lunes, 15 de noviembre de 2021

NI CULTOS NI FERVOROSOS NI CIVICOS

 

Lucidia Libia, Mira y Amalia se fueron haciendo invisibles con el paso del tiempo, antes de ellas lo hicieron sus padres por manías varías: la muerte, el olvido y el desplazamiento. Por un don que poseo, yo puedo verlas. Son las pocas boyacenses que quedan del Boyacá que fue mi segundo hogar. Y después me preguntan que por qué salí carranguero y no un músico decente de ésos que tocan música de Viena, pues ahí tienen, yo toco música de Viena, de biena'dentro de Boyacá.

Además de mi capacidad para ver gente invisible, que no son solo estás cuatro mujeres, permítanme decirles, son muchos; incluso hay unos tan cándidos que no se han percatado que ya nadie los ve, pero yo sí, unos son gentes muy buenas, me da tristeza su difuminación, y también los hay que no son tan buenos, se dan muchas ínfulas y no se han dado cuenta de que cada día el escribano de la historia pasa la goma de su lápiz, primero sobre sus cabezas arrasando con la memoria, luego sobre su pecho eliminando los afectos y finalmente los pies borrando los pasos que para bien o para mal dieron. Se lo merecen, cada quien inventa la manera de volverse olvido o de quedarse sólo.

Les decía que además de mi capacidad para ver gente invisible, también tengo la facultad de ver lo que nadie ve, aunque brille a plena luz del día. Ese no es un don de nacimiento, es una facultad que me llegó de mis maestros los libros y de mis andanzas, porque eso sí, me ha gustado ser pati-contento y no me quedé sólo en Boyacá o en el Faro, fíjese que me la he pasado por ahí preguntando, aprendiendo y dándome la oportunidad de tener otros referentes. 

Como muchos de aquí, crecí creyendo que estaba en el pueblo más culto de América, en la Atenas del Suroeste, estiraba el guache dándomelas de haber nacido en el mejor pueblo de este lado de la galaxia, pero -y aquí viene la manifestación de mi otra facultad- me di cuenta hace tiempo que aquí no somos ni cultos, ni fervorosos, ni cautos, ni amorosos, ni lúcidos, ni creativos, mucho menos cívicos y no sigo porque no me alcanza el papel de esta columna, que se escribe en un periódico que incomoda y que dudo que la lean, porque entra en la lista de las cosas invisibles.

Deja mucho qué desear una sociedad que habla mucho de su cultura, que se alza sobre sí misma con oriflamas para glorificar sus oropeles del pasado y solo tiene una semana para la cultura del presente, con unos eventos básicos más ocupados en mostrar resultados políticos que procesos de formación artística. ¿Y el público? escasamente los padres de familia orgullosos y algún transeúnte desprogramado, y los artistas agradeciendo a la organización del evento por la oportunidad de presentarse, ¡qué horror tanta zalema! ¿habráse visto semejante disparate?. La cultura es libre y autónoma y aquí sirve para hacer una semana de eventos de regular calidad, cuyo resultado no repercute en la calidad de vida de los lugareños porque no hay un mensaje de fondo, no hay un concepto, no busca una formación de público.  Una fugaz cultura del entretenimiento, vacía, opacada por la vanidad de la gestión que merece más tributo y aplauso que el resultado social.

Pero no todo está perdido. Unos metros más allá de la incipiente manifestación artística, un grupo apeñuscado frente a un televisor grita gol y la dinámica de la cultura popular devuelve la gracia a la insustancial noche, de las cantinas salen estridentes voces haciendo apología al narcotráfico, una adolescente pasa contoneándose exhibiendo su pecho con donaire, un chico con la gorra de béisbol calada hasta la nariz la recoge en una moto y se alejan dejando una columna de humo de cannabis, como se aleja un tren en ciertas estampas que he visto.

Las manifestaciones populares que niegan los señores cultos son más eficientes y nos definen sin miramientos ni subjetividades. Somos perreo.




Solo me ocuparé del fervor en segunda opinión. Yo no soy una persona proclive a las prácticas de la iglesia, si me ven en misa es porque estoy cantando, no he vestido santos, ni aspiro a hacerlo, no me han ungido con el crisma de la pureza, yo no como cuento, pero me gusta creer, yo soy como una colcha de retazos hecha de varias creencias. Imagínense, veo a personas invisibles y también otros asuntos, por ejemplo veo que es el único pueblo que se da el lujo de tener la única santa del país y ni le va ni le viene, hay más fervor en una subida a elevar cometas o en una rumba donde “Mechas”, que en el día clásico de la Santa.

Eso si, todo hay que reconocerlo, para hacer negocio con su santo nombre no hemos perdido el tiempo, más Laureanistas que Lauristas, el fervor al billete tiene devotos por todas partes. Yo porque no tengo espíritu de negociante, sino ya habría puesto una tienda de productos naturales basados en extractos de plantas medicinales de los indígenas, la llamaría “La botica de Laura” y vendería la ortiga que pringa y cura los males de carne, hueso y alma. Conste que ya lo dije y si alguien se adelanta en mi propuesta, tiene que partir ganancias conmigo, porque estas palabras valen su irreverencia en oro y tienen valor de compraventa, o créen que no he aprendido nada de mis mayores.

Un pueblo que se da ínfulas de tener más de quince templos en el área urbana deja mucho qué desear. Algo debe estar tratando de ocultar y la cultura popular es tan honesta que va dejando las pistas de lo que somos, pese a todo lo que se esmeran en ocultar tras los agenciamientos de la vida cotidiana.

Lo de incautos, poco amorosos, en nada lúcidos, y ni pizca de creativos, se los dejo bailando en l’uña. A lo mejor, quién quita, haya por ahí más gente que puede ver lo que yo no.

 

Carlos Andrés Restrepo E

MIRAR DE FRENTE

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