-No mires con disimulo, mira
fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los
ojos son el espejo del alma, soy de una generación que no tuvo miedo a mirar de
frente; de niños jugábamos a mirarnos - ¿Jugamos a sostener la mirada? - Nos
decíamos, y acto seguido, nos sentábamos uno en frente del otro, respirábamos
profundo, abríamos los ojos y en silencio sosteníamos la mirada, ganaba el que
más tiempo durara sin parpadear. Con la mirada puesta en la pupila del otro
entrábamos en su universo íntimo, la respiración se sincronizaba, los músculos
faciales se relajaban, era toda una experiencia mística. En ocasiones era tanta
la atención que podía ver como del otro saltaban chispas de colores, sentía que
aquella observación superaba los ojos, el cuerpo se desvanecía en una sensación
de levitar, en una oportunidad dejé de ver a mi compañero de juego y empecé a
verme a mí. Con el tiempo entendí que
aquello fue una revelación, si los ojos son el espejo del alma, entonces el
otro es mi propio espejo, ahora de grande sigo mirando fijamente para
reconocerme en los demás.
Nos mirábamos para ofrendar la
honestidad de nuestro ser en aquella práctica espiritual, un encuentro mágico
donde la trascendencia de mirarnos iba más allá de los ojos, fluía en la piel,
en la respiración, fluía en los gestos y en la serenidad, como monjes tibetanos
entrábamos en otro nivel de conocimiento y de consonancia, surgía un
entendimiento del otro, y advertíamos sus variadas emociones y nos
acompañábamos en el crecimiento personal de aquellas profundas miradas
surgieron hermosas relaciones, encuentros llenos de vitalidad que han
permanecido fruto de aquellas miradas desprovistas de miedos, tapujos y
prevenciones.
Concebimos entonces que mirar de
frente te llena de poder, que una mirada contundente además de abrir el alma te
protege de aquellos que tienen el mal de ojo puesto en sus intenciones, porque
no siempre encontrabas honestidad en el juego, también había quien se esmeraba
en hacer monerías para que perdieras la concentración, el que parpadeaba al
instante, quien soltaba la carcajada para ocultar su miedo a ser observado. El
ojo que tú ves no es porque tú lo veas sino porque te está viendo, dice el
poeta Machado, muchas veces aquel que no quiere ser observado es porque tiene
muchos miedos guardados en su alma o una señal de falta de confianza en sí
mismo.
Las miradas también pueden ser
ofensivas, contestatarias, ruidosas, abismales, autoritarias, el otro después
de todo cuando refleja su alma se pone en evidencia y no todo reflejo es bello,
el otro es lo que es, no toda alma se expresa en el bien, pero de eso se trata
de permitirnos el reflejo del espejo, así como cuando era un niño que de tanto
mirar al otro empezaba a verme a mí mismo reflejado en él.
Mirar se hace en presente, por
eso las empresas fijan primero su visión para poder establecer una misión,
primero ocurre la mirada que se da en presente a diferencia de la audición que
se da a futuro, yo puedo ver a dos hombres caminando a lontananza y reconocer
su vestimenta, definir sus pasos, su velocidad y otras cualidades que saltan a
la vista, pero no puedo precisar qué se están diciendo, la mirada nos permite
un análisis incluso desde la distancia. Rodolfo Llinás, nos dice que mirar es
una forma sofisticada de tocar, esa expresión me parece muy sofisticada y en la
edad media que estamos viviendo, puede ser una expresión digna de ser llevada a
la hoguera por los militantes de la corrección política; pero también recuerdo
que en la escuela la señorita Nubia, nos enseñó que ver y no tocar se llama
respetar. De miradas fijas y profundas nos fortalecimos, conocimos un mundo
ontológico tan diverso y cambiante que surgen muchas posibilidades tras el
hecho de permitirnos abrir los ojos.
Tras las miradas venia el amor,
surgían fantásticas palabras para nombrar las emociones y teníamos a mano un
mundo en el que encontrábamos sentido en la confianza y en el respeto mutuo, en
las miradas estaba la tranquilidad y la honestidad del alma que se reflejaba en
lo colectivo sin dejar de ser individuos con sus propias maneras de ver, no
había temor de ser desnudados con una mirada, nuestras mentes no estaban
ocupadas para entonces de semejantes disparates, la desnudez era la posibilidad
de descubrirnos tal cual éramos ante el otro, no había nada que ocultar.
Un día nos enseñaron que todo
debía ser disimulado o escondido, el cuerpo, el deseo, y las penurias, nos
hicieron cerrar los ojos y nos transformaron en pobres vergonzantes,
menesterosos de afecto alejados unos de otros, pero al mismo tiempo reclamando
su atención y su aceptación. Nos negaron el fluir sagrado de la mirada y al
reclamar a gritos nos embebieron en la pócima inexpugnable de la fluoxetina.
Promulgaron que mirar era
impropio de una sociedad correcta, que mirar hacía daño, que una mirada acosaba
y perturbaba. Así, con los ojos cerrados, nos adiestraron para vivir
desconectados de su brillo y de su iridiscencia fecunda que refleja los misterios
del universo para vivir en un mundo en perfecta oscuridad. A tientas, con miedo
y sin deseos vamos por ahí persistiendo en la necesidad de tenernos sin vernos.
Empero ante aquellos aficionados
a la oscuridad, quedamos los que preferimos la fiesta de las miradas, porque
siempre será mejor tener los ojos bien abiertos así las cosas cada vez se vean
peor.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
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