Lucidia Libia, Mira y Amalia se fueron haciendo invisibles con el paso del tiempo, antes de ellas lo hicieron sus padres por manías varías: la muerte, el olvido y el desplazamiento. Por un don que poseo, yo puedo verlas. Son las pocas boyacenses que quedan del Boyacá que fue mi segundo hogar. Y después me preguntan que por qué salí carranguero y no un músico decente de ésos que tocan música de Viena, pues ahí tienen, yo toco música de Viena, de biena'dentro de Boyacá.
Además de mi capacidad para
ver gente invisible, que no son solo estás cuatro mujeres, permítanme decirles,
son muchos; incluso hay unos tan cándidos que no se han percatado que ya nadie
los ve, pero yo sí, unos son gentes muy buenas, me da tristeza su difuminación,
y también los hay que no son tan buenos, se dan muchas ínfulas y no se han dado
cuenta de que cada día el escribano de la historia pasa la goma de su lápiz,
primero sobre sus cabezas arrasando con la memoria, luego sobre su pecho
eliminando los afectos y finalmente los pies borrando los pasos que para bien o
para mal dieron. Se lo merecen, cada quien inventa la manera de volverse olvido
o de quedarse sólo.
Les decía que además de mi
capacidad para ver gente invisible, también tengo la facultad de ver lo que
nadie ve, aunque brille a plena luz del día. Ese no es un don de nacimiento, es
una facultad que me llegó de mis maestros los libros y de mis andanzas, porque
eso sí, me ha gustado ser pati-contento y no me quedé sólo en Boyacá o en el
Faro, fíjese que me la he pasado por ahí preguntando, aprendiendo y dándome la
oportunidad de tener otros referentes.
Como muchos de aquí, crecí creyendo que estaba en el pueblo más culto de
América, en la Atenas del Suroeste, estiraba el guache dándomelas de haber
nacido en el mejor pueblo de este lado de la galaxia, pero -y aquí viene la
manifestación de mi otra facultad- me di cuenta hace tiempo que aquí no somos
ni cultos, ni fervorosos, ni cautos, ni amorosos, ni lúcidos, ni creativos,
mucho menos cívicos y no sigo porque no me alcanza el papel de esta columna,
que se escribe en un periódico que incomoda y que dudo que la lean, porque
entra en la lista de las cosas invisibles.
Deja mucho qué desear una
sociedad que habla mucho de su cultura, que se alza sobre sí misma con
oriflamas para glorificar sus oropeles del pasado y solo tiene una semana para
la cultura del presente, con unos eventos básicos más ocupados en mostrar
resultados políticos que procesos de formación artística. ¿Y el público?
escasamente los padres de familia orgullosos y algún transeúnte desprogramado,
y los artistas agradeciendo a la organización del evento por la oportunidad de
presentarse, ¡qué horror tanta zalema! ¿habráse visto semejante disparate?. La
cultura es libre y autónoma y aquí sirve para hacer una semana de eventos de
regular calidad, cuyo resultado no repercute en la calidad de vida de los
lugareños porque no hay un mensaje de fondo, no hay un concepto, no busca una
formación de público. Una fugaz cultura del
entretenimiento, vacía, opacada por la vanidad de la gestión que merece más
tributo y aplauso que el resultado social.
Pero no todo está perdido. Unos metros más allá de la incipiente
manifestación artística, un grupo apeñuscado frente a un televisor grita gol y
la dinámica de la cultura popular devuelve la gracia a la insustancial noche,
de las cantinas salen estridentes voces haciendo apología al narcotráfico, una
adolescente pasa contoneándose exhibiendo su pecho con donaire, un chico con la
gorra de béisbol calada hasta la nariz la recoge en una moto y se alejan
dejando una columna de humo de cannabis, como se aleja un tren en ciertas
estampas que he visto.
Las manifestaciones populares que niegan los señores cultos son
más eficientes y nos definen sin miramientos ni subjetividades. Somos perreo.
Solo me ocuparé del fervor en segunda opinión. Yo no soy una
persona proclive a las prácticas de la iglesia, si me ven en misa es porque
estoy cantando, no he vestido santos, ni aspiro a hacerlo, no me han ungido con
el crisma de la pureza, yo no como cuento, pero me gusta creer, yo soy como una
colcha de retazos hecha de varias creencias. Imagínense, veo a personas
invisibles y también otros asuntos, por ejemplo veo que es el único pueblo que
se da el lujo de tener la única santa del país y ni le va ni le viene, hay más
fervor en una subida a elevar cometas o en una rumba donde “Mechas”, que en el
día clásico de la Santa.
Eso si, todo hay que reconocerlo, para hacer negocio con su
santo nombre no hemos perdido el tiempo, más Laureanistas que Lauristas, el
fervor al billete tiene devotos por todas partes. Yo porque no tengo espíritu
de negociante, sino ya habría puesto una tienda de productos naturales basados
en extractos de plantas medicinales de los indígenas, la llamaría “La botica de Laura” y vendería la
ortiga que pringa y cura los males de carne, hueso y alma. Conste que ya lo
dije y si alguien se adelanta en mi propuesta, tiene que partir ganancias
conmigo, porque estas palabras valen su irreverencia en oro y tienen valor de
compraventa, o créen que no he aprendido nada de mis mayores.
Un pueblo que se da ínfulas de tener más de quince templos en el
área urbana deja mucho qué desear. Algo debe estar tratando de ocultar y la
cultura popular es tan honesta que va dejando las pistas de lo que somos, pese
a todo lo que se esmeran en ocultar tras los agenciamientos de la vida
cotidiana.
Lo de incautos, poco
amorosos, en nada lúcidos, y ni pizca de creativos, se los dejo bailando en
l’uña. A lo mejor, quién quita, haya por ahí más gente que puede ver lo que yo
no.
Carlos Andrés Restrepo E