jueves, 10 de agosto de 2023

ACTO NÚMERO ÚNICO

Albeiro trabaja caminando, sube y baja las escalas que conducen al salón del segundo piso llevando en un charol metálico, almuerzos, postres, cafés, empanadas y sonrisas, otras variadas formas de felicidad que el restaurante de vieja data ofrece a una clientela que parece estancada en el tiempo, salvo una que otra vez en que una jovencita de atractivos contornos ingresa acompañando a un hombre que dada la juventud de su acompañante se ve mas viejo, que los demás viejos que estancados en el tiempo son atendidos por Albeiro.

Escritores, poetas, periodistas, bohemios, payasos y hasta mis tías y otras especies menos opulentas, pero que al ingresar al salón reciben un halo de intelectualidad casi místico, son atendidas por Albeiro que afanado sube y baja y en su frente que se extiende sin ton ni son por el resto de su cabeza, se reflejan las lámparas del cielo raso que como calderas parecen derretirle y va halando a su paso, servilletas de las mesas de confianza para secar el sudor de su generosa frente.

Al que madruga dizque Dios lo ayuda, pero el decir popular no aplica en la ciudad, aquí el que madruga encuentra todo cerrado y lo atracan mas rápido. Albeiro es estratega, conoce la ciudad y ha sabido esquivar sus pormenores, madruga lo suficiente para encontrar todo abierto y termina justo a tiempo para gozar del tiempo en familia y otros asuntos que no se alcanzan a ver desde mi mesa de comensal.

Hasta este punto del relato he omitido el nombre del restaurante y lo he referido como salón, dicha prudencia al no decir Salón Versalles tiene que ver con la consideración por el protagonista, no falta el lector sagaz que descubra cuál es el Albeiro en mención, así que para mantener a salvo su identidad en esta ficción, seguiré usando el termino salón, a secas.

Los kilómetros al día que recorre son todo un misterio, hay días de días, los martes son los más movidos, igual que los sábados y el resto de la semana, su trabajo debería estar entre los deportes de alto rendimiento, a lo largo de su vida le ha dado mas vueltas al mundo yendo y viniendo de la cocina al salón, que los pasos que dio la reina Isabel yendo de la cama al living (nótese el delicado homenaje a la cultura argentina con este sencillo comentario).

El lugar de trabajo tiene dos plantas, en la planta baja esta la panadería, la cocina y un salón a modo de cafetín, donde los aromas cálidos de la comida se mezclan con los perfumes y los afanes de los clientes. En la planta alta está el salón más amplio y aireado, goza de una galería con imágenes, placas y recortes de prensa en honor a su dueño y fundador. Estos dos ambientes son distintos, tienen sus propios habitantes, hay personas que, yendo toda la vida, nunca han subido, incluso se dice que hay personas que después de haberse sentado en el segundo piso a tomar un café, nunca más volvieron a bajar, se quedaron para siempre habitando el lugar, como si fueran parte del mobiliario.

Albeiro es un viajero entre estas dimensiones, lo hace de manera tan natural que el proceso de “desmolecularización” ni se le nota, en el casi pelo, tal vez un poquito, pero eso es nada con la vitalidad que ofrece al cliente con sus firmes zancadas inter dimensionales, ha llegado a un punto en que ni sube ni baja las escalas, si está en la cocina y un cliente lo requiere en la segunda planta basta un clic de sus dedos y se materializa al instante portando una jarra de café y una copa de helado ante los ojos del comensal, que asombrado le da una propina extra por su ágil servicio.

La experiencia y los años en el oficio le han permitido darse ciertas licencias, Albeiro es más que un hombre común y corriente que cumple con una función social, es más que un empleado que lleva a cabo una tarea, en realidad Albeiro es un actor, y actúa como mesero y cuando está en su trabajo más arduo del medio día, Albeiro recuerda que es un actor que funge ser mesero y cuando recuerda que es un actor al instante también recuerda que es un fantasma y desaparece en medio de las mesas, dejando caer al vacío, una jarra de metal y dos pocillos.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa


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