Por primera vez una procesión de semana santa se hizo
sentado frente al televisor, las clases prácticas tornaron a teóricas, las
clases teóricas se volvieron virales, abundaron los maestros de cualquier cosa,
pululan las recetas para subir las defensas, yoga para las mascotas, cursos de
inglés para ser engañados en dos lenguas y una insistente invitación a quedarse
en casa, pero sin dejar de consumir: Ordena ya este carro, esos zapatos, estas
gafas, este adminículo que tiene mil usos, comprar por comprar y lo básico,
nuestros alimentos, se los estamos encargando a un mensajero que no tiene la más
remota idea de escoger una fruta, seleccionar los tomates y menos el arte de
regatear un precio.
Por un momento reinó el silencio, las avenidas populosas se
prestaron para las cámaras que hicieron tomas postapocalípticas, sin que
Hollywood desembolsara un peso para detener el tránsito, los ricos se
escondieron en las suites de sus rascacielos, los acomodados en sus fincas y los
pobres en sus ranchitos, eso sí con cerros de papel higiénico porque no hay
pantalón que contenga el exceso de miedo. Los centros comerciales cerraron sus
puertas, evoqué “La caverna” de Saramago y sus palabras al respecto: “la caverna
la escribí para que las personas salgan de la caverna”. De repente la vida
social no ocurrió en los pasadizos laberínticos de estos lugares, en los que
cada que buscas la salida te encuentras con otra tienda, lugares en los que te
cobran para que puedas comprar, fundados sobre subterráneos en los que se
amontonan vehículos que sus torpes dueños suelen gastar horas intentando ubicar
para regresar a sus casas, los centros comerciales despojaron el sagrado ritual
de alimentarse, con el despropósito de las comidas rápidas, llegó a tal punto su
banalización, que hasta la misa de los católicos celebraban en sus pasarelas de
moda. Estas cavernas cerraron sus fauces y dejaron de deglutir a los humanos
como sabe dar cuenta un niño de un helado de chocolate, cerraron sus puertas y
de repente la vida fue mejor.
Las universidades también cerraron, la educación
dejó de ocurrir en sus edificios, en sus bulliciosas zonas de estudio, en sus
parqueaderos (algunos más suntuosos que sus aulas de clase), el espíritu
investigativo abandonó sus bulevares plagados de humo de cigarrillo, puntos de
café y otras misceláneas, sus porterías con hombres armados escudriñando las
mochilas de los estudiantes como si fueran delincuentes, bajaron sus rejas
dejándoles en libertad, por fin salían de la edad media, ya no se volvía al
presidio para poder ser educado. Los profesores dieron sus clases en
calzoncillos y sin bañarse, y los estudiantes se quedaron en sus camas
alternando sus lecciones con bulliciosos actos sexuales online, dormidos o
viendo a la par una serie de televisión.
Cundió además por primera vez, la idea
de que el campus universitario sobraba si se podía estudiar desde casa y que, si
no había que pagar por un pupitre, pues el costo de la educación era excesivo.
Para llegar a esta conclusión antes se hacían marchas de protesta, ahora esta
epifanía se manifestaba en un coro de susurros y de memes que a las directivas
de las instituciones empezó a ofender por lo sutil de su armonía, como respuesta
pusieron sus carreras en promoción como las rebajas de “La feria del brasier y
solo KuKos” pague una y le enseñamos media, despidieron a cientos de profesores
y encargaron a unos cuantos de vigilar las plataformas, donde yacen ahora en
cursos virtuales los conocimientos y experiencias vitales que lograron exprimir
de la memoria de los docentes caídos.
Los templos cerraron sus puertas obligando
al hombre a enfrentarse con su divinidad interna, los mediadores entre Dios y
los mortales se quedaron callados, las bibliotecas vacías, los intelectuales se
entregaron al llanto y a la oración, los militares apoderados del planeta
aprovecharon para tener el control absoluto de todas aquellas libertades, que al
hombre se le estaban devolviendo con la venida abajo de sus monumentos. Estaba
convencido que de estas ruinas simbólicas se alzaría un nuevo hombre,
triunfante, con la autonomía suficiente para emprender la construcción de su
propia forma de relacionarse con el mundo, capaz de gestionar su economía sin
tener que venderse, un profesor dueño de su saber sin escalafón que indique
cuánto vale su conocimiento, un médico que sane, no que recete, un cura que
salve no que crucifique, una mujer conectada con la divinidad de ser dadora y
formadora de vidas y si no era mucho pedir, que el vendedor de aguacates te
entregue en la bolsa los que compraste no los que lleva estripados y asoleados.
Siempre tuve la sospecha de que algún día todo lo que dañaba al hombre se
vendría abajo, pero esta ilusión no duró mucho, en cuanto empezamos a dar
muestras de lucidez los dirigentes del mundo cerraron filas, desde el alcalde de
mi triste pueblo hasta el jefe de la nación más poderosa de la tierra se las han
arreglado para erigir un nuevo templo que albergue la oscuridad de todos los
hombres, el miedo. Y aquí vamos una vez mas de compras con los bolsillos rotos,
embadurnados de alcohol ocultando la vergüenza detrás de un inútil antifaz,
santurrones, bobalicones y héroes pretendiendo esquivar a la muerte, negándonos
la vida.
¡Abran las universidades, Catedrales y centros comerciales que no
aprendimos nada!
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
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