miércoles, 26 de febrero de 2020

EL OLVIDADO ASOMBRO DE ESTAR VIVOS




El título es de Octavio Paz, hace parte de un poema más extenso llamado Piedra de sol, estriba el poema en otras cadencias y figuras más imperiosas, que ocupan al lector y le arrebatan la atención en descifrar otros misterios, ésos qué encierran las palabras sabías de los náhuatl qué en Octavio se pasean, por eso cobra tanto sentido que de manera súbita te suelten esta frase, como si de un más acá una voz nos gritara: ¡Despierten que están vivos!

El escritor Mario Mendoza en una entrevista hace alusión a la frase en medio de una disertación sobre cuántas veces debemos morir en la vida a fin de renovarnos, cierto es que lo plantea cómo una muerte simbólica, pero ¿Qué muerte no lo es? ¿Acaso ya sabemos qué es morir? ¿Termina la vida o termina la existencia?

Morir es dejar de hacernos, detener la máquina que auto refacciona el cuerpo, morir es alejarse, ir a vivir entre el fuego cruzado, morir es dejar de amar, morir es dejar de hacer aquello que nos gusta por hacer aquello que nos ordenan, guardar silencio, volverse indiferente, morir es seguir viviendo pero sin qué los demás se den cuenta.

Pero ¿Qué es vivir? ¿Respirar mientras olvidamos que estamos vivos? El vivir es espontáneo, nadie está preocupado por estar vivo, damos por sentado que así será siempre, podemos envejecer, el cabello tornarse gris, disminuir el paso, pero la vida sigue hasta el final, siempre esperamos que la vida sea tan larga y tan alta que a la muerte le dé pereza empinarse tanto por nada; ¿Qué es una vida en comparación con toda la existencia cargada de múltiples consciencias disparando ráfagas de luz? ¿Con esas  incandescentes formas qué danzan en el fuego y que se repiten tanto en el agua cómo entré la luz que atraviesa las ramas de los árboles, en las frecuencias de las notas musicales y en la oscilación de  un beso?

Y cuando estamos en el feliz torbellino de la existencia alejados de la muerte, sintiendo la  eternidad en cada bocanada de aire que hincha los pulmones, confiados en que la naturaleza nos tiene elegidos para hacer parte de la coreografía de la siguiente danza,  de repente tu amiga eterna se marcha, aquella con quién hacías acrobacias de luz y maromas en el alma, aquella  que te enseñó a honrar tu espíritu respetando el cuerpo, la alquimista qué siempre estuvo ardiendo cómo una antorcha para que los otros no dieran tumbos en su camino.

La guerrera que sobrevivió al dedo acusador de aquellos qué le tienen miedo a una mente abierta, la viajera de dimensiones tan estrafalarias cómo cultivar una huerta, levantarse al alba para meditar, la colonizadora de constelaciones en sus bordados, la hacedora de sensaciones nuevas cuando para sus amigos cocinaba.

Esa mi amiga eterna, con quién caminaba en la oscuridad de la noche sin encender la linterna porque la luz la llevamos en el corazón, con quién reía hasta qué brotaban las lágrimas, aquella qué me hacía sentir inteligente y celebraba mis músicas y mis letras, aquella que me escuchaba sin juzgar y socarrona me devolvía las preguntas porque la respuesta siempre residía en mí; esa mí amiga ¿Dejó de existir? me pregunto ahora que todo parece tan oscuro y solitario y ella aparece ya no socarrona, sino sabia, alucinante, en un traje que es una estela de luz blanca coronada de oro y me indica que la respuesta siempre estuvo ahí, no estamos ni vivos ni muertos, estamos existiendo, nunca dejamos de hacerlo, somos el todo y en momentos viajamos por sus distintas dimensiones, nada es distinto a como es en la tierra, unas veces vamos en tren, otras caminamos, otras vamos en avión, así mismo es arriba como es abajo, el cielo es reflejo de la tierra, todos tenemos nuestro tiempo, es un regalo, frágil, nunca efímero, es para siempre, solo hay que saber mirar, si eliges la ceguera, ella te llevará por los caminos coherentes a la oscuridad, pero nada hay tan opaco que tarde que temprano no sucumba a la luz.

Hago una fiesta de gratitud en mi corazón, celebro la vida de mi amiga, hago un altar en su memoria y la corono de flores, no hay lágrimas ni tristeza, la dicha es grande porque lo mejor ya ocurrió y al partir me regaló la posibilidad de reflexionar y crecer un poco, bendito el que encuentra en su camino amigos que enseñen a vivir más allá de la muerte, que nos devuelvan el fulgor de este memorable asombro de estar vivos.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

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