lunes, 9 de junio de 2008

CABO DE AÑO



PARA LLEGAR A ENTENDER A UN NIÑO


Hace poco en Jericó mientras transcurría la Semana Santa, una fría noche de santidades, participé de una lectura de poesía hecha por el nunca bien ponderado poeta de la población, Don Silvio; una agradable lectura en la que el poeta después de leer sus asuntos invitaba a los asistentes a realizar comentarios sobre el parecer de lo leído. De los asistentes el más activo participante fue un infante de escasos años por estos territorios de la vida, que con sus vivaces y a veces impertinentes comentarios no hizo otra cosa que prolongar cada poema más allá de la concluyente inflexión de la voz del lector y de su métrica.

En un momento de la lectura se me antojó pensar cuál de los dos era el poeta o cuál de los dos era el niño; atento al diálogo creado entre ellos, uno evadiendo y el otro insistiendo me pregunté: de los dos quién es el más niño ó el más poeta.

Parto de mi supuesto que para ser poeta el ser grande a veces es un estorbo y que tal vez sólo se alcanza el grado de levedad cuando se retorna al pequeño que un día abandonamos, cuando cambiamos de ropaje, ademanes y costumbres; el poeta es un niño en esencia que juega a las canicas con las palabras para llegar a la altura de sus imaginarios, el poeta también es un viejo feo y con barba que fuma tabaco y se esfuma en lo cotidiano para parecer sólo un hombre que pasa.

El poeta puede ser un supuesto, un acto de fe, una treta del lenguaje, una falla en el sistema…bueno, ellos sabrán todo lo que pueden ser.

El niño es impertinente con su preguntadera al poeta, pero ¿quién más poeta que aquel que vive en el cuestionamiento, que no duda en indagar por lo que no entiende y cuando entiende desconfía y cuando desconfía entonces inventa?; el niño cree en el mismo momento en que es creador, no pregunta porque desconoce, pregunta porque de antemano sabe que saber no es pretender, un niño no pretende, sólo es, es su esencia.

El poeta no pregunta porque sí, pregunta porque necesita establecer que sus distinciones no son tales, le es imperativo comparar lo que vaticinó con lo que se manifiesta, para luego con cierta sonrisilla, que nunca deja ver, comprobar que se corresponden, que era cierto, pero esa vanidad lo pierde, lo afecta de manera fatal, porque al que sabe le duele ser su saber, -allá ellos- (los poetas).

Andaba en esos divagues cuando el poeta leyó un poema que, especialmente, alteró mi callada participación desbordada en paladear una leche caliente en la que nadaban dos gotas de brandy; el poema era dedicado a esas personas que signan y nombran, sobre esos que tienen como objetivo ser del cotidiano, que influencian nuestra mente hasta conseguir el estatus del recuerdo, aquellos que nos incitan a ser distintos, los que nos provocan con el sólo hecho de existir: ganas, desazones y mareos; los que nos afectan por ser malos, regulares, buenos, o casi buenos y que sin embargo, por muy adentro que estén de nuestros tuétanos y células grises, sólo nos damos cuenta que ya no están cuando un amigo nos cuenta que mañana será la misa de su cabo de año.

Fue tal el sobre salto que decidí ser grande y hablé, dije cualquier tontería que el poeta atendió con solicita vehemencia, pero que -y lo se de sobra- no fue más que inútil palabrería en la noche de perspicaces preguntas.

Abrumado también se puede seguir viviendo, aunque el asunto de impresionar se afecta en bastísima proporción; sobre todo en mi adusta postura que presumo no le hace mucha gracia a muchos de mi pueblo.


Estas cosas de seguir un hilo conductor de la historia –advierto- no son mi especialidad, por eso me regreso a esta tarde en la que estoy varado y que seguro no será la misma tarde de quien decida leerme, pero será su deber hacerla parecer a la mía.

Continuo, hoy en la tarde hable con mi mamá, ella en el pueblo, yo aquí en la ciudad, es que los que vivimos en la ciudad tratamos de hablarles al menos una vez por semana; sospecho que más que saber de ella y de los nuestros, es seguir conectados con la historia, que aunque aprendimos a ver lenta, sigue su curso (aunque no lo crean) en la plaza, el río, el cerro de cristo, las tías Tulas y las primas Donas.

Decía que hablé con mi mamá y entre la actualización de datos y aconteceres, que es nuestra forma de declararle la guerra a la desmemoria, me contó, ocho días después, que Laura Lina ya no moraba estas tierras del señor, que la muerte ahora bailaba en su copa y que las palabras, junto con la gloria de estar vivos, ahora yacían en el lugar donde nadie nombra las siempre vivas. Laura, amiga eventual de la familia y ferviente admiradora de mis proezas musicales, enamorada de ese Jericó mítico que sólo existía en sus ensueños donde al viento florecen las palabras, que como olas se dibujan en las montañas de las veredas cestillala y quebradona.

Entonces como si algo iluminará mis tuétanos y células grises -y esas sensaciones ya le han pasado a muchos-, entendí el poema que el poeta leyó aquella lejana noche de santidades, comprendí entonces lo que debí decir, las palabras justas, y eran tan parecidas al silencio que ahora guardo mientras pienso en Laura Lina.


Realmente la desazón no fue por saberlo ocho días después, sino que la última vez en verle fue hace tres años, lo que me hace pensar, y esto no es ningún descubrimiento, que Laura dejó de existir desde el momento en que dejé de verle y no hace ocho días.

Con cierto nudo en la garganta, hice recuento de cuántos amigos he dejado de ver en los últimos años, con la vana esperanza de que sean eternos y aparezcan de repente; asusta que no sea para tomar una cerveza sino para ratificarnos que la próxima semana será su cabo de año.

El niño se aleja con sus preguntas tomado de la mano de su madre, el poeta enciende un puro y decide caminar bajo la lluvia, parece que hace poesía sin tener que escribirla; algo me entra al ojo, se transforma y calido resbala al tiempo en que voy desapareciendo con la idea de no ser más que la pregunta que un niño aún no termina de hacerse.




4 comentarios:

  1. Que hermosas letras... Esconden secretos...Provocan ensueño...

    ResponderEliminar
  2. hola, que buenas memorias, pero memorias de tiempos y sin tiempos, como los niños que no les da miedo hablar de las cosas que no estan y que saben que no van a estar o que saben que la gente no quiere ver... pss que bueno que compartes el niño que no entiende y que busca.
    gracias

    ResponderEliminar
  3. ES BUENO SABERSE NIÑO Y PODER VOLAR POR UNIVERSOS DE COLORES!!!!

    ResponderEliminar
  4. Gracias por hacerme caer en cuenta que no nos podemos dar el lujo de la eternidad...
    En cambio sí el de ser eternamente niños...

    ResponderEliminar

EN EL LUNA PARK

Una noche de verano tras una llovizna leve que remojó los adoquines de las callejuelas desiguales del pueblo triste que me vio nacer, entré ...