La visita se prolongó sentados en la piedra del frente de la casa, en la finca la amapola, en estrella vieja, propiedad del Abuelo Antonio y que a estas alturas llamábamos con sorna: “la finca de los Jotros”, pese a que podíamos ir cuantas veces quisiéramos, teníamos claro que tenía otro dueño y que poco a poco seriamos desterrados de allí, por eso cada que nos reuníamos toda la parentela, terminábamos en aquel lugar ideal para contar cuentos de espantos y aparecidos, de la madre monte, de la patasola y del hojarasquín, cada noche que pasábamos con los parientes surgía una nueva historia, el tío Carlos tenía la manía de improvisar, contaba de la vez en que se le apareció una bruja y lo dejó trepado en un palo de aguacate, seguro un poco influenciado por la lectura de Tomás Carrasquilla, pero el deleite para todos era escucharle, aquella noche se prolongó la historia de la bruja y nosotros los del pueblo debíamos regresar, así es que cogimos carretera entrada la oscuridad.
La luz de una migaja de luna
iluminaba a duras penas serpenteante entre las hojas de los árboles que
rodeaban la carretera.
Los rezagos de la conversación se
vinieron con nosotros al camino, yo rogaba para que los grandes dejaran el tema
ahí, pero con más ganas alentaban la conversación y aparecían nuevas historias
de terror mientras transitábamos por la vía oscura y densa.
Al ir de la mano de mi mamá, por
momentos optaba por cerrar los ojos, la diferencia no era mucha entre la noche
y la tiniebla de mis ojos cerrados, con tal de no ver las sombras a lo largo
del recorrido me arriesgaba a dar tumbos contra las piedras sueltas de la
maltrecha vía. Por momentos abría los ojos para ver si reconocía el paraje y
siempre veía unos bultos blancos cómo ansíanos sentados a la vera del camino,
apretaba la mano de mi madre y le decía: mire ese viejito que está ahí sentado
y ella sonreía y aclaraba, cuál viejito, no ve que es un calvario, eso no le
restaba terror al asunto, una carretera llena de calvarios es un recordéris de que
ese lugar está lleno de almas en pena, ¿y qué nos libra de que el bulto seamos
nosotros?. Pero ésta reflexión no estaba
a la altura de mi edad, al igual que esta escritura, pero como es una voz en
off, confío en que los calvarios no son espantos y que el lector no sea un
critico literario radical.
La subida entre “puente e´lata” y
Castalia se me hizo eterna, con los ojos cerrados el tiempo se vuelve infinito,
pero los oídos se agudizan, así que además de escuchar las aterradoras
historias que no paraban de contar mis odiosos primos, podía escuchar los
abrojos de los arroyuelos ondulando entre el croar de las ranas y los grillos
que crispaban en torno. Cantos de pájaros nocturnos que parecían risotadas de
mujer, por momentos venían de la lejanía, lleno de espanto me colgaba del brazo
de mi mamá que amorosamente me cobijaba.
A unos pasos de Castalia abrí el
ojo, ya me sentía en confianza, la conversación había cambiado, las luces de
las casas iluminaban la carretera y un fresquito me llegó dando seguridad a mis
pasos, resuelto decidí avanzar solo para demostrarme valentía, me adelanté del
grupo y cuando lo advertí estaba solo en medio de la oscuridad que volvía a
reinar.
A unos metros del caserío divisé
una casita a la vera derecha del camino, una luz mortecina iluminaba su frente
desvencijado y lleno de enredaderas, disminuí el paso pero no podía dejar de
caminar, ni de mirar, algo me impulsaba en dirección a la casa, al acercarme vi
el rostro de una anciana que me acechaba desde la ventana, cerré los ojos, pero
la seguía viendo, sonreía con una mueca desdentada, un ojo apagado y el otro le
brillaba, la escasa luz se colaba por aquella mirada vacía, su cabello blanco
lo recogía en una moña, fumaba un tabaco que iluminaba con su luz rojiza su
aterrador rostro. La anciana soltó una risa similar a los pájaros que había
estado escuchando y acto seguido me oriné.
-Niño venga le digo, -alcancé a
escuchar cuando recuperé la voluntad y salí poniendo pies en polvorosa y no
paré hasta la plaza del pueblo donde caí desmayado y meado de miedo,
literalmente.
Aura viene de aurora, la que trae
la luz del nuevo día, la anunciadora, es la diosa romana del amanecer, hermana
del Sol y de la Luna. Aurora vuela por los cielos para anunciar la llegada del
amanecer y con las lágrimas que derrama por la muerte de uno de sus hijos, se
crea el rocío. Isaura es el femenino de Isauro, nombre étnico utilizado en su origen
para denominar a los habitantes de Isauria una antigua región frente a Chipre. Con afán de consolar y dejando volar su
erudición mi mamá se esmeró en explicar que aquella mujer no era mas que una
señora que vivía sola, que era buena y que jamás le haría daño a nadie, además
de magnificar su nombre me contó de su familia, de la soledad que a algunas
personas las vuelve invisibles, a otras fantasmas y las mas favorecidas las
vuelve un cuento.
Pese a los esfuerzos de mi mamá
aquella noche me dejó marcado, nunca mas volví a pasar después de las seis de
la tarde por el lugar.
Isaura murió y la casa quedó
igual, ahora de grande paso por allí y debo confesar, siento nostalgia por
aquella viejecita de la que nunca sabré que me quiso decir, en la aterradora
noche de nuestro encuentro.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa.