viernes, 10 de junio de 2022

EL ILUSTRE VISITANTE

Al dar vuelta en la esquina de las callejas iniciaron el ascenso hacia el sector de San Francisco. 

En la casa de Antonio Espinosa esperaban con ansiedad, Otilia la menor del primer matrimonio de esta numerosa familia, asomó por la ventana “chiquita” de la pieza de los muchachos, su cabeza, para divisar cuando la visita viniera y así dar aviso al resto de la familia que revoloteaba por la casa ultimando detalles, en una algazara que jamás se había visto.

Primero apareció el sombrero, luego la nariz, lentamente la corbata de flores apretando un cuello robusto y rubicundo de gamonal político, y al lado su primo de Jericó honesto y no tan humilde, pero si trabajador, también engalanado con un elegante traje estilo sastre azul rey, los dos iban apareciendo en escena como si un ascensor los estuviera transportando hasta aparecer completos en el andén, a la altura de la casa de los hijos del padre Cardona.

Cuando las dos figuras se materializaron por completo ante los ojos de la pequeña, esta entró a la casa gritando: ahí vienen, ahí vienen. Y luego se dispuso en la formación junto al resto de la familia.

La calle ofrecía un particular aroma dulce, mezcla de azúcar, vainilla y coco quemado que manaba de la casa de las macanas donde justo a esa hora preparaban los gauchos y colaciones para vender el domingo en la plaza. 

En la casa, se abrió la puerta principal que daba a la carrera tercera, solo se hacía cuando había un acto especial, de ordinario se usaba la puerta lateral, la que daba a la calle novena en dirección a la iglesia de la “pollita”, la casa contaba con tres accesos a saber, la puerta principal, la puerta del medio y el portón, por el portón entraban las mulas, por tanto este regio personaje no podría ser digno de atravesar este lugar, la puerta del medio era para las visitas comunes y domésticas,  así que el honorable representante del estado, ministro de fomento y único primo reconocido de Antonio, entró por la puerta principal en cuyo dintel colgaron guirnaldas, flores y serpentinas.

En los jardines del frontispicio las azucenas coqueteaban con los novios y el amarillo de las siemprevivas les hacía ver como el dibujo de una casita de las que había en la cartilla de coquito.  La luz entraba muy campante por la puerta principal llenando la sala de un resplandor tal, que le daba al viejo mobiliario un aspecto renovado y fino y las colchas y gobelinos traídos por los turcos, daban un aspecto de elegancia y distinción que en la Casa de Nariño se quisieran.  

La familia esperaba engalanada, Alicia su segunda esposa lucía un elegante vestido de muselina comprado en el almacén de los Ojalvo y los dieciséis hijos de los dos matrimonios del anfitrión, dispuestos en orden de mayor a menor (no por edad, si por estatura, porque la armonía estética se había fijado en todos los detalles para aquella visita), lucían también sus trajes de gala confeccionados por los mejores sastres y modistas del pueblo con telas turcas encargadas para la ocasión. 

En cuanto puso el pie en la sala de la casa, la familia dio un fuerte aplauso al visitante, este les lanzó una mirada condescendiente y le ofreció a cada uno un protocolario apretón de manos, pero su interés se centró en el cuadro de Doloritas Espinosa, la abuela de Antonio, que entronizada en la pared central de la sala parecía mirar con desconfianza al invitado de honor.

La visita fue breve, no pasó de la sala, no recibió el almuerzo que se le había preparado con las mejores gallinas traídas de “La Amapola” una de las fincas de Antonio, solo recibió un tinto hecho con café requeme, el que dejó a la mitad y se despidió alegando afán en su agenda y llevándose bajo el brazo, en una cálida modalidad de secuestro, el cuadro de la abuela Doloritas.

De la visita quedaron algunos recuerdos. Otilia la menor, cuenta que José Espinosa (del mismo apellido, pero de otra familia y a quien los tíos le pusieron el remoquete de “Culepito”), el esposo de su hermana Fabiola fue el único beneficiado de esta visita, días después fue colocado en Almadelco S. A en Medellín, dónde inició su vida como empleado público dejando atrás el campo y los menesteres de ordeño, siembra, cosecha y pelea con gansos, perros y gallos.

El Ministerio de fomento  fue creado en 1951 por el presidente Laureano Gómez Castro tras disolver el  Ministerio de Comercio e Industria y el Ministerio de Minas y Petróleos, para reemplazarlos por el nuevo Ministerio, y fue disuelto en 1968, siendo reemplazado por el Ministerio de Desarrollo Económico.  Aníbal Vallejo Álvarez estuvo en el cargo entre el 23 de abril de 1963 y el 17 de diciembre de 1964, durante el Gobierno de Guillermo León Valencia.

Aníbal Vallejo era el único primo reconocido del abuelo Antonio o por lo menos el insuperable del que siempre hablaba, pese a que posiblemente otros de menor raigambre existieran, pero el pelambre no les daba para una recordación tan importante.  

Los otros parientes del abuelo eran simples campesinos que trabajaban a diario para construir una vida, mientras que el primo Vallejo ya había hecho lo posible para que fuera el país el que se encargará de hacerlo por él, cuentan que también tuvo unos hijos bastante reconocidos, algunos de importancia internacional, de los cuales no haré mención en estas líneas para no incurrir en agravios, no vaya y se den cuenta que tienen en la vereda estrella vieja una parentela de campesinos que de puro desmemoriados saben recordar.

Además, para mi sigue siendo un misterio como se pueden ser primos dos personas que se apellidan Espinosa Meza con Vallejo Álvarez, misterios tiene la iglesia, aunque explica un poco la vergüenza de los hijos naturales y esos intríngulis familiares que hacen parientes a Tangarifes y Bedoyas, tanto como a Giraldos y Restrepos (por usar cualquier apellido) así se nieguen el parentesco, la sangre va por dentro.

Estas letras no gozan de la suculenta distinción de la gramática del Caro y Cuervo, pero son mi riesgo personal de dejar constancia de las conversaciones que se tienen en la familia y sobre todo una forma de homenaje a Otilia, mi mamá, y a la tía Fabiola, quienes tienen la costumbre de hallar parientes por doquier.  Fabiola hija del primer matrimonio, nunca tuvo hermanos medios todos eran enteros, porque su corazón era tan grande que abarcaba más allá de un apellido o de una estirpe o de una morrocota de oro, tenía un corazón inmenso de esos que ya en las literaturas colombianas no se hayan, la tía en toda conversación buscaba los vericuetos y enlaces posibles hasta dar con la parentela, para ella todos en Jericó éramos de la misma familia.

El abuelo Antonio, el primo Aníbal, Alicia, la tía Fabiola, los presidentes Laureano y Guillermo murieron, de esta narrativa quedamos Otilia y yo que también vamos a morir. Que alivio.  ¿Se imaginan la responsabilidad de seguir buscando parientes por todas partes, sobre todo en un pueblo donde ya no quedan desmemoriados con recuerdos, sino memoriosos con ínfulas de historiadores?

Con el sombrero en la mano y el cuadro bajo el brazo, el primo Aníbal deshizo los pasos, el abuelo lo acompañó. En la casa quedó la familia en “grima”, sin los ropajes de ocasión se fueron todos al comedor a dar cuenta del suculento sudado que dio hasta para convidar a los vecinos, cerraron la puerta principal, la penumbra volvió a habitar la sala, en la pared quedó un clavo solitario y un recuadro marcado por el polvo y las telarañas recordando la ausencia definitiva de la abuela, nunca mas en su muerte se le volvió a ver.

La calle ya no tenía el olor dulce de momentos anteriores, ahora olía a orín de mulas y cagajón, los dos primos se fueron desvaneciendo en la distancia, no ante los ojos de la pequeña que antes asomaba su cabeza por una diminuta ventana, sino ante los ojos de su hijo, que el tiempo inventaría para que narrara este suceso.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa.


 

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