martes, 19 de septiembre de 2017

ENCUENTROS




Pidió un yogurt, le miré los pies, ella reparó mi cabello y luego puso la mirada un poco más debajo de la pretina de mí pantalón, no tuvo recato, yo sentí una punzada; giró de nuevo y pregunto qué tan bajo en grasa era el producto que tenía en sus manos mientras lo agitaba ingenuamente, y yo seguía con mi punzada en el mismo lugar y en creciente fragor.

Eligió uno de frutos rojos, al pagar no miró a la tendera, volvió de nuevo su mirada hacia mí, pero esta vez hizo como que no era conmigo y eso me dolió en el alma, esperaba que su mirada volviera sobre algún punto estratégico de mi geografía, que se yo, algún peñón por ahí que antes no hubiera advertido, pero no, una vez más fui víctima del coqueteo callejero que no conduce a nada. El único consuelo que me queda es que al alejarse pude verle de nuevo sus pies de paquidermo y para tranquilizarme dije en voz alta como para que solo yo me escuchara: ¡Jum ¡de la pisada que me salve.

La conocí en un viaje entre Copacabana y la Paz, en cierta parte del camino hay que descender del bus y hacer parte del trayecto en balsa por el lago Titicaca, al tomar el pequeño barco me tocó compartir con ella el retablo que quedaba para tomar asiento, sonreí y me sonrió, sus ojos se agigantaron en la oscuridad y los míos echaron chispas, mi respiración cambio su pesado ritmo de altura y galopó la sangre como fuego por el carril izquierdo de mi arteria principal. Un encanto de mujer, me habló en portugués y le entendí todo, me sorprendió mi inteligencia, casi aplaudo mi capacidad de entender su lengua de manera tan fluida; esa su lengua deliciosa, que navegante de su boca anunciaba en cada frase oleadas de ebriedad, que viva el gigante del sur me digo, encontré mi amor, pienso en cómo le cambia la vida a uno, alejarme tanto para encontrar lo que siempre estuvo cerca. Mientras la embarcación surca el inmenso lago, ella con su voz, da una mortal singladura en mi corazón, canta para mí en voz baja, tan baja como para que solo yo la escuche una canción de chico buarque que dice: Ah si ya perdimos noción de la hora, cuéntame ahora con qué cara debo seguir.

Al llegar a La Paz, el bus nos dejó a las puertas de un cementerio, eran las tres de la mañana, el ambiente tenía un perfume de mango maduro, ella me convido a su hostal, era eso o amanecer recostado en un mausoleo, así que accedí. El tipo de recepción me miró con desprecio cuando escuchó mi acento de jericoano y eso que hablé en portugués para no levantar sospechas, fuimos hasta su cuarto, me dió un beso en la mejilla, quedamos en vernos al día siguiente para tomar un café, cerró la puerta y nunca más la volví a ver.

Profe su clase me gusta mucho, lo dijo con esa obscenidad que acoge todo lo que se dice a los dieciocho años, - que bueno - le respondí -, y ¿qué te gusta del tema que estamos trabajando? -, - usted Profe, usted-.

Procuré evadir la incomodidad recogiendo apresuradamente los libros que aún estaban sobre el escritorio, a los sesenta años es muy factible que ese comentario hiciera mella, pero no sucumbir ante tal despropósito era lo mínimo que podría hacer, no por asuntos éticos, sino por causas peléticas de esas que se tornan peludas, y es que yo conozco mi corazón más que cualquier mujer y para dolores los que tengo en la rodilla me bastan.

El tema de moda era el amor líquido de Bauman que algún profesor ocurrente trajo a la universidad y ahora todos para sentirse intelectuales lo traían a colación: Bauman y su modernidad líquida, Bauman y su amor líquido, Bauman y su iliquidez, buen tipo ese Zygmunt, le digo a la estudiante cuando me pregunta: ¿porqué se perdió el vínculo en las relaciones actuales?, y ¿porqué ya nadie quiere comprometerse y el para siempre se disuelve en el presente constante?, yo le digo que eso es pura superstición, que se deje de teorizar y que ame sin métodos, la mitad de la vida queremos ser libres y la otra fingimos que lo somos. Le recomendé leer a Ayn Rand, le dije que había sido una de las mujeres más inteligentes he influyentes del siglo XX y que por eso nadie la conoce y sus ojos brillaron y me entregó un chocolate y me dijo - Profe usted me llena, no hay otro hombre que desee más en la vida que a usted - y yo le creí, se que soy un encanto, pero igual perdió la materia.

Estaba sentado frente al mostrador de la tienda de Narigón tomando sirope con bizcocho, cuando una delicada mano se posó en mi hombro - ¿puedo acompañarlo?- Sin esperar la respuesta acercó una silla y se sentó a mi lado, pidió un jugo de Mora, tenía un suéter rojo y un lazo blanco en la cabeza, no llevaba los lentes de siempre, las pecas en sus mejillas se me antojaron más notorias, - ¿qué haremos hoy? - preguntó cómo para entrar en confianza y dentro de mi saltó el gentil hombre y el animal de costumbres en franca lid. Digamos que ella abandono el jugo y yo él sirope y coincidimos en un merlot con cierto toque empireumático, me contó de su novio idiota, leyó un poema de su inspiración, la escuché atento pretendiendo encontrar algún error para ponerme por encima de ella, pero su escritura era buena, no encontré que decirle, acepte su compañía hasta mi casa.

Cuando el bus frenó perdió el equilibrio y se vino sobre mí, - disculpe - me dijo, - pierda cuidado, estoy acostumbrado a que las mujeres se me abalancen de esa manera -, sonríó y dijo que le encantaban los tipos con buen sentido del humor a lo que le sugerí intrépido sin perder la oportunidad, que se soltara de la barra, para que tuviera un resto de vida muy divertida.

Es usted todo un Don Juan, una curva permitió que esta vez se viniera sobre mi con tal sutileza que pude percibir su olor y sentir el roce de sus largas pestañas en mi mejilla, casémonos le dije, sonriendo dijo si, seremos muy felices. Dicho esto, anunció su parada y en la siguiente esquina se apeó del bus. Yo continué mi recorrido volviendo a la lectura de Bauman con un gesto sonriente.

Carlos Andrés Restrepo E









lunes, 4 de septiembre de 2017

EL DIABLO


- Silvio - (por decir cualquier nombre) - éntrate para la casa, te tengo muy dicho que no te me relaciones con esos diablos -, se escuchaba la socarrona voz de una mamá tras asomar su cabeza por el postigo de la ventana y acto seguido volviendo a esconderla como hace una tortuga en su caparazón.

Afuera su hijo departía con el diablo. Que gusto haber sido ese muchachito que tuvo el privilegio de jugar con semejante personaje, los juegos en la calle a lo sumo eran capar cometas, jugar al arroyuelo con un trompo, quemar papeletas, jugar a los protagonistas de las películas vistas en el cinema del pueblo, chutar pelota y como en las calles estaba prohibida la diversión, había que ir a las mangas cercanas a pasar las tardes, unas veces al plan de Juan de dios, o a la manga de los Rendón o a la cancha del volga.

En aquellos tiempos habían ciertas variables como ir al río a bañarse y de regreso traer guayabas, pescar briolas en las quebradas, apostar carreras, las niñas jugaban mamacita con ollitas de plástico y tacitas de peltre, y los niños más audaces al tintín corre corre.

Pero jugar con el diablo, pocos se dieron ese gusto. El diablo era otro niño, de lo más común, de tez morena, zanquilargo, de buenos modales, este diablito no era más diablo por viejo, sino por inquieto, coleccionaba atardeceres, él no elevaba cometas, se elevaba en las cometas pues les ponía fragmentos de sus sueños, eran las más raras y exóticas de la cuadra, también fabricaba pirinolas con cera y las adornaba con chochos; este diablito carajito poseía un estrépito de inquietud en sus modales, era obediente, pero hacía lo que le daba la gana, honraba a padre y madre a la vez que fabricaba para sí una honradez inherente solo a su sueño, ser dueño de sí mismo.

Un hermano mayor porque el diablo no está solo en la vida, y familia tiene, le había enseñado la alquimia de transformar el barro, dicen que este diablo moldeaba figuras con arcilla, esos eran sus juguetes, que también terminaban adornando repisas y pesebres.  Hacer hombrecillos con barro es un pasatiempo milenario, hasta algún dios por ahí le dio por lo mismo y su creación le cogió ventaja y todavía sigue por ahí haciendo de las suyas, este diablo fue más cuidadoso dejó inmóviles sus creaciones, como debe ser.

Algunos niños hicieron caso omiso a sus madres y se hicieron muy amiguitos del diablo, así que se dedicaron a hacer diabluras, fue la mejor niñez que pudieron tener, conocieron de sus pueblos más que sus calles, se adentraron en los portales que la imaginación les abría y viajaban por tiempos sin tiempo en otros mundos sin pasarse de la cuadra, trascendieron los universos que reinan tras las ventanas, debajo de los sótanos, escudriñaron las montañas, atisbaron duendes, domaron los vientos con cometas de colores, exploraron los matices de la tarde y pintaron la tristeza de azul y la alegría de amarillo, el diablo era un artista de la felicidad de ser niño y toda ocurrencia era una fiesta

El diablo creció y fue llamado de otra manera, León (por no decir cualquier nombre) y se volvió un diablo hecho y derecho, justo, honrado, honorable, de una vida impecable, un diablo silencioso pero no taimado, supo poner en cintura y con vehemente actitud a quien se le pasara de la raya, quizás por eso aunque ya no es el diablo, cierto sino de desprecio social le sigue acompañando.

En el primer piso del edificio donde vivo en la ciudad, reside un señor muy simpático, el mismo se define como el abuelo – Hola soy el abuelo mucho gusto -, me saluda de repente cuando estoy atravesando la portería - oíste ¿vos quién sos que andas siempre con una guitarra y una muchacha bonita al lado? -, halagado le respondo que simplemente soy Andrés Restrepo, - yo soy también Restrepo, y ¿serás de Jericó? - tras mi respuesta positiva agregó - de niño viví en ese pueblo y mi mejor amigo fue el diablo si algún día lo ve dígale que saludos de Chuma (pongámosle Bernardo para ser justos), dígale también que un amigo como el nunca más tuve y que los mejores recuerdos siguen correteando las calles del pueblo donde fui un niño feliz -.

La última vez que estuve en el pueblo me encontré al diablo, andaba en su paseo matutino, me contó que estaba cumpliendo años, ya andaba en los noventa menos cinco, pero no los revela, parece de ochenta y cinco, se ve estupendo.

A su edad nunca fue rey del infierno ¿quién puede ser rey si está en el infierno? La vida de este diablo como la de cualquier hombrecito hecho de barro, ha sido de cal y de arena (por seguirle la fábula al material de esta construcción). En esta aldea tan santa hacerle un sano homenaje al diablo se me antoja justo, este diablo tiene en su cabeza la historia de su pueblo y de su gente, sabe quién es quién, los sabe a todos de memoria, él es más institución que cualquiera de las que se pregonan memorables, cívicas e inmarcesibles, es más culto y más sabio que los que figuran en los anaqueles de la historia oficial, de un exquisito gusto por la música, excelente conversador, este diablo es la memoria viva de todo eso que somos y no sabemos, de todo eso que sabemos y no somos.

Quisiera yo de niño haber sido su amigo, eso sí, me queda decir con orgullo que soy sobrino del diablo.


CARLOS ANDRES RESTREPO ESPINOSA

LA VIDA EN ROSA

- ¿Cómo le parece pues la propaganda que nos montaron aquí? - Me dijo el burro carretillero del pueblo mientras señalaba con sus labios en f...