martes, 12 de abril de 2022

OSTINATO


 

Los finales son difíciles, pero la verdad es que nada termina, la vida es un continuo retorno, nos repetimos y eso no tiene nada de malo; en efecto, repetirnos es lo que da sentido a las narrativas de lo cotidiano.

 La música sería imposible sin la repetición de pequeñas células rítmicas y melódicas, si no fuera por los sonotipos, no tendríamos como relacionar una música con un género o un estilo y si el músico no repite a diario digitaciones, escalas y fraseos, no alcanzaría el nivel de virtuosismo que le permite interpretar la magistral obra que ya otros han repetido hasta el paroxismo.

Nos repetimos constantemente en los rituales que diseñamos para ordenar los asuntos cotidianos y triunfar de las pequeñas miserias que nos hacen creer que vivir una rutina es algo indebido; cuando lo único que tenemos es la honestidad de repetirnos, la consecuente manera de ser cada nuevo día los mismos.

Los finales suelen venir siempre con incertidumbre, con sensación de pérdida o de dolor, dejando una gran frustración, no sirve de nada prepararnos para el fin, como tampoco sirve de nada saber que todo final es un comienzo.

Los principios suelen ser más fáciles, tanto que ni los advertimos, para darnos cuenta de ellos debemos mirar atrás, en presente no es fácil detectarlos, una mirada, una sonrisa, en ocasiones un disgusto o un acontecimiento trivial pueden ser el detonante, pero no sabemos que esos gestos o actos están siendo el comienzo de algo.


Comienzo y final son las márgenes, enmarcamos en sus extremos la infinidad de aristas del suceder, ¿qué te sucede? preguntamos al otro cuando le vemos con cara de acontecimiento, suceder y acontecimiento juntos para resolver la inquietud del estado de ánimo del otro, pero en realidad no estamos interesados en su suceder, ni en su acontecimiento, sino en el motivo de su desdicha, en su emocionalidad, en su padecer más que en su suceder.
 

Entre comienzo y final acontece que estamos solos, -al final quedó sólo- dicen de aquél hombre viejo que se pasa los días sentado en el café de la esquina, siempre estuvo sólo aun cuando vivía junto a su familia, podría decirse que estaba más desolado cuando estaba acompañado que ahora que por fin es dueño de su solitud; cambio aquí la expresión porque no es lo mismo la soledad que la solitud o por lo menos eso me enseñó mi amiga Matilde; quien descubrió danzando la diferencia entre estas dos ideas en uno de sus tantos viajes al ashram de Osho en la india.  Solo quien es capaz de vivir con su solitud podrá ser buena compañía.

-Hasta otro día-, me dijo una indígena al bajarse del bus al final de un viaje entre Ambato y Cuenca en Ecuador, -hasta otro día- le respondí consciente de que no habría otro día, pero con la certidumbre de que su forma de despedirse era un conjuro para afirmar la idea de que seguiríamos existiendo a pesar de dejar de vernos.


Un caso similar pasa con los italianos que al despedirse utilizan la expresión ci sentiamo, que en un sentido literal sería: nos sentimos, y al traducirla al español se transforma en: seguimos hablando.  Después de la despedida que ocurre al final de un encuentro y antes de dejarse de ver, también lanzan un sortilegio que les permite en la ausencia física pasar al plano del sentimiento, no nos veremos, pero nos seguiremos sintiendo.

En mí pueblo, al despedirnos nos décimos: -nos seguimos viendo-, eso sí qué es vencer el final, pues al abandonar la presencia con el otro abrimos un portal mágico para seguirnos viendo con los ojos del recuerdo, de la evocación.

Comenzar es sencillo, todos los días estamos en eso, al cerrar los ojos en la noche ocurre un reseteo de cuerpo y alma, no nos damos cuenta de esa muerte; un acto generoso de la naturaleza nos da ése olvido, dicen que los ángeles envidian esa gran posibilidad  de los mortales.

Los finales son más complicados porque nos conectan conscientemente con la muerte, por eso albergamos la azarosa esperanza de otro día, nos seguimos hablando, nos seguimos sintiendo, nos seguimos viendo.  

En medio de estas premisas estamos llegando a nuestro final, al cierre, los planes de vida llegan a una conclusión que para muchos es afortunada y para otros, puede ser paupérrima.  

 Todo esto puede ser un simple error de percepción, porque, en medio de tanto afán, no advertimos que nada termina, que nada empieza, que vivir es una continua sensación que apenas si entendemos.

 

CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA

 

 

 

MIRAR DE FRENTE

  -No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, ...