Cuando
José murió se llevó consigo los mejores sabores que tenía el mundo.
Él,
un hombre de aspecto frágil, con la cabeza inclinada y metida entre los hombros
cómo si fuera una tortuga, era el poseedor de la alquimia de los dulces que
marcaron la niñez de muchas generaciones en aquel pueblo de calles desiguales,
casas inmensas con tejados de barro, puertas y ventanas pintadas de verde.
Fue
de las pocas personas que tuvo la peculiaridad de ser un viejo toda la vida,
nadie lo recuerda joven, ni mis amigos, ni mis padres, todos parecemos tener la
misma percepción: El hombre no cambió, así que no es de sorprender que a sus
noventa y tantos años nadie le notara su edad, pues siempre había lucido igual,
quizás un poco más inclinada la cabeza, pero ¿A quién no se le tuerce por
cuestiones del tiempo o de las ideas? De repente se le veía trashumar las
calles luciendo un delantal blanco vendiendo
todo lo que se le antojara, fue toda la vida un vendedor; ora
solteritas, ora obleas, por temporadas copos de nieve en barquillos, algodón de
azúcar, mangos y naranjas de la rivera del cauca, aguacates, nísperos y
limones.
En
un cajón blanco atado al cinto, en un costal o en una caja, portaba sus
productos y recorría el lugar en procura de compradores incautos que resultaban
ser más generosos que ingenuos, pues le compraban los aguacates llenos de
pasadores, los limones revejidos y las solteritas quebradas sólo por ayudarle,
porque a muchos daba ejemplo de hombre trabajador, un alma que vivió del
rebusque y a pesar de su escasa educación poseedor de una filosofía profunda y
aguda, atributo que los hombres humildes suelen tener.
Luisa
todavía recuerda como si fuera ayer la tarde de domingo en que comió por
primera vez algodón de azúcar, el cielo estaba azul, el sol brillaba en su
poniente encendiendo los vitrales de la capilla, y en su boca la ilusión de
comerse una nube se desvanecía al contacto con sus labios, dejando a su paso un
dulzor imposible de descifrar, mismo dulzor que años después apareció al dar su primer beso y que nunca más
volvería a sentir por el resto de su vida.
-Las
campanas no anunciaron su muerte, esas se usan para regocijos y honras de gente de cuello blanco, José ni cuello
tenía -, dice Nolberto mientras sonríe y los ojos se le aguan, al igual que un
personaje de García Márquez recuerda aquella tarde en que conoció el hielo; era
de color amarillo y echaba humo, con asombro ve
como en un barquillo quebrado, que al instante el vendedor se apura a
ocultar entre sus dedos, vacía con una cuchara el milagro del hielo convertido
en helado, - aquí le va otro poquito -, dice Don José haciendo el ademán de
pasar la cuchara de nuevo sobre el helado y lo que hace es quitarle un poco de
lo que ya le había echado.
José
contaba con un atributo extra, la ubicuidad, esta le permitía estar en todas
partes al mismo tiempo, así atendía la salida del colegio, la entrada a misa,
la esquina de macondo, al mismo tiempo en que se tomaba un tinto en el bar Luna
Park, pedía una moneda en la terraza, cargaba un bulto de mangos al hombro por
la pendiente de la vereda la sola o se quedaba mirando con indiscreta precisión
a alguna dama del pueblo para a su paso decirle: -siempre es que hay mucha beatica
en este pueblo -.
Tal
vez por su aspecto desgarbado y un tanto desaliñado, se ganó el mote de Agonía,
así se le nombró y así se quedó hasta el día de su agonía definitiva, se
molestaba cuando le llamaban de esta manera, pero sabía dar habida respuesta a
quien le molestaba con palabras socarronas y de una acidez que dejaba mudo a
quien osara llamarlo por su apodo.
El
día en que Don José murió mi corazón se arrugó un poco, y de repente me di cuenta que con su muerte dejó el cupo para un nuevo
viejo, somos varios los candidatos, pasamos tanto tiempo reparando en la vejez
del otro que se nos olvida que hace rato nos gastamos la eternidad de la juventud propia.
Carlos
Andrés Restrepo Espinosa
¡Excelente artículo!
ResponderEliminarQui en no comió manguito al salir
ResponderEliminardel colejio.preparados por tan peculiar personaje
Si recuerdo que al final de su vida,pedía limosna y nadie lo quería vi que le tirarán agua de algunos negocios en muchas ocasiones y nadie lo auxiliaba...asi es la caridad Jericuana, de doble moral.
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