jueves, 18 de enero de 2018

DE SONATAS Y MUCHACHAS CON OJOS DE PAPEL


BREVE COMENTARIO A TRES PARTES 
(INTRO-MELODIA-CADENCIA)

En un cuasi honesto intento por hacer a la luz del texto de Mijail Bajtin: "Épica y Novela; Acerca de la metodología del análisis literario", un ejercicio de crítica sobre una novela a mi antojo y advertido de que debía saber seleccionar una novela que si fuera novela, de un autor que si fuera autor, con un análisis que si anduviera por los terrenos del fundamento, dando cuenta elocuente de la teoría de géneros que plantea la novela y como los reestructura y como en sí misma es un género inacabado hecha de géneros acabados, así es que para hacer caso a mi antojo y no renunciar a mi juicio o a la coherencia de mi búsqueda que no gira en torno a la novela, pero intenta encontrar los nexos perdidos a veces negados de la novelística en la canción, me escurro por este texto que cito in extenso y espero llegar a una cadencia en lo posible digna de oídos de papel.

"...No sabemos nada acerca de las hipotéticas canciones primarias que precedieron a la formación de las epopeyas y a la creación de la tradición épica del género, y que eran canciones sobre contemporáneos y eco directo de acontecimientos recién ocurridos.
Por eso solo podemos suponer como eran las canciones primarias de los aedos o las cantinelas. y no tenemos ningún motivo para pensar que se pareciesen más a las canciones épicas tardías (conocidas por nosotros) que por ejemplo, a nuestros folletines populares o a los chastushki..." (Bajtin, 1997)

Mi primer personaje se llama Pózdnyshev y va en un tren, escucha la conversación de los otros compañeros de vagón que gira en torno al amor, el matrimonio y el divorcio, él guarda silencio, viaja solo, es un hombre celoso. mató a su mujer.

Mi segundo personaje es una muchacha que tiene la voz de gorrión, su corazón es de tiza, tiene los pies pequeños, mandada a callar por quien la amaba, sus ojos son de papel.
los dos están atravesados por la tragedia, la literatura ha hecho lo propio en sus respectivos devenires, estos personajes los nombro yo, pero son creación de unos autores que no tiene relación entre sí, pero que sí se relacionan con el mundo que representan, son autores, son ellos en la nueva coordenada de valores y son el resultado de las palabras que significan a sus personajes, para hacer justicia a ambos sus historias se hallan en contacto con los elementos del presente imperfecto, de su presente imperfecto, este aspecto me apetece y voy divagar un poco entre sus relaciones dialogísticas.

El señor Pózdnyshev es creación de Tolstoi, podría decirse que el autor aquí conversa con el mismo, tiene una dialogo directo con su tiempo, con su noción del amor, aunque en ocasiones parezca demasiado silencioso, el autor se esconde en su personaje para decir abiertamente que esta celoso porque su mujer Sofía se encapricho de la música de Tanéyev, su personaje va más allá y justifica el asesinato de su compañera por un asunto puramente sexual, esas leyes del sexo que regían su relación  fueron la causa de la muerte.

Esta posición de autor hace posible la aparición de la imagen del autor en el campo de la representación, se plantea aquí un importante dato de la superación de la distancia épica argumenta Bajtin, por su cuenta Tolstoi se sirve de la composición homónima de Beethoven para escribir su novela, pero esto no tiene nada que ver con Kreutzer, en apariencia.
La muchacha de pequeños pies que aguarda silente que me ocupe de ella es quizás la composición más importante de Luis Alberto Espinetta, la escribió a los 19 años, cuando era casi un niño, una canción de amor infantil, ella es como un papel en el que su enamorado quiere hacer los trazos son su crayón, su piel es para rayar, no es muy claro si hacer un dibujo o trazar los marcajes de la propiedad privada sobre ese ser, pues construir un castillo en su vientre implicaría establecer una construcción para que nadie más entre, para que nada salga, también puede ser el albergue de un hijo, atar y callar, perder el color robado por aquel personaje que hace de cantante y que se aleja del compositor quien sin ser ningún héroe, hace posible que en el amor se fijen esos pequeños detalles que hacen posible la guerra, el odio a muerte.

Las ideologías, las normas sociales y políticas están presentes en las canciones por sublimes que sean las formas poéticas que las constituyen, entrañan una trampa mortal, no hay mejor afrodisiaco que el sentir poder sobre alguien decía Sade, no hay mayor placer que dibujar al otro al antojo de la imagen del autor, un acto de vanidad en sí mismo.
A Tolstoi le censuraron su Sonata a kreutzer, fue considerado un pervertido sexual y un desvirtuador de la moral, pero su personaje quedo a salvo para implorar el perdón por sus actos a los demás pasajeros que viajan en el tren.

Cuando Espinetta escribe la canción para su novia Cristina y se la canta, a los pocos días ello lo deja, el hombre que da el paso de la soledad al canto termina solo, pero la muchacha que se quedó hasta el alba en la niñez, se quedó por siempre en su vida.
Tener pechos de miel, casi le cuesta también la censura, pero es tal la liturgia que el autor hace del personaje que se olvida que es una canción, en verdad es una muchacha con vida independiente, está preparada para perder su color mientras duerme, ella sabe que tiene el estatus de lo novelesco, no necesita ser explicada, finalmente sus ojos no están blindados.


Carlos Andrés Restrepo

miércoles, 17 de enero de 2018

CELINA PLANCHABA LOS MARTES


Celina planchaba los martes, al comienzo lo hacía por placer, luego por deber y al final por necesidad, con los años se volvió una profesional del ramo; en el pueblo varias mujeres se dedicaban al oficio de planchar ropa ajena, generalmente este oficio venía acompañado de lavada, ese era el caso de Celina, su profesión fue el de lavandera y como derivado del oficio, planchar fue su segunda labor.

Los encargos de ropa generalmente eran de personas pudientes que trataban de evitar la molestia de quitar la mugre de sus prendas, de ancianos solos, seminaristas y curas. La recepción se hacia los domingos en la tarde, a partir de las dos empezaban a llegar los petates blancos que iba amontonando en el corredor de la casa, si alguno de los clientes no era puntual, ella con un gesto gruñón los despachaba hasta la semana siguiente.

El proceso se iniciaba el domingo en la tarde dejando la ropa blanca en remojo en una ponchera inmensa que llenaba con agua y cascaras de huevo, según ella, ese era el secreto para despercudir las albas que generalmente llegaban negras de mugre, - ¿qué será lo que hacen los seminaristas? -  se preguntaba mientras iba echando una a una las prendas para el remojo celestial que las dejaría inmaculadas para un nuevo uso. Los lunes desde muy temprano y después de regar las matas de su jardín, se dirigía al lavadero ubicado en el patio de la casa que quedaba en la parte baja, allí se disponía a estregar por horas vaciando con una coca plástica agua del tanque sin lamentos de fatiga, en su lugar cantaba los sones que un transistor mal sintonizado en la emisora Radio Santa Barbara le iba regalando entre servicios sociales y comerciales de jabón la jirafa.

Celina lavaba los lunes y se apresuraba a hacerlo en las mañanas, porque en las tardes mientras la ropa se secaba en las cuerdas tendidas como un laberinto en su patio, ella se iba para el cementerio a visitar a sus muertos, les rezaba y les llevaba flores. Un pequeño llamado Simón Colorado y de quien ella había sido su nana, solía acompañarla en esa tradición, por culto a los muertos y sobre todo por los helados de leche y coco que vendían justo a la salida del cementerio.

El martes planchaba todo el día, no iba a misa, a las cinco de la tarde cuando empezaba el sereno se confinaba a ver sus telenovelas en un televisor que tardaba media hora en dar imagen, ya le había cogido la maña, así que lo encendía y se ocupaba en otros oficios para no desesperar ante la pantalla  que iniciaba con un punto de luz en el centro, y paulatinamente se iba haciendo grande hasta invadir todo el recuadro para luego dar paso a una imagen lluviosa que se había acostumbrado a ver imaginando a los personajes. Mientras escuchaba la televisión remendaba las prendas que le llegaban rotas o descocidas, era incapaz de entregarla si no hacia el trabajo completo y aunque esto no representaba un incremento en el pago igual lo hacía, para que el mundo funcione de manera coherente, las personas deben ir con la ropa impecable, planchada y sin roto alguno”, era su máxima.

Pero regresemos al oficio del martes, la mesa para aplanchar estaba ubicada en el comedor de la casa,  comedor en el que no comía nadie, porque en la cocina había una mesita con una banca de madera que le había robado los comensales, así que el comedor pasó a ser un mueble sin uso, en cambio el rincón de la mesa de planchado lo era todo, quedaba justo frente a un enchambranado azul que daba la vista al patio y a su jardín de flores exóticas y domésticas, levantadas con piecitos de matas de otros jardines, conseguidas haciendo visitas y al descuido de la dueña de casa, porque las matas que mejor prenden son las robadas.

La mesa de planchado tenía la altura justa para Celina, para abreviar en su descripción diré que es una mujer de baja estatura, pero no pequeña. La mesa estaba forrada en una ruana a cuadros negros y blancos que le servía de aislante de la madera y sobre esta una sábana blanca,  planchaba con esmero cada prenda, en el extremo derecho de la  mesa tenía dispuesto un soporte metálico para la plancha, y a su izquierda una botella de refresco con una tapa de caucho con cabeza metálica llena de perforaciones, por donde salía el agua que constantemente iba rociando sobre la ropa, al pasar la plancha caliente sobre la tela húmeda esta se quejaba emitiendo un sonido agudo como quien chista pidiendo silencio: chissss, se escuchaba constantemente mientras se levantaba un tufillo característico como a pan horneado, así iban desapareciendo las arrugas y cada prenda quedaba doblada con una precisión y exquisitez que daba pena desdoblarla para usarla.

Cuando Celina plancha se olvida del mundo, sus pensamientos se detienen en las arrugas de las camisas y con deleite desliza la plancha para verlas desaparecer, si alguna se resiste rocía la prenda y en dirección contraria regresa la plancha hasta imponer su orden, al final cuando queda doblada en absoluta perfección, sonríe victoriosa, como si con aquella acción hubiera contribuido a mejorar el mundo.

La mesa del comedor encontró otro uso, en esta va poniendo una sobre otra y en hileras, las camisas, pantalones, medias y demás prendas, que luego pondrá en los talegos de tela para empezar a entregarlos al día siguiente a sus dueños; con el fin de evitar confusiones, ella misma había ideado un sistema, con unas cuantas puntadas bordó de manera discreta entre las costuras la letra inicial del nombre del dueño, así tenía control de las prendas evitando incomodos reclamos.

Algunas personas no le pagaban por el trabajo, cuando se encontraba en la calle con sus deudores contoneándose con sus sotanas impecables, ella miraba para otro lado y en su mente les maldecía, porque no era una mujer de malas palabras, pero sí de pensamientos letales.

El oficio se vino abajo con la llegada de las lavadoras automáticas, sin embargo, por lealtad algunos clientes siguieron buscando a Celina para que les arreglara la ropa, quien siguió con su oficio hasta que la salud se lo permitió.

De impecable presentación, muy decente y muy digna, Celina era de esas personas que honraron a padre y madre, a la patria y a Dios, nunca le hizo daño a nadie, fiel servidora, gentil vecina, cascarrabias porque fue de la generación que defendió su dignidad con gruñido y oración, tuvo miedos pero nunca a estar sola, vivió feliz en su caserón que habitó y supo mantener en pie con la fuerza de su corazón y la terquedad de sus manos, nunca imaginó que al final sería derribado para hacer unas cuantas casuchas de mal gusto, amontonadas y sin corredores mágicos en los que entra la luz y sale convertida en vida.
De vez en cuando se le ve pasar por la calle, sonríe, se llena de compasión por los perros callejeros, se fuma un cigarrillo piel roja sin filtro, toma un tintico y se sienta en una banca del parque, estriba en sus recuerdos en la tarde de un domingo ruidoso y desorientado, viendo con cierto desdén como las personas pasan con sus camisas arrugadas y los pantalones rotos.


CARLOS ANDRES RESTREPO ESPINOSA 

LA VIDA EN ROSA

- ¿Cómo le parece pues la propaganda que nos montaron aquí? - Me dijo el burro carretillero del pueblo mientras señalaba con sus labios en f...