miércoles, 26 de agosto de 2020

LOS ETERNOS

Cuando supo de su sentencia de muerte Sócrates no manifestó temor alguno, para él la muerte era una liberación, el encuentro definitivo de su alma con las ideas. ¿Por qué le tememos a la muerte si nos han allanado el camino la filosofía, la religión, la ciencia y el arte para tener una mirada más comprensiva de este suceso tan natural como la vida misma? Una pista puede ser, que estamos desconectados de la existencia, en algún momento de nuestro devenir se apagó el interruptor y una ruptura en la narrativa nos puso en otra frecuencia, da la impresión de que se ha evolucionado, pero está mal, el hombre se sigue arrastrando en sus hábitos de ofidio a la espera de “la oportunidad”, aquí todavía hay gente que habla de progreso y se les hincha el cuello defendiendo la idea como si eso fuera mucha cosa, desconectados de la historia, inventan cuentos.

 A la eternidad la vemos como un asunto de lo infinito, algo que se extiende en el tiempo, que excede los límites de lo que tenemos por natural, los mortales dada la incapacidad de entender el universo rezan, leen, pintan, danzan, engañan y hasta matan en procura del control de la vida. La inmortalidad, la existencia fuera del tiempo, niega la mortalidad que es vivir dentro del tiempo, cotidianamente vivimos medidos, a veces no alcanza el tiempo para un saludo, para una llamada, para hacer esa lectura postergada cada tanto con el mismo pretexto - ¡No tengo tiempo! -, y sin embargo hay circunstancias en que las horas son eternas, los días interminables y los sufrimientos de nunca acabar, vivimos en la paradoja, en medio de la mortalidad tenemos visos de lo eterno y no lo soportamos, se nos presenta tan agobiante como una noche de insomnio; lo bueno de ser hombres es que tarde o temprano el tiempo se acaba y el Eón nos abandona para seguir su existencia sin nosotros. 

Llenamos la vida de inmortalidad porque sabemos que seremos breves, como en la parábola de los talentos cada uno elige que hacer con su vida si la oculta debajo de una piedra o la honra enalteciéndola, de tal manera que mientras la vive pierde la noción del tiempo y vive por el puro gozo de vivir. 

Soy de un pueblo en el que se podía experimentar la inmortalidad, recuerdo muy bien que cuando era niño, la enfermedad era una rareza y un muerto una novedad, se respiraba un aire sano, era un lugar sereno, propicio a una imagen de estampa, bastante inspirador a tal punto que brotaban poetas en sus calles como dientes de león en las praderas. ¿Cómo no querer vivir para siempre en tan espléndido territorio donde las almas de sus habitantes felices se pasean? ¿Cómo no permanecer en tan augusta comarca? Allí, se podían dar el lujo de contradecir al filósofo ¿Para qué morir para encontrar el universo de las ideas si aquí triunfan en las aulas de sus claustros, donde se prepara a los hombres para que piensen en libertad? 

Nuestros padres y los padres de sus padres vivieron y permanecieron aquí, llegaron a la edad adulta y siguieron viviendo cual si fueran infantes, caminando por las calles adoquinadas, madrugando a misa, poblando las cafeterías que hay tantas como templos, si “veinte años son nada”, aquí las personas adultas se han dado el lujo de vivir hasta una quinta juventud, esa era una de las maravillas de mi pueblo, ayer como un giro más de la historia, partió Miss Suárez a punto de cumplir ciento ocho años y me recordó que un día aquí fuimos eternos. 

 Mi contacto con ella se limitó al saludo ocasional, el recuerdo que tengo es el de una mujer de postura delicada, voz dulce, palabras amables que gozaban de un derroche de clase que nunca desbordó en arrogancia, una dama. No alcancé a ser su alumno, pero los que lo fueron se encargaron de hacer de ella un mito, pocos profesores logran eso, además de haber enseñado inglés a varias generaciones; fue una mujer de libre pensamiento, curiosa y viajera, un referente de la mujer moderna en tiempos en que no se hablaba de eso, se dice que fue la primera del pueblo en salir del país, la primera en ponerse “slacks”, la primera en tener un carro y conducirlo por las calles de un pueblo diseñado para el tránsito de mulas, la primera mujer en hablar dos lenguas, la única merecedora de ser para siempre “Miss”, y si exagero, lo hago porque su memoria mítica lo merece. Tuvimos en Jericó en la persona de Elvira Suárez a una mujer de la talla de María Cano, Frida Kahlo y Débora Arango, su revolución consistió en inspirar e incitar a sus alumnos a ir más allá de las aulas, no solo enseñaba inglés, desde su clase abría una ventana para que sus alumnos contemplaran el mundo que les aguardaba más allá de su futuro rosado. 

Miss Suárez fue una de las últimas personas que tuvo el privilegio de enaltecer su eternidad y de ganar un lugar en la reminiscencia, nos inspiró al vuelo y también a amar nuestro pueblo ¡Salve Regia mujer!, en ti alabo a las pocas que nos quedan. Los tiempos que corren son inciertos, volvimos a temerle a la muerte, porque nos volvieron pesada la vida, aquí ya no hay un infinito vuelo de los días, ni ganas de volar, los capadores de cometas acechan, se experimenta la agonía, se mueven unos poderes extraños, urde una actitud deletérea en la idea. Yo no tengo conocimiento de nada, solo el peso insoportable que la mortalidad me está devolviendo, me siento arrojado del paraíso, aquello que tanto amé ya no es mío, la inmortalidad nos abandona, la depresión y la tristeza cobran vida, vidas de personas buenas con todo por hacer, ya no moriremos de viejos, ni libres, ni felices, ni con progreso, ni con brillo en las ideas, solo moriremos. 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

3 comentarios:

  1. Conmovedor, como cada texto que sale de tu hermoso corazón. Un abrazo fuerte, mientras allá ternura en él.

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  2. Qué hermoso¡¡¡¡¡ su bondad no tuvo límites, las palabras se quedan cortas para describir a Miss; contemplar un paisaje y fotografiarlo no es lo mismo que sentirlo.

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  3. Como todos sus escritos maestro, te atrapan y te llevan hasta el último punto después del Espinoza. Mi saludo siempre con un abrazo, también merecido por mi admiración hacia usted.

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