domingo, 22 de junio de 2008

EN SUCESIVOS CUERPOS...



POSTAL SIN TEXTO


He tomado la decisión de no sufrir.

En mis manos está el poder de la sanación,

En mis labios la palabra vivificadora,

Nadie por mí dará la caricia oportuna,

Ni pronunciará mi Magnificat;

La salutación de mi festiva alma

Al arribo de mis sucesivos cuerpos.

He tomado el sendero que no se bifurca

Pero que contiene todos los destinos,

Que alegría, voy entre aromas de fiesta:

Tropiezos, desencuentros y hallazgos.

Un día es viernes y al siguiente invierno,

Los arco iris cuelgan de los cuellos de los

Árboles y Merceditas canta mientras se menea

Bajo su falda de aguas corrientes.

He dejado atrás varios sobresaltos,

Ahora lo primordial no importa;

Interesan tus ojos -amor de nube-

Y el subfondo de tus palabras venideras.

Básico el croar de tu pecho en la lluvia,

La brasa de tu beso en la oscuridad,

La cosecha de mandarinas en tu vientre,

La distancia fresca entre nuestras costumbres.

He dicho a mis adentros

Que todo puede ser de afuera

Pero que existen las puertas (en caso de emergencia)

Además las ventanas y los conciertos para solista.

Mi amor no es tan extenso como mi deseo

De habitarlo y sin embargo me abandono

En la idea de que todo no es felicidad y apegos,

Algo de fiero ha de haber en eso de ser de todo el mundo.


Canto una canción nueva en las tardes

Frente a las montañas que no cesan de redondear

Mis ojos con sus sinuosos verdes,

Canto el mismo estribillo, lo tarareo ó silbo

a veces gorjeo, un salto aquí, un abrazo allá

Tralalí tralalá.

He tomado la decisión de ser triste

Sin que implique el abandono de la risa;

Se puede mirar conmovido el mundo

Sin perder el sentido del humor.

Me he roto la pierna jugando a la golosa,

Se desgajó el pomo con la soga del columpio.

He provocado quemaduras

Qué-maduras, maduras guayabas

Rodando manga abajo como ilusiones

Que no queremos detener.

He provocado inventos,

Cuentos

Aciertos,

Desiertos,

Conciertos inciertos.

Me he figurado niño,

Pueblo,

Labranza,

Barbero,

Pintor,

Escribiente

Fraudulento,

Asmático,

Renítico,

Gafufo,

Velillo,

Velón,

Que toquen las doce

Que ya casi son



Quiero ir a todas partes y seguir siendo

De un solo sitio, lo más lejano es el corredor

Donde escribo estos versos,

Mi nombre el más difícil de Pronunciar,

Mi letra la más compleja de entender,

Mis hábitos los más estrafalarios de la cuadra,

Mi ropa es de segunda mano

Y mis manos de primavera,

Mis sueños andan por ahí rebuscando la vida

Reinventando sus despertares

Van a pie así conocen más.

Hoy me encontré con mi padre

Y estaba triste, me vi en sus ojos

Me escuché en su voz,

Me dolí en su espalda

Pero seguí siendo yo,

Hoy me di cuenta lo mucho que lo quiero,

Lo mucho que no quiero parecerme a él.

Hoy decidí no esperar más el milagro

No creerme el santo, no verme en las

Celestiales glorias del nuevo mundo,

No combatir el insomnio,

No conservar las canicas en el bolsillo

Ni atiborrar el alma de más grillos

Hoy decidí dejarme ir.

2005-11-04


CARRANGA PA´L ALMA

LA CARRANGA

Tiene una pronuncia extraña para tan amoroso gesto, hace tiempo dejó de ser podredumbre para volverse verso, la muy coqueta tiene sus orígenes en lo más rural del cuento, el oficio ajeno al menester musical, digamos que unos eran los que trocaban cantas y otros los que, ya muerto el semoviente o a punto de, arriaban los hedores de la barranca al Valhala de los cuadrúpedos ó frigorífico que llaman en esas tierras.

Los carrangueros dignificaron el nombre mas no el oficio, aunque hay quien todavía asegura que ningún trabajo es deshonra; hoy día carranguero es el que canta, toca y baila rumbitas y merengues, del que lleva la vaca muerta al hombro no se conoce nombre nuevo, lo más seguro es que de seguir el oficio aún hacen uso del viejo.

A un señor Jorge, vecino de la parroquia de Ráquira, se le ocurrió el nombre para su grupo y desde entonces la carranga dejó de ser vaca muerta para volverse música viva, si cometo errores de imprecisión pido disculpas, no soy historiador, pero me atrae el oficio del carranguero.

Suena el requinto canturreos, la guitarra chicanea sus asombrosos bajos, el tiple brilla en su esplendor de armónicos y la guacharaca invita al baile así no más, sin mucho pretender rasca hasta el alma y la pone a bailar.

Con la ruana al hombro para boliar la pata, los bailarines se ven desde lejos con un brincadito de lado a lado que pareciera que están levitando, se me antoja la teoría que mientras suena la carranga la tierra pierde su gravedad y gracias a la ruana y a las cantidades considerables de chicha consumidas, el cuerpo no se eleva del totazo y apenas logra sostenerse en tierra.

De la fiesta ni hablar, me quedo corto, las palabras sólo alcanzan para describir, pero ¿qué hacemos con la emoción? de esa saben pocos, el contagio es la misión, estar postrado en cama con un brote de alegría por todo el cuerpo es lo que queda después de una tarde de plaza con longaniza de Sutamerchán, harta chicha o una botella de sabajón de feijoa de Tibasosa recorriendo las venas y por supuesto la música carranguera rondándolo todo.

La carranga es más que una joya de la música colombiana como le suelen decir, es una exclamación de libertad del pensamiento de colombianos desde lo rural hasta lo urbano, no es excluyente, todos la pueden tener, hacer, poseer; pero no cualquiera entiende su poder, la fuerza que en sí misma contiene, no le hace falta que le controlen su sello de distinción, ella solita se defiende de los negociantes, de los ociosos de la des-armonía, de los inquisidores de la forma, de la abyección sonora.

Ven qué digo, es la emoción, antes de que yo viniera ella estaba aquí y cuando parta se quedará para seguirle alegrando la vida a otros, yo me llevaré su alborozado zurrungueo, el encanto de las melodías sobrias y sencillas, sus letras que describen paisajes con gallinas saraviadas, compadres laboriosos, almas de barro, quebraditas que surcan un monte poblado de mujeres con nombre de flor, amores de tierra fría y esa inocencia de cachetes colorados que ni la vejez alcanza para disimular.

2008-06-10

RUANA PA´L FRIO QUE DEJA LA INDIFERENCIA



LA RUANA


La ruana es de lana, las ruanas de lana las hacen de las ovejas buenas, es decir de las ovejas vírgenes, de las otras (las impúdicas) yo no sé qué hacen, imagino que nunca llegan a ser ruana, poco valor tendrían en el mercado de los puritanos que es a los que más nos da frío.

Mi ruana es de lana virgen, menos por el hueco de la mitad que es por donde meto la cabeza, yo le quité la virginidad a mi ruana, a cambio ella me cubre además del frío de los malos juicios y ataques de miradas externas, afuera de mi ruana todo es rumor, cuchicheos y despistes, pero solo ella sabe de los asuntos que se urden por debajo de su afelpado abrigo.

Una ruana de lana virgen es calurosa, peluda, tiene unos chucitos que pican cuando está muy nueva, las personas de tierra fría llevan puestas las ruanas todo el tiempo, las señoras hacen destinos, los hombres caminan el campo y los niños juegan al cuspe y saltan charquitos.

La ruana es muy práctica, prácticamente es un atuendo aparatoso, difícil de llevar, quien no tenga experiencia puede verse en problemas con su desplazamiento como quedarse enredado en un chamizo del camino, meter las puntas en el plato de cuchuco de trigo ó más trágico aún atorarse en la punta de una reja del cementerio como le pasó al mono espinosa una noche de rezos de ánimas recostado en un mausoleo; al pararse súbitamente movido por un repentino ataque de pánico su ruana engarzada en la punta ya mencionada se le antojó una mano de muerto halándolo al precipicio de la muerte, con tal suerte que quedó allí profundo hasta el amanecer, eso sí, no helado porque hasta en los momentos más difíciles las ruanas saben hacer bien su trabajo.

Por eso yo que soy muy listo le corte un lado a mi ruana y ahora pueden verme montar en bicicleta, jugar a la pelota, elevar cometas, tomar cerveza, bailar carranga, esquivar espantos y protegerme de los miedos, con mi vulnerada pero linda ruana de tres lados.

Nobsa - Boyacá
29 05 08




lunes, 9 de junio de 2008

CABO DE AÑO



PARA LLEGAR A ENTENDER A UN NIÑO


Hace poco en Jericó mientras transcurría la Semana Santa, una fría noche de santidades, participé de una lectura de poesía hecha por el nunca bien ponderado poeta de la población, Don Silvio; una agradable lectura en la que el poeta después de leer sus asuntos invitaba a los asistentes a realizar comentarios sobre el parecer de lo leído. De los asistentes el más activo participante fue un infante de escasos años por estos territorios de la vida, que con sus vivaces y a veces impertinentes comentarios no hizo otra cosa que prolongar cada poema más allá de la concluyente inflexión de la voz del lector y de su métrica.

En un momento de la lectura se me antojó pensar cuál de los dos era el poeta o cuál de los dos era el niño; atento al diálogo creado entre ellos, uno evadiendo y el otro insistiendo me pregunté: de los dos quién es el más niño ó el más poeta.

Parto de mi supuesto que para ser poeta el ser grande a veces es un estorbo y que tal vez sólo se alcanza el grado de levedad cuando se retorna al pequeño que un día abandonamos, cuando cambiamos de ropaje, ademanes y costumbres; el poeta es un niño en esencia que juega a las canicas con las palabras para llegar a la altura de sus imaginarios, el poeta también es un viejo feo y con barba que fuma tabaco y se esfuma en lo cotidiano para parecer sólo un hombre que pasa.

El poeta puede ser un supuesto, un acto de fe, una treta del lenguaje, una falla en el sistema…bueno, ellos sabrán todo lo que pueden ser.

El niño es impertinente con su preguntadera al poeta, pero ¿quién más poeta que aquel que vive en el cuestionamiento, que no duda en indagar por lo que no entiende y cuando entiende desconfía y cuando desconfía entonces inventa?; el niño cree en el mismo momento en que es creador, no pregunta porque desconoce, pregunta porque de antemano sabe que saber no es pretender, un niño no pretende, sólo es, es su esencia.

El poeta no pregunta porque sí, pregunta porque necesita establecer que sus distinciones no son tales, le es imperativo comparar lo que vaticinó con lo que se manifiesta, para luego con cierta sonrisilla, que nunca deja ver, comprobar que se corresponden, que era cierto, pero esa vanidad lo pierde, lo afecta de manera fatal, porque al que sabe le duele ser su saber, -allá ellos- (los poetas).

Andaba en esos divagues cuando el poeta leyó un poema que, especialmente, alteró mi callada participación desbordada en paladear una leche caliente en la que nadaban dos gotas de brandy; el poema era dedicado a esas personas que signan y nombran, sobre esos que tienen como objetivo ser del cotidiano, que influencian nuestra mente hasta conseguir el estatus del recuerdo, aquellos que nos incitan a ser distintos, los que nos provocan con el sólo hecho de existir: ganas, desazones y mareos; los que nos afectan por ser malos, regulares, buenos, o casi buenos y que sin embargo, por muy adentro que estén de nuestros tuétanos y células grises, sólo nos damos cuenta que ya no están cuando un amigo nos cuenta que mañana será la misa de su cabo de año.

Fue tal el sobre salto que decidí ser grande y hablé, dije cualquier tontería que el poeta atendió con solicita vehemencia, pero que -y lo se de sobra- no fue más que inútil palabrería en la noche de perspicaces preguntas.

Abrumado también se puede seguir viviendo, aunque el asunto de impresionar se afecta en bastísima proporción; sobre todo en mi adusta postura que presumo no le hace mucha gracia a muchos de mi pueblo.


Estas cosas de seguir un hilo conductor de la historia –advierto- no son mi especialidad, por eso me regreso a esta tarde en la que estoy varado y que seguro no será la misma tarde de quien decida leerme, pero será su deber hacerla parecer a la mía.

Continuo, hoy en la tarde hable con mi mamá, ella en el pueblo, yo aquí en la ciudad, es que los que vivimos en la ciudad tratamos de hablarles al menos una vez por semana; sospecho que más que saber de ella y de los nuestros, es seguir conectados con la historia, que aunque aprendimos a ver lenta, sigue su curso (aunque no lo crean) en la plaza, el río, el cerro de cristo, las tías Tulas y las primas Donas.

Decía que hablé con mi mamá y entre la actualización de datos y aconteceres, que es nuestra forma de declararle la guerra a la desmemoria, me contó, ocho días después, que Laura Lina ya no moraba estas tierras del señor, que la muerte ahora bailaba en su copa y que las palabras, junto con la gloria de estar vivos, ahora yacían en el lugar donde nadie nombra las siempre vivas. Laura, amiga eventual de la familia y ferviente admiradora de mis proezas musicales, enamorada de ese Jericó mítico que sólo existía en sus ensueños donde al viento florecen las palabras, que como olas se dibujan en las montañas de las veredas cestillala y quebradona.

Entonces como si algo iluminará mis tuétanos y células grises -y esas sensaciones ya le han pasado a muchos-, entendí el poema que el poeta leyó aquella lejana noche de santidades, comprendí entonces lo que debí decir, las palabras justas, y eran tan parecidas al silencio que ahora guardo mientras pienso en Laura Lina.


Realmente la desazón no fue por saberlo ocho días después, sino que la última vez en verle fue hace tres años, lo que me hace pensar, y esto no es ningún descubrimiento, que Laura dejó de existir desde el momento en que dejé de verle y no hace ocho días.

Con cierto nudo en la garganta, hice recuento de cuántos amigos he dejado de ver en los últimos años, con la vana esperanza de que sean eternos y aparezcan de repente; asusta que no sea para tomar una cerveza sino para ratificarnos que la próxima semana será su cabo de año.

El niño se aleja con sus preguntas tomado de la mano de su madre, el poeta enciende un puro y decide caminar bajo la lluvia, parece que hace poesía sin tener que escribirla; algo me entra al ojo, se transforma y calido resbala al tiempo en que voy desapareciendo con la idea de no ser más que la pregunta que un niño aún no termina de hacerse.




miércoles, 4 de junio de 2008

AL MÉDICO DEL PUEBLO


RECUERDOS Y OTRAS HERENCIAS

Advierto que el tinte epistolar de este texto carece de forma y relieve gramatical, la calidad de la escritura fue un don otorgado a otros, en mi caso ocurre como una necesidad de conexión, es quizás la única forma de crear un vinculo con lo que tengo además de la natural manera de establecer mi declaración universal de sujeto extraviado entre lo que es real y lo imaginado, que por falta de las palabras justas para definirlos no precisa en cuál de los dos lados se encuentra.

*

El primer recuerdo que tengo tuyo es en una vieja construcción vencida por la humedad, arruinada por la indiferencia y soportada por dos guaduas. Allí bajo la aterradora idea de ver caer sobre nosotros el techo del caserón estamos: Jaime el profundo, Marta la deschavetada, Matilde la de gentil figura, yo el que ahora recuerda y otra persona más que no puedo precisar por lo borrosa que se ha vuelto en la memoria, todos en torno a un joven vestido de pantalón blanco y una camisa a cuadros blancos y negros, le escuchamos, cuenta sus experiencias, está próximo a graduarse de médico ó ya se graduó, pero habla y se ríe a carcajadas, yo que apenas empiezo a asomarme al mundo de los que cultivan el pensamiento lo escucho atento, también los otros que me han venido enseñando lo valioso de la información, del poseer conocimientos, lo escuchan.


Ese recuerdo se fijó en mí seguro porque esa noche el encuentro era para hacer técnica vocal, cantar ó ver una película y terminamos hablando de la vida y la muerte, formulando las preguntas que nunca habían surgido por no tener cerca a quien hacerlas.


Terminamos en la fruterita haciendo buena gala de la herencia de Jaime: “tragar”, embutidos de milo caliente, rosquitas y quesito; seguimos la charla que para esta altura ya había perdido su elocuencia y rayaba entonces en la desproporción del chisme, los buenos y malos chistes y las gratificantes carcajadas.


Disfruté mucho de ese encuentro y sobre todo, de serme permitido a mí desprevenido sujeto de diecisiete años el compartir con una nueva persona; desde ese día estiré el guache para sentirme orgulloso de ser amigo de John Jairo el hijo médico de don Martín.


*

Vivir es irse desencantando profetizó Ernesto Sabato, muchos de los que han hecho parte de nuestro proceso con la vida ahora no están, aunque sigan vivos, nada es para siempre, pero creo en la resistencia del buen amor, en esa fuerza motora que preserva nuestros mas nobles ideales y los fortalece.


Anita está feliz por que ese muchacho Arcila es un santo; le curó el dolor de espalda, él sabe que no hace milagros pero sí que un abrazo, una caricia, una revolcada de pelo produce el mismo efecto que la ingestión de 25 mg de prozac, el doctor empieza a curar mientras sonríe y juega, por eso lo quieren y tal vez por eso decidió quedarse en el pueblo para servir, para ser útil a la comunidad que fue su raíz.

Estas son especulaciones mías también pudo quedarse por que es el mejor vividero del mundo, por que es el mejor pueblo de este lado de la galaxia, por que se hace la mejor parva de la tierra, por que no le gusta la ciudad, porque estaban sus amigos, en todo caso en el ejercicio de su devota profesión a todos nos ha dado lecciones y ha sido modelo a seguir por muchos que no dimos la medida y nos desviamos en el camino.

Ahora que no hablo desde el recuerdo sino desde la vivencia a mis treinta y tantos años, con mi recorrido y mis saberes que anuncio públicos y de libre acceso, conservo mi respeto y esa sensación hormigueante en el pecho cuando de el hablo ó me hablan, es un despropósito pensarle pasajero en la vida, otros pudieron serlo, no alcanzaron la estatura del recuerdo, la dicha de la evocación, pero alegra saber que cuando nos duela algo el está ahí para revolcarnos la cabeza y decirnos en medio de la naturalidad del caso: “lo mejor es que consigas unas hamacas pequeñas para los ojos por que se te van salir ya que estas jodido de la tiroides”, que risa, tanta risa que ni me hago la formula oficial, en cambio me tomo el jugo de tomate de árbol con rábano en las mañanas sugerido entre las mismas risas y desaparece el mal que me aqueja.


Entiendo ese estado mental que es todo lo que nos rodea ó no lo entiendo…


Que más da si el fluir también se ocupa de nosotros, a John le agradezco que haga parte de esa comunidad que tanto amo, debe ser por eso que nos resistimos al abandono total de la raíz, porque allí en el lugar que dejamos para seguir el impulso de nuestros sueños queda un hombre mirando al sudeste, conectándose, enviando y recibiendo información gracias a que entendió que no pueden seguir ocurriendo recuerdos en medio de casas a punto de precipitarse, arruinadas por la indiferencia y soportadas apenas por dos guaduas de paso, aunque las personas pueden levantarse y seguir, asimismo hay que luchar por la calidad del lugar que habitan.


CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA

lunes, 2 de junio de 2008

ACROBACIAS


MIS AMIGOS LOS QUE VUELAN

Se debe contar con tiempo para subir al cielo, no bastan las escaleras ni las buenas intensiones ni los pactos secretos con el señor dueño de las alturas; para llegar tan alto tampoco es necesario morir y aunque muchos han optado por este camino, yo que tengo poco de ángel (a pesar de las alas inventadas donde cargó mis buenas pulgas) no creo conveniente -por ahora- arriesgar esta vida cruel por el placebo del más allá prometido.

Pero si no contamos con el tiempo entonces no podemos llegar a parte alguna, el asunto con el tiempo es de tranquilidad y de empezar a soltar los amarres covalentes que con el correr de los días se van creando para sustentarnos en el terreno firme del aquí.

No es fácil escribir sobre este tema si se advierte de antemano que no soy un conocedor sino un evasor, -digo- realmente mi certeza no está cifrada en nada de lo aquí expuesto, yo no estoy seguro, pero enuncio para subsistirme, quién quita que algo sepa sin saberlo.

Decidido entonces contar con el tiempo y sacarle el mejor provecho a la acumulación de cosas por hacer, a esa montonera de “no puedos” y de “tal vez mañana” que ya no caben ni en la mochila Arwaca donde empaco mis asuntos cotidianos para que estando a mano tengan rápida solución, muy animado apagué el interruptor, me desconecté, cerré la sesión y me quedé viendo el mundo como una pantalla pero apagada.

Eso fue lo tremendo de apagar el proyector, la oscuridad inicial, el gris que luego empieza a aparecer, la incógnita de qué hacer después de auto expulsarse del paraiso, ¿como seguir a solas sin esos juguetitos que me han enseñado a no tener tiempo, a justificar los olvidos, a olvidar lo justificado?

Caminar es lo mejor, así le damos tiempo a los ojos de que se acostumbren a la nueva luz que empieza a dibujar extrañas formas ante nosotros; inicialmente una sensación de desconfianza primará, los primeros pasos serán como en el vacío y las manos extendidas no serán para buscar abrazo alguno, sino para evitar chocar con todo lo que parece está y en realidad no.

Raras excepciones, los acontecimientos siguientes suelen ser anormalidades que acaban por tornarse amigables…

Con la mochila por fin vacía o por lo menos con la fe de que así sea, echamos un par de atuendos para tres días de libertad llevada al limite del paroxismo, con el alivio que deja en el alma un suspiro profundo me doy al disfrute de los instantes que el tiempo siempre permite.

Mis amigos de la montaña son el objetivo de mi mas reciente despertar, será su corazón mi hogar y abandonado a su suerte desabrocharé el cinturón de seguridad que me salva estando en tierra.

No los veía hace un buen tiempo, la última vez estuvimos cantando, poniéndole acordes a una letra que quería volverse canción, siempre nos juntó la música y por medio de ella improvisábamos ciertos vuelos que nos daban la felicidad, la tierra ofrecía sus mandarinas y una nevera de marca impronunciable, misteriosamente nos daba la leche y las vacas el vino.

Las noches eran de nuestra propiedad y las amigas dueñas de su desenfado amoroso, lo que les permitía tomar la iniciativa de ser de quien se les antojara, los problemas de salud se arreglaban mirando un atardecer y sosteniendo entre las manos un pocillo con limonada caliente, el consorcio con tales personajes, en tan buenos tiempos, facilitaron una noción bastante generosa del buen vivir.

Éramos buenos amigos, nos amparábamos aún sin saberlo en los momentos de desmoronamiento, éramos buenos hermanos, pero ellos decidieron quedarse en la montaña, a mi me entró la gana de volar más alto y un día me fui a la ciudad a buscar con esmero otros aires en los qué recrear mi espíritu beligerante.

Pedestre en todo caso, timorato de enfrentar esos buenos aires, solemne redactor de cuanta cosa vana, el aceite con papas en el fogón que se queman y las palabras en la punta de los dedos cuando la compañía no existía, luchador incansable de lo por decir, enmudecido y la fe en todo lo cuestionado, resignación y compromiso, cátedra de seis; levantarse al baño, un café y salir.

Esos artificios de la urbe, temblor de relojero, pulso de anciano, resequedad de olfato, lágrima en la mirada por ardor de ver y no por miedo de no ver.

No se como seguir, algo ocurrirá, el tiempo es buen consejero.

Ellos, los que se quedaron, aprendieron a volar y yo con todos los vuelos ensayados en la tierra les veo pasar.

Tienen alas de lona, sujetados por delgados hilos se encumbran por el cielo, ven en la nube el presagio, advierten en el pájaro que pasa el mensaje del viento, danzan de izquierda a derecha, caen en picada y vuelven al ascenso, sus brazos abiertos saludan la montaña, por su oído entra la historia de todos los lugares, los rumores de todos los que siguen en tierra.

Desde arriba las angustias de abajo se ven tan pequeñas.

Mis amigos de la montaña aprendieron a volar sin tener que huir de ellos mismos, ahora son magos, ¿cuánto hemos dejado de ser para ir en busca de lo que nunca podremos cambiar?, mis amigos me invitaron a volar y subí con ellos, confiar es lo fundamental, confiar en el buen tiempo, ese buen tiempo que a mi me aflige a ellos los eleva, los lleva tan alto que no tienen que morir, ni inventar buenas intensiones, ni justificar la gana de ir arriba, volamos y como en un sueño vi todo como si hubiera muerto con los ojos abiertos, sobrevolé los paisajes que en otro tiempo fueron intrincados laberintos de batalla, me sobrevolé a mi mismo y abriendo los brazos me saludé desde las alturas.

Mis amigos de la montaña me llevaron tan lejos de mí que alcancé a verme.

Al tocar tierra solo se me ocurrió llorar, llorar por los mismos ojos que me devolvían la claridad olvidada, recuperar las lágrimas de emoción y no de congestión.

Siempre hemos estado en el lugar elegido, se me ocurrió pensar mientras caminaba de regreso a mis asuntos, mis amigos encontraron su forma de volar, sin dejar de habitar lo que quieren, igual todos hemos hecho lo mismo, solo que hay tanto distractor y tanto afán que no percibimos ese milagro de las alas en todo lo que hacemos, cuando hacemos lo que desde siempre hemos querido ser.


Carlos Andrés Restrepo


LA VIDA EN ROSA

- ¿Cómo le parece pues la propaganda que nos montaron aquí? - Me dijo el burro carretillero del pueblo mientras señalaba con sus labios en f...