lunes, 24 de abril de 2023
lunes, 17 de abril de 2023
SALUDARTE
Saludo y no me contestan, buenos días y el otro voltea el mostacho o se hace el de la vista gorda y si es ella, cambia de andén mirando al suelo o finge mirar la hora o buscar algo entre el bolso; en otros casos veo a Ovidio Nasón bien narigudo indicar un inesperado cambio de ruta, la última vez vi la frente de Teresa, no la de Carranza en cuya frente el cielo empieza, sino la Marquesa tipiti tipitesa, dejando rodar su corona, por el gusto de no corresponder el saludo. Reitero que este pueblo es de gentes nobles y algunos de sangre azul, que no se les nota mucho en el “atisbido”, pero su rancio abolengo tienen, algunos bien asintomático., y cuando no quieren darte el saludo se lo toman en serio, son maestros en el arte del escamoteo.
Lo cierto del enfoque de esta
escritura es que los señores y las señoras de un pueblo que conozco tienen una
extraña manía de no saludar, Buenos días dice uno y se hace el pendejo
el otro, o inventa cualquier pretexto como los que enuncié en el primer párrafo,
mismo que escribí con unas ganas infinitas de jugar y despachar al lector
amargado que me desprecia el saludo.
Una rutina típica es la que paso a
relatar: Salgo de mi casa con el dispositivo de saludar instalado en la cara,
pelo mis muelas con tal fluidez que se me ve hasta la “congargalla”, debo
aclarar que es una costumbre de las personas del lugar, saludar por el nombre,
decir el nombre trae implícito el saludo, además se dice cantado. Y ahí voy
saliendo de mi casa y en frente veo a la vecina, -Doña Ceciiiilia -, responde
-Hola Andréeees -, y quedamos saludados, ella sigue barriendo la calle y yo
sigo el camino con mi satisfacción de haber dado el primer saludo del día con éxito.
Tomo aire y me preparo a repartir saludos a todo el que me encuentro en el
camino, ese ritual me agrada, y una ñapa del saludo es que el señor de las
verduras te diga “precioso” y tú se lo puedas decir, es un triunfo de la
cultura del amor y no tuvimos que salir a marchar para ganarnos el derecho, el
deleite de lo simple y de lo genuino ocurre porque sí.
Voy saludando, regando con mi sonrisa
los buenos deseos y al dar vuelta en la esquina me encuentro a un sujeto digno
del saludo y este cambia de andén para esquivar mí sonrisa que ya empezaba a
asomar en mi carita redondita como un arcoíris en flor, con los ojos
chispeantes de destellos mágicos. Yo transfigurado, siendo en cuerpo y alma el
más saludador de los saludadores, soy ignorado y siento como mi flujo cósmico
se va al piso y un profundo vacío me invade, las lágrimas no tardan en asomar
por el balcón de mi mirada (nótese lo trágico de la situación) y me entrego a
contemplar cómo la energía vital de mi voluntad se va por la reja de la
alcantarilla más cercana. Resulta que más tarde me encuentro de nuevo con el
sujeto que vamos a llamar Óscar (por usar cualquier nombre) y esta vez decido
ignorar, cobrar venganza, unirme a la estirpe de escamoteadores de saludos, y ¿cómo
es que esta vez sí me lanza un saludo?, un saludo tan amoroso y cordial, me
canta el nombre y me encima, - ¿qué hay por tu casa? ¿qué hay por allá? -, me
da rabia por lo inoportuno y entonces respondo con un saludo que nace de mis
ganas de no saludar, que llega cuando ya no me interesa.
No te lo tomes personal, así somos
aquí, pienso que es una manía propia del lugar, una costumbre derivada de los
intríngulis sociales, que entrañan discordias, amantes, hijos bastardos y otras
cuestiones. Ahora tengo la sospecha de que es un asunto universal, los humanos
se repelen, no se soportan y de manera oportunista aprenden a convivir y a
socializar, el saludo es una declaración de voluntad y de deseos de
bienaventuranza, vine a darte salud (a salud-darte; dice el doctor Gil). En
Europa en la edad media, existían los saludadores, personas que salían por las
calles a ofrecer salud, una especie de chamanes que con el tiempo fueron desapareciendo
y dejaron el hábito del saludo, así nos quedó la costumbre cultural de desearnos
salud, no importa si somos
correspondidos o no, se convirtió en una forma protocolaria de dar el buen día,
un poco desconectado de la exclamación de júbilo por la existencia del otro,
pero de alguna manera es una celebración
constante de la vida, un recordéris que seguimos dando palo. En aras de superar
el malestar de los no saludadores, invito a darle la sagrada importancia y
saludo a todos mis lectores, en especial a los que hayan abandonado esta
columna cuando di vuelta en la esquina.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
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