lunes, 2 de marzo de 2020

SOMOS EL OCASO



Estamos acudiendo a nuestro ocaso, nos persigue la muerte, sorprende a nuestros amigos, los sueños sucumben, el sol rutilante atraviesa con sus rayos la piel a falta de follajes, el bosque también tiene su crepúsculo, la montaña llora su ausencia de musgos y líquenes; no lo había querido asumir, pero es el momento de caer derrotado, de entender que se agotó el tiempo y no alcanzamos a redimir los actos, pasó la vida y nos volvimos viejos e inútiles, alcanzamos el Cum laude, pero la intranquilidad carcome el sueño.

No lo quería asumir pero estamos arribando al fin de una generación, de nada sirvió ser bueno, de nada sirvió la entrega, los acontecimientos que definieron nuestra vida sólo servirán para que un comentarista de mal gusto urda  a través de la red social, cómo hábil tarántula, su inexacta opinión de vida y muerte, faranduleando  las honras fúnebres qué de estar vivos seguro nos avergonzarían.


Es aterrador pero no hicimos nada, a pesar del engreimiento qué aliena, el que eligió a Dios terminó encorvado, el que se inclinó por la justicia engañó a todos, el que cantó se quedó sin voz, quien dijo confíen, traicionó, quien lo dio todo por amor recibió desengaño, quien nos instruyó en los misterios de la “umwelt” nos pisoteó el verdor de tantas esperanzas, terminamos el camino y todo quedó igual.

Siempre tendremos el ocaso, la constante pérdida, el arribo cotidiano de la sinrazón, nos conforta el arte, la literatura, la ciencia, el abrazo de un amigo, la sopa de fideos de la mamá, el canto de un cenzontle, la brisa fresca de verano en la montaña, pero cada día trae su noche y cada cielo su abismo, cada qué un amigo muere morimos con él, ya no sé cuánto de mí quede vivo. Temo más a no alcanzar a terminar este texto que a morir, me agobia no poder  caminar por mis montañas, no besar a mi novia, no volar sobre el océano, no improvisar una canción, no terminar de leer el libro que llevo a la mitad, no llegar a la cita de las tres, no componer la canción qué me está rondando desde que era niño, me abruma la idea de no llegar a tiempo al ensayo del coro, dejar que el café se enfríe, no terminar la conversación con un amigo, no haber iniciado la conversación con ese amigo.

La buena noticia es que muchas posibilidades quedan al alcance: el olvido, el esfuerzo constante por borrar lo que nos dio origen y qué nos avergüenza, nos queda el desdén, la fragilidad, el constante darnos cuenta de haber vivido para el desencanto, la irremediable fatalidad que nos mira desde el espejo y nos recuerda que ni con todo el oro del mundo podremos comprar un día de juventud, un espasmo de virilidad o un segundo de satisfacción.

Nos queda la decepción, lo pusilánime de nuestra palabra, descubrir que ser ventajosos es más efectivo que ser honestos.

Y sobre todo nos queda la sensación de no tener a quien admirar, mucho menos a quien respetar, y los pocos que teníamos se están yendo, no quería bajar la guardia, pero la derrota me está pisando los talones.

Queda el instante en que cae una lágrima, la satisfacción íntima que solo deja ganancias en el alma.

Nos queda también la oportunidad de cambiar la narrativa y mejorar el final de manera que logremos la dignidad de tener sólo una  muerte. 



CODA
Si Adriano el gran emperador romano no podía sentirse emperador frente a su médico, ¿qué será de nosotros ahora qué ha muerto el que nos mantenía con vida?



CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA
carloscantante@gmail.com


2 comentarios:

  1. Muy cierto todo eso nos deja la pérdida de una persona que nos abandona dejándonos tristes sin la presencia. Descansa en paz

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