martes, 6 de octubre de 2020

AMNESIA

 




Liborio vivía detrás de un mostrador de madera, olía a naftalina y sus hijos eran de vidrio, o eso decíamos en la escuela cuando alguien se ponía en frente del objeto de nuestra atención, - ¿Usted cree que es hijo de Liborio? -, esa expresión solo los del pueblo la entendían, no había que esperar a tomarla en el aire, en cambio preguntar: ¿Usted se cree transparente? Hasta la entiende un político con todo el cinismo del caso. Liborio no tenía hijos, que se sepa, pero si tenía dicho y como del dicho al hecho hay mucho trecho, prosigo como Ireneo Funes hurgando en la memoria y cuando me encuentre con el olvido, inventaré que es propio de quien recuerda.

En el verano se guardan las prendas de lana, los abrigos y ruanas para darle uso a prendas más ligeras, almacenadas en escaparates de madera se quedarán guardadas hasta que sea necesario volver a usarlas, aunque el clima del poblado es bastante fresco, se suele acumular y abandonar ropa en los armarios, incluso muchas personas mueren dejándolos repletos de ropa que nunca se pusieron. Cuando se registra el armario por cambio de clima o necesidad de mover las cosas de un difunto, lo primero que salta a la vista son las polillas, que bien pueden llevar años viviendo en la oscuridad alimentándose de la queratina que sigue presente en la lana, las plumas, pieles o seda, materiales esenciales del buen vestir de los pueblerinos.

-Vaya donde Liborio y me compra cien pesos de mata polillas -, dice una voz adulta, y el niño obedece. – Buenas Don, me hace el favor y me vende cien pesos de esas bolitas blancas -, señala con el dedo índice y con los otros sigue empuñando las monedas con las que ha de pagar; las bolitas blancas son para el niño como confites de mentas, pero si creen que este relato se desenvolverá en tragedia, les advierto que este infante es muy inteligente y sabe muy bien que esas bolitas son un neurotóxico que afecta el sistema nervioso central de estos insectos, pero como es un niño no puede resistirse a pensar que parecen dulces.

- ¿Cu-cu-cu-cu cuanto va a-a-a-a-a llevar? -, pregunta con su voz trémula el dependiente y el niño ingenuo y sagaz le responde – Ci-ci-ci cien pesos -.

En su vida nunca dijo una sola palabra de corrido, - Mejor el silencio- piensa y los pensamientos si le salen de corrido.  Con una hoja del periódico Patria Nueva, en la que también hay una suma hecha a lápiz sobre una columna escrita por él mismo junto a la publicidad del jabón La Jirafa, hace un cono de papel y allí empaca las bolitas de naftalina.

La tienda estaba llena de cachivaches empolvados que tarde que temprano tenían venta y, aunque estoy hablando del pasado, casi todo en este lugar ya era del pasado. A Liborio lo recuerdo como a un personaje salido de una viñeta de Dick Tracy, pequeño, de rostro enjuto, su frente arrugada como el fuelle de un acordeón, calvo y de lentes con monturas de carey negro; en su tienda estaba en mangas de camisa, en la calle siempre iba de saco y sombrero impecables, ajenos a las mordeduras de polillas.

Liborio era marquetero y limitaba por todas sus esquinas con la soledad.

Un día hace mucho tiempo, antes de ser el hombre que se evocaría en estas páginas, fue un niño, jugaba al “machocalengue” con Isabelita, amiga de la niñez que duró una tarde, fugaz, como la esencia del jazmín, perdurable como un raspón en la rodilla, estridente como una carcajada y recordada como la ebriedad del primer beso.

Un hermano de Liborio salió del pueblo con quince centavos en el bolsillo y le dio la vuelta al mundo, él se quedó en el pueblo para ser un hombre común, de esos que no dan muchas vueltas.

Ahora esos tiempos languidecen amarillentos en las páginas de aquel semanario en que escribía, como un bucle se reescriben en este periódico que también será pasado y que, en su edición impresa, contará cosas que fueron, que nunca más serán o que realmente nunca pudieron ser.

Contando con suerte, alguien lo usará para envolver un aguacate o hacerle un avioncito a un niño.

Liborio es una sombra asida al recuerdo de un hombre que padece amnesia.

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

 

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