Un vendaval sacude los árboles, la
lluvia cae en oleadas, llueve de abajo hacia arriba, y de arriba hacia los
lados, el agua empieza a subir por los andenes, en cada trueno un grupo de
muchachos a mi lado lanzan carcajadas burlonas, pretenden con sus risotadas
ocultar el pánico que tienen, caen rayos, los truenos son profundos, cómo si
vinieran del fondo de la tierra, todo se estremece. Por momentos amaina, pero es como si el
viento tomara impulso para arreciar con más fuerza, no parece furioso, parece
un loco despiadado acabando con todo lo que está en pie, la gente corre de un
lado a otro, lo hacen por hacer parte del remolino, pues no hay a dónde ir, los
truenos ahora parecen venir de adentro de mi corazón, palpita, se asusta, del
alto cielo caen piedras de cristal, rompen los parabrisas de los coches, rasgan
las telas de las marquesinas, a un metro de distancia no se puede ver, los
muchachos ahora guardan silencio, sus rostros arrepentidos miran con espanto.
Hago un inventario de sonidos, cual
el trueno más profundo, cual el temperamental, cual el tímido, les asigno
edades, cuatrocientos años, mil seiscientos, un mes, una semana, ¿hay truenos
recién nacidos? ¿tienen padre o madre? ¿cuándo
nacen mueren de inmediato? ¿puede un trueno atemorizar con su estrépito en
varias oportunidades?
¿La lluvia que cae, sube y cuando cae
recuerda el vértigo de la primera caída?
Un olor a alcantarilla pulula, las
calles son ríos por los que pasan navegando zapatos, chaquetas, gorras, carros,
cascos y paraguas abiertos girando con su mástil hacia arriba, objetos varios,
decorativos, que van jugando entre los remolinos de agua negra cómo un calidoscopio,
desde mi ubicación privilegiada siento todo, escucho un constante ruido
ondulante, presiento las caídas, desgarres, deshojes, el derribamiento de la
ciudad, aunque el ojo por momentos se extravía, al oído nada se le escapa.
Puedo adivinar lo que le va a pasar a
la señora que quedó atrapada dentro del carro, me mira desde la ventanilla que
limpia con la manga de su suéter, ella va a morir, me mira con esperanza, yo
también voy a morir y la miro con decepción, un rayo cae sobre el techo de la
cafetería dónde me resguardo, una cortina de humo invade el recinto, el techo
se incendia, el agua aviva las flamas , ahora llueven gotas incandescentes,
abruma el calor, me acomodo en mi asiento, me maravillo con todo lo que veo, yo
soy tormenta en la tormenta, soy agua y fuego, los muchachos huyeron por
salvarse de las llamas , cayeron en una zanja y se ahogaron, sus gritos no
sirvieron de nada.
Inmóvil entre el fuego y el agua que
cada vez sube más y cae menos, cierro los ojos y me entrego al deleite del
claro oscuro, del cálido y frío, en la oquedad de mi mirada se alza una
serpiente que se muerde la cola, ingenuo creo ser uno entre todas las cosas, al
segundo me desvanezco en la inconsistencia de la nada.
Carlos Andrés Restrepo E.
Medellín 19 de septiembre de 2017
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