Insistió hasta el cansancio en
conseguir un cargador para su celular, pero en aquel lugar no había enchufes,
su condición no le permite entender aquello, ¿cómo que no hay energía
eléctrica? ¿entonces cómo conectan el televisor o la nevera? aquí no tenemos
nada de eso, respondió la mujer que se mecía en la hamaca. Todavía en su cuerpo
y pese al maltrato que tenía en su pierna, se manifestaba un estremecimiento
por salir y consumir algo, en su vida cotidiana siempre compraba algo, no había
día en que no llegara a su casa con un nuevo chéchere que acumulaba en un
estante o dejaba sobre una mesa en la que ya no cabía un alfiler y que usaba
como escritorio y mesa de comedor.
Aquella manía de comprar no era más
que la manifestación de una permanente insatisfacción, de niño tuvo una vida
muy austera, sin embargo sus padres pudieron darle un bocado de comida y la
naturaleza se las arregló para darle el cobijo necesario para que sobreviviera
hasta una edad en que pudiera valerse por sí mismo, toda la vida llevó sobre sí
el lastre de su pobreza, pobreza que con el tiempo fue más mental que material,
pues cuando tuvo acceso a un mejor nivel económico, todo lo que conseguía o se
comía lo justificaba diciendo que era merecedor de eso y hasta más, porque ya
había pasado muchas hambres y necesidades, así que ese era su premio, desde el
pan, hasta el carro último modelo comprado en agencia llevaban la investidura
de la pobreza, nunca superada a pesar de la abundancia, los kilos que saltaban
de más sobre su cinturón y la cuenta en el banco cada vez más alta.
Tendido en aquel piso de tierra, con
el pie fracturado y sin energía eléctrica dónde conectar su celular, empezaba a
entender que su teléfono de alta gama, no le servía para nada y que pasó tanto
tiempo despilfarrando el dinero en cosas inútiles, que no tenía una sola
palabra que hilara una mínima conversación con esa mujer que le miraba con displicencia
mientras iba y venía en la hamaca.
Desconectado de su mundo en aquel
aislamiento, fue aprendiendo a disfrutar de las novedades del campo, los
amaneceres eran siempre nuevos, advirtió que la luz no siempre tenía el mismo
tono, que los pájaros se turnan en sus cantos, que no siempre el gallo canta a
la misma hora, que las mañanas y las tardes le traían aromas nuevos exóticos y
gratuitos, que su cuerpo se comportaba de formas diferentes, fue así que empezó
a sentir la levedad de sus días, ya no pesaba el tiempo, no sentía ansiedad de
salir de compras, las cosas más valiosas que tenía no eran de su propiedad,
eran las de todos, el sol, el silbido del viento, la lluvia, la fresca brisa,
el canturreo de la quebrada, el silencio en la noche a pesar del croar de las ranas
y el chillar de los grillos, el silencio a pesar del estallido de rumores en su
corazón, el silencio.
Por fin encontró su manera de ser uno
con su entorno , se reconcilió con la vida, serenó su mente al mismo tiempo en
que su pierna se fue recuperando y se pudo sostener en pie, soltó el palo con
que se apoyaba y salió a pasear por la vereda, habían pasado tres meses y era
el primer día que salía del rancho dónde había estado recluido, hasta había
olvidado el motivo del secuestro, sentía un profundo cariño por aquella mujer
que la había acompañado todos esos días, no sabía cuánto tiempo más estaría
allí, tampoco le importaba, nada de lo que había dejado atrás le hacía falta,
incluso sintió que fue una bendición liberarse de su mujer, esa vaca sosa en
que se había convertido ocultando en vestidos de moda, la ausencia de aquel
cuerpo fino y erótico del que tantas veces se jactó de ser el dueño, tampoco
extrañaba a sus hijos que en su adolescencia habían empezado a manifestar
vergüenza y asco por el padre, quien al sentir tal desprecio había optado por
mermar la ración económica, provocando un mayor desprecio por parte de sus
hijos, que le veían cómo un tacaño panzón.
En lugar de querer ser rescatado,
rogaba a Dios que le dejaran allí, en toda su vida no había tenido una mejor
vida, había bajado de peso, consiguió una conexión espiritual y no sentía los
agobios que el trajinar de su existencia en la ciudad le habían convertido en
un hombre ocupado solo en estar a la moda y hacer que los demás se dieran
cuenta de que se había realizado, que ya no era un pobretón de origen
campesino.
La vida le había dado una nueva
oportunidad, no desaprovecharía un sólo segundo de su vida, se había
reinventado, estaba listo para lo que se viniera.
La mañana en que recibió la noticia
de que sería puesto en libertad, se llenó de júbilo, fue llevado en una canoa
hasta el pueblo más cercano a diez horas de camino, su familia no lo reconoció,
se abrazaron a él y con lágrimas en los
ojos posaron para las cámaras de los noticieros, fue llevado a un centro
médico, dado de alta dos días después, instalado en su mansión durmió una
semana, el día en que despertó salió muy madrugado, se fue a una agencia de
autos, compró el último modelo, también un celular con cargador solar y luego se encaminó al mejor restaurante de la ciudad a celebrar con un gran banquete que ya era un
hombre nuevo.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
carloscantante@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario