Al principio fueron las palabras. Las mismas que crearon el mundo. Las que contaron sobre sus miserias y grandezas. Las del navegante, las del guerrero, las del sacerdote, las del arúspice, las del pirata, las del verdugo, las del aedo, las de todos… las palabras, las que siguen siendo una muestra de la inteligencia y la imaginación. Las invencibles. Las eternas.
Reinaldo Spitaletta.
Por puro antojo de palabroso que soy o me nombro, me aventuro en esta columna,
corriendo el riesgo de redundar, pues el que con las palabras se mete entra en
el bucle del palabrero donde todo es lo mismo, aunque se presente revelador,
quizás novedoso, siempre se tendrá la sensación de haberlo leído, de haberlo
vivido, como esa sensación que los franceses decidieron llamar: “déjà vu” y que
se pronuncia (deyaví) porque algunas palabras tienen esa curiosa potestad, no
se nombran como se escriben, pero se meten en todas las hablas con su brillo
tan campante y olvidamos su origen aunque las usemos como si fueran propias:
chofer, carriel, sticker, voucher, yogurt…
El epígrafe que uso, lo resume, lo tomé prestado de una entrada del blog
de Reinaldo Spitaletta, pensé usar la expresión lo robé del blog, pero
opté por el eufemismo de tomar prestado, yo no chicaneo con los amigos,
pero a los escritores no se les roba, su columna me inspiró y a él el crédito,
el honor y la gloria.
Las palabras propias, impuestas, advenedizas o robadas nos definen,
¿dime con quien hablas? y te diré que sabes, ¿dime que lees? Y te diré quien
eres. Asistimos a un tiempo de caída en
picada de las palabras por el desbarrancadero del ostracismo, pierden su uso
siendo reemplazadas por caritas amarillas que aparecen haciendo guiños en medio
de las conversaciones que ahora se llaman chats, estas caritas se comieron las
palabras, en su redondez amarilla (algunas son inclusivas y vienen desde el
amarillo en un misterioso desvanecimiento, que pasa por el blanco hueso hasta
llegar a un rojo que parece negro), ya no expresamos la alegría con palabras,
sino con caritas felices, el deseo con una berenjena y el bienestar con un
pulgar enhiesto.
También las palabras son cercenadas, mutiladas sus partes, yuxtapuestas,
ignoradas o travestidas, por ahí se les puede ver clamando por ayuda: “bn” (en
lugar de bien), “espadadrapo” (en lugar de esparadrapo), apacharrado (en lugar
de achaparrado), X2 (en lugar de decir: también me pasa a mi o estoy de
acuerdo) 4U (para ti) bss (para besos) xoxo (besos y abrazos). Cierto es que la
llamada vida moderna y la tecnología han impuesto sus reglas de juego y con
ellas el afán, parece que ya las palabras no merecen el tiempo justo para ser
escuchadas, mucho menos para ser escritas con la altura y la anchura, la
textura y el espesor que cada una contiene, consumimos palabras sin tuétano.
La poeta estadounidense Muriel Rukeyser, fue quien dijo que el universo
estaba hecho de historias, no de átomos, Filón de Alejandría preconizó mucho
antes que: “Las palabras crean las cosas” y aquí muy cercano a nosotros, el
poeta Tamesíno, Everardo Rendón Colorado, descubrió que su profesora Gilma
tenía la boca llena de vocales y de allí saltó como una gotita, su primera “a”
de asombro. Las palabras como cosas, las historias como universos, en resumen,
definen lo que somos.
En esta edición número cien del periódico el petroglifo viene bien la
reflexión, ¿cuántas palabras han surcado estas páginas?, ¿cuáles son nuestras
historias?, ¿cuáles las palabras que dan sentido a nuestras vidas?, ¿cuáles las
narrativas que ordenan nuestra cotidianidad?, ¿cuál el legado que estamos
dejando?, ¿quién pronunciará nuestro nombre cuando ya no estemos, contará o
cantará la hazaña de nuestras vidas?, ¿dónde se esconde el juglar, el trovador
de nuestros tiempos?...
¿Quién le devolverá el tuétano a las palabras para que nuestra memoria
no pierda la sustancia de todo eso que fuimos, somos y esperamos en nombre de
las palabras no dejar de ser?
Columna Publicada en la edición numero 100 del Periodico Reginal el Petroglifo del Municipio de Tamesis Antioquia. Abril del 2022