lunes, 20 de febrero de 2023

URIEL ESTÁ ENTRE NOSOTROS



El hombro derecho me duele hace un buen tiempo, busqué ayuda de un médico comercial, un bioenergético, un fisioterapeuta, un chamán, hasta acudí a un sueño lúcido, pero el dolor ha persistido.  El 31 de diciembre pasado, bajando de las nubes resbalé y caí sobre el hombro que ya dolía, ahora eran dos dolores o el mismo pero amplificado, más la tierra en el codo y la dignidad perfumada con yaragua peludo. 

Andrés cae por tercera vez, culpé al camino pantanoso, culpé a la lluvia del día anterior, también responsabilicé a la suela gastada de mis zapatos, pero la verdad es que caí y un hombre debe asumir cuando cae, sin culpar el porqué, ni el cómo, yo caí tres veces bajando de las nubes el 31 de diciembre del 2022, caí cuan largo era, una vez de lado, otra de frente y la última de culos sobre el pantano, después de haber subido como una gacela en celo, caí cuál hombre bíblico, entregado al poder de la gravedad, con toda la gravedad de mi cuerpo.

Nicolás que al subir se fatigó para que yo me sintiera un titán, ahora firme, como si sus zapatos tuvieran garras, me veía caer sonriente, como si cobrara venganza con su sutil silencio.
Compadecido de mi visible dolor me propuso invocar a Uriel, con suerte lo encontraríamos en el camino, sonreí siguiendo la corriente, ¡claro que sí! -le dije- con suerte lo encontramos desocupado- tal vez está de vacaciones y entregó la regencia del sol, con razón el día esta tan gris.
Mientras buscaba apoyo poniendo los pies de lado en el pedregoso camino, mi mente pseudointelectual empezó a hurgar información. A saber, de mis escasos conocimientos teológicos Uriel es nombrado en el Libro de Enoc (20:1-8): Uriel (20:2) es el primero en la lista de siete, seguido de Rafael, Raguel, Miguel, Sariel, Gabriel y Remiel. Allí, intercede ante Dios por la humanidad, durante el período de los Vigilantes caídos y sus hijos, los Nephilim.  ¡Mentiras! a quién quiero engañar, esos datos los busqué después, cuando me senté a escribir este relato, pero volvamos al camino de la cruceta donde estoy siendo sarcástico con la invitación de Nicolás a invocar a Uriel.

Al llegar al pueblo y no haberlo encontrado en el camino, Nicolás me propuso irlo a buscar a su casa, le seguí el juego y en el camino se nos unió Ricardo que había quedado con nosotros para subir a la montaña, pero se le pegaron las cobijas y a modo de reparación quería invitarnos a un salpicón.
Bajamos por la calle de Macondo y dimos vuelta a la izquierda por la carrera sexta en dirección a la cárcel, continuamos de frente, como si no fuera suficiente con las caídas bajando de las nubes, con mi dolor creciente en el hombro que ahora comprometía la espalda, el cúbito, el radio, el carpo, el metacarpo y hasta el “metafórico” para que alcancen a imaginar mi dolor, este par me tenían caminando y del “salpiconcito”, nada.
Por fin llegamos a una casa sencilla del sector las quebraditas, Nicolás se asomó por la ventana, saludó y preguntó por el tío Uriel, no estaba, pero al instante se manifestó en la calle aproximándose a nuestro encuentro, después de todo si sirvió haberlo convocado.
Entenderá el lector que a esta altura del dolor y del cuento, Nicolás siempre tuvo en su mente a su tío y yo al Arcángel, pero los asuntos mágicos no riñen con la vida cotidiana como verán.
Uriel saluda con una amorosa actitud: - ¿niños como están? -bienvenidos a mi casa, abraza a su sobrino. Una breve antesala y a mi dolor. 

Le cuento mi queja, -tranquilo niño que de aquí sale aliviado, saca una caja de mentol, me toma del brazo y su cabeza se gira en dirección a una lámina de Jesús de Nazaret pegada en la pared, la mira con profundidad mientras musita algo parecido a una oración y pidiendo permiso al habitante de mi cuerpo sus manos van justo a la fuente del dolor, sus movimientos son sutiles pero contundentes, -esto va para largo, sentencia, -es mejor que tome asiento, cierra los ojos y al tiempo en que masajea con experticia cada uno de los centros de mi malestar va recitando un mantra casi inaudible pero constante, Ricardo toma la quena que lleva en su mochila y como es natural en la casa de un intermediario de Dios, una guitarra se materializa y mientras Uriel hace su trabajo, Ricardo y Nicolás recrean música para ayudar en mi sanación.

Cerré los ojos, un escalofrió me sobrevino y una necesidad inmensa de llorar me asaltó, por un momento no sentí el peso del cuerpo, el dolor se fue desvaneciendo para dar paso a una agradable sensación de levedad, en la claridad de mis ojos cerrados me vi de niño cayendo, cuantos raspones en la rodilla, cuanto mertiolate calcinante…  Apareció la imagen nítida, soy un niño volando, llevando una capa roja que mi papá usaba en la peluquería para cubrir a sus clientes, volaba y caía en picada sobre un andén de piedra zafándose mi hombro derecho en el aterrizaje, lloré. Otilia mi madre aparece volando, con unas alas gigantes de color blanco y me levanta del suelo y me impone sus manos, las manos de Uriel ahora son sus manos y me dice: “sana que sana”, ofrenda su saliva sobre mi herida, me levanta en su angelical vuelo y ya no hay más dolor.  Abro los ojos nublados por mi aguacero de lágrimas y veo a tres seres luminosos danzando a mi alrededor.  La música envuelve el recinto.

Consciente de este advenimiento del amor, agradezco el ritual del que soy testigo, entiendo que la creencia es más efectiva que la fe ciega, creo en el poder curativo que se despierta cuando alguien te ofrece su buena voluntad y estos tres ángeles voluntarios me conectaron con un dolor que tenía que resolver de niño y ahora a mis cuarenta y tantos giros sobre el sol, entiendo que soy hijo del tiempo, que sigo siendo un niño que vuela y aunque cae, el suelo no es su destino.

Uriel termina su labor, me impone su mano derecha para cerrar el conjuro que convocó a tantas jerarquías, Ricardo y Nicolás se van silenciando sutilmente, un olor dulzón invade el lugar. 
-Listo niño -dice el gentil sanador, -vaya con bien.

Todos estamos llamados a ser sanadores ¿Cuál es el acto mágico que hacemos para hacer de la existencia un milagro constante, una ofrenda amorosa con aquellos que sienten dolor?
Salí de su casa ligero de equipaje como si estuviera estrenando cuerpo, la calle a pesar del caos propio del día brillaba, todo era más amigable.  En la plaza me esperaba el salpicón, que como buen mortal disfruté como un regalo de los Dioses que habitan en la tierra.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa.

MIRAR DE FRENTE

  -No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, ...