viernes, 4 de febrero de 2022

PARSLEY, SAGE, ROSEMARY AND THYME


Cantar lo cotidiano, decir lo que se ama en una estrofa, inventar un estribillo que se vuelva pegajoso, por ejemplo: Antón tiruriruriru, Antón tirurirurá, y aprovechar la atención lograda para decir un par de verdades en las estrofas, algo con función social, que hable de cosas profundas, del hombre y sus vacíos, de su soledad, de su miedo a morir y de los errores en los que incurre por querer permanecer.

El que canta ahuyenta penas, dice una canción y San Agustín asegura que el que canta bien ora dos veces, el que canta bien, lo que excluye a los que mal cantan, así que quien desafina o padece disritmia, ni ora ni ahuyenta penas, pero puede hacer llover cuando hace sol y esas sí que son las gracias del señor.

El canto es sanador, deberíamos cantar sin la pretensión de agradarle a las deidades con oído absoluto, cantar como hace una amiga mía que pese a su consumado esfuerzo le salen de la garganta graznidos, ella es muy bella y cuando canta los pájaros le contestan, ¿para qué más? -le digo- y ella sonríe agradecida, no halla agresión alguna en mi comentario, otros si se molestan, ¡respete! -dicen- como si ser honesto en asuntos estéticos fuera una ofensa.

Cantar es sanador digo, porque, aunque no seamos virtuosos el solo hecho de dejar pasar el aire por las cuerdas vocales con intensión musical ya es un ejercicio de profundidad, contrario al que la usa para prorrumpir en delirantes demandas.  “Pobre del cantor que nunca sepa, que fuimos la semilla y hoy somos esta vida. Pobre del cantor que un día la historia lo borre sin la gloria de haber tocado espinas”.

A Pablito lo conocí por mis amigos mayores, los que cuando yo era un pichón de “gnóstico” ellos ya eran sabios, no solo con mis amigos conocí de cantos, también de poesía, de historia y de acrobacias aéreas, de lo sagrado de la amistad, del buen comer, del saber respirar, del buen dormir y cosas varias. Yo fui afortunado con mis amigos, ellos no tanto conmigo, yo les vivo agradecido, ellos marcaron mi vida, con el correr del tiempo también marcaron distancia, a ellos mi canto silencioso y cotidiano.

Los días tienen sabor y/o aroma, nosotros los pueblerinos todavía tenemos esa capacidad, en mi caso el domingo huele y sabe a algodón de azúcar a palomitas de maíz y a pollo asado, el lunes huele a desinfectante de piso, el martes huele a ropa recién aplanchada, el miércoles huele a dulce de guayaba, el jueves sabe a mazamorra pilada con panela machacada, el viernes huela a pachulí y el sábado a perro lloviznado y a incienso, cada quien tendrá su inventario de olores, estos me los inventé por buscar conversa o para introducir la idea del siguiente párrafo y es que el cantar además de sanar nos devuelve la memoria del tiempo, el aroma de los días idos, el sabor de lo cotidiano y nos devela que tan lejos estamos del lugar que tanto decimos amar.

Perejil, salvia, romero y tomillo, plantas con propiedades místicas, que usamos en la cocina y también para embellecernos, plantas tan mágicas como el cilantro que alivia el estreñimiento, el llantén que evita el cáncer, la flor de sauco que ayuda a respirar mejor, y la lengua de vaca que alivia los males de la boca. Plantas como cantos que brotan de la tierra y nos recuerdan las pócimas mágicas de las abuelas, cantos que nos conectan con lo mas entrañable que nos define, estos pagos donde señorean la desmemoria y otros demonios, pero que nos permiten seguir viviendo.

Que mi canto reinventado y soportado en otros cantos sea con ustedes ¡oh, queridos hermanos de comarca! Qué mi canto nos lleve al país del ayer, si van a mi pueblo en la montaña recuerden que en el campo se siembra: perejil, salvia, romero y tomillo y ahora brotan en este canto con mi más honesto deseo, que recuperemos un poco del amor perdido.

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

martes, 1 de febrero de 2022

ORIGAMI


 Me pliego, me doblo no una ni dos veces, lo hago sin cuentas, regreso sobre líneas ya trazadas, recorro con finos movimientos aquellos surcos frágiles pero contundentes que definen mí estructura.


Me pliego para no quedarme en una sola pieza, me pliego para transformar mis costumbres en algo más qué dichas cotidianas, lo hago para perder de vista mis límites, la cuadrícula de mí plano original.


Me pliego por cuestiones de espacio, para no abusar con mi presencia, me pliego para abaratar costos, para no gastar en empaquetaduras, para evitar el sermón, el cielo y el infierno del amor.


Me pliego porque todo estandarte cuando es arriado de su voluptuosa asta, debe descansar doblado en la Mansedumbre de un cajón.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa

Moers Alemania

30 de Diciembre de 2021




MIRAR DE FRENTE

  -No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, ...