martes, 30 de octubre de 2018

A GABRIELA LE GUSTA DORMIR EN EL BUS


En las vacaciones de mitad de año fui a Europa, un amigo que vive en Alemania me había hecho extensiva la invitación un par de años atrás, no le presté mucha atención ya que pensé era un asunto protocolario, propio de un saludo retorico que se tiene en un encuentro casual, pero insistió lo suficiente para que me animara y cruzara el charco, así que me embarque al viejo mundo con mi mirada nueva, una maleta pequeña con dos mudas de ropa, un kilo de café y un paquete de bombones de coco.

El vuelo tenía escala de ocho horas en Madrid y luego continuaría hasta Düsseldorf Alemania por dos horas y media más, que se sumarían a las diez del primer tramo, para no querer estar sentado por un buen tiempo después del arribo.  Nunca he podido dormir mientras viajo, la sensación es similar a la de leer y escuchar música, no se pueden hacer las dos al mismo tiempo; durante el viaje me entrego a los pensamientos, imagino como viene mi maleta, si se hizo amiga de otras maletas en la bodega, imagino su posición, busco a la azafata mas linda y fantaseo cualquier cosa de hombre grande, incluyo entre los pensamientos una eventual imagen del avión cayendo en picada y yo recitando un poema de Amado Nervo, estos devaneos pasan mientras veo dormir plenamente a la persona que llevo al lado, duerme con una entrega tal que su cuerpo parece levitar, mientras su cabeza se apoya en mi hombro, respiro profundo, intento cambiar de posición para  mover el hombro y despertarla, pero en su lugar se recarga más sobre mi y lo que consigo es que entreabra su boca mientras espantado advierto un hilo de saliva que corre rumbo a mi camisa nueva, el espanto me paraliza, con horror y nausea empiezo a sentir en mi brazo la cálida humedad de su baba acumulada, el desparpajo de su sueño vuelto una marea gelatinosa que va formando el mapa de un continente nuevo en la manga de mi de repente envejecida y devaluada camisa.

Para colmo me ubicaron en una silla de la mitad, por el flanco derecho franqueado por la dama de la baba siniestra y por el izquierdo por un gentil caballero de panza irreductible que sobresale sobre el apoya brazos, asunto que hizo de mi vida un acto de mortificación, todo un viaje a la purificación, por momentos cerraba los ojos y vislumbraba con entusiasmo al avión caer en beatifica picada.

Las ocho horas de escala me permitieron recuperar la fe en el prójimo y recuperar la horma de mi espalda, faltaba poco para llegar, durante la espera tuve tiempo de enamorarme a distancia de una joven mujer, el rostro mas hermoso que había visto antes, el velo que cubría su cabello, resaltaba sus ojos, sus pómulos perfectos tenían un color parecido a los duraznos de sangre del huerto de mi casa natal, su aspecto era frágil y al mismo tiempo seguro, advertí que no solo yo era incapaz de dejar de mirarla, todos en la sala lo hacían abismados, hasta las mujeres no podían dejar de hacerlo, poseía una belleza embriagadora, te atrapaba como una flor carnívora a la mosca. ¿Cual sería mi sorpresa cuando al abordar el avión me encontré que esta mujer sería mi compañera de viaje? Al llegar estaba hablando en una lengua extraña con otra mujer, yo le sonreí en español y ella correspondió, mi puesto era el de la ventana, encogió sus pies, pasé tan cerca de su rostro como lo hace el cometa Halley cada tanto de la tierra, su mirada me encegueció, sus labios carnosos parecían la pulpa de una fruta exótica, mi mano pasó rozando su delicado velo de terciopelo, solo un instante después de aquella vislumbre, despertó el sentido del olfato y emanó de aquella criatura el olor mas pestilente que mi profana nariz había percibido en su vida, con rapidez logré sentarme en mi puesto, sin saber si ponerme el cinturón de seguridad o romper la ventanilla y arrojarme desde allí, no podía creer que la belleza tuviera semejante olor, eso no es normal, me decía mientras aguantaba la respiración y trataba de direccionar el tubito del aire que sobre mi cabeza en lugar de refrescar lo que hacia era esparcir aquel olor innombrable por toda la nave, al parecer el único alarmado era yo, así que enderecé mi cuello, asumí la compostura de un hombre de mundo, giré la cabeza, ella me estaba mirando, me dijo Hola en perfecto español, le dije hola, y no paró de hablar hasta que llegamos al destino, yo con delicados movimientos tomé la bolsita de papel encerado que ponen en el asiento delantero en caso de mareo, la apretaba cada tanto, le advertí discreto que desde niño me mareaba con facilidad, ella asintió con la cabeza, cada movimiento suyo venia acompañado de una emanación de aquel hedor cada vez mas nauseabundo, creo que me desmaye por un buen rato, no estoy seguro, lo cierto es que al final dejé de percibir su peculiar aroma, entre en otro nivel de conciencia.

Ya en tierra entendí que lo del aroma es normal, el Europeo huele a las tres ultimas letras de la palabra, no todos, creo, pero la mayoría sí, quizás es el verano o la alimentación o la escasa higiene, que se yo, allá ellos, lo cierto es que en el tren, en el metro, en el tranvía en el bus, en el avión, en la acera, en el museo, en el teatro, huele a Europeo, por momentos se hacia tan insoportable que sentía que era yo mismo el que olía así, tal vez por un momento llegué a ser un ciudadano del primer mundo.

El remate del periplo fue en bus, un recorrido de Berlín a Duisburg en Renania del Norte, salí a las diez y cuarenta y cinco de la noche, viajaba con mi amigo, nos toco separados, yo en la ventanilla y el en el pasillo, sillas distintas pero en la misma hilera, al iniciar el recorrido, los dos veníamos con le puesto del lado libre, yo me quedé dormido, el también, en la siguiente parada entreabro el ojo izquierdo,  veo a una mujer de tez morena, inmensa, hecha de un solo bloque, que se empieza a acomodar con dificultad a mi lado, luego de un gran esfuerzo lo consigue, su magnifico cuerpo se expande varios centímetros mas allá de su puesto e invade mi espacio, yo cierro el ojo, respiro profundo me contraigo.  Del otro lado mi compañero de viaje se despierta mira en dirección donde me vio por última vez y se alarma al ver en mi lugar a la mujer que ya describí, pero que la llamará en elegante italiano: Donna Grassa, se levanta, y no me ve, sale del bus para verificar que no me haya bajado por error, revisa el baño, preocupado vuelve al puesto, se sube en un escalón, se empina y en medio de una carcajada que despierta a los otros pasajeros descubre mi cuerpo recogido contra la ventanilla, encorvado haciendo uso del poco espacio que la mujer deja para mi, regresa al puesto y cada tanto mira a la mujer y sonríe, el puesto a su lado nunca es ocupado.

El viaje durará nueve horas, vienen a mi mente los compañeros del vuelo inicial, la joven del velo, las situaciones de viaje por las que he pasado y decido  no seguir encogido, así que tomo aire, me expando, salgo de mi rincón y saco provecho del tamaño y lo mullida de mi compañera de viaje y dejándome caer con grácil levedad, la convierto en mi colchón y allí me quedo hasta llegar a mi destino en el viaje mas confortable que hago en toda mi gira.  ¿Ella que dijo cuando usted se le echó encima? me preguntó mi amigo y le dije que ella se comportó como toda una dama, había guardado un complaciente silencio en un perfecto español.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

martes, 23 de octubre de 2018

DE CAMINADAS LARGAS, HELADO Y AVEMARIAS


En Moers la ciudad más grande en el distrito de Wesel, en Renania del Norte-Westfalia, Alemania, trabaja un amigo mío en una misión Italiana. Cuando yo era niño le escuchaba su prédica, al momento del sermón salía del altar y descendía las escalas y se ubicaba cerca a la feligresía, su discurso era cercano como su presencia, luego dejé de verlo, supe al cabo del  tiempo que andaba en Italia, veintidós años después volvimos a encontrarnos y me invitó a visitarlo en Alemania, su nuevo lugar de labores, así es que tomé un avión y allá me le aparecí. Me esperó en el Aeropuerto de Düsseldorf con dos amigos más, los tres hablando italiano aunque uno de ellos es colombiano y los otros dos Alemanes, hijos de inmigrantes de Italia; yo, ni italiano, ni alemán, pero animado por el deseo de aprender me dejé llevar por la idea de que les entendía perfectamente, cancelé el español y me dediqué a balbucir una particular forma de parlar la lengua de los papas.
Por obstinación o exceso de confianza me dejé llevar por esta idea y entablé complejas e interesantes conversaciones en las que mi única intervención era: molto bene, grazie, y oh lalá. Muchas palabras del italiano se parecen a las del español, pero no todas significan lo mismo, falsos amigos rondan por ahí, lo que me llevó a tener dos interesantes situaciones que se me  antoja narrar, la primera divertida, la segunda no tanto, diría que me arrimó a los instantes mas caóticos de mi vida como músico, pero no me adelanto mas y sigo en el orden prometido.
Mi anfitrión me presentó con su comunidad, y en una misa muy familiar me pidieron cantar algo a la virgen, lo primero que me vino a la mente fue Santa María del Camino, me entregaron una guitarra y me entoné, que sorpresa me llevé cuando todos se unieron a mi voz, ellos en su respectiva lengua y yo en la mía, al terminar aplausos, besos y felicitaciones. Alessandra una médica que apoya la misión, se acercó y me sugirió acompañarlos al día siguiente a Holanda y si era de mi gusto cantar en otra misa para que repitiera mi presentación, así es que acepté gustoso y al día siguiente me madrugué, mi interés en conocer y aprovechar el viaje no me impedía escuchar una misa más. Participé del acto religioso con más curiosidad que fervor y al final saqué a relucir de nuevo Santa María del Camino, el último éxito de los cañonazos religiosos que conocía.
Terminada la ceremonia, se hizo una reunión donde todos los participantes ofrecieron algo de comida y al final en un acto deferente hacia mí, me dijeron que si quería gelato o paseggiata, gelato es el helado italiano y ya lo había probado en varias oportunidades, mi apetito se incrementa  cuando estoy en un lugar nuevo, así que elegí lo segundo pensando que era un postre más grande o más elaborado. Mis anfitriones asintieron, nos levantamos y empezamos a caminar, supuse que nos dirigiríamos al lugar donde vendían la paseggiata, ya me la imaginaba yo como una especie de torta de helado con muchos chips de chocolate. El grupo avanzaba y cada que pasábamos por un lugar de dulces mi corazón se abría y decía - Aquí es, ¡llegamos! -, pero no, el grupo continuaba el recorrido sin detenerse, yo no entendía porque habían elegido un lugar tan lejano para el postre, después de una hora de camino y de pasar de largo por varias pasticcerie  (pastelerías), pregunté a uno de los acompañantes el porque de tan larga caminata, y con fatiga y mal humor me respondió que estábamos haciendo lo que ya había pedido, que yo había sido el gracioso que había pedido una caminada en lugar de helado.
Durante la paseggiata que se hizo casi de dos horas, en un recorrido en el que al final cuando todos entendieron el chiste decidieron invitarme a un tiramisú como premio de consolación, uno de mis nuevos amigos me invitó a una fiesta que haría veinte días después para celebrar los cincuenta años de casados de sus padres y que si cantaba para ellos la canción de la virgen María, yo acepté, y el tema quedó allí.
Veinte días después me estaban recordando la invitación pero yo me desentendí por completo de su segunda parte, toda la vida he sido invitado a reuniones, comidas y fiestas con la condición de que lleve la guitarra, en Alemania pensé que me salvaría del sino que me ha acompañado toda la vida, pero no fue así. El lugar donde se celebró la ceremonia fue la catedral de St Peter en Duisburg Rheinhausen, un templo menor pero con una arquitectura gótica digna de una catedral de capital. Llegué con ropa prestada para la ocasión, generalmente cuando viajo no cargo el esmoquin ni mi colección de zapatos de charol por cuestiones de espacio en la maleta, entré muy tieso y muy majo arrastrando la bota del pantalón y con las mangas de la camisa dobladas para que no me cubrieran hasta la segunda falange de mis dedos. Estaba buscando asiento en un lugar discreto en las bancas de atrás junto a una pila de agua bendita, cuando me agarra una señora y llevándome a rastras me ubica al lado del altar junto a un órgano tubular que parecía un dragón sonriendo, y me da una instrucción en puro alemán, en el alemán mas puro, contúndete y breve que había escuchado en mi vida, levanté la mirada para buscar a mi traductora que se encontraba en la primera hilera, en un segundo estaba a mi lado repitiendo en italiano lo que yo no había entendido en alemán; debo recordar que esto que ahora escribo en español me estaba ocurriendo en estas dos lenguas, no me explico como sobreviví, me ayudaron mucho los gestos y las palabras que me inventaba mezclar de pavor, ingles francés e italiano, de todas no armaba ni media.
 Al final logré entender la instrucción, debía pararme allí y cuando el sacerdote lo indicara entonaría el Ave María de Schubert.  Se me enfrió todo, el único Ave María que me sabia era el de Leonardo Fabio, les dije que no me la sabia que les cantaba con mucho gusto Santa María del Camino y de nuevo tronó una voz en alemán, - cante el Ave María y no es una opción -; insistí en zafarme de aquella situación diciendo que no era organista y que tampoco tenia guitarra, no había terminado de decirlo cuando un joven estaba subiendo al altar con una guitarra blanca que parecía un bizcocho de novia, respiré profundo, de lo alto del templo una luz lánguida atravesó un rosetón e iluminó el rostro de un ángel de piedra que juro me guiñó el ojo, lo ignoré y continué con mis lamentos: - pero es que no se me la letra, ni recuerdo bien la melodía-, y al segundo me habían instalado una tableta en su respectivo atril y con conexión a internet, no tenia escapatoria, la ceremonia empezó y yo solo tenia temblor en las manos y un templo repleto de italianos calabreses que miraban fijamente, por el susto olvidé la melodía de la canción y solo pensaba en la de Leonardo Fabio y en esa otra de los chicos: …ayúdame, ave María, ave María…
El sermón avanzaba, me tape un oído y mentalmente trataba de recordar la melodía, al final logré superponer la voz imaginada de Andrea Bocheli sobre mi confusa mente, a pocos minutos antes de que el cura me diera la entrada tengo la idea de que perdí el conocimiento, cuando reaccioné toda la feligresía en silencio me miraba con expectativa. Cerré los ojos, mi mano izquierda hizo la posición de sol mayor y la derecha empezó a hacer un arpegio de seis notas, de repente mi voz se abrió paso en aquel templo entonando el Ave María, no lo podía creer estaba cantando en Europa, en una catedral gótica mi voz reverberaba de forma celestial, me habitaba una extraña fuerza, no era yo quien cantaba, alguien mas poderoso lo hacia a través de mi, era aquello toda una experiencia mística, no supe cuando terminé para ese momento estaba en otro plano, lo terrestre ya no era lo mío. Volví en si con el estruendoso aplauso que cundió en el templo como aleteos de aves ante la supremacía del vuelo de la mayor de todas.
Esa misma tarde me compartieron el registro de video hecho en varios ángulos y se alcanzaba a ver como me habían salido alas mientras cantaba, eso pasa cuando el diablo hace ostias.

CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA

MIRAR DE FRENTE

  -No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, ...