miércoles, 23 de julio de 2008

SALVEDADES EN MIEL DE ARÁNDANO



A RAÚL


Mi historia personal se bifurca en sus inicios en dos periodos, uno de ingenuidades y el otro de perspicacias. En el primero estaba puesta toda mi intención de niño en ser sólo eso: un niño; en el segundo la maledicencia infantil daba paso a la marrulla por la supervivencia empezando a perfilar un sujeto más arisco en los asuntos de lo personal y lo público. Surcando estos dos periodos iniciáticos puede verse un reguero de aguardiente transitando un extenso territorio, estableciendo bordes con su política de desdicha y vahos adormecedores.


De niño recuerdo ver a mi padre cantar el aleluya del Mesías de Händel y al mismo tiempo saltar dirigiendo una orquesta invisible que para mí eran los trastes que se estremecían en el locero de la cocina; aterrado con aquella imagen pero feliz con la música que salía de la grabadora silver, fui heredando la idea de que la música tiene un más allá, bueno, debo admitir que lo primero que pensé era que a quién se la había ocurrido escribir semejante canción para dedicársela a los papelitos que arrojaban en las piñatas…


A Raúl, como fue bautizado mi padre, un señor al que le decían Narigón, era el que le pasaba la mejor música que alcanzaba a llegar, del resto del planeta, a ese villorrio donde la existencia nos mandó a parar. Narigón era un señor de tez morena, casi calvo, encorvado y con una nariz que le hacia excelente gala a su apodo; tenía una tienda en la esquina de la casa de las “Itas” donde vendía sirope con biscocho, justo ese era el encanto de acompañar a Raúl a recoger los cassettes que le pasaban de los valiosos acetatos para poder ser escuchados en su amada grabadora.


Fue un borracho ordinario, pero ¿quién no es ordinario cuando está bajo los delirios del alcohol?, pero lo que no era ordinario era su gusto, que mientras los otros bebían al son de madre del alma, él hablaba de las mejores zarzuelas y operetas y de compañías de teatro y de grandes compositores, provocando en muchas de las veces repudio por los otros borrachines que no tenían el nivel para semejantes prendas.


Su oficio: peluquero-barbero y pintor de brocha gorda, Restrepo al hombre le dicen unos, apellido maldito para el resto de los coterráneos que veían encarnada en esta familia al mismo diablo, dizque por locos, porque desde niños hacían muñequitos con greda, o porque eran serios y sus relaciones sociales eran escasas, o porque su color de piel era tirando a oscurita, terrible herencia de aquel pueblito donde sólo quedaban rezagos de viejas alcurnias de artificio.


La inclinación por la escultura y la pintura les rondó desde siempre, desde su hermano mayor hasta los sobrinos, primos míos para más señas, que supieron heredar el arte, lo descuidaron y lo volvieron baratija; fueron los Restrepo los primeros en tallar el río piedras y llevarlo a los hogares en forma de bodegón con frutas.


Desde siempre me sentí orgulloso de él, su testimonio de vida cuenta muchas fortalezas, después de ser un mito como alcohólico, después de ser estigmatizado por aquellos que alcanzó a llamar amigos, en una ocasión le escuche que de él se decía no le daban trabajo porque se tomaba hasta la pintura; después de la inopia, después de la rabia y las tristezas, a pesar de los rencores adquiridos, con la sabiduría que he empezado a sospecharle, un día dijo no más y no volvió a tomarse un trago, por sus hijos, por su compañera y un tiempo después dejó de lado el cigarrillo porque quiso, aunque también debió ayudar la indiferencia de mi hermana y la mía cuando huíamos de donde estuviera él con su fumarola de tren cansado.


Muy terco y soberbio eso sí, negarlo sería necedad, pero buen hombre el tipo, al comienzo de mi vida le decía papi, con el correr del tiempo y después de una pela de aquellas en las que detestaba ser niño, cambié la forma de nombrarlo por Don Raúl y así se quedó para siempre, fue mi pequeña venganza, sospecho que añora el viejo trato, alguna vez me hizo un sutil reclamo por llamarle así, pero decirle a estas alturas papá ó padre se me antoja un tanto postizo, en cambio no he perdido la vocación de abrazarle, pedirle la bendición y darle un beso en la mejilla, mejilla que cada vez se me hace más parecida a la de la abuela, como mi voz se va pareciendo más al timbre de la suya, a veces cuando tengo excesos de tos me sorprendo al hacerlo idéntico a él.


Tiene la capacidad de impacientarme, cada vez que hablamos tiene una queja del mundo, un reclamo, y ese: ya nadie me da trabajo por viejo, que termina por intranquilizarme a mí que estoy haciendo carrera para una vejez solemne y tranquila.


En su discurso advierto algo de ingratitud con la vida, tal parece que le quedaron cosas pendientes y no alcanzó a resolverlas, muchas veces lo ha sorprendido mi mamá sentado en el corredor de la casa lloriqueando nostalgias, aún a estas alturas se sigue tragando los sentimientos; que sepa, nunca le escuche decir te amo o te quiero, imagino que empleaba otras palabras u otros signos para reemplazarlas, lo que pasa es que generalmente esperamos que el otro se comporte según nuestra necesidad, sobre todo si es el papá.


Hace poco mi hermana y su esposo lo llevaron a conocer el mar, a sus sesenta y pico era virgen de playa, oleadas marinas, espumas, chapoteos y picaduras de agua mala. Todos estaban a la expectativa de sus comentarios, más emocionados que él partieron de las barrancas del interior al lugar donde muere el continente y al llegar no dijo una palabra, se la pasó en silencio, al reclamarle por su simpleza frente al inmenso mar los despacho con una de sus acostumbradas frases: “es que ustedes no entienden que yo tengo mis formas personales de emocionarme”.


A menudo la casa esta llena de yeso y Otilia su esposa, la misma que hace las veces de mi madre (a ella si le digo amá ó amacita y en confianza misia-oti ó tilita mija), no se hace esperar con los reproches, -desde que usted esté aquí esta casa nunca permanece limpia- ella tiene por menester echar cantaleta, ¿por qué dejó el pocillo del tinto en el lavadero?, que mire que dejó el entablado entierra’o, que agáchese y recoja los regueros… en fin, él a veces es muy paciente, pero ella lo dobla en paciencia, entre ellos se las arreglan, por eso son esposos y así se han conservado, motivos para dejarse no les han faltado, pero el amor más que el sometimiento es esa fuerza innombrable que hace que subsistamos a pesar de la diferencia y la fragilidad del otro y en ellos se ha manifestado con todo su esplendor.


*


Lo que se hereda no se hurta, pero también es cierto que lo que natura no da, salamanca no lo presta. Nací un once de mayo y a la semana siguiente se celebraba el día de la madre, yo vine para inaugurar a Oti en su primera celebración y el regalo no se hizo esperar: comprado por Celina mi nana, pagado por Don Raúl y entregado a nombre mío, que a falta de nombre, dispuso el padre que en la tarjetita rezara, del: Artista, para: la mamá. Desde ahí me jodió con el mandato de sus palabras, nunca amé el trabajo duro y con esto no digo que mi oficio sea fácil, lo que quiero decir es que en mi vida he empuñado una brocha, desyerbé un tajo de cafetal o bolié pica; sólo ayudé a cargar mezcla en casa en una de nuestras modestas reformas (que no han terminado por cierto) y estuve “molido” una semana.


En cambio siempre me incliné por eso de cantar y arriar acordes con una guitarra, seguro cuando se inventó el patronímico pensó en sí mismo, en pintura, en lienzos, en escultura; nunca imaginó que el pequeño sería la oveja negra de la familia y terminaría cantando para alegriar los días propios y ajenos.


De don Raúl me viene la sensibilidad de mundo, las lágrimas ante lo hermoso, la conmoción en el pecho que llaman dignidad, la generosidad, el respeto por lo que no es mío, el buen comer, el no tragar entero; su comentario más aleccionador para mí lo soltó mientras hablábamos de rabias y enojos, me dijo: la mejor forma de no recibir un golpe es no estando presente, con el tiempo entendí que la mejor forma de no estar presente es no andar de provocador.


También hay herencias malditas como el mal genio, el carácter explosivo y éste es de padre y madre, como quien dice “estoy jodido”. También cuenta la desconfianza, la impaciencia, la pérdida de fe, el desdén por lo vulgar, la autoexigencia, la terquedad y otros que me silencio u oro para que no me lleguen, como la calvicie.


En la estructura que aguardo en mis costumbres están aposentadas muchas de sus temperamentales actitudes; con muchas de ellas vivo combatiendo porque no quiero parecerme en nada a él, pero también hay muchas que con regocijo acepto porque en algo quiero parecérmele.


Con lo demás se traban las lidias cotidianas, para muchos con razón soy un Restrepo, para otros soy encantadora luz y hasta buen amante me he permitido que presuman en mi presencia.


Al César lo que es del César; muy fogoso el hombre en su juventud -conjeturo- dados los comentarios de sus contemporáneos que yo discretamente atesoro.


Soy una mezcolanza de hijo de hogar, puto y noble, tengo la ligera impresión que nada de esto es novedoso para el buen hombre que tengo por padre y la leal amiga que tengo por madre; ellos han sabido ser discretos con mis asuntos, pero fervientes seguidores y orgullosos de mis talentos, hace rato que estamos en la empresa de disfrutarnos, vivirnos hasta el tuétano los muchos momentos que le robamos a las ocupaciones para seguir siendo familia.


Hace un buen tiempo estaba por escribir sobre don Raúl, para decirle lo que de él he sentido y nunca he dicho, para agradecerle por haber sido como papá lo mejor que pudo; pero en cada intento me iba por las ramas y terminaba haciéndolo sobre otras cosas, creo que esta vez me pasó igual pero logre llegar hasta aquí, ahora no sé que decir, un nudo en la garganta me está estrangulando, las lágrimas han caído en el teclado reiteradas veces mientras imágenes en pensamientos veloces pasan ante mí…

Puedo verme jugando con él en la cama y cantando: uno dos y tres, la conga se va, mientras me eleva con sus pies en los que estoy a horcajadas; nos vemos reflejados en el espejo de la peluquería donde me está haciendo el corte “papindó, caminamos por el río buscando piedritas para tallar, fabricamos papagayos para elevar en la manga del colegio o me lleva en hombros camino al cerro de las nubes.

Al final me veo adormecido a su lado mientras me cuenta la historia de lejos del nido y me acurruco con la felicidad de no ser un niño al que roban dos indios y puede gozar de su padre hasta en los ensueños de grande.

2008-06-06


Carlos Andrés Restrepo E.

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