sábado, 17 de septiembre de 2022

FANTASMAS



A las cuatro y media de la mañana, instante en que la noche es más oscura, una sombra inmensa avanza por las calles del pueblo, las personas de bien procuran no estar fuera de sus casas en aquél tétrico momento, lo que menos desean es encontrarse con tal aparición.
La corpulenta sombra avanza trastabillando por el empedrado, de sus manos sale una llamarada que refulge en la oscuridad y le ilumina el camino.  Unas inmensas garras se reflejan en la penumbra como aterradoras tenazas dando la impresión de rasgar los cortinajes de las ventanas, tras las cuales los niños se encogen petrificados entre las cobijas, a los que les sorprende despiertos no les deja otra opción que amanecer helados tras hacerse pipí en la cama.

Algunas personas dizque valientes o borrachos que sorprende la madrugada saliendo de algún lugar de lenocinio, han intentado salirle al paso y enfrentar el espectro, pero éste convierte la llama de fuego en un bastón y con un invisible golpe lo descarga sobre la testa del incauto que despierta patitieso con los primeros rayos del sol, tirado sobre un andén.

Su recorrido siempre es el mismo y en el mismo lapso, esa es una característica esencial de los fantasmas, su puntualidad, bueno hay que reconocer que algunos son mas esquivos, dicen que el bulto sabe a quien le sale, pero este, podría decirse es de los más organizados al respecto, muy democrático, a todos les sale, incluso cuentan que de día también se manifiesta y ¡ay! de aquel que se lo encuentre. 
Imperturbable, ni los rezos, ni las mandas hechas por las señoras de la Legión de María le han hecho desistir de su impecable labor de espantar.
Camilo sale de su casa, el tintineo de su llavero va acompasando sus pasos que se mueven con ligereza en la oscuridad, conoce de memoria el camino a fuerza de toda una vida de  recorrerlo en la oquedad de las cuatro de la mañana, siente tal vacío que suele pensar en que es la única persona en pie sobre la tierra, se detiene un instante para apreciar con detenimiento aquel pensamiento, pero el afán le asalta de nuevo, da un fuerte resoplido que hace eco en las callejas y continúa su monótono camino de las madrugadas.

Al acercarse al templo por la puerta del perdón, toma su llavero del cinto con la misma agilidad que Paul Newman tomaba su arma en el último western que vio en el cinema Santamaria a escondidas del párroco; donde este se dé cuenta de tal impureza Camilo podría perder su puesto de vestir santos. 
Le da tres giros a la cadena, las llaves se van ordenando de mayor a menor entre sus dedos, en una suerte de malabarismo que surte efecto porque lo hace sin pensar, es como si el llavero tuviera memoria y se organizara de tal manera que las puertas del templo se abren con la agilidad de un relámpago, de repente las bisagras seden a un leve empujón y en cuestión de segundos las cuatro puertas de acceso están abiertas de par en par.

Se dirige a la sacristía para poner en orden los ornamentos, dispone las vasijas para la celebración, enciende las velas del altar, cambia el agua de los floreros que empiezan a apestar pese a sus radiantes colores, cuando ya tiene todo en su lugar se dirige al campanario, toma en sus manos los lazos y de un tirón saca del sueño al pueblo avisando que la misa está próxima a empezar.

Cuando suena la última campana anunciando primero para misa ordinaria, en la esquina del café Macondo, hace su aparición una espectral figura, Camilo desde el atrio la ve, en lugar de sentir miedo, sonríe, busca la camándula entre el bolsillo, aprieta con el dedo pulgar el rostro del crucifijo y empieza a rezar el padre nuestro, como si esto molestara a la aparición, la llamarada en sus manos se crece fulgurante, de una zancada atraviesa la plaza y se para enfrente del sacristán, siente la presencia helada y sin moverse de su sitio sigue su rezo imperturbable, las veladoras del templo ofrecen una aura santífica detrás de Camilo, quien sigue su rezo ahora en vos alta.  La figura parece cobrar forma humana, la llama de sus manos se apaga, y de su garganta sale una voz áspera de mujer; pero no por ello menos fantasmal, que se suma al rezo.  Camilo imperturbable termina su oración con un ¡Ave María Purísima! Sin pecado concebida -responde la aparición-.

¿Te has dado cuenta de que los dos nacimos para ser fantasmas? -le dice Camilo a la particular mujer que la aurora, deja entrever ataviada en sus excesivos ropajes como una gitana- 
No creo -responde la mujer- nosotros nacimos para ser historia, los fantasmas son todos los que siguen a esta hora dormidos. 

Camilo gruñe, es su forma de respirar, gira sobre sus talones y regresa al templo, la mujer le sigue en silencio con sus rengos pasos, al interior las veladoras ofrecen un cálido abrigo, un olorcillo a parafina perfuma el ambiente y cada uno se va disipando indiferente en sus umbrosas funciones, están tan convencidos de su oficio que parece que estuvieran vivos.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

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