En las vacaciones de mitad de año fui a Europa, un amigo que vive en
Alemania me había hecho extensiva la invitación un par de años atrás, no le
presté mucha atención ya que pensé era un asunto protocolario, propio de un
saludo retorico que se tiene en un encuentro casual, pero insistió lo
suficiente para que me animara y cruzara el charco, así que me embarque al
viejo mundo con mi mirada nueva, una maleta pequeña con dos mudas de ropa, un
kilo de café y un paquete de bombones de coco.
El vuelo tenía escala de ocho horas en Madrid y luego continuaría hasta
Düsseldorf Alemania por dos horas y media más, que se sumarían a las diez del
primer tramo, para no querer estar sentado por un buen tiempo después del
arribo. Nunca he podido dormir mientras
viajo, la sensación es similar a la de leer y escuchar música, no se pueden
hacer las dos al mismo tiempo; durante el viaje me entrego a los pensamientos,
imagino como viene mi maleta, si se hizo amiga de otras maletas en la bodega,
imagino su posición, busco a la azafata mas linda y fantaseo cualquier cosa de
hombre grande, incluyo entre los pensamientos una eventual imagen del avión
cayendo en picada y yo recitando un poema de Amado Nervo, estos devaneos pasan
mientras veo dormir plenamente a la persona que llevo al lado, duerme con una
entrega tal que su cuerpo parece levitar, mientras su cabeza se apoya en mi
hombro, respiro profundo, intento cambiar de posición para mover el hombro y despertarla, pero en su
lugar se recarga más sobre mi y lo que consigo es que entreabra su boca
mientras espantado advierto un hilo de saliva que corre rumbo a mi camisa
nueva, el espanto me paraliza, con horror y nausea empiezo a sentir en mi brazo
la cálida humedad de su baba acumulada, el desparpajo de su sueño vuelto una
marea gelatinosa que va formando el mapa de un continente nuevo en la manga de
mi de repente envejecida y devaluada camisa.
Para colmo me ubicaron en una silla de la mitad, por el flanco derecho
franqueado por la dama de la baba siniestra y por el izquierdo por un gentil
caballero de panza irreductible que sobresale sobre el apoya brazos, asunto que
hizo de mi vida un acto de mortificación, todo un viaje a la purificación, por
momentos cerraba los ojos y vislumbraba con entusiasmo al avión caer en
beatifica picada.
Las ocho horas de escala me permitieron recuperar la fe en el prójimo y
recuperar la horma de mi espalda, faltaba poco para llegar, durante la espera
tuve tiempo de enamorarme a distancia de una joven mujer, el rostro mas hermoso
que había visto antes, el velo que cubría su cabello, resaltaba sus ojos, sus
pómulos perfectos tenían un color parecido a los duraznos de sangre del huerto
de mi casa natal, su aspecto era frágil y al mismo tiempo seguro, advertí que
no solo yo era incapaz de dejar de mirarla, todos en la sala lo hacían
abismados, hasta las mujeres no podían dejar de hacerlo, poseía una belleza
embriagadora, te atrapaba como una flor carnívora a la mosca. ¿Cual sería mi
sorpresa cuando al abordar el avión me encontré que esta mujer sería mi
compañera de viaje? Al llegar estaba hablando en una lengua extraña con otra
mujer, yo le sonreí en español y ella correspondió, mi puesto era el de la
ventana, encogió sus pies, pasé tan cerca de su rostro como lo hace el cometa
Halley cada tanto de la tierra, su mirada me encegueció, sus labios carnosos
parecían la pulpa de una fruta exótica, mi mano pasó rozando su delicado velo
de terciopelo, solo un instante después de aquella vislumbre, despertó el
sentido del olfato y emanó de aquella criatura el olor mas pestilente que mi
profana nariz había percibido en su vida, con rapidez logré sentarme en mi
puesto, sin saber si ponerme el cinturón de seguridad o romper la ventanilla y
arrojarme desde allí, no podía creer que la belleza tuviera semejante olor, eso
no es normal, me decía mientras aguantaba la respiración y trataba de
direccionar el tubito del aire que sobre mi cabeza en lugar de refrescar lo que
hacia era esparcir aquel olor innombrable por toda la nave, al parecer el único
alarmado era yo, así que enderecé mi cuello, asumí la compostura de un hombre
de mundo, giré la cabeza, ella me estaba mirando, me dijo Hola en perfecto
español, le dije hola, y no paró de hablar hasta que llegamos al destino, yo
con delicados movimientos tomé la bolsita de papel encerado que ponen en el asiento
delantero en caso de mareo, la apretaba cada tanto, le advertí discreto que
desde niño me mareaba con facilidad, ella asintió con la cabeza, cada
movimiento suyo venia acompañado de una emanación de aquel hedor cada vez mas
nauseabundo, creo que me desmaye por un buen rato, no estoy seguro, lo cierto
es que al final dejé de percibir su peculiar aroma, entre en otro nivel de
conciencia.
Ya en tierra entendí que lo del aroma es normal, el Europeo huele a las
tres ultimas letras de la palabra, no todos, creo, pero la mayoría sí, quizás
es el verano o la alimentación o la escasa higiene, que se yo, allá ellos, lo
cierto es que en el tren, en el metro, en el tranvía en el bus, en el avión, en
la acera, en el museo, en el teatro, huele a Europeo, por momentos se hacia tan
insoportable que sentía que era yo mismo el que olía así, tal vez por un
momento llegué a ser un ciudadano del primer mundo.
El remate del periplo fue en bus, un recorrido de Berlín a Duisburg en
Renania del Norte, salí a las diez y cuarenta y cinco de la noche, viajaba
con mi amigo, nos toco separados, yo en la ventanilla y el en el pasillo,
sillas distintas pero en la misma hilera, al iniciar el recorrido, los dos
veníamos con le puesto del lado libre, yo me quedé dormido, el también, en la
siguiente parada entreabro el ojo izquierdo,
veo a una mujer de tez morena, inmensa, hecha de un solo bloque, que se
empieza a acomodar con dificultad a mi lado, luego de un gran esfuerzo lo consigue,
su magnifico cuerpo se expande varios centímetros mas allá de su puesto e
invade mi espacio, yo cierro el ojo, respiro profundo me contraigo. Del otro lado mi compañero de viaje se
despierta mira en dirección donde me vio por última vez y se alarma al ver en
mi lugar a la mujer que ya describí, pero que la llamará en elegante italiano:
Donna Grassa, se levanta, y no me ve, sale del bus para verificar que no me
haya bajado por error, revisa el baño, preocupado vuelve al puesto, se sube en
un escalón, se empina y en medio de una carcajada que despierta a los otros
pasajeros descubre mi cuerpo recogido contra la ventanilla, encorvado haciendo
uso del poco espacio que la mujer deja para mi, regresa al puesto y cada tanto
mira a la mujer y sonríe, el puesto a su lado nunca es ocupado.
El viaje durará nueve horas, vienen a mi mente los compañeros del vuelo
inicial, la joven del velo, las situaciones de viaje por las que he pasado y
decido no seguir encogido, así que tomo
aire, me expando, salgo de mi rincón y saco provecho del tamaño y lo mullida de
mi compañera de viaje y dejándome caer con grácil levedad, la convierto en mi
colchón y allí me quedo hasta llegar a mi destino en el viaje mas confortable
que hago en toda mi gira. ¿Ella que dijo
cuando usted se le echó encima? me preguntó mi amigo y le dije que ella se
comportó como toda una dama, había guardado un complaciente silencio en un
perfecto español.
Excelente, algunos párrafos me subieron al cielo de los hombres , para luego caer en picada con el dueño del escrito.
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