EDAD
DE PIEDRA
No recuerdo muy bien cuando
viví en el paleolítico, a mi edad muchas cosas se han borrado, no tengo mucha
precisión en las imágenes, aunque me he esmerado en ejercitar la memoria,
constantemente me falla, eso sí, tengo una fugaz imagen que me acude a veces en
sueños, estoy recostado en un toldo construido con pieles, le estoy dando
golpes a una piedra y me hiero las manos, la piedra queda manchada con mi
sangre, justo esa sensación la tuve de pequeño no en sueños, despierto, estoy
con mi padre acampando a orillas del rio piedras, la carpa de lona nos abriga
del sol, mi padre tiene a un lado un montón de piedras que sacó del rio y con
un cincel las transforma, unas en aguacates, otras en peras, las mas alargadas
serán bananos y aquellas que resultan difíciles las lanza de nuevo al rio y
estas se van saltando de felicidad sobre la corriente, yo me intereso en
aprender esta alquimia asombrado de ver semejante transformación de la piedra,
tomo el cincel sin permiso, lo apoyo en el aire para atravesar el pedrusco que
tengo entre la mano y termino atravesándome el dedo pulgar; la piedra queda
manchada con mi sangre.
Digo que no recuerdo muy
bien los tiempos en que nuestra horda familiar se especializó en la búsqueda de
alimento, lo que si tengo muy claro es que mi familia (la actual) sigue
especializada en el tema de la piedra y en el de la comida, los unos se
dedicaron a la albañilería y los otros al comercio de ganado.
En atención a mi memoria
próxima voy a ocuparme de hacer una descripción un tanto imprecisa entre otras
cosas de la funcionalidad de los espacios habitados, nuestras casas y los
pueblos que fuimos construyendo.
APILAR
Apilar piedras, el oficio en esencia parece de poco ingenio, pero
es toda una ciencia; se requiere de cálculos matemáticos si el que apila es un
ingeniero, si se trata de un apilador empírico, solo se requiere de buen ojo,
saber poner una piedra sobre otra piedra y que estas se sostengan es un asunto
para sabedores, la mayoría de casas de los pueblos del suroeste que ayudaron a
fundar mis ancestros de inversos apellidos Restrepo Puerta y Puerta Restrepo
estaban soportadas sus bases en piedras apiladas, no había necesidad de
pegamentos, ni argamasa alguna, los cimientos así quedaban y soportaban las
casas hasta que había que tumbarlas para dar paso a unas más sofisticadas, con
bases en hormigón e hierros retorcidos, clavos con moho y alambres en sazón a
fin de amarrar los cimientos; curiosamente estas casas se venían abajo con un
leve moviendo de tierra, o con el paso de los años las grietas y la humedad
hacían lo propio.
El secreto estaba en el acople, sobre las piedras se levantaban
las paredes en tapia o en bahareque, de la tapia no podría precisar su
adecuación, lo que si sé es que eran paredes echas de tierra, ni el tiempo, ni
la ruina a propósito lograban desvencijar una pared de tapia, que también era
usada para cercar, o amurallar predios, es común cuando se pasea por el campo
encontrar en medio de la nada una pared de tapia, enhiesta, emergiendo solemne
de entre los matorrales, dividiendo la nada con la nada.
De las casas en bahareque si puedo dar cuenta ya que me tocó
ayudar a levantarlas, cuando eso yo era mi bisabuelo y tenía catorce años, era
el encargado de cargar los bultos de cagajón de caballo, hacer el montón y
luego mezclarlo sabiamente con agua, luego pisarlo con los pies descalzos hasta
darle al material la consistencia justa para que pudiera fijarse bien, mientras
me ocupaba de este menester, los otros levantaban con caña brava el marco sobre
el que se extendía una esterilla, hecha con guaduas abiertas, luego una maya de
alambre que era puntualizada con tapas de gaseosa atravesadas por un clavo,
sobre esta armazón se empañetaba con el cagajón que debido al buen contenido de
material vegetal no había necesidad de echarle alambres u otros objetos para su
amarre.
Luego venia la blanqueada, un oficio que hacían señores que solían
llevar un pañuelo blanco ceñido a su cabeza para proteger del la cal el cuero
cabelludo, poco sirvió esta precaución, casi todos los blanqueadores terminaron
calvos y ciegos, o por lo menos, haciéndose los de la vista gorda.
Mis parientes levantaron pueblos enteros, desde los templos
doctrineros hasta los palacios municipales, de paso algún rico del poblado les
encargaba su casa que habría de quedar en el marco de la plaza, de dos plantas
con balcones de corredores con macanas, entablados de nazareno y puertas
de comino crespo, también se encargaban
en ocasiones y bajo pedidos especiales de la decoración interna, elaborando
escaparates, chifonier, bifet, cómodas, aguamaniles, salas, comedores y juegos
de alcoba en caoba y pisos de parquet.
Olvidadas las mañas del paleolítico, hemos dado pasos agigantados,
los pueblos son casi ciudades y otras necesidades hicieron que la familia
tomara otros destinos, pero en la memoria quedaron ciertas prácticas, entorno
al uso de útiles para transformar la piedra que todavía y quizás por
entretenimiento o atavismo primos y tíos siguen tallando, haciendo bodegones,
bateas, monigotes decorativos que nunca valen su peso en oro; otros levantando
paredes en adobe y cemento, los otros, dedicados a pintar las paredes levantadas,
con colores ofensivos para los ojos costumbristas del tiempo colonial y sus
verdes y café sin leche.
Si la naturaleza es caprichosa y en ocasiones hasta de mal gusto,
la mixtura de colores que los familiares empezaron a proponer para resaltar los
contra portones, los calados de los comedores, los postigos de los ventanales,
propios de las llamadas casas
republicanas, no estaban muy alejados de las mezclas propias de la
naturaleza, junto a las casas republicanas había otras que fueron llamadas nueva colonización antioqueña y que
mezclaba elementos como el hierro forjado sobre ventanas arrodilladas y
vitrales morados, rojos y tornasolados en las claraboyas iluminando zaguanes y
descansos de piso.
También en estas el prisma hizo de las suyas, las casas de ricos y
de pobres se tornaron de colores subidos, molestos, enfermizos, colores que
hasta algún alcalde de marras llegó a usar con fines políticos, colores que
provocaban suicidios o por lo menos la amenaza de algún parraquiano indignado,
colores “amontañerados”, colores sin gusto, colores eméticos, colores para el
alma, colores distinguidos, colores insumisos, colores sobrios, finalmente
colores felices persuadiendo lo invivible de los lugares por efímeras
pinceladas de belleza en tarritos de cuarto de pintura que se descascaraban en
cuestión de meses.
FUNCIONALIDAD
No se sabe que tan funcionales terminaban siendo estas construcciones,
pero lo que sí es claro es, que habitarlas era toda una dicha, al punto que las
personas no salían de sus hogares, se cuenta que muchos pasaron años sin salir
a la calle, encerrados en vida en aquellos caserones, que siendo honestos eran
tan inmensos que salir a la calle era como encerrarse afuera, para hacernos a
una idea de cómo eran estas construcciones haré una breve descripción de la
casa donde empecé a existir como nieto, a esa altura de la saga, venido a menos
en casi todos los aspectos, podría detenerme a contar en que he dejado mis
últimos vestigios de sangre, pero me ocuparé por ahora en hablar de otras
ruinas.
La casa tenía dos puertas de acceso, la principal en todo el
centro de la fachada con dos ventanales a lado y lado, la otra quedaba por un
costado, esta conducía a un zaguán por donde se entraban las bestias hasta el
patio de atrás donde estaban los abrevaderos, la puerta principal daba paso a
un pasillo que conducía a un contra portón con calados de margaritas que al ser
atravesado nos conducía al patio central donde había una fuente en el centro y
jardineras en forma de triangulo haciendo esquina con cada uno de los ángulos
del cuadrado del patio, al fondo el comedor con un torno por el que despachaban
la comida de la cocina, al lado izquierdo del patio estaba la sala con unas
poltronas inmensas en las que se recibía
a las visitas y se les atendía con chocolate y bizcochuelos.
Esta misma sala comunicaba a un espacio más reducido que era el
oratorio donde estaba un cuadro del Corazón de Jesús entronizado y sobre una
mesita un florero bien ocupado con begonias del jardín de la abuela y una
veladora amarilla con una llama impávida que parecía nunca consumirse, del otro
lado estaban las cinco habitaciones en galería, la última y la que estaba cerca
a la cocina era la de los abuelos que también tenía acceso al solar, o el patio
de atrás como le decíamos, donde habían sembrados dos guayabos, un manzano y un
mandarino.
En la casa vivíamos diez personas entre primos, tías, abuelos y
mis padres y en vacaciones llegábamos a ser más de treinta, si se cuenta que por
el lado de mi mamá eran veinte hermanos, había ocasiones en que teníamos que
pedir prestada una habitación de la casa vecina o decirle a la romería de
parientes que dejaran para visitarnos en otra oportunidad.
Sin salir de la casa se podía jugar, bailar, reír, comer, hacer
trabajos manuales, sembrar, cosechar, cambiar de ambientes y todo aquello que
los múltiples espacios permitían.
De repente todo esto desapareció de manera tan progresiva que ni
nos dimos cuenta cuando abandonamos la casa, cuándo la tumbaron y en qué
momento el terreno quedó convertido en un parqueadero para carros, sin paredes,
con un simple cerco de alambre de púas y un piso cubierto por gravilla menuda,
piedrecillas minúsculas sin ínfulas de llegar a ser algo en la vida.
LAS
MURALLAS
(Anotaciones
finales)
Mis primas viven en Paris, ellas dicen que los campos Elíseos no
son la gran cosa, que si los franceses hubieran conocido el jardín de la abuela
sentirían vergüenza o por lo menos, mandarían una carta ofreciendo disculpas
por llamar jardineras a esas pesetas que tienen estorbando en la avenida,
cuando dicen eso, todos nos reímos y brindamos con el vino que suelen traer
cuando vienen de visita, ellas gozan de admiración y respeto porque ahora son
como europeas, aunque son amables uno no deja de sentirse apabullado cuando
comparte con ellas, por ejemplo, no recuerdan mucho a la familia, ya olvidaron
el nombre de las tías, el de los primos; ellas han levantado sus respectivas
paredes de tapia que franquean las practicas del campo con sus nuevas posturas
de citadinas, ellas viven en una pensión de un solo ambiente, comparten el baño
y la cocina con otras personas, en ocasiones no se bañan por que el servicio de
agua es muy costoso y comen una baguete con jamón y beben un vino barato para
acostarse a dormir sobre un colchón de piedra.
Una casa se estaba rodando por la loma de “cien escalas” ya se
había descolgado parte del corredor y el baño que quedaba por fuera,
desalojaron y el dueño se fue a vivir a la ciudad a un tanque con ventanas,
luego vino otro señor y cuñó con palos y piedras la parte que seguía en pie, le
sembró siemprevivas y geranios y la casa nunca se cayó.
Wiener y Sert no eran pareja,
pero hicieron pareja, cuando el pueblo se volvió ciudad ellos que no tenían
nada que ver con nadie de aquí, terminaron decidiendo como debíamos habitar,
cada uno empezó a hacer su montoncito de piedras por doquier, por supuesto de
manera muy ordenada y moderna.
La ciudad de ahora no se
parece en nada a la de la antigüedad, pero se le quiere parecer, la ciudad de
la antigüedad ya desbordó la idea de lo que podría ser una ciudad, ahora lo que
hay es un remanente del auge que ya tuvo su punto más alto, las ciudades de
ahora son un declive, un intento por sustentar a como dé lugar su inexistencia,
como en la de la antigüedad sigue respondiendo a una concepción simbólica del
espacio.
Cuando se sale de la ciudad
por una carretera se puede ver que cuando un carro se accidenta o alguien
muere, se acostumbra poner un monumento que llaman calvario, generalmente una
cruz con una foto del occiso, los más pudientes levantan todo un mausoleo con
verjas de hierro, techo triangulado a la usanza de algunos templos, bombillas
de color o espacio para cerillas que los caminantes encenderán a la animas del
purgatorio; cuando el calvario es austero y solo cuenta con una cruz, los
transeúntes van haciendo una pila de piedras que simbolizan los padrenuestros
que le han rezado al alma en pena, realmente esas piedras son la cuota inicial
para los cimientos del paraíso eterno.
En la ciudad actual no hay
espantos, no hay dioses, no hay estrellas, la luna no baña sus calles de luz,
son funcionales para los carros, pero lo recomendable es no tener carro, son
buenas para la vida, pero te enferman, la ciudad cuenta con hermosos parques
donde no es conveniente estar solo.
Las
murallas me gustan, las de la ciudad medieval con sus torreones,
las de roma, las murallas de los castillos y algunas comarcas europeas, la
muralla de los chinos, la muralla de la ciudad antigua de Cartagena, la muralla
de tapia de mis primas, la muralla de alambres de púas de un parqueadero que
conozco, las murallas de Cavafis; las murallas tienen una gran ventaja y es que
mantienen a buen recaudo a la ciudad, así los que estamos
afuera sabernos que estaremos a salvo.
CARLOS ANDRÉS RESTREPO
ESPINOSA
Mucho ancestro, mucha historia, muchos recuerdos que se han refundido en el tiempo.
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