domingo, 15 de marzo de 2020

ESCRIBIR PARA QUIEN NO TE LEERÁ






La vida era más sencilla cuando nací, en casa no teníamos televisor así que el mundo entró por mis oídos, la música, las historias, el misterio de tierras exóticas llegaban a mí gracias a la radio en onda corta, AM y FM, el encanto principal estaba en la primera señal, en forma de voces que se mezclaban con sonidos cómo de naves espaciales, chillidos, “scratch” y otros ripios sonoros que de niño cerraba los ojos y viajaba por destellos de luz y rutilantes cascadas, dónde sentía el vacío de la caída, vacío qué ahora de grande me asaltan de vez en cuando en los sueños.
Cuando yo era pequeño pasaba el año con dos pares de zapatos, si había un par de más seguro era heredado de algún primo que casi siempre calzaba una talla mayor.  Los domingos me daban veinte pesos de ración y con eso me compraba las cosas más esenciales para mi subsistencia: un paquete de mecatos surtidos comprados en la sociedad de cantineros que era un lugar alucinante lleno de estantes con chocolates, bombones, confituras y todo el azúcar imaginable dispuesto en envolturas de atractivos colores que chisporrotean cómo las canciones de radio rebelde sintonizadas en onda corta en la grabadora “Silver”, que tenía la casetera dañada y era el electrodoméstico más importante de la casa; otras veces optaba por las colaciones y los cigarrillos de dulce del toldo de Mariela Macana, quien para mí siempre fue la versión propia de Willy Wonka, de su casa salían los olores más dulces de la vida, tan dulces qué hoy en día podrían aliviar de la amargura a más de un niño bribón del pueblo qué ahora funge de ser grande.

El único afán que tenía era hacer rápido la tarea del colegio para irme al ensayo de la banda de música que dirigía el maestro Rafa, a quien le debo el oficio que ahora me ocupa,  mi gratitud eterna por enseñarme la clave de Sol y con ella iluminar mi vida.

Nada me quitaba el sueño, el amor no había llegado a hacer estragos, el amor digo, cómo sí fuera el amor el causante, luego vino la desilusión y empezó el aprendizaje, más tarde apareció la primera mujer y entonces ya dejé de ser un niño.

En casa teníamos lo necesario y aunque éramos pobres cada qué había fiesta comíamos pollo, me tocaban las patas y era feliz, la riqueza estribaba en otra opulencia. Antes de irnos a la cama mi hermana y yo escuchábamos a mi papá leyendo poemas de Juan José Botero o su propia versión de Lejos del nido, cada noche mejorada con los giros que él se inventaba para que no le cogiéramos miedo a los indios; iba al río con los amigos a traer guayabas, tomaba agua de la quebrada de puente sucre, la leche llegaba a casa recién ordeñada, el pan más delicioso del mundo lo hacía Berta Ceballos, las mejores roscas y tortas las hacía su hermana Ofelia, quien también leía el Tarot y vivía en una casa gigante a la qué me dejaba entrar y siempre me regalaba recortes de su parva o roscas quebradas a cambio de traerle mandados de la tienda:- " Vaya dónde don Gerardo y le dice que me mande cinco pesos de manteca y que me los apunte "-, al oír mi razón el tendero abría un tarro cuadrado de lata en el que se leía: manteca de cerdo, y metiendo una cuchara gigante extraía un material blanco cremoso y lo envolvía en un pliego de papel parafinado, le hacía un torniquete a las cuatro puntas y salía el niño corriendo con el mandado que a pesar de lo cerca de la casa, al llegar ya le escurría manteca por los codos.

Había tiempo para todo, no usaba reloj, nadie se moría y si moría pues no dolía y la vida seguía su cauce, la única enfermedad que me acongojaba era el asma y con aceite de tiburón y escarabajos de maní hervidos en leche me sané.

De pronto me hice grande y ahora nada es sencillo, la vida es la vida pero fui educado para sentirme agobiado y eso que bailo, canto y escribo y en noche de plenilunio le ladro a los fantasmas, también viajo y le hago carantoñas a la soledad y eso que soy soltero y no me quedé en la primera mujer aunque sigo habitando el primer beso, y  le coqueteo a las muy feas y en ocasiones me le hago el pendejo a las dizque muy bellas, para mí salud ignoro a los arrogantes y vuelvo invisibles a los arribistas, escribo canciones para ofrecer a los amigos no para ganar premios o presumir aplausos. Y pese a tener el asunto tan claro el dolor de patria no me deja, ni la valeriana me sirve, ni la flor de sauco hervida con botón de pino y otras pócimas alegres de las que he sabido dar cuenta.

No soy un hombre que puede ofrecer dinero o empleo, ni fijar vallas en la montaña para hacerme notar, tampoco tengo una doctrina que infundir, solo soy una persona ínfima, fácil de olvidar y proclive a desaparecer, pero con la convicción de que si no reflexiono entonces no tendría sentido que me arriesgara a escribir para quien no me leerá, lo único que puedo hacer es invitar a pensar, para advertir que  esto está mal y tiende a volverse peor, que no ganamos nada con el progreso económico si no tenemos progreso moral, ¿Con qué cara hablaremos de futuro si no hemos podido convivir en este presente?
La vida era más sencilla cuando nací, ahora que se complicó me toca el trabajo de hacerla sencilla, está en mis manos la transformación, me siento obligado a reflexionar de una manera qué antes no era necesaria, y recordarnos que estamos distanciados, la esencia de las cosas cambió, requerimos de una nueva fuente de pensamiento qué nos comprometa y agrupe en la búsqueda del bien común.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa.


lunes, 2 de marzo de 2020

SOMOS EL OCASO



Estamos acudiendo a nuestro ocaso, nos persigue la muerte, sorprende a nuestros amigos, los sueños sucumben, el sol rutilante atraviesa con sus rayos la piel a falta de follajes, el bosque también tiene su crepúsculo, la montaña llora su ausencia de musgos y líquenes; no lo había querido asumir, pero es el momento de caer derrotado, de entender que se agotó el tiempo y no alcanzamos a redimir los actos, pasó la vida y nos volvimos viejos e inútiles, alcanzamos el Cum laude, pero la intranquilidad carcome el sueño.

No lo quería asumir pero estamos arribando al fin de una generación, de nada sirvió ser bueno, de nada sirvió la entrega, los acontecimientos que definieron nuestra vida sólo servirán para que un comentarista de mal gusto urda  a través de la red social, cómo hábil tarántula, su inexacta opinión de vida y muerte, faranduleando  las honras fúnebres qué de estar vivos seguro nos avergonzarían.


Es aterrador pero no hicimos nada, a pesar del engreimiento qué aliena, el que eligió a Dios terminó encorvado, el que se inclinó por la justicia engañó a todos, el que cantó se quedó sin voz, quien dijo confíen, traicionó, quien lo dio todo por amor recibió desengaño, quien nos instruyó en los misterios de la “umwelt” nos pisoteó el verdor de tantas esperanzas, terminamos el camino y todo quedó igual.

Siempre tendremos el ocaso, la constante pérdida, el arribo cotidiano de la sinrazón, nos conforta el arte, la literatura, la ciencia, el abrazo de un amigo, la sopa de fideos de la mamá, el canto de un cenzontle, la brisa fresca de verano en la montaña, pero cada día trae su noche y cada cielo su abismo, cada qué un amigo muere morimos con él, ya no sé cuánto de mí quede vivo. Temo más a no alcanzar a terminar este texto que a morir, me agobia no poder  caminar por mis montañas, no besar a mi novia, no volar sobre el océano, no improvisar una canción, no terminar de leer el libro que llevo a la mitad, no llegar a la cita de las tres, no componer la canción qué me está rondando desde que era niño, me abruma la idea de no llegar a tiempo al ensayo del coro, dejar que el café se enfríe, no terminar la conversación con un amigo, no haber iniciado la conversación con ese amigo.

La buena noticia es que muchas posibilidades quedan al alcance: el olvido, el esfuerzo constante por borrar lo que nos dio origen y qué nos avergüenza, nos queda el desdén, la fragilidad, el constante darnos cuenta de haber vivido para el desencanto, la irremediable fatalidad que nos mira desde el espejo y nos recuerda que ni con todo el oro del mundo podremos comprar un día de juventud, un espasmo de virilidad o un segundo de satisfacción.

Nos queda la decepción, lo pusilánime de nuestra palabra, descubrir que ser ventajosos es más efectivo que ser honestos.

Y sobre todo nos queda la sensación de no tener a quien admirar, mucho menos a quien respetar, y los pocos que teníamos se están yendo, no quería bajar la guardia, pero la derrota me está pisando los talones.

Queda el instante en que cae una lágrima, la satisfacción íntima que solo deja ganancias en el alma.

Nos queda también la oportunidad de cambiar la narrativa y mejorar el final de manera que logremos la dignidad de tener sólo una  muerte. 



CODA
Si Adriano el gran emperador romano no podía sentirse emperador frente a su médico, ¿qué será de nosotros ahora qué ha muerto el que nos mantenía con vida?



CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA
carloscantante@gmail.com


MIRAR DE FRENTE

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