Una delicada cortesía tienen las gentes de aquí al mantener sus frontispicios impecables, las de sus casas quiero decir, del propio no me arriesgo a aseverar nada, pero de las fachadas de sus casas si tengo luz verde para opinar, incluso para posar. Cierren ventanas, balcones y no dejen entreabiertos portones que la algazara de turistas se acerca, vienen de todos los puntos cardinales y traen la vieja manía de quererlo todo, empiezan comprando baratijas, bisuterías en sazón que portan con dizque orgullo del lugar visitado y terminan quedándose con las casas y las tierras de los de aquí, para convertirlas en privados solariegos donde perros bravos a ladridos recuerdan al local los estragos de la propiedad privada.
Cerraron las puertas y ventanas, pero las pintaron de colores, y este acto llamó más la atención, una ventana variopinta, aunque esté cerrada, da la sensación de estar abierta, sus colores mezclados al azar ofrecen al turista la confianza de sentirse en casa, pero ojo, no se confíen, serpientes y ranas igual de coloridas ocultan en su esplendor ponzoñas mortales. Todo invasor termina siendo invadido, sobre las ruinas de antiguas civilizaciones se erigen los nuevos imperios y sobre estos se mece la espada guerrera que los terminará desplazando.
La fina coquetería es la otra cara de la hipocresía, así como el humor es la otra cara de la desesperación y eso que aquí no tenemos sentido del humor sino del chiste, la seriedad de los hechos es desplazada por la chanza y en lugar de preocuparnos por las vicisitudes infames que van marcando el ritmo de lo cotidiano, nos termina dando risa todo, desde lo otrora solemne, hasta la autoridad.
Hoy en día no nos morimos de vergüenza, todo lo que en este pueblo pasa es para morirse de risa, perdón por la distracción, les estaba hablando de las fachadas; hasta esta columna es un chiste. Les iba a decir que he notado en los últimos tiempos, una costumbre de sacarse fotografías ante las puertas y fachadas de las coloridas casas de este pueblo que cambió el sentido de pertenencia por el chiste y la dignidad por el color. En las redes sociales es común ver a algunas personas, la mayoría de veces mujeres de cabello liso y piernas expuestas al sol, tomarse fotos ante las casas de familias que en otros tiempos fueron la aristocracia del pueblo, posan con gestos sugestivos, por ejemplo, estiran los labios en mueca de provocación como libando de una teta imaginaria, se supone que prolongar los labios en tal ademán es seductor, seducir es succionar, una delicia para disertar con mi amigo Miguel el psicólogo, pero creo que no es un tema relevante, el asunto se resume en una tendencia marcada por una actriz famosa y su protrusión en los labios superiores por no mencionar otra ubicación espacio corporal.
Decía que los y las visitantes se están parando frente a las puertas para tomarse sus fotos, quizás como una forma de memorizar el lugar visitado, una suerte de fascinación estética que desconoce de arquitecturas y memorias del lugar, quizás solo ven un decorado que sirve de fondo para las selfies que archivaran en sus teléfonos y no volverán a ver el resto de sus vidas.
Hace poco, encontré en el camino a una turista asiática sacando una foto frente a la sencilla puerta de una casa de fachada humilde, una puerta en tablilla con una mezcla de tonos cafés tostados por el sol, en la que se hacían visibles nudillos en la madera que lucían como pequeños ojos, me les quedé mirando, a la puerta y a la asiática, los que me conocen podrán imaginar mis pensamientos ante aquel cuadro; la mujer me sonrió y en un idioma que pude reconocer tan nítido como las aguas del Río Piedras en verano, me dijo. - Hola buenos días -, correspondí al saludo y le pregunté qué de especial le veía a esa puerta y con un dejo de tristeza expresó, que le recordaba la tapa del féretro en que había sido sepultado su abuelo, en el tiempo que llevaba visitando el pueblo era el único lugar que la había conectado con algo de su memoria personal. Aquella puerta le recordó el día en que vio por última vez a su abuelo, tras cerrarse la tapa sintió que la seguía mirando a través de los múltiples ojos que los nudillos de la madera parecían semejar. La mujer sigue su camino, yo hago lo propio, camino y me digo que muchas veces viajamos muy lejos para darnos cuenta de que el lugar más lejano es en el que estamos.
Desde aquel día cuando recorro las calles del pueblo y observo las coloridas puertas siempre imagino que son la tapa del ataúd de las personas que habitan adentro.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa.
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