miércoles, 29 de marzo de 2023
sábado, 18 de marzo de 2023
lunes, 13 de marzo de 2023
LUISA CAMINA PEGADA A LAS PAREDES
Un golpe de calor le sonrojó las mejillas, le sobrevino la ira, sintió un leve mareo y la luz que dejaba ver todo a su alrededor como si alguien hubiese movido un interruptor se apagó y nunca más volvió a ver.
Como es sano reaccionar en estos
casos, se palpó la cara con las manos para comprobar si seguía presente, es
propio del ciego repentino pensar que se desaparece como las cosas alrededor. Sus
dedos recorrieron la cara, el pecho y descendieron hasta las amplias caderas
comprobando con sigilo que todo seguía en su respectivo lugar, pero no lo veía,
Luisa en aquél momento angustiante, se dio el lujo de reflexionar - Ahora
entiendo la diferencia entre ser y estar, para mis manos estoy, pero para mis
ojos dejé de ser -.
Tanteando con las manos en medio
de la oscuridad que lo impregna todo, se levanta de la cama y busca la pared
para guiarse hasta la cocina, una mujer ciega también tiene sus necesidades y
una de ellas es el café matutino y dada la tiniebla, nada mejor que un café
oscuro para entrar en confianza.
Parece que Luisa nació para ser
ciega, con pericia resuelve los asuntos domésticos, lava, barre, dobla, sacude,
cocina, no hay verbo que corresponda al orden natural de su casa que se le
escape de conjugar en primera persona. Luisa vive sola y eso hace su ceguera
más íntima.
Tanteando, descubre un nuevo
mundo de formas que se va creando a su alrededor al hacer contacto con sus
dedos que se han vuelto más delgados, largos y sensibles.
A pesar de su ceño fruncido, que
ya era así antes de quedarse ciega y del timbre de su voz que ofrece hasta en
el más amable saludo un tono de regaño, Luisa es una mujer sociable, así es que
decide un día salir a recorrer el pueblo, llega hasta la puerta de su casa
pegada de la pared, atraviesa el dintel de madera, saca la gruesa llave de
hierro del ojo de la chapa que es el
único al que en esa casa le entra la luz, guarda la llave en la pretina de su
vestido de flores como suelen llevar los pistoleros su arma y pegada a la pared
empieza su paseo.
La casa de Luisa está ubicada en
una zona periférica, vive en una especie de arriendo solidario, un pago
simbólico a una sociedad de beneficencia le permite vivir de manera digna,
hasta el día en que se muera o de repente se vuelva una mujer adinerada y deba
salir del lugar para dar paso a otra persona viva o más necesitada. En su
pesimismo sabe qué de allí saldrá entre cuatro tablas, porque a los pobres lo
único que les llega de repente es la notificación anual de su pobreza o en su
caso una ceguera repentina.
Pero volvamos al paseo. Luisa
pegada a la pared avanza por el andén de su casa, las paredes con telarañas le
son familiares, el bahareque ofrece una textura amigable y cálida, sus dedos
van quedando impregnados de cal, es su hogar sentido desde afuera, pero al
pasar a la siguiente casa siente un sorpresivo cambio de temperatura, un
escalofrío le recorre la piel al tiempo en que un tufillo nauseabundo se le
cuela por su celebérrima nariz, ocurre que cuando el ojo deja de atisbar, los
dedos, la nariz y el oído agudizan en profundidad sus sentidos y Luisa descubre
al contacto con las paredes de cada una de las casas, los asuntos que se cuecen
en sus cocinas, las mañas que se urden en sus camas, los secretos que se
guardan detrás de las paredes.
Luisa que no ve, pegada a las
paredes, lo sabe todo sin verlo, porque en ocasiones incluso para los que ven,
la realidad se escamotea y de tan evidente pasa desapercibida.
La primera vez que la vi caminar
pegada de las paredes me llamó la atención, confieso que sonreí al ver sus
ademanes, la manera en que sus brazos se prolongaban sobre la pared buscando
las comisuras, salientes de ventanas o picaportes para guiarse, se desplazaba
de lado porque al mismo tiempo pegaba la oreja, si alguna vez fue cierto que
las paredes tenían oídos fue en esta oportunidad. Daba unas zancadas contundentes y sus rodillas
se asomaban debajo de su vestido de señora. A pesar de la seguridad que el
tacto, el oído y la nariz le habían otorgado, siempre tuvo un obstáculo y es
que producto de la mala gestión de la planeación arquitectónica del pueblo a
cargo de los pésimos funcionarios, que a lo largo de la historia habían ocupado
el cargo, los andenes del pueblo presentaban una discontinuidad que parecen La
Cordillera de los Andes, así es que Luisa tropieza y trastabilla dando unos
alaridos que alertan a algún transeúnte que salta en su auxilio, pero en muchas
ocasiones cae al piso bajo la amorosa indiferencia de los demás transeúntes.
Luisa conoció la vida íntima de
todos los habitantes del pueblo, se cargó con sus miserias, contuvo en su
corazón infinidad de emociones, se congestionó con la maledicencia de unos, se
contrarió con las incoherencias de otros. No es sencillo de repente ser el portador de
los secretos de tantas almas, experimentaba el poder de la omnipresencia, era
portadora de todas las pasiones humanas y a cambio, sólo tenía soledad y una
ceguera que le permitía entender con claridad la hechura de la que estaban amasados
sus semejantes. Luisa era como un Dios que todo lo sabe sin verlo, pero que
está presente y no hace nada porque no es su deber, su deber es caminar pegada
de las paredes.
Un día de repente sus ojos se
llenaron de luz, como si alguien hubiese encendido un interruptor, el mundo y
sus formas regresaron, pero ya había visto tanto que decidió seguir haciéndose
la de la vista gorda.
Todos los días sale al pueblo a
caminar, ya no lo hace pegada de las paredes se apoya en un bastón, camina
silente, no se detiene a conversar con nadie. Pasa a mi lado, la saludo con un ¿Hola Luisa
cómo estás? y siguiendo de largo responde - Mejor qué usted -.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
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