lunes, 19 de septiembre de 2022

GIROS




Toda luna, todo año, todo día, todo viento camina y pasa también. 

También toda sangre llega al lugar de su quietud.

Chilam Balam.


A oídas, luego indago y escribo, es mi método. Me gusta andar por ahí “parando la oreja y escucho unas cosas que no se han de imaginar, todas me las creo y después las descreo.  Casi no hago preguntas, las personas suelen andar por el mundo contando su vivir, como si su existencia dependiera de su propia narrativa, alargan su tiempo de vida prolongando las historias, unos son muy creativos, en cambio otros repiten la misma historia cada vez y la cuentan como si fuera la primera, olvidando que el público ya conoce el repertorio, sobre todo le pasa a los más viejos, con el paso de los años nos volvemos monotemáticos, repetimos el cuento por miedo al silencio, al olvido, al abandono y a la misma muerte.

Cuando la narrativa empieza a dar vueltas, entonces pregunto y el narrador se encauza, si mas adelante se desvía, pregunto de nuevo, así logro avanzar en la historia y al final me doy cuenta que me la he pasado dando vueltas, que al pretender linealidad no logro mas que entrar en un bucle del lenguaje, un profesor muy sabio y barbudo que tuve le llamaba dialéctica y decía que era como una espira, yo nunca entendí, pero imaginaba un resorte Slinky, ese que de niño tomaba con ambas manos y se enrollaba de lado a lado sin gracia alguna, pero que en las manos adecuadas ofrecía elegantes acrobacias y hasta lo vi subir y bajar escalas. En fin, como pueden darse cuenta, un texto puede avanzar en sus líneas sin avanzar en su contenido, se pueden llenar páginas, publicar libros, colmar el mundo de palabras, pero eso no indica que haya una unidad narrativa de por medio, o un gran aporte literario y resulta divertido, porque después de todo, toda historia tiene algo de aburrido en el decurso de su existencia, las mejores novelas tienen capítulos sórdidos y pesados que a duras penas los leemos entre bostezos y cabezazos, como la vida misma, por fantástica que esta sea, hay días que provoca no vivirlos y su evocación nos produce malestar.

¿Qué quieres contar realmente? -me digo- y me respondo: -realmente- nada.

Lo que cuento es ficción, es algo que no ha pasado, pero que me está pasando y nunca nadie más sabrá que pasó, salvo que lea esto que escribo y consiga entenderlo, porque he puesto tantas trabas en estos extensos párrafos que ni yo mismo sé ya para donde voy.

Estaba saliendo del Museo de Antropología de Ciudad de México, había sido una larga jornada dedicada especialmente a la sala de Teotihuacán, me detengo al lado de la inmensa fuente dejando que la brisa me acaricie la cara, en una pared al fondo, entre las líneas de agua aparecen las palabras que uso de epígrafe en este texto, las sentí en mi pecho, como si cada palabra no fuera leída, sino tallada en las paredes de mi corazón, se me fue la respiración, sentí un sonido agudo y de repente todo a mi alrededor dio un giro, estaba de cabeza al mundo, cerré los ojos y alargué las manos de manera instintiva para proteger mi cabeza, empecé a caer en el vacío, de repente estaba de pie en lo mas alto de la pirámide del sol en Teotihuacán, divisando la calzada de los muertos, quise entrar en pánico pero una voz dentro de mí me dijo: -salta- y sin tiempo a pensarlo me impulso y ya estoy en la pirámide de la luna, no había una explicación racional, era yo un fluido, no había peso, sabía que tenia cuerpo, no lo veía, ni lo sentía, pero en aquella situación era dueño de mis movimientos.

No espero que me entiendan, pero así era, cuando apenas descendía en la cúspide de la pirámide de la luna, sentí la pulsión y de nuevo doy un salto y regreso a la pirámide del sol.  

Una alegría profunda me invade, y una voz que no es voz, sino un pensamiento dice: soy tu muerte y sonríe, hay que prepararse susurra, morir es un salto, siento como si los pies estuvieran en llamas y me impulso y vuelo,  ahora estoy en el cerro Tonalan, muy lejos de Teotihuacán, pero alcanzo a verme en la punta de la pirámide del sol y en la punta de la pirámide  de la luna, yo soy tres personas y los tres saltamos y nos encontramos en el aire, tres estelas de luz viajando por el valle cayendo o ascendiendo, describiendo formas caleidoscópicas. Mucha seguridad y confianza me asistían, la muerte hablaba y decía: salta, juega, entrena tus pantorrillas, prepara tu corazón, limpia tus pulmones, fortalece tus omoplatos, de allí saldrán las alas que te elevarán en tu vuelo final, pero por ahora juega, salta, diviértete, hasta que sea el momento adecuado no dejes de jugar.

Con un corrientazo frio que me heló la espalda regresé al museo, seguía debajo de la fuente, no solo la brisa me acariciaba la cara, estaba empapado, una mujer a mi lado sonrió, -siga jugando que le luce- y se alejó saltando. Así no más. 

Cierro los ojos para descansar del exceso de luz y al abrirlos de nuevo estoy sentado en una pulquería, sostengo un vaso de pulque de tuna en las manos, a mi lado una mujer con los brazos llenos de tatuajes me extiende su copa y brindamos, cuando chocan los cristales mi mano atraviesa su copa y sigue de largo por su brazo así como cuando se pasa por enfrente de un proyector, retiro rápido mi mano, ella me mira fijamente, mi vaso ahora está vacío, a los pies un perro descansa con su barriga en el piso y me mira, su  lengua es azul y los ojos verdes, miro al perro, el perro mira a la mujer, la mujer me mira, yo recorro con mi mirada a los dos y reparo en mi vaso que ahora está lleno. Al fondo suena Café Tacuba: no me hubieras dejado esa noche, porque esa misma noche encontré un amor...

Las narrativas dan vueltas, la mujer de la pulquería y yo damos vueltas, en una de esas vueltas resultamos en la plaza de mi pueblo conversando y tomando café de esos que cada vez son tan caros que empiezo a extrañar el pulque.  Sigo girando, mi método es atraparlos y mantener su atención para no sentirme solo, por miedo al silencio, al olvido o al abandono, hasta que llegue al lugar de mi quietud.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa


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