En Moers la
ciudad más grande en el distrito de Wesel, en Renania del
Norte-Westfalia, Alemania, trabaja un amigo mío
en una misión Italiana. Cuando yo era niño le escuchaba su prédica, al momento
del sermón salía del altar y descendía las escalas y se ubicaba cerca a la
feligresía, su discurso era cercano como su presencia, luego dejé de verlo,
supe al cabo del tiempo que andaba en
Italia, veintidós años después volvimos a encontrarnos y me invitó a visitarlo
en Alemania, su nuevo lugar de labores, así es que tomé un avión y allá me le
aparecí. Me esperó en el Aeropuerto de Düsseldorf con dos amigos más, los tres
hablando italiano aunque uno de ellos es colombiano y los otros dos Alemanes,
hijos de inmigrantes de Italia; yo, ni italiano, ni alemán, pero animado por el
deseo de aprender me dejé llevar por la idea de que les entendía perfectamente,
cancelé el español y me dediqué a balbucir una particular forma de parlar la
lengua de los papas.
Por obstinación o exceso de confianza me dejé llevar
por esta idea y entablé complejas e interesantes conversaciones en las que mi
única intervención era: molto bene, grazie, y oh lalá. Muchas palabras del
italiano se parecen a las del español, pero no todas significan lo mismo, falsos amigos rondan
por ahí, lo que me llevó a tener
dos interesantes situaciones que se me
antoja narrar, la primera divertida, la segunda no tanto, diría que me
arrimó a los instantes mas caóticos de mi vida como músico, pero no me adelanto
mas y sigo en el orden prometido.
Mi anfitrión me presentó con su comunidad, y en una
misa muy familiar me pidieron cantar algo a la virgen, lo primero que me vino a
la mente fue Santa María del Camino,
me entregaron una guitarra y me entoné, que sorpresa me llevé cuando todos se
unieron a mi voz, ellos en su respectiva lengua y yo en la mía, al terminar
aplausos, besos y felicitaciones. Alessandra una médica que apoya la misión, se
acercó y me sugirió acompañarlos al día siguiente a Holanda y si era de mi
gusto cantar en otra misa para que repitiera mi presentación, así es que acepté
gustoso y al día siguiente me madrugué, mi interés en conocer y aprovechar el
viaje no me impedía escuchar una misa más. Participé del acto religioso con más
curiosidad que fervor y al final saqué a relucir de nuevo Santa María del Camino, el último éxito de los cañonazos religiosos
que conocía.
Terminada la ceremonia, se hizo una reunión donde todos
los participantes ofrecieron algo de comida y al final en un acto deferente
hacia mí, me dijeron que si quería gelato o paseggiata, gelato es el helado
italiano y ya lo había probado en varias oportunidades, mi apetito se
incrementa cuando estoy en un lugar
nuevo, así que elegí lo segundo pensando que era un postre más grande o más
elaborado. Mis anfitriones asintieron, nos levantamos y empezamos a caminar,
supuse que nos dirigiríamos al lugar donde vendían la paseggiata, ya me la
imaginaba yo como una especie de torta de helado con muchos chips de chocolate.
El grupo avanzaba y cada que pasábamos por un lugar de dulces mi corazón se
abría y decía - Aquí es, ¡llegamos! -, pero no, el grupo continuaba el
recorrido sin detenerse, yo no entendía porque habían elegido un lugar tan
lejano para el postre, después de una hora de camino y de pasar de largo por
varias pasticcerie (pastelerías),
pregunté a uno de los acompañantes el porque de tan larga caminata, y con
fatiga y mal humor me respondió que estábamos haciendo lo que ya había pedido,
que yo había sido el gracioso que había pedido una caminada en lugar de helado.
Durante la paseggiata que se hizo casi de dos horas, en
un recorrido en el que al final cuando todos entendieron el chiste decidieron
invitarme a un tiramisú como premio de consolación, uno de mis nuevos amigos me
invitó a una fiesta que haría veinte días después para celebrar los cincuenta
años de casados de sus padres y que si cantaba para ellos la canción de la
virgen María, yo acepté, y el tema quedó allí.
Veinte días después me estaban recordando la invitación
pero yo me desentendí por completo de su segunda parte, toda la vida he sido
invitado a reuniones, comidas y fiestas con la condición de que lleve la
guitarra, en Alemania pensé que me salvaría del sino que me ha acompañado toda
la vida, pero no fue así. El lugar donde se celebró la ceremonia fue la
catedral de St Peter en Duisburg Rheinhausen, un templo menor pero con una arquitectura
gótica digna de una catedral de capital. Llegué con ropa prestada para la
ocasión, generalmente cuando viajo no cargo el esmoquin ni mi colección de
zapatos de charol por cuestiones de espacio en la maleta, entré muy tieso y muy
majo arrastrando la bota del pantalón y con las mangas de la camisa dobladas
para que no me cubrieran hasta la segunda falange de mis dedos. Estaba buscando
asiento en un lugar discreto en las bancas de atrás junto a una pila de agua
bendita, cuando me agarra una señora y llevándome a rastras me ubica al lado
del altar junto a un órgano tubular que parecía un dragón sonriendo, y me da
una instrucción en puro alemán, en el alemán mas puro, contúndete y breve que
había escuchado en mi vida, levanté la mirada para buscar a mi traductora que
se encontraba en la primera hilera, en un segundo estaba a mi lado repitiendo
en italiano lo que yo no había entendido en alemán; debo recordar que esto que
ahora escribo en español me estaba ocurriendo en estas dos lenguas, no me
explico como sobreviví, me ayudaron mucho los gestos y las palabras que me
inventaba mezclar de pavor, ingles francés e italiano, de todas no armaba ni
media.
Al final logré
entender la instrucción, debía pararme allí y cuando el sacerdote lo indicara
entonaría el Ave María de Schubert. Se
me enfrió todo, el único Ave María que me sabia era el de Leonardo Fabio, les
dije que no me la sabia que les cantaba con mucho gusto Santa María del Camino
y de nuevo tronó una voz en alemán, - cante el Ave María y no es una opción -;
insistí en zafarme de aquella situación diciendo que no era organista y que
tampoco tenia guitarra, no había terminado de decirlo cuando un joven estaba
subiendo al altar con una guitarra blanca que parecía un bizcocho de novia,
respiré profundo, de lo alto del templo una luz lánguida atravesó un rosetón e
iluminó el rostro de un ángel de piedra que juro me guiñó el ojo, lo ignoré y
continué con mis lamentos: - pero es que no se me la letra, ni recuerdo bien la
melodía-, y al segundo me habían instalado una tableta en su respectivo atril y
con conexión a internet, no tenia escapatoria, la ceremonia empezó y yo solo
tenia temblor en las manos y un templo repleto de italianos calabreses que
miraban fijamente, por el susto olvidé la melodía de la canción y solo pensaba
en la de Leonardo Fabio y en esa otra de los chicos: …ayúdame, ave María, ave
María…
El sermón avanzaba, me tape un oído y mentalmente
trataba de recordar la melodía, al final logré superponer la voz imaginada de
Andrea Bocheli sobre mi confusa mente, a pocos minutos antes de que el cura me
diera la entrada tengo la idea de que perdí el conocimiento, cuando reaccioné
toda la feligresía en silencio me miraba con expectativa. Cerré los ojos, mi
mano izquierda hizo la posición de sol mayor y la derecha empezó a hacer un
arpegio de seis notas, de repente mi voz se abrió paso en aquel templo
entonando el Ave María, no lo podía creer estaba cantando en Europa, en una
catedral gótica mi voz reverberaba de forma celestial, me habitaba una extraña
fuerza, no era yo quien cantaba, alguien mas poderoso lo hacia a través de mi,
era aquello toda una experiencia mística, no supe cuando terminé para ese
momento estaba en otro plano, lo terrestre ya no era lo mío. Volví en si con el
estruendoso aplauso que cundió en el templo como aleteos de aves ante la
supremacía del vuelo de la mayor de todas.
Esa misma tarde me compartieron el registro de video
hecho en varios ángulos y se alcanzaba a ver como me habían salido alas
mientras cantaba, eso pasa cuando el diablo hace ostias.
CARLOS ANDRÉS RESTREPO ESPINOSA
Que chévere máster. Un par de buenísimas anécdotas de un viajero que escribe a todo detalle
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