Los
finales son difíciles, pero la verdad es que nada termina, la vida es un
continuo retorno, nos repetimos y eso no tiene nada de malo; en efecto,
repetirnos es lo que da sentido a las narrativas de lo cotidiano.
La
música sería imposible sin la repetición de pequeñas células rítmicas y
melódicas, si no fuera por los sonotipos, no tendríamos como relacionar una
música con un género o un estilo y si el músico no repite a diario
digitaciones, escalas y fraseos, no alcanzaría el nivel de virtuosismo que le
permite interpretar la magistral obra que ya otros han repetido hasta el
paroxismo.
Nos
repetimos constantemente en los rituales que diseñamos para ordenar los asuntos
cotidianos y triunfar de las pequeñas miserias que nos hacen creer que vivir
una rutina es algo indebido; cuando lo único que tenemos es la honestidad de
repetirnos, la consecuente manera de ser cada nuevo día los mismos.
Los
finales suelen venir siempre con incertidumbre, con sensación de pérdida o de
dolor, dejando una gran frustración, no sirve de nada prepararnos para el fin,
como tampoco sirve de nada saber que todo final es un comienzo.
Los principios suelen ser más fáciles, tanto que
ni los advertimos, para darnos cuenta de ellos debemos mirar atrás, en presente
no es fácil detectarlos, una mirada, una sonrisa, en ocasiones un disgusto o un
acontecimiento trivial pueden ser el detonante, pero no sabemos que esos gestos
o actos están siendo el comienzo de algo.
Comienzo y final son las márgenes, enmarcamos en
sus extremos la infinidad de aristas del suceder, ¿qué te sucede? preguntamos
al otro cuando le vemos con cara de acontecimiento, suceder y acontecimiento
juntos para resolver la inquietud del estado de ánimo del otro, pero en
realidad no estamos interesados en su suceder, ni en su acontecimiento, sino en
el motivo de su desdicha, en su emocionalidad, en su padecer más que en su
suceder.
Entre
comienzo y final acontece que estamos solos, -al final quedó sólo- dicen
de aquél hombre viejo que se pasa los días sentado en el café de la esquina,
siempre estuvo sólo aun cuando vivía junto a su familia, podría decirse que
estaba más desolado cuando estaba acompañado que ahora que por fin es dueño de
su solitud; cambio aquí la expresión porque no es lo mismo la soledad
que la solitud o por lo menos eso me enseñó mi amiga Matilde; quien descubrió
danzando la diferencia entre estas dos ideas en uno de sus tantos viajes al ashram
de Osho en la india. Solo quien es capaz
de vivir con su solitud podrá ser buena compañía.
-Hasta otro día-, me dijo una indígena al
bajarse del bus al final de un viaje entre Ambato y Cuenca en Ecuador, -hasta
otro día- le respondí consciente de que no habría otro día, pero con la certidumbre
de que su forma de despedirse era un conjuro para afirmar la idea de que
seguiríamos existiendo a pesar de dejar de vernos.
Un caso similar pasa con los italianos que al
despedirse utilizan la expresión ci sentiamo, que en un sentido literal
sería: nos sentimos, y al traducirla al español se transforma en: seguimos
hablando. Después de la despedida que
ocurre al final de un encuentro y antes de dejarse de ver, también lanzan un
sortilegio que les permite en la ausencia física pasar al plano del
sentimiento, no nos veremos, pero nos seguiremos sintiendo.
En mí pueblo, al despedirnos nos décimos: -nos
seguimos viendo-, eso sí qué es vencer el final, pues al abandonar la presencia
con el otro abrimos un portal mágico para seguirnos viendo con los ojos del
recuerdo, de la evocación.
Comenzar es sencillo, todos los días estamos en
eso, al cerrar los ojos en la noche ocurre un reseteo de cuerpo y alma, no nos
damos cuenta de esa muerte; un acto generoso de la naturaleza nos da ése
olvido, dicen que los ángeles envidian esa gran posibilidad de los
mortales.
Los
finales son más complicados porque nos conectan conscientemente con la muerte,
por eso albergamos la azarosa esperanza de otro día, nos seguimos hablando, nos
seguimos sintiendo, nos seguimos viendo.
En
medio de estas premisas estamos llegando a nuestro final, al cierre, los planes
de vida llegan a una conclusión que para muchos es afortunada y para otros,
puede ser paupérrima.
Todo
esto puede ser un simple error de percepción, porque, en medio de tanto afán,
no advertimos que nada termina, que nada empieza, que vivir es una continua
sensación que apenas si entendemos.
CARLOS
ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA