Köngen, para los alemanes es un nombre especial para una
ciudad, suena un poco a Congo - en alemán escrito Kongo, pero esa no es la raíz
etimológica, Kongario era el nombre de este lugar en tiempos del imperio Romano.
También la pronunciación es especial "Kö ng en", según las reglas de
pronunciación ng se pronuncia como "King" también Bin go, Ri ng,
singen... pero "Kön G en" como "G uest", se entusiasma Otto
al explicar cuando le pregunto por el nombre de su pueblo y continúa: mi madre
nació aquí, mi padre nació en Plochingen, al lado de Wernau. Cuando era niño veníamos a visitar a nuestros
abuelos a Köngen que para entonces se llamaba "Dorf", incluso
Bauerndorf.
Plochingen era un Stadt (ciudad), estaba orgulloso de crecer
en un Stadt y no en un Dorf (pueblo) como Köngen, sin mierda de vaca en el
camino, sin estúpidos granjeros de un "Kuhnest" (nido de vacas) Unos
años más tarde con la industria en crecimiento y las personas que ganaban mucho
dinero y necesitaban espacio para construir bonitas casas con grandes jardines,
muchos de los "Bauernlümmel" de repente se volvieron muy ricos y vendieron
muy rápido sus campos a otros más ricos a precios muy altos.
Todavía hoy Köngen tiene una cultura y tradición agrícola
mucho más fuerte que Plochingen. Hace una pausa, se queda mirando en dirección
a su Jardín, me pide que le ayude con una tarea de campo, lo acompaño, me
entrega guantes de trabajo, movemos objetos de un lugar a otro, apilamos unas
piezas de metal al pie de un barranco, le cambiamos de lugar a unos leños,
transportamos un larguero en una carretilla por el prado, en fin; una sucesión
de tareas en apariencia innecesarias, después me di cuenta que lo que quería
era compartir conmigo lo que hacía un granjero cotidianamente en su
jardín. Con las tareas a medio hacer nos
fuimos a tomar el té y luego dimos un paseo en su vespa.
Otto vive solo, está solo desde que puso su vida en el campo
por encima del amor, de la compañía, de sus propiedades en París, de la riqueza
y el bienestar que estaba teniendo al lado de Irina su compañera.
Terminó su relación, dividió sus bienes y huyó, sin más
motivos que la fobia a la ciudad y el amor por su jardín, que no es más que un
terreno inocuo lleno de proyectos que nunca consuma, porque, ¿qué gracia es
realizarlos?, el sentido está en levantarse todos los días y pensar en todo lo
que tiene por hacer.
Los radicales pueden ser dueños de sus decisiones, pero
suelen tener unas vidas solitarias y se les ve por ahí, desandando nostalgias y
aprovechando cualquier momento para la conversación con personas advenedizas,
porque es lo único que nos queda después de la terquedad, reconocer, aunque sea
tarde que el otro es necesario y que quizás un poco de mediación, puede
facilitarnos la vida, después de todo, nada es para siempre, pero que grato es
poder vivir la brevedad, en la eternidad de un abrazo.
Para ser un schwäbisch (suabo), este alemán del sur
tiene un carácter más parecido a mi tío Hernán, dueño de la finca La Amapola
ubicada en estrella vieja, vereda del municipio de Jericó en el suroeste de
Antioquia en Colombia; la finca después quedó en poder de su hermano y de su
mal gusto, quien le cambió el nombre por finca Andrómeda. Otto es recio mas no
cerrero y es crítico de su país y de su identidad, pero ama la tierra en que
nació y a la gente que se encuentra les dice pueblos, hay muchos pueblos
haciendo fila, vamos a otro lugar, hay mucho pueblo en esa cafetería mejor no
entremos, ¿porque no les dices gente o personas? -le pregunto- y me responde
que en alemán para todo hay una palabra exacta, pero para las personas no hay
una sola clasificación, así que todos son la sumatoria de todos, son pueblos
andantes, no tuve que más argumentarle.
Regresamos al pueblo, la vespa que nunca superó la velocidad
de veinte kilómetros por hora inicia su ascenso hacia la calle Lilienthal, al
fondo se puede ver la entrada de la casa de Otto llena de botellas de aceite de
oliva y frascos con aceitunas de variados colores, por estos días tiene de
huésped a una familia griega y se nota desde la portada de su casa la
influencia de la cultura helenista en estos pagos del sur.
Pero también existe una “dama mágica", es de Polonia, a
veces pasa, linda sensación para Otto, quizás y probablemente mejor la ilusión
que la realidad, me dice en voz baja, -algún día la invitare a tomar algo a mi
jardín, esta eventualidad es suficiente para inspirarme para más actividades,
debo aprender a ser modesto a mi edad.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa