chillar de los grillos, el silencio a pesar del estallido de rumores en su corazón, el silencio.

Por fin encontró su manera de ser uno con su entorno , se reconcilió con la vida, serenó su mente al mismo tiempo en que su pierna se fue recuperando y se pudo sostener en pie, soltó el palo con que se apoyaba y salió a pasear por la vereda, habían pasado tres meses y era el primer día que salía del rancho dónde había estado recluido, hasta había olvidado el motivo del secuestro, sentía un profundo cariño por aquella mujer que la había acompañado todos esos días, no sabía cuánto tiempo más estaría allí, tampoco le importaba, nada de lo que había dejado atrás le hacía falta, incluso sintió que fue una bendición liberarse de su mujer, esa vaca sosa en que se había convertido ocultando en vestidos de moda, la ausencia de aquel cuerpo fino y erótico del que tantas veces se jactó de ser el dueño, tampoco extrañaba a sus hijos que en su adolescencia habían empezado a manifestar vergüenza y asco por el padre, quien al sentir tal desprecio había optado por mermar la ración económica, provocando un mayor desprecio por parte de sus hijos, que le veían cómo un tacaño panzón.

En lugar de querer ser rescatado, rogaba a Dios que le dejaran allí, en toda su vida no había tenido una mejor vida, había bajado de peso, consiguió una conexión espiritual y no sentía los agobios que el trajinar de su existencia en la ciudad le habían convertido en un hombre ocupado solo en estar a la moda y hacer que los demás se dieran cuenta de que se había realizado, que ya no era un pobretón de origen campesino.

La vida le había dado una nueva oportunidad, no desaprovecharía un sólo segundo de su vida, se había reinventado, estaba listo para lo que se viniera.

La mañana en que recibió la noticia de que sería puesto en libertad, se llenó de júbilo, fue llevado en una canoa hasta el pueblo más cercano a diez horas de camino, su familia no lo reconoció, se  abrazaron a él y con lágrimas en los ojos posaron para las cámaras de los noticieros, fue llevado a un centro médico, dado de alta dos días después, instalado en su mansión durmió una semana, el día en que despertó salió muy madrugado, se fue a una agencia de autos, compró el último modelo, también un celular con cargador solar y luego se encaminó al mejor restaurante de la ciudad a celebrar con un gran banquete que ya era un hombre nuevo. 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa
carloscantante@gmail.com

lunes, 1 de junio de 2020

OPEN THE DOORS



William Blake, dijo: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: Infinito”, en su momento esta cita inspiró a escritores, poetas, músicos, místicos e intelectuales a ir tras el significado que ofrecía, atravesar el umbral y revelar todo aquello que contiene el infinito. La puerta ofrece la posibilidad de ir al otro lado, de manera simbólica permite el viaje del adentro al afuera, ese salir de si, que muchos consideran el verdadero salto del hombre civilizado. Uno de estos hombres fue Aldous Huxley quien la usa de epígrafe para introducir a su ensayo “Las puertas de la percepción (1954)”, Huxley atraviesa su respectiva puerta utilizando la mezcalina como pasadizo intentando demostrar que el cerebro selecciona lo que quiere que asumamos como real, negándonos una percepción mas amplia del mundo, los enteógenos serian una de las formas que le permitirían al hombre abrirse a la comprensión del universo desde una conciencia expandida.

Quizás tras una de esas puertas encontró Jim Morrison la inspiración para nombrar su Banda The Doors y tras otra puerta encontró su camino de regreso, no sin antes advertirnos desde su poesía, ora como chamán, ora como Dioniso que la tarea del hombre consiste en atravesar todas las puertas que se crucen en su camino porque no hay otro destino que el despertar de la conciencia humana.

Abrir las puertas de la percepción tomó un camino más asociado al consumo de alucinógenos que a una búsqueda intensa por comprender el universo mediado por otros dispositivos como el arte, la literatura, la ciencia y hasta la misma religión, tornándose la búsqueda de la comprensión del universo, en algo psicodélico*, una moda o un cliché cultural, así la puerta de la percepción mística se cierra para dar paso a un uso de puertas más domésticas, puerta que va y viene tipo bar del lejano oeste, la puerta giratoria de algunos hoteles que te pueden atrapar en un bucle si no saltas del otro lado, puertas de alcoba que azotan amantes furiosas, puertas de presidios que encierran al hombre en sí mismo, inmensas y ornamentadas puertas de templos que tienen como función hacernos sentir pequeños, puertas del tren que avisan con chillidos que se van a cerrar y puertas de casas en ruinas que se sostienen de la nada recordando que alguna vez existieron secretos tras sus paredes.

La puerta fue despojada de su ancestral poder de facilitar el paso del hombre de la caverna al cosmos y fue de alguna manera superada por la ventana, más pequeña, por la que el mundo entra en dosis mínima, a diferencia de la puerta que al abrirla te expone a la calle, deja que el mundo entero entre trayendo la totalidad de lo que es, la ventana te mantiene a resguardo, deja que entre un sol que a duras penas atraviesa el espacio interno convertido en delgados hilos de luz, de vez en cuando una leve brisa, el voceo de un vendedor, el rumor de un motor o el canto de un pájaro, nada en su totalidad atraviesa las ventanas, por eso ganaron y es a través de una ventana que ahora pretendemos comprender al mundo, una ventana artificial a la que llamamos Windows por la qué nos llega la invención de lo cotidiano, una ventana que nos mantiene a resguardo de enfrentar la lucidez que se nos revelaría si abrimos las puertas de la percepción desde las que Blake alcanzó a vislumbrar el universo en su conjunto.

Mientras las puertas nos invitan a entrar en relación con los objetos y sus usos y con la memoria qué estos traen de los hombres que se atrevieron no sólo a abrirlas, sino a derribarlas, las ventanas nos aíslan, tras los visillos miramos el universo de manera subrepticia, abrimos una sola ventana y a través de ella nos llega todo lo que debemos creer, lo que damos por seguro, una ventana desdé la qué somos manipulados, enajenados, perdemos felices la libertad, la manía infantil de preguntar se resuelve con un clic, una ventana-pantalla que nos trae el mundo en tiempo “real” a la tranquilidad de nuestro hogar, sin darnos cuenta que en realidad es un ojo avizor qué husmea y al que le confiamos nuestra intimidad que luego volverla en nuestra contra. 

Ahora que las puertas no se abren porque el afuera se tornó en el enemigo, si las abres te puedes dar cuenta que afuera sigue la vida ondulando las frondas de los árboles, sigue muy campante el sol brillando en los lentes oscuros de algunos hombres que por autoridad u obediencia resultaron inmunes, el bullicio sigue en las calles, los vendedores de fruta pululan, los pájaros cantan y la brisa estremece los cables de energía, la muerte es un transeúnte que se pasea de lado a lado porque  desde su percepción no hay puerta que le ataje, ni abundantes camas para recostar los despojos de sus hijos, ni suficiente percepción para que ellos entiendan que la muerte no es tan mala como una vida de ceguera hecha con engaños y miedo.

Si las ventanas de la percepción fueran depuradas, no le quedaría al hombre otro camino que saltar por la puerta.



Carlos Andrés Restrepo Espinosa


   



*
“Psicodelico” viene de dos palabras griegas, alma y manifestar, quiere decir: “que manifiesta el alma”, el psiquiatra Humphrey Osmond, inventa la palabra a partir de los experimentos que realiza con Aldous Huxley en torno al consumo de la mezcalina.


miércoles, 1 de abril de 2020

INFORME VIRTUAL DE MI SITUACIÓN ANALOGA





SER O NO SER

Ser o no ser, pero en casa, ya es hora de ir dejando de lado la gazmoñería y asumir que estamos grandecitos y lo suficiente postmodernos para entenderlo ¿Que nos controla? Si, desde siempre ¿Que nos implantan virus y otras matufias? Pero por supuesto, y ¿Qué hemos hecho? Nada, seguir eligiendo de manera incorrecta, comprando marcas extranjeras mientras el producto de nuestros campesinos se pudre y a los pocos que les compran deben dejarlo en consignación, con el riesgo que esto implica.  ¿Qué es muy duro estar en casa? Puede ser, pero es más duro que los mismos dirigentes que auspician a empresas extranjeras a que vengan y contaminen el agua de nuestros ríos y quebradas buscando oro, ahora estén de adalides de nuestra salud y bienestar, tratando de encerrarnos, mientras ellos se pasean por las calles libres de los flujos contaminantes que producen esos seres humanos de menor cuantía que somos todos los de ruana ¿Desde cuándo les empezó a preocupar nuestra salud? Desde nunca, lo único que quieren es tener control de nuestros cuerpos, desde la imposición de la limpieza que viene desde los tiempos de la plaga, a la irrupción en la vida sexual, el cuerpo atormentado por el pecado, doblegado y sometido al castigo, en prisión, el cuerpo  que se debe ocultar, el cuerpo aislado y torturado; no son más que las formas en que los poderosos han tenido el control para que nuestros mocos no les lleguen a ellos cuyas flemas son divinizadas y perfumadas con Shumukh de Spirit de Dubai  y cubiertas con pañuelos de seda de Stuart Hughes.  Para corroborar lo que digo les ofrezco leer a Michel Foucault, que debe estar revolcándose en su tumba en este momento.

Ser o no ser, pero no vivir en el engaño, hasta un punto es pertinente el cuidado de sí, pero no por la contingencia sino de tiempo completo y que el estado también cuiden de nosotros no solo en la conminación voluntario-obligatoria al encierro,  también con políticas  de sanidad en lo público. La última vez que ingresé al metro olía a producto antiséptico, se respiraba un aire de hospital, no está mal para un medio masivo de transporte y ¿Por qué no era así antes? Todo el tiempo viajamos compartiendo gérmenes y bacterias, en eso consiste nuestra biología y ¿Seguirán ofreciendo jabón y desinfectante en las universidades públicas cuando este miedo planetario pase?

HE AHÍ EL DILEMA

Ser o no ser, pero no apeste a otros, así no tengas nada que contagiar y además de lidiar con el peso de lo cotidiano, con la manera fatídica en que los noticieros farandulean la información, se deben entregar informes, como este que ahora me ocupa sin los suficientes insumos para dar cuenta de un proceso, ya sea porque nuestro país vive constantemente una crisis que se ve reflejada en la universidad que es el escenario más fehaciente del intríngulis del sistema educativo colombiano, afectando con sus coletazos políticos y sociales el proceso de formación para el cual fuimos contratados, o porque en el mundo se ha decretado que debemos guardar cuarentena porque un virus nos puede matar, como si la muerte no se escabullera debajo de la puerta y no supiera volar y entrar hábilmente por las celosías de las ventanas, desde las que parapetados esperamos a que se muera el vecino, pero nosotros no.

Vete a la casa, no pongas en riesgo nuestra salud, ni la de los demás, llénate de miedo,  ni se te ocurra salir a la calle porque te pueden arrestar, pero eso si no se te pase por la cabeza ocupar ese tiempo que de alguna manera te está devolviendo la vida para que compartas con tu familia, o lo ocupes leyendo, escribiendo, haciendo ejercicio, regalándote la oportunidad para la reflexión que te ayude a sacar de la situación un mejor provecho, quien quita que el COVID-19, haya venido a depurarnos en la quietud y el silencio, tan necesario en medio de este ruido que amplifica el miedo ya no por los medios masivos de comunicación sino a través de mensajes reenviados, por familiares y amigos.

No, este tiempo debe ser usado para que sigas trabajando desde casa, justificando el porque te deben reconocer económicamente tus servicios, pase lo que pase no podemos dejar de producir, les interesa ganar, a costa de todo lo que como seres humanos podamos perder, a las empresas no les importa la persona sino el operario, visto como la máquina de juego de azar a la que le echan una moneda y esperan arroje billetes.

En un capítulo de los Simpson el abuelo de la familia le expresa a su nieto que el dinero no cambia a las personas, sino que les permite mostrarse como realmente son, la frase es un lugar común, el expresidente de Uruguay José Mujica, tiene su propia versión, dice: - El dinero revela lo que somos-, esto me lleva a pensar que la pandemia como acontecimiento social nos está permitiendo mostrarnos como realmente somos, acaparadores, timoratos, ingenuos, ignorantes, oportunistas y abusivos, por emplear algunos adjetivos que saltan a la vista solo yendo al mercado o viendo los indicadores económicos en los noticieros.

Hay un virus que se me antoja más inquietante, el de la virtualidad, el de la digitalización, resuenan en boca de dirigentes, rectores y coordinadores estas palabras con una seguridad tal que pareciera que fueran conocedores de lo que están hablando, y sobre todo y más inquietante que el depositario de dicha virtualidad sea la internet, ahora tenemos que educar, informar, ofrecer contenidos, justificar la ausencia, a través de la red, la misma que cuando vamos a pedir una cita médica, o requerir de un medicamento o retirar dinero para ponernos al día con un cobrador, resulta estar siempre caída.

Tenemos que ser virtuales en una semana y urden las capacitaciones a medias, hágase docente virtual en una tarde, usando aplicaciones advenedizas, incompatibles, en redes que siempre están caídas, usando una banda ancha que de repente se ralentiza o simplemente te anuncia que estas conectado pero sin acceso, así es nuestra educación de improvisada, ordenan  en un tono de seriedad que suena como a un latigazo sobre el lomo, que ofrezcas una clase diseñada para la presencialidad de manera virtual, sin la previa reflexión y la preparación adecuada, no importa, conéctate que aquí somos de facto los más innovadores; y del otro lado, el del estudiante, vive en una casa que fue desconectada por falta de pago y no tiene computador porque aunque no lo crean aquí todavía viven muchos pobres.

Finalmente cumples con tu labor, trabajas intentado cambiar el mundo, porque todavía crees en esas fantasías, te ajustas al sistema, sucumbes a la necesidad de simpatizarle al jefe porque además de sujeto virtual, todavía tienes algunas funciones análogas, que te hacen necesaria una manutención económica, pagar el internet y comprar papel higiénico que todavía sigo sin entender por qué es  elemento fundamental de la canasta familiar en esta crisis,  al final cuando estas al día, entregas tu informe y  te dicen que no volverás a ser contratado hasta nueva orden.  Las cosas así las dispone Dios, por seguir en la línea de lo virtual.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa
carloscantante@gmail.com

domingo, 15 de marzo de 2020

ESCRIBIR PARA QUIEN NO TE LEERÁ






La vida era más sencilla cuando nací, en casa no teníamos televisor así que el mundo entró por mis oídos, la música, las historias, el misterio de tierras exóticas llegaban a mí gracias a la radio en onda corta, AM y FM, el encanto principal estaba en la primera señal, en forma de voces que se mezclaban con sonidos cómo de naves espaciales, chillidos, “scratch” y otros ripios sonoros que de niño cerraba los ojos y viajaba por destellos de luz y rutilantes cascadas, dónde sentía el vacío de la caída, vacío qué ahora de grande me asaltan de vez en cuando en los sueños.
Cuando yo era pequeño pasaba el año con dos pares de zapatos, si había un par de más seguro era heredado de algún primo que casi siempre calzaba una talla mayor.  Los domingos me daban veinte pesos de ración y con eso me compraba las cosas más esenciales para mi subsistencia: un paquete de mecatos surtidos comprados en la sociedad de cantineros que era un lugar alucinante lleno de estantes con chocolates, bombones, confituras y todo el azúcar imaginable dispuesto en envolturas de atractivos colores que chisporrotean cómo las canciones de radio rebelde sintonizadas en onda corta en la grabadora “Silver”, que tenía la casetera dañada y era el electrodoméstico más importante de la casa; otras veces optaba por las colaciones y los cigarrillos de dulce del toldo de Mariela Macana, quien para mí siempre fue la versión propia de Willy Wonka, de su casa salían los olores más dulces de la vida, tan dulces qué hoy en día podrían aliviar de la amargura a más de un niño bribón del pueblo qué ahora funge de ser grande.

El único afán que tenía era hacer rápido la tarea del colegio para irme al ensayo de la banda de música que dirigía el maestro Rafa, a quien le debo el oficio que ahora me ocupa,  mi gratitud eterna por enseñarme la clave de Sol y con ella iluminar mi vida.

Nada me quitaba el sueño, el amor no había llegado a hacer estragos, el amor digo, cómo sí fuera el amor el causante, luego vino la desilusión y empezó el aprendizaje, más tarde apareció la primera mujer y entonces ya dejé de ser un niño.

En casa teníamos lo necesario y aunque éramos pobres cada qué había fiesta comíamos pollo, me tocaban las patas y era feliz, la riqueza estribaba en otra opulencia. Antes de irnos a la cama mi hermana y yo escuchábamos a mi papá leyendo poemas de Juan José Botero o su propia versión de Lejos del nido, cada noche mejorada con los giros que él se inventaba para que no le cogiéramos miedo a los indios; iba al río con los amigos a traer guayabas, tomaba agua de la quebrada de puente sucre, la leche llegaba a casa recién ordeñada, el pan más delicioso del mundo lo hacía Berta Ceballos, las mejores roscas y tortas las hacía su hermana Ofelia, quien también leía el Tarot y vivía en una casa gigante a la qué me dejaba entrar y siempre me regalaba recortes de su parva o roscas quebradas a cambio de traerle mandados de la tienda:- " Vaya dónde don Gerardo y le dice que me mande cinco pesos de manteca y que me los apunte "-, al oír mi razón el tendero abría un tarro cuadrado de lata en el que se leía: manteca de cerdo, y metiendo una cuchara gigante extraía un material blanco cremoso y lo envolvía en un pliego de papel parafinado, le hacía un torniquete a las cuatro puntas y salía el niño corriendo con el mandado que a pesar de lo cerca de la casa, al llegar ya le escurría manteca por los codos.

Había tiempo para todo, no usaba reloj, nadie se moría y si moría pues no dolía y la vida seguía su cauce, la única enfermedad que me acongojaba era el asma y con aceite de tiburón y escarabajos de maní hervidos en leche me sané.

De pronto me hice grande y ahora nada es sencillo, la vida es la vida pero fui educado para sentirme agobiado y eso que bailo, canto y escribo y en noche de plenilunio le ladro a los fantasmas, también viajo y le hago carantoñas a la soledad y eso que soy soltero y no me quedé en la primera mujer aunque sigo habitando el primer beso, y  le coqueteo a las muy feas y en ocasiones me le hago el pendejo a las dizque muy bellas, para mí salud ignoro a los arrogantes y vuelvo invisibles a los arribistas, escribo canciones para ofrecer a los amigos no para ganar premios o presumir aplausos. Y pese a tener el asunto tan claro el dolor de patria no me deja, ni la valeriana me sirve, ni la flor de sauco hervida con botón de pino y otras pócimas alegres de las que he sabido dar cuenta.

No soy un hombre que puede ofrecer dinero o empleo, ni fijar vallas en la montaña para hacerme notar, tampoco tengo una doctrina que infundir, solo soy una persona ínfima, fácil de olvidar y proclive a desaparecer, pero con la convicción de que si no reflexiono entonces no tendría sentido que me arriesgara a escribir para quien no me leerá, lo único que puedo hacer es invitar a pensar, para advertir que  esto está mal y tiende a volverse peor, que no ganamos nada con el progreso económico si no tenemos progreso moral, ¿Con qué cara hablaremos de futuro si no hemos podido convivir en este presente?
La vida era más sencilla cuando nací, ahora que se complicó me toca el trabajo de hacerla sencilla, está en mis manos la transformación, me siento obligado a reflexionar de una manera qué antes no era necesaria, y recordarnos que estamos distanciados, la esencia de las cosas cambió, requerimos de una nueva fuente de pensamiento qué nos comprometa y agrupe en la búsqueda del bien común.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa.


lunes, 2 de marzo de 2020

SOMOS EL OCASO



Estamos acudiendo a nuestro ocaso, nos persigue la muerte, sorprende a nuestros amigos, los sueños sucumben, el sol rutilante atraviesa con sus rayos la piel a falta de follajes, el bosque también tiene su crepúsculo, la montaña llora su ausencia de musgos y líquenes; no lo había querido asumir, pero es el momento de caer derrotado, de entender que se agotó el tiempo y no alcanzamos a redimir los actos, pasó la vida y nos volvimos viejos e inútiles, alcanzamos el Cum laude, pero la intranquilidad carcome el sueño.

No lo quería asumir pero estamos arribando al fin de una generación, de nada sirvió ser bueno, de nada sirvió la entrega, los acontecimientos que definieron nuestra vida sólo servirán para que un comentarista de mal gusto urda  a través de la red social, cómo hábil tarántula, su inexacta opinión de vida y muerte, faranduleando  las honras fúnebres qué de estar vivos seguro nos avergonzarían.


Es aterrador pero no hicimos nada, a pesar del engreimiento qué aliena, el que eligió a Dios terminó encorvado, el que se inclinó por la justicia engañó a todos, el que cantó se quedó sin voz, quien dijo confíen, traicionó, quien lo dio todo por amor recibió desengaño, quien nos instruyó en los misterios de la “umwelt” nos pisoteó el verdor de tantas esperanzas, terminamos el camino y todo quedó igual.

Siempre tendremos el ocaso, la constante pérdida, el arribo cotidiano de la sinrazón, nos conforta el arte, la literatura, la ciencia, el abrazo de un amigo, la sopa de fideos de la mamá, el canto de un cenzontle, la brisa fresca de verano en la montaña, pero cada día trae su noche y cada cielo su abismo, cada qué un amigo muere morimos con él, ya no sé cuánto de mí quede vivo. Temo más a no alcanzar a terminar este texto que a morir, me agobia no poder  caminar por mis montañas, no besar a mi novia, no volar sobre el océano, no improvisar una canción, no terminar de leer el libro que llevo a la mitad, no llegar a la cita de las tres, no componer la canción qué me está rondando desde que era niño, me abruma la idea de no llegar a tiempo al ensayo del coro, dejar que el café se enfríe, no terminar la conversación con un amigo, no haber iniciado la conversación con ese amigo.

La buena noticia es que muchas posibilidades quedan al alcance: el olvido, el esfuerzo constante por borrar lo que nos dio origen y qué nos avergüenza, nos queda el desdén, la fragilidad, el constante darnos cuenta de haber vivido para el desencanto, la irremediable fatalidad que nos mira desde el espejo y nos recuerda que ni con todo el oro del mundo podremos comprar un día de juventud, un espasmo de virilidad o un segundo de satisfacción.

Nos queda la decepción, lo pusilánime de nuestra palabra, descubrir que ser ventajosos es más efectivo que ser honestos.

Y sobre todo nos queda la sensación de no tener a quien admirar, mucho menos a quien respetar, y los pocos que teníamos se están yendo, no quería bajar la guardia, pero la derrota me está pisando los talones.

Queda el instante en que cae una lágrima, la satisfacción íntima que solo deja ganancias en el alma.

Nos queda también la oportunidad de cambiar la narrativa y mejorar el final de manera que logremos la dignidad de tener sólo una  muerte. 



CODA
Si Adriano el gran emperador romano no podía sentirse emperador frente a su médico, ¿qué será de nosotros ahora qué ha muerto el que nos mantenía con vida?



CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA
carloscantante@gmail.com


miércoles, 26 de febrero de 2020

EL OLVIDADO ASOMBRO DE ESTAR VIVOS




El título es de Octavio Paz, hace parte de un poema más extenso llamado Piedra de sol, estriba el poema en otras cadencias y figuras más imperiosas, que ocupan al lector y le arrebatan la atención en descifrar otros misterios, ésos qué encierran las palabras sabías de los náhuatl qué en Octavio se pasean, por eso cobra tanto sentido que de manera súbita te suelten esta frase, como si de un más acá una voz nos gritara: ¡Despierten que están vivos!

El escritor Mario Mendoza en una entrevista hace alusión a la frase en medio de una disertación sobre cuántas veces debemos morir en la vida a fin de renovarnos, cierto es que lo plantea cómo una muerte simbólica, pero ¿Qué muerte no lo es? ¿Acaso ya sabemos qué es morir? ¿Termina la vida o termina la existencia?

Morir es dejar de hacernos, detener la máquina que auto refacciona el cuerpo, morir es alejarse, ir a vivir entre el fuego cruzado, morir es dejar de amar, morir es dejar de hacer aquello que nos gusta por hacer aquello que nos ordenan, guardar silencio, volverse indiferente, morir es seguir viviendo pero sin qué los demás se den cuenta.

Pero ¿Qué es vivir? ¿Respirar mientras olvidamos que estamos vivos? El vivir es espontáneo, nadie está preocupado por estar vivo, damos por sentado que así será siempre, podemos envejecer, el cabello tornarse gris, disminuir el paso, pero la vida sigue hasta el final, siempre esperamos que la vida sea tan larga y tan alta que a la muerte le dé pereza empinarse tanto por nada; ¿Qué es una vida en comparación con toda la existencia cargada de múltiples consciencias disparando ráfagas de luz? ¿Con esas  incandescentes formas qué danzan en el fuego y que se repiten tanto en el agua cómo entré la luz que atraviesa las ramas de los árboles, en las frecuencias de las notas musicales y en la oscilación de  un beso?

Y cuando estamos en el feliz torbellino de la existencia alejados de la muerte, sintiendo la  eternidad en cada bocanada de aire que hincha los pulmones, confiados en que la naturaleza nos tiene elegidos para hacer parte de la coreografía de la siguiente danza,  de repente tu amiga eterna se marcha, aquella con quién hacías acrobacias de luz y maromas en el alma, aquella  que te enseñó a honrar tu espíritu respetando el cuerpo, la alquimista qué siempre estuvo ardiendo cómo una antorcha para que los otros no dieran tumbos en su camino.

La guerrera que sobrevivió al dedo acusador de aquellos qué le tienen miedo a una mente abierta, la viajera de dimensiones tan estrafalarias cómo cultivar una huerta, levantarse al alba para meditar, la colonizadora de constelaciones en sus bordados, la hacedora de sensaciones nuevas cuando para sus amigos cocinaba.

Esa mi amiga eterna, con quién caminaba en la oscuridad de la noche sin encender la linterna porque la luz la llevamos en el corazón, con quién reía hasta qué brotaban las lágrimas, aquella qué me hacía sentir inteligente y celebraba mis músicas y mis letras, aquella que me escuchaba sin juzgar y socarrona me devolvía las preguntas porque la respuesta siempre residía en mí; esa mí amiga ¿Dejó de existir? me pregunto ahora que todo parece tan oscuro y solitario y ella aparece ya no socarrona, sino sabia, alucinante, en un traje que es una estela de luz blanca coronada de oro y me indica que la respuesta siempre estuvo ahí, no estamos ni vivos ni muertos, estamos existiendo, nunca dejamos de hacerlo, somos el todo y en momentos viajamos por sus distintas dimensiones, nada es distinto a como es en la tierra, unas veces vamos en tren, otras caminamos, otras vamos en avión, así mismo es arriba como es abajo, el cielo es reflejo de la tierra, todos tenemos nuestro tiempo, es un regalo, frágil, nunca efímero, es para siempre, solo hay que saber mirar, si eliges la ceguera, ella te llevará por los caminos coherentes a la oscuridad, pero nada hay tan opaco que tarde que temprano no sucumba a la luz.

Hago una fiesta de gratitud en mi corazón, celebro la vida de mi amiga, hago un altar en su memoria y la corono de flores, no hay lágrimas ni tristeza, la dicha es grande porque lo mejor ya ocurrió y al partir me regaló la posibilidad de reflexionar y crecer un poco, bendito el que encuentra en su camino amigos que enseñen a vivir más allá de la muerte, que nos devuelvan el fulgor de este memorable asombro de estar vivos.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

MIRAR DE FRENTE

  -No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, ...