lunes, 15 de noviembre de 2021

NI CULTOS NI FERVOROSOS NI CIVICOS

 

Lucidia Libia, Mira y Amalia se fueron haciendo invisibles con el paso del tiempo, antes de ellas lo hicieron sus padres por manías varías: la muerte, el olvido y el desplazamiento. Por un don que poseo, yo puedo verlas. Son las pocas boyacenses que quedan del Boyacá que fue mi segundo hogar. Y después me preguntan que por qué salí carranguero y no un músico decente de ésos que tocan música de Viena, pues ahí tienen, yo toco música de Viena, de biena'dentro de Boyacá.

Además de mi capacidad para ver gente invisible, que no son solo estás cuatro mujeres, permítanme decirles, son muchos; incluso hay unos tan cándidos que no se han percatado que ya nadie los ve, pero yo sí, unos son gentes muy buenas, me da tristeza su difuminación, y también los hay que no son tan buenos, se dan muchas ínfulas y no se han dado cuenta de que cada día el escribano de la historia pasa la goma de su lápiz, primero sobre sus cabezas arrasando con la memoria, luego sobre su pecho eliminando los afectos y finalmente los pies borrando los pasos que para bien o para mal dieron. Se lo merecen, cada quien inventa la manera de volverse olvido o de quedarse sólo.

Les decía que además de mi capacidad para ver gente invisible, también tengo la facultad de ver lo que nadie ve, aunque brille a plena luz del día. Ese no es un don de nacimiento, es una facultad que me llegó de mis maestros los libros y de mis andanzas, porque eso sí, me ha gustado ser pati-contento y no me quedé sólo en Boyacá o en el Faro, fíjese que me la he pasado por ahí preguntando, aprendiendo y dándome la oportunidad de tener otros referentes. 

Como muchos de aquí, crecí creyendo que estaba en el pueblo más culto de América, en la Atenas del Suroeste, estiraba el guache dándomelas de haber nacido en el mejor pueblo de este lado de la galaxia, pero -y aquí viene la manifestación de mi otra facultad- me di cuenta hace tiempo que aquí no somos ni cultos, ni fervorosos, ni cautos, ni amorosos, ni lúcidos, ni creativos, mucho menos cívicos y no sigo porque no me alcanza el papel de esta columna, que se escribe en un periódico que incomoda y que dudo que la lean, porque entra en la lista de las cosas invisibles.

Deja mucho qué desear una sociedad que habla mucho de su cultura, que se alza sobre sí misma con oriflamas para glorificar sus oropeles del pasado y solo tiene una semana para la cultura del presente, con unos eventos básicos más ocupados en mostrar resultados políticos que procesos de formación artística. ¿Y el público? escasamente los padres de familia orgullosos y algún transeúnte desprogramado, y los artistas agradeciendo a la organización del evento por la oportunidad de presentarse, ¡qué horror tanta zalema! ¿habráse visto semejante disparate?. La cultura es libre y autónoma y aquí sirve para hacer una semana de eventos de regular calidad, cuyo resultado no repercute en la calidad de vida de los lugareños porque no hay un mensaje de fondo, no hay un concepto, no busca una formación de público.  Una fugaz cultura del entretenimiento, vacía, opacada por la vanidad de la gestión que merece más tributo y aplauso que el resultado social.

Pero no todo está perdido. Unos metros más allá de la incipiente manifestación artística, un grupo apeñuscado frente a un televisor grita gol y la dinámica de la cultura popular devuelve la gracia a la insustancial noche, de las cantinas salen estridentes voces haciendo apología al narcotráfico, una adolescente pasa contoneándose exhibiendo su pecho con donaire, un chico con la gorra de béisbol calada hasta la nariz la recoge en una moto y se alejan dejando una columna de humo de cannabis, como se aleja un tren en ciertas estampas que he visto.

Las manifestaciones populares que niegan los señores cultos son más eficientes y nos definen sin miramientos ni subjetividades. Somos perreo.




Solo me ocuparé del fervor en segunda opinión. Yo no soy una persona proclive a las prácticas de la iglesia, si me ven en misa es porque estoy cantando, no he vestido santos, ni aspiro a hacerlo, no me han ungido con el crisma de la pureza, yo no como cuento, pero me gusta creer, yo soy como una colcha de retazos hecha de varias creencias. Imagínense, veo a personas invisibles y también otros asuntos, por ejemplo veo que es el único pueblo que se da el lujo de tener la única santa del país y ni le va ni le viene, hay más fervor en una subida a elevar cometas o en una rumba donde “Mechas”, que en el día clásico de la Santa.

Eso si, todo hay que reconocerlo, para hacer negocio con su santo nombre no hemos perdido el tiempo, más Laureanistas que Lauristas, el fervor al billete tiene devotos por todas partes. Yo porque no tengo espíritu de negociante, sino ya habría puesto una tienda de productos naturales basados en extractos de plantas medicinales de los indígenas, la llamaría “La botica de Laura” y vendería la ortiga que pringa y cura los males de carne, hueso y alma. Conste que ya lo dije y si alguien se adelanta en mi propuesta, tiene que partir ganancias conmigo, porque estas palabras valen su irreverencia en oro y tienen valor de compraventa, o créen que no he aprendido nada de mis mayores.

Un pueblo que se da ínfulas de tener más de quince templos en el área urbana deja mucho qué desear. Algo debe estar tratando de ocultar y la cultura popular es tan honesta que va dejando las pistas de lo que somos, pese a todo lo que se esmeran en ocultar tras los agenciamientos de la vida cotidiana.

Lo de incautos, poco amorosos, en nada lúcidos, y ni pizca de creativos, se los dejo bailando en l’uña. A lo mejor, quién quita, haya por ahí más gente que puede ver lo que yo no.

 

Carlos Andrés Restrepo E

martes, 12 de octubre de 2021

HACERSE EL MUERTO

 



En ocasiones es mejor hacerse el muerto, luchar contra todo no tiene sentido.  Enfrentar la sombra es el camino asegura Jung, que no es lo mismo la desolación que la soledad, estar solo es estar lleno de uno mismo promete Osho.  Nos educaron mal, el amor no tiene sentido, querer, desear y amar no son mas que las manifestaciones de una persona inmadura e insegura de sí, dice muy campante el señor Riso, que el que ama incondicionalmente fue que de niño no recibió atención y ahora la busca en la entrega total a su amada o amado, dice en vos alta y casi regañando el magnánimo Jodorowsky. Que hay que superar las adicciones emocionales y borrar la programación producto de la mala educación familiar que repite patrones generación tras generación y retornar al diseño original, se copian y parafrasean influenciadores y youtubers, con tal convicción que parecen recitando un credo.

A mis cuarenta y tantos tacos, me tocó enfrentar una pena de amor, ¡que pereza!, con lo despejado y acaramelado que estaba, no se lo deseo a nadie, es una situación muy bochornosa, pasas de tenerlo todo a experimentar el vacío absoluto y eso es mucho que decir porque nadie puede experimentar el vacío y seguir vivo para seguirse hundiendo en la depresión, pero, exagerar las cosas es uno de los componentes del estado del duelo, sentirnos victimas es excitante y como ya no está la novia para tranquilizarnos en sus brazos entonces armamos las narrativas necesarias para descargar todo nuestro desconsuelo en parientes y amigos que a la vez avivan su interés morboso preguntando o haciendo conjeturas, porque despierta un particular afrodisiaco escuchar las penurias de amor ajenas.

Ahí estaba yo, llorando, moqueando, haciendo muecas ante el espejo, preguntándome hasta cuando esa desdicha, ¿por qué me pasó a mí?, si lo di todo, si soy tan buen partido, todavía con la dentadura en condiciones idóneas para echarle a la muela suculentas viandas y la esperma urgente y roja la sangre, como canta Víctor Heredia, ¿por qué me hicieron a un lado del camino?  Al elegir ser la víctima, es más sencillo culpar al otro y de repente los reproches y los reparos se vuelcan sobre el comportamiento de la otra parte y eso es muy agobiante, que agotamiento, que desplome de energía implica culpar y buscar explicaciones.

Mi noción de amor me llegó en los discos, nadie me enseñó a amar, por eso no tendría porque responsabilizar a nadie de mis fracasos o aciertos en el amor, si es que se les puede llamar así, pero siendo honesto a quién se le ocurre cantar: “Yo no nací para amar, nadie nació para mí, yo solo fui un loco soñador no más.” En términos terapéuticos ni las canciones, ni la poesía es mucho lo que ayudan a salir de las tinieblas. Caí como cualquier mortal en la necedad de buscar respuesta en todo, me leí el tarot, conversé con un terapeuta, salí de viaje, consulté con la almohada, pase noches en vela, llamé a los amigos que había abandonado por concentrarme en mi pareja, invité a salir a una desconocida, me provoqué quemaduras innecesarias de tercer grado y como mi forma de amar la aprendí en los discos, deje de escuchar música, en cada canción no advertía más que un síntoma alarmante de la deplorable salud mental del compositor, en fin, con tanto ruido en la cabeza todas las decisiones que iba tomando eran motivadas por los consejos que los demás me daban, de repente todos son terapeutas, sanadores, sabios prominentes que tienen la fórmula mágica para superar la situación: no la llame, bloquee el contacto, cambie de cerradura, si es posible de casa, de ciudad, de país, no visite los lugares que acostumbraban juntos, no piense, no suspire, no llore, no coma, abrace la tristeza, tome agua de apio, sóbese con mejorana el pecho, duerma con los pies hacia la cabecera de la cama. Al final ocurrió la epifanía, NO SIRVE NADA, mi único remedio fue tomar agüita para no deshidratarme y empoderarme de la energía de mis emociones y seguir llorando hasta hacer corriente con las lágrimas.

No recuperé a la persona de mis anhelos, ni el apetito, ni el entusiasmo.  El amor no caduca, pero las relaciones sí, cuando alguien se va nos deja el espacio para que llegue otra persona y esa renovación es hermosa, así es la vida.  Por lo pronto desconfío de tanto gurú del amor, después de perderme en la idea de que tenía que encontrarme, de repente tomé conciencia de que lo que me sucedía era normal, y nada extraordinario, todos han pasado por lo mismo, la vida está tejida por historias de amor rotas y hay cosas más relevantes de las que ocuparse, tuve otra mirada de mi propio ser, mi forma de pensar se transformó, todavía no entiendo muy bien lo que estoy diciendo, pero me siento tranquilo con la sensación al decirlo, decidí hacerme el muerto, la idea me llegó de un personaje de Murakami, el señor Honda, en la novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, “no se debe oponer resistencia a la corriente” hay que ir con ella, si nos oponemos a su curso, todo se seca y el mundo se ve envuelto por las tinieblas, ¿y si no hay corriente?, hay que esperar y lo mejor es hacernos los muertos, solo así podremos flotar cuando esta llegue.

 

 Carlos Andrés Restrepo Espinosa

 

lunes, 6 de septiembre de 2021

RITUALES

 La pradera de tus muslos dónde tamborileo con mis dedos ritmos africanos


Tú sexo redondo cómo ostia.


Un corazón de papel repleto con palabras de dos corazónes.


Las pastas con uchuvas en fuego lento que te esperan.


la miel de abejas de las flores de un poema.


Tú boca enredada en mi beso


tú beso enraizado en mís labios.


las veintemil lenguas de mi viaje submarino.


tu si,  pausado e imperceptible.


Cuando vuelves a decir sí y me conmuevo.


la ceremonía del café.


la Tabula Rasa del evangelio de mis  placeres


el grito de una calavera aturdiendo a Vivaldi.


la visita de una amiga advenediza


el bálsamo de tus caricias.


Un te quiero susurrado.


El torbellino de mis sábanas qué siempre te  despeina.


la luz roja del semáforo qué siempre está a nuestro favor.


Un buenos días a las dos de la mañana.


mis nudos y tus desnudos.


La palma de tu mano acunando mi cara.


El corazón de trapo que venera tu gato.


mi olor en tu cuarto qué nunca he visitado.


tu olor en mi cuerpo qué tanto has recorrido.


Rituales, rituales qué nos ordenan la vida.

sábado, 31 de julio de 2021

RESUMIENDO

Te tocó un poquitico de mi,

En buena hora te topé en mi camino,

Te tocó una vislumbre,

Un  roce, el breve aliento de un único beso.

Te acaricié en mi peor momento y resultó ser el mejor.

Te tocó el arribo, la dejación, el hormigueo.

Te correspondió el último taco y vaya que hicimos ruido,
 
desde entonces nadie duerme, ni tus padres, ni tu novio ni mi olvido.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa



 

miércoles, 23 de junio de 2021

DECALOGO DEL BIEN-VEN-IDO

 

I

Jugando al anti poeta.

Tu boca pequeña se enciende en mí beso,

por solidaridad mi sabia sana la aridez de tus labios.

Mi historia te sigue buscando desde la madrugada

en qué te fuiste cuando el sol estaba por salir.

Tu boca inquieta me sigue besando
Y éste mundo se acaba,
fue un único presente y aunque con Nicanor brindé por el mañana,

siempre supe que es lo que menos ofrecías.

Tu boca imaginada borró la que dibujé sobre tu boca ajena para que mí beso fuera exclusivo y ya vez el hombrecito imaginario fui yo.

Fijé tu nombre en mis labios
Y no hay lugar en qué mis palabras no te encuentren.

 

II

¿Qué?

Me miras detenidamente
Con la profundidad de los que por vez primera miran el mar.
Me miras y provocas oleadas de ardor en mí plexo.

Me miras con la contundencia del que sabe que desea pero no quiere comprometerse.

Entre tus ojos Saturno acomoda sus colores y danzan un par de estrellas fugaces, yo pido dos deseos.

Me miras y no alcanzo a diferenciar dónde empiezan tus ojos, dónde acaban los míos.

Me miras y de repente sé que no me ves, que soy yo el que te está viendo, cuando sorpresivamente me dices:  ¿Qué? 

 

III

Somos idénticos pero nuestras ideas son distintas, he querido civilizar la pérdida, elevar a una conciencia cósmica los motivos por los que ya tu tiempo no coincide con el mío aunque tenemos el mismo reloj en la mesita de noche.

Hoy envejecí tres años, un gato murió y nacieron diez colibrís.
Tu idea de la vida es ignorar el tiempo, mi idea del tiempo es qué no se puede ignorar la vida, somos idénticos pero ya no coinciden nuestros granos de arena en la misma caída.

Me motiva la idea de morir para no quedarme quieto, por eso he conseguido algunas cosas y ahora aprendo que todas se pueden perder.

Somos idénticos, sólo qué yo más frágil, por tanto efímero.

Tu duermes toda la mañana como si fueras eterna.

Somos idénticos pero no los mismos, así que nada de civilización,

no hay conciencia cósmica, sólo nos puede salvar la guerra.

 

IV

De ti depende y eso lo tengo claro
Que esta noche sea novedosa.
De mi depende y eso lo sabes, qué el sortilegio  de mis sonetos te seduzcan al punto de quemar tus naves al llegar a la orilla de mi cama.

Perdidos en los pliegues de las sábanas depende de los dos no ocuparnos del bloque de búsqueda qué se moviliza en la periferia  de la alcoba diminuta qué en el brillo de tus ojos cabe.

Atentos a no crear expectativas, lo negamos todo y al mismo tiempo nos tratamos con tal dulzura que las abejas sobrevuelan nuestra conversación, nos añoramos sin soltarnos de la mano.

Estamos llenos de motivos para no tenernos, consecuentes con la historia que no queremos construir, advertido de no ser el motivo de tú más reciente acrobacia amorosa, y notificada tú de mí desinterés por todo lo qué no te interesa dar.

Nos besamos, insensatos que se tienen y se niegan,

amorosos qué se necesitan y se silencian.

 

V

El amor volverá
Salvaje y tierno
Genuino en sus ardores
volverá y ordenará con sus rituales la vida
alebrestando mi corazón como el nido de azulejos que se guinda a los primeros rayos de la aurora.

El amor volverá y traerá juventud por contagio o por convicción o por terquedad, pero volverá con sus aleteos y picardías.

El amor volverá pese a la bruma, al pesimismo, a los miedos y las dudas.

Volverá y las canciones y los poemas volverán a coincidir de idéntica forma a cuando no estaba.

Volverá sin garantías, para recordar que nada nos pertenece, qué la fidelidad como dijo Allen, sólo existe en los equipos de sonido, que la honestidad sólo ocurre por conveniencia, que enamorarse es un fraude que se construye en compañía, el volverá para recordarnos que somos efímeros y que al final del viaje sólo queda el cansancio, la desilusión y la tremenda lucidez que hace sabios a los que aprenden a descreer.

El amor volverá y una vez más si no estamos alertas seremos su presa.

 

VI

Ella no es mía
Yo no soy de ella
Se presta para mí
Y su boca viene a mi encuentro
Yo me doy a ella y me refugio
En la hojarasca de su sexo.
Ella es de ella y sus deleites
Yo soy mío y de mis complejos
Laboratorios de ensueños.
Ella le pertenece a otro
Yo me pertenezco a mí mismo.
Qué libertad tan exquisita nos tiene esclavizados. 

 

VII

El destino tiene una ruta.
Creímos en sus variables
Por culpa de la bruma y de los azahares que nos embriagaron cuando de la mano parecíamos caminar.

El resplandor de la aurora vino cada mañana a recordarlo, pero estaba tan lleno de ilusión que no advertí que tú no estabas desde que dijiste estar.

La rosa se marchitó a la semana del primer beso y la sepulté dentro del inventario de Benedetti, junto a no te salves ahora, con la esperanza de inmortalizar el amor qué ahora lloro.

El destino dictó mí ruta y la soledad me apuró, no quería asumir la broma de mi realidad, aleccionado al fin, superada la angustia, la desilusión finalmente me hizo mucho bien.

 

VIII

 

A sangre fría me dijiste qué me amabas sólo por esta noche.
Y aquí estoy estirando los minutos con todo lo impuro que puedo ser.
Busco atajos en tu piel para alcanzar a recorrer tus cicatrices y en la pared el reflejo de tu sombra se me antoja parecida a lucifer.

Pienso en secuestrarte cuando llegue la aurora, afino mi puntería y te disparo con un verso de rodillas y termino hiriéndome yo mismo, tú ilesa, sin mírame sonríes y el reloj en la pared qué está sin pilas me aturde con su estático tic tac.

Te trato mal para ver si te quedas, no te prometo nada con la intención de que me ames, asumo la actitud estoica qué tanto esperas de mí y extraviado entre el nunca y el cuándo me descubro tan cándido que me aventuro a contrariar al porvenir.

Hago un conjuro para no desvanecerme entre el presente y el mañana, para que el gato no se vaya a dormir, para qué la noche se prolongue en las cortinas y no haya más luz que la de tu cuerpo entre mis manos, y de repente ya es hoy por la mañana y aún sigues dormida en la heladera, dónde con tu sangre fría sueñas que estás lejos de mí.

 

IX

Junto a Chinoy ya no invocaremos más a Klara en las mañanas, el domingo seguirá siendo el soporte de otros altares y otros tributos,  mi colchón del trapecismo servirá para matar otro egoísmo, el tuyo ya tiene lagañas de otras miradas, quizás de otros llantos.

Otra canción acudirá mis cuerdas, otra fruición mis días y otro dulzor mis labios.

Darás la vuelta al sol durante mil años sin descubrir un cielo qué iguale al qué pinté para ti en palabras con una crayola azul en la servilleta de un café.

Acostumbrado a no tenerte desde qué eras mía, hace más fácil asimilar qué ya no tienes tiempo para ignorarme.

 

X

Aviso

Estoy buscando con quién soñar, qué sea de buenos modos, joven o por lo menos fresca, honrada en amores y digna del poema de mis labios, puede ser una cualquiera, ojalá sea una cualquiera, y que sepa de la fatiga de mis pies que tanto han escalado para derrumbarse y que además no le den miedo los contagios porque tengo todos los males influenciando mi bienestar, si conoces de alguien no le des mi dirección, dile que al igual que Sabina vivo en la calle melancolía, si es la indicada, sabrá llegar. 

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

lunes, 31 de mayo de 2021

LA SORPRESA

Se sintió algo estúpido y aturdido cuando al llegar a la casa de su prometida portando un ramo de flores, la encontró en el portal besándose con otro.


Lo de estúpido le venía bien, a lo largo de su vida una mezcla de ingenuidad y fe ciega le habían llevado a tomar una actitud desprevenida ante las cosas que lo confrontaban, así es que en este momento, al tiempo en qué el corazón quiere salirse de su pecho y por una manía de ver las cosas como si fueran una película, imagina un movimiento avanti de la cámara sobre su pecho, los latidos del corazón se advierten y luego retrocede enfocando el ramo de rosas y se va alejando de manera ascendente, mostrando lo pequeño y solo que está en la tierra.  Ese giro podría minimizar de alguna manera el dolor qué está sintiendo, pero la escena en tierra es más contundente que aquella movida cinematográfica.

Aturdido, pero consciente de lo que ocurre ante sus ojos, decide volver sobre sus pasos, sin perder de vista a su mujer en besos de otro, respira profundo, una larga caminata hacia atrás, por una relación particular entre espacio y desdén, sus pasos no tropiezan, es todo  un dolly out, pero en lugar de alejarse cada vez se acerca más a la escena en un perfecto zoom qué le permite ver la comisura de los labios de su amada, y su lengua nadando  entre  las delicadas dentelladas qué ella le daba al otro hombre.

No habían quedado en verse ése día, pero cómo el fin de semana tenía programado un viaje de negocios y no podría estar para su cumpleaños, decidió comprar un ramo de flores y aparecer de sorpresa, pero el sorprendido fue el.


Superada la distancia suficiente, se volvió y echo a correr con la esperanza de no ser visto, a salvo en su casa se quebró en llanto, con intervalos de una risa nerviosa y tímida.

No comentó con nadie aquel asunto.

Dos meses después se casó con su prometida rodeado de mucho amor, pero sobre todo de una gran estupidez y aturdimiento. 

 

Carlos Andrés Restrepo E

lunes, 3 de mayo de 2021

“A VER LOS QUE VIAJAN PARA JAPÓN, DIEZ Y MEDIA PASANDO POR CANAÁN”


Ernesto levantó la cabeza para buscar en los tableros luminosos la sala de espera del vuelo que lo llevaría a su destino final, el aeropuerto de Narita Jasiko al este de Tokio, con el pasabordo en mano verificó el número del vuelo y sin entender nada se dijo - A la mano de Dios - y se sumó a la fila de pasajeros que se movía en una única dirección, allí entre la variopinta multitud se camufló como uno más con la esperanza de ocultar su pánico.

Cuando se está solo y por primera vez en un aeropuerto y aunque parezca extraño, emerge una facultad de desenvolvimiento que da la impresión de que aquel lugar ya lo habíamos visitado, en el afán de no perder el vuelo los sentidos se organizan en formas tales que ofrecen un control y dominio del espacio como si estuviéramos en la sala de la casa. Ernesto se sentía triunfal, como quien gana una medalla olímpica, cuando en la inmensidad del aeropuerto encontró su sala de espera, lamentó que no hubiera ningún conocido allí para contarle su hazaña, le provocó aplaudirse, pero se controló, todavía le faltaban dos escalas para llegar a Tokio, con un nudo en la garganta y un retorcijón en el estómago buscó un asiento y esperó con paciencia la llamada para abordar.

Estaba fascinado con Japón, su interés le llegó desde muy joven a través de las películas de artes marciales que habían alimentado en su imaginario una atracción por todo lo que viniera de Asia, si miramos de cerca a nuestro protagonista sus rasgos son como los de un pariente cercano de Gengis Khan,  pero sus ojos verdes y perfectamente redondos terminan por disuadirnos de la fábula de que su principal motivo era ir tras el rastro de una genética oriental que vino a dar a estas montañas de Antioquia.

El viaje en el que se había embarcado solo era producto del anhelo de cumplir un sueño y de paso probar suerte, oportunidad que le brindó Masahiro Satomí, un japonés que terminó siendo concuñado suyo, por esos cruces de camino que la vida se inventa para ponerle un nudo a la historia que nos ocupa.

Ernesto vivía en Pueblorrico con su mujer y tres hijos, uno de cuatro años, el segundo de tres y el tercero en camino, trabajaba con el municipio y estaba como dicen “bien organizado”.

Cuando le comentó a su esposa la idea del viaje, ella le respondió - Usted verá -.

El vuelo duró veintidós horas, era la primera vez que montaba en avión, la emoción, la ansiedad y el asombro no lo dejaron pegar el ojo durante el viaje, cuando llegó lo recibieron los cinco grados Celsius del invierno de Tokio en diciembre, no le advirtieron de ese detallito; sin ropa abrigada sintió morir mientras en migración le preguntaban el motivo del viaje, sin entender ni jota, con un rítmico castañeteo de dientes solo pudo decir - Mi, venir de turismo -.

La primera semana no comió nada, le ofrecían unas comidas muy raras, raíces, yakisoba (fideos fritos), tofu, pescados que en su vida había visto, pero nada de carne, ni frijoles, ni un agua de panela para el mortal frio, solo té, le ofrecían por todas partes té, hasta en la habitación al pie de la cama tenía un fogón para mantener cercano y caliente el té.

Lo salvó el sushi, a eso si le cogió el tiro, era como una dosis mínima de los fiambres que de niño Anita su mamá, le preparaba para ir de paseo al rio, un caldo de pescado parecido al consomé de Peñalisa y ya inmerso en la cultura no dudó en entrarle a las ostras y a cuanta cosa antes de ser ingerida estuviera moviéndose en el plato. Se volvió un maestro en el arte de comer con palillos.

Así empieza una aventura que duraría cuatro años, en los que viajó, conoció palacios imperiales, santuarios y templos en honor a Buda y al diablo a quien terminó rezándole todas las mañanas cuando trabajó en una empresa que estaba consagrada a él, まいにち まいにち おねがい しごとmainichi onegai cigoto (por favor todos los días danos trabajo), allá le tocó torcérsele a Dios, ahí sabrá perdonar el de arriba dice Ernesto cuando lo cuenta entre risas nerviosas.

Su primer trabajo fue de obrero de construcción, luego pasa a fabricar autopartes en la Toyota y la Suzuki, ensambla radios para la Hitachi: Recibe una pieza, le pone un chip y la entrega, recibe una pieza, le pone un chip y la entrega, en esas se la pasa dieciséis horas sin hablar con el compañero de al lado; cada tres horas tiene diez minutos para ir al baño, tomar té y volver al puesto de trabajo, recibe la pieza y “chuf-chuf”, sonido que como un bucle le ronda la cabeza y cuando cuenta la historia reproduce exacto dejando caer los labios de lado al tiempo que apaga el ojo derecho.

El Puerto de Ibaraki, situado frente al Océano Pacífico se extiende de norte a sur, desde Hitachi hasta Ōarai en la Prefectura de Ibaraki, y está conectado con una extensa zona industrial centrada en la ciudad de Hitachi, allí trabajó empacando pescados que llegaban en inmensos barcos, metido entre montañas de pescados que descargaban en plataformas del tamaño de una plaza y a temperaturas de más de 40 grados, los empacaba en cajas para luego arrastrarlos en un paleto hasta la cava a temperaturas bajo cero.  La jornada en ocasiones superaba las dieciséis horas, no lo sabía, pero este sería el último trabajo que tendría en Japón, un día al llegar a su casa se dio una ducha, sin dolor, sin estremecimiento alguno, sintió que se desvanecía y tuvo que salir gateando hasta la cama.

Al día siguiente no podía moverse, el cerebro le daba la orden, pero los pies no respondían, una gota de sangre alojada en un caprichoso sector de su cerebro le hacia esta mala jugada, al no tener seguro medicó no tuvo asistencia y Ernesto se ve obligado a renunciar, sin más alternativa se regresa, con la esperanza de encontrar refugio en su familia.

Cuando el corazón se da cuenta que en las palabras del otro ya no hay un destello de luz, el desdén aparece para ensombrecer el júbilo del encuentro, al llegar a la casa con la posesión más valiosa de su viaje, una historia que contar, encontró el espacio vacío, solo en ese momento advirtió que ya no había nada que hacer, que lo había perdido todo.

Pese al infortunio de esta historia tenemos un buen desenlace, Ernesto se puede mover, todos los días madruga, se da una ducha y sale caminando rumbo a la flota del pueblo diminuto donde ahora vive. Allí, con un dulce abrigo al hombro, ayuda a los pasajeros a guardar el equipaje mientras vocea el itinerario del bus - A ver los que viajan para Medellín, los que van para Canaán, Puente Iglesias, Fredonia, Medellín diez y media -.

Su jornada va desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, no siente calambres, no le duele la columna, el único dolor le viene cuando recuerda a su familia, todo lo que dejó atrás por ir tras la búsqueda de un sueño, le duele haber dejado a sus hijos y le duelen los “Te amo” que su esposa no volvió a pronunciar, cuando más los necesitó, se habían agotado.

Por seguir un sueño, perdió a su familia y se quedó sin pensión, lo único que espera es que sus hijos y sus nietos ahora que están grandes, entiendan que en su decisión no había mala intención, por buscar mejorar un poco su vida buscando en tierras lejanas el éxito, perdió todo lo que tenía cercano.

Algunas personas alcanzan un éxito económico, otras viven una vida digna de ser contada.



 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa 

viernes, 30 de abril de 2021

CHUPACOBRE CON DIENTES DE LECHE

 

El pequeño que nos ocupa en este relato, chimuelo, camisa a rayas, con tirantas a la moda chavo del ocho y bien “engominado” para la ocación, quizás es la unica foto en la que se verá peinado el resto de su vida, pues si algo de indio le corre en su genética, se le fue toda al pelo.  El niño en mención tiene por nombre Carlos Andrés Restrepo Espinosa, su mamá le llama niño, su papá artista y las tías caloncho; lo de artista tiene un profundo sentido, resulta que su nacimiento fue un 11 de Mayo y el día de la madre se celebraba al día siguiente, así que vino justo para ser el regalo de día de madres, decidió el padre que a falta de obsequio le pusieran una tarjeta al niñito de esas que se usaban con la poética leyenda: dé, para, así que le fue entregado a la madre un bultico de trapos que contenia un niño con una tarjeta que rezaba: “Del artista, para la mamá”.  Aquel acto posiblemente será el conjuro que acompañará como un sino la vida de este personajito.

La foto fue tomada para la ficha del preescolar el “Hogar Infantil Rondín” donde pasó los peores días de su niñez, la pedagogía infantil no era el fuerte en aquella institución, sin embargo rescata que fue allí donde aprendió la primera canción que lo llevaría al mundo de la música.

El entorno hogareño estaba plagado de música, su padre era un gran melomano, conocedor de música clasica, universal y popular, con una memoria prodigiosa que le permitía un buen banco de datos de compositores, artistas, orquestas y años de las grabaciones; por su lado la mamá gustaba del canto y desde niño su voz estuvo presente desde las nanas  que le entonó en la cuna hasta la complicidad para cantar con él en los coros que de grande formará con amigos del pueblo.

A la edad de cinco años, su mamá lo llevó a participar en un concurso que hacían en la emisora la voz de Antioquia de Medellín, allí en el programa “Todo el año es Navidad” que presentaba y dirigia el Uruguayo Humberto Wilches Vera, el niño Carlos Andrés cantó: “Yo he perdido el do”, le dieron dos premios uno por ser la mejor interpretación  y el segundo por haber viajado desde tan lejos para cantar, en aquel entonces Jericó quedaba a cinco horas de medellín, hoy en día también.

Cuando Carlos Andrés Restrepo crece, se le estiran los pies, el pelo se le chorrea en la frente, se vuelve dientón, tiene que usar lentes para corregir cierta deficiencia visual, ingresa a la Banda de Música, se vuelve un chupacobre con dientes de leche, pero no deja de ser un  niño.

Le provocó ser cura, pero le pudo el mundo, la carne y el demonio, intentó ser periodista pero despues de cinco exámenes de admisión fallidos y de sacarle el cuerpo a todos los que le insistian en que estudiara música, se presentó a la Escuela Popular de Arte de Medellín y pasó el examen desde que entró al lugar y saludó al portero.  Fué en la EPA donde descubrió que ser músico es un apostolado, que esa era su vocación y que no hay fuente de comunicación mas contundente que la música.

El acontecimiento pedagógico en su vida como músico ocurrió en Palenque de San Basilio en la casa de José Valdéz, allí con compañeros de la EPA, tocó para él y su familia pasillos y bambucos y como respuesta a esta ofrenda  fueron manifestándose de la nada, como llega un mago tras la cortina de humo, las Alegres Ambulancias y cantaron sambangolé, la chalupa la gallina y compartieron un juego de velorio: ¿Quien se mea?, la perra…  Y de repente Graciela Salgado se avalanza sobre el gafufo pelo de choza con toda su fuerza a refregar su humanidad con un disonante y lujurioso grito sobre la inocente afinación de 4´40 de aquel novicio que no volvería a ser el mismo después de este encuentro.

Al día siguiente la profesora Angélica Romero, una morenasa que con su contoneo y su tono de voz de bullerenguera llevaba al salón de clase el frenesí de su tierra y al mismo tiempo la mirada pedagógica y la reflexión ante el acto creativo, le convidó a que la acompañara a la casa de Celia Estremol para hacerle una entrevista a esta Cantaora que era una diva de la Región y que a pesar de su avanzada edad gozaba de la fogocidad justa tanto para entonar sus canciones de carácter picaresco: “Aquí, aquí, aquí, ahora, ahora, ahora, los hombres se están muriendo por la cosita de esta señora”, como para saber dar cuenta de un mozuelo de porte atlético, con caderas firmes y sonrisa impecable, que todos creen ser su hijo y ella corrije: es mi machucante.

En aquella aventura academica ademas de las estructuras de los bailes cantados y de la ebriedad provocada en sus ojos por ver por vez primera el mar, se sorprendió de la pobreza de los lugareños y al manifestarlo, la profe Angelica le corrigió diciendo que no habia pobreza cuando se tenía una cultura tan  rica en matices, no puede ser pobre quien tiene un tambor, el sol y el mar, las mejores cosas de la vida son gratis, puede ser mas pobre el que tiene que comprarlo todo en una tienda.

Despues de graduarse en la Escuela Popular de Arte, Carlos Andrés dirigió la Casa de la Cultura de su pueblo Jericó, luego fue invitado a dirigir la escuela de Musica de Jardín, y se permitió renunciar para recorrer otros vericuetos pedagógicos.  De regreso a Medellín  muchos años despues recibe una llamada, es la profesora Angelica y le propone trabajar como asesor de proyectos de grado, su respuesta fue que no estaba preparado, que no sabria que hacer a lo que objetó la profesora, de eso se trata de que empecemos a indagar que hacer con toda la experiencia que le pueda compartir a los alumnos.

De esta manera inicia un mundo de descubrimientos que lo llevará a acompañar como asesor no solo las clases presenciales sino que se extiende al proyecto de Colombia Creativa, donde trabaja con varias cohortes, llegando a ganar un premio a Nivel Nacional con uno de sus proyectos asesorados.

continuará...

jueves, 18 de febrero de 2021

LA FIESTA

 


Nos quitaron la voz, nos llenaron de miedo, hicieron que los abuelos les temieran a sus nietos, que los hijos secuestraran a sus padres en cuatro paredes, dijeron que los abrazos eran peligrosos, un apretón de manos un arma mortal y la fiesta un acontecimiento fatal que había que disuadir como fuera de las plazas, los clubes, las salas familiares y, sin exagerar, del mismo corazón.

Pero fíjese usted, aquí seguimos cantando en actitud estoica frente al dragón que vocifera pánicos, muertes y entubamientos, cierto es que algunos han caído, pero vaya usted a saber el verdadero motivo, la muerte es solo la muerte, pero aquí la bautizan con un solo nombre, se añoran los tiempos en que se podía morir de mal de amor o bicho seco, de cansancio o de risa, póngale para ser sensatos, morirse de vergüenza. No creo en comunicados oficiales, que generalmente son más peligrosos que las noticias falsas, nótese incluso la pésima oratoria y la incoherencia del que aparece ante cámaras, generalmente un político parloteando lo que no sabe ante un pueblo que se cree todo lo que escucha y que se encarga de amplificar la intimidación de boca en boca, generando el estrés que deprime al sistema autoinmune haciendo que te mate hasta un uñero inconado, según este “modus operandi” más que muertos de gripe, tendremos muertos del virus del miedo y este es doblemente terrible porque no mata, sino que te quita la dicha de estar vivo.

Cuando alguien me viene a echar cuentos invoco a Juan Sayago el protagonista de Tiempo de Morir de García Márquez y le robo esta frase para usarla como escudo protector: “Creo en lo que veo muy poco y en lo que me cuentan nada”.

Sigo derrochando citas de otros autores, hay una frase que le atribuyen a Demócrito que dice: “Una vida sin fiestas es un largo camino sin posadas”, le decían El filósofo que ríe.  Se dice que este hombre proponía el buen ánimo ante las dificultades que presenta la vida, el buen humor como antídoto, además de permitir un acercamiento a la sabiduría, se entiende que la fiesta es el escenario dilecto para la alegría y donde hay alegría no hay miedos, así que no necesitamos ser sabios para entender que ante las tribulaciones de la vida, es propio del hombre hacer una fiesta ya sea para santificar o para olvidar por un momento el abandono al que está sometido por sus dioses, lo aterrador del vacío en el que cae de manera irremediable ¿Qué le queda a este hombre indefenso víctima de la existencia? Hacer una fiesta, entre más ruidosa mejor, así no escuchará su rumor interno, una magnifica francachela que derrote todos sus fantasmas.

Durante la peste negra muchas personas se entregaron a la fiesta, su razonamiento era: “Si de igual forma vamos a morir, pues preferimos hacerlo disfrutando la vida”, es claro que no hay comparación con la pandemia actual, de la peste negra tenemos conocimiento gracias a las ficciones literarias que se hicieron después y de la pandemia actual, sabemos por todas las entelequias que se hicieron antes.

Exageramos la fiesta porque es exagerado el temor a la muerte, a mayor jolgorio menos noción de lo mortal, impedir la fiesta, es negar lo único espiritual que le queda al hombre contemporáneo, el derecho a distraer a la muerte.  

Las medidas son movidas más por el afán de controlar que el de proteger, a los gobernantes (que en nada son sensibles) no les interesa el bienestar ni la salud de sus ciudadanos, de ser así estarían protegiendo los recursos naturales, mejorando la educación o fortaleciendo el sistema de salud, no vendiendo el territorio a extranjeros, ni jugando a la lotería con nuestra memoria e identidad. Muy campantes nos vienen a decir que, nos impiden el abrazo y la fiesta por nuestro bien y el de toda nuestra santa parentela, como decía el filósofo bigotón ¡Mamola!

Después de todo, eso que los muy inteligentes dignatarios llaman ignorancia, es lo que mantiene fuerte a estos pueblos, por mucho toque que toque, por mucho que soplen para apagar la llama de la alegría, se advierte una deliciosa resistencia y la fiesta se ha manifestado en todo su esplendor, porque hay fuegos que ni con el mar se apagan y del día de morir nadie se escapa.

Por mi cuenta todos los días madrugo a avivar mi propia fiesta, puede que los vecinos no se enteren porque no hago mucho ruido, pero el baile está prendido en mi corazón, convídenme a un saludo que yo le pongo el ritmo con una sonrisa.

Para despedirme del lector y dejar estas suspicacias en suspenso traeré a colación una frase que un compadre mexicano me soltó respecto de la muerte y dice así: “Cuando te toca ni porque te quites, cuando no te toca ni porque te pongas”.

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

 

 

martes, 16 de febrero de 2021

EL ESPACIO

Canto Séptimo 


Después de este viaje ¿cuantas horas quedan antes de la soledad definitiva?

¿Dónde se debe dejar algo de pan para el hambre eterna?

¿Una libreta de notas, un lápiz y un pincel también van al purgatorio?

¿Después del viaje del cuerpo las brújulas a que puerto llevan?

¿Antes de darnos por vencidos se nos revela el secreto de la divinidad?

Si alguien tiene las respuestas,
 
por favor ignore este lamentable interrogatorio. 

LA LUZ

 Canto Sexto 


Al verte nació la intuición de que algo bueno vinimos a cumplir, 
pero al dar vuelta en la esquina de las Callejas nunca más te volvimos a ver,
hombrecitos saltando a lado y lado del andén inventan historias para justificar su miedo 

y el reloj desde lo alto dice tic tac y exorciza a los advenedizos visitantes.


Pero por mucho que se aleje el indeseable, no hay tic tac que nos salve de nosotros mismos.

El tener ojos azules, no implica tener mirada de cielo.

EL ÉTER

 Canto Quinto 



Las palabras crecieron hasta el azul y se hicieron sombras que vuelan como pájaros sin canto.

EL AIRE

Canto Cuarto 


Compasivo el todo poderoso ordena acuartelamiento,
todo es por nuestro bien,
los grillos cantan frotando las patas,
Los esclavos del futuro miran la iridiscencia de las pantallas.
Obedeced, el amor dicta sus sentencias.

No se puede sanar lo que no vive.

EL FUEGO

 Canto Tercero. 


Como el fuego me abrazas y te aseguro que mañana seré mejor, 
ya aprendí la lección, te regalo el sol del nuevo día,
madrugaré para escribir la nota de entrega con la gota de rocío que pende de lo alto del la araucaria,
prometo que creceré lo suficiente para alcanzarla, para estar a la altura de tu misterio.

Entre tanto seguiré siendo uno con esta combustión que lanza chispas al viento con la certeza de que el mañana nunca llega.

EL AGUA

 Canto Segundo

La que no se bebe se deja correr para que llene el paisaje de floridos croar de ranas,
 
¿si el sediento no es noble y tras saciar su sed le atrapa y se la lleva en su bolsillo como hace un niño con las canicas robadas?

El agua es creativa, tiene la fuerza de una amante en su primer beso, ella sabrá reventar la solidez de su encierro y envenenada o cristalina retornará a su cause, libertina y libre de sedientos.

viernes, 15 de enero de 2021

LA TIERRA

Canto Primero 

la tierra sigue soportando la raíz,

el árbol se ha vencido por vejez

o por capricho del leñador

que canta con su sierra

mientras los pájaros se espantan.

La tierra sabe que todos son sus hijos,
ellos creen que la tienen a sus pies,
pero ella es sabia y de manera sutil gira
para demostrarles todo lo contrario.

A.R

MIRAR DE FRENTE

  -No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, ...