HACE TREINTA Y PICO DE AÑOS A DON GREGORIO MARTINEZ
LE ROBARON LA CUCHARITA Y NO SE QUÉ MAS
Machirungo saca yucas le decían, campesino de Viena…
De bien adentro de Boyacá, tan adentro
que para llegar a él había que seguir una instrucción bastante compleja, pero a
buen entendedor las palabras le bastan y hasta le sobran, un par de gestos de
más y adentrado en el sendero la misma vía lo encamina a uno, pero !ay! y ¿si
la palma ya no está? y ¿si la palma la cortaron o si se amarchitó después de
tanto floreo?,
-Compadre, busted por qué escribe tan enredado, vea que la gente no
entiende, ya se metió con una canción que ni es de aquí, y desvió el cuento -Pues
así no macito le digo: palma es palma aquí o en Cafarnaúm, que esas no tienen
sino corazón pal sufrimiento y d´eso estamos untados todos, y deje hablar y no
interrumpa que apenas me estoy entonando-
Como le iba diciendo, porque yo en esas cosas me
entiendo; dizque un muchacho muy buen
mozo y afanado por conocer al autor de un cuento de un Sebastián y unas
princesas, que estaba como medio mocho,
-¿el Sebastián estaba mocho compadre?, No me joda, el cuento; el cuento estaba
incompleto-
Y en la curiosidad de saber cómo terminaba la
historia del Sebastián y para hacerle una representación radial, pues el muchacho
de esta historia como que tenía la maña de investigador y p´a nutrir su acervo
popular, que a bien la irían calando con el paso del tiempo tales intereses, se
dió a la búsqueda de un señor Gregorio que vivía en la vereda´ e Velandia del Municipio de Saboya y que le
había hecho llegar el cuento en una hojita porque no había más, y las de
plátano que si abundaban, pues no le servían de a mucho para la escritura.
-Como flojongo el cometario compadre, mejor siga con la chachara-
Pues el mozo llego hasta Saboya entrado en ajanes,
porque la gente que va de la capital al pueblo es así, ansina sea del mismo
campo, pero naide sabía en Saboyá donde vivía Don Gregorio, pero sus mañas se
traen los coterráneos y su dirección le dieron:
“abajito de Saboya hay un ramal que parte
hacia el lado del rio, a mano derecha yendo de aquí pa´ bajo, parte por ahí,
baje al rio y sigue, que ahí no hay mas extravíos hasta un sitio que se llama
la Palma, después de la palma queda arriba otro sitio llamado el cruce donde
quedan dos caminos, uno que va para monterusi y otro que va para tronco negro,
hasta ahí le sé decir”
Tal parece que el muy jodido se las arregló
preguntando y así llegó a un rancho de dos piecitas hecho de tapia pisada y
paja; paja la que echaron ese día
después de que se presentó el mozo: -soy Jorge
y vengo por el resto del cuento que me quedó debiendo-, garlaron como el
diablo manda, porque Dios solo acompaña rosarios, se hicieron visita y el señor
Gregorio no resultó ser tan señor, era un muchacho humilde casi llegando a los
treinta, apuntalado en dos muletas, porque se había tropezado con una bala por
ahí en el camino, como le viene pasando a media humanidad desde hace rato en
este país.
Yo no soy de por aquí
Yo vengo el lao el carrizo
Machirungo saca yucas
Hasta la tierra que piso.
Así se le presento Gregorio que de cantas estaba
bien afilado, para hacerle saber al joven que aunque no tuvo mucha escuela, al
verbo no le hacia el feo.
Eso si, después de la conversa entró el aján y
había que volver a Chiquinquirá porque “Canta
el pueblo”, el programa Radial del curioso visitante, tenía que salir al aire y es ahí que hablan
de papas y de huevos tibios, y no están ni tibios que el aján se acaba y se
quedan.
¿Oiga compadre, y esta historia es verdad o invento suyo?, pues yo no le
sostengo nada, pero que los huevos tibios hacen quitar el aján, lo hacen
quitar.
Y ahí mismo se pusieron a entrarle a lo de las
papas y el huevo, y como todo huevo requiere su sal, para tal menester entró
a circular una cucharita bien particular,
misma a la que el Joven Jorge le rayó el ojo, y más cuando supo que era tallada
en un hueso de canilla de res por el mismo Gregorio, más entusiasmo le puso y
siendo su turno de echar la sal y revolver el huevo, se la llevó al mascadero y
la relamió para dejarla limpiecita y lo
que le había bailado al ojo se le salió en la lengua:
Don Gregorio yo le robo la cucharita porque ésta
se va conmigo y se la fue empacando con otras tres papas y un huevito de más.
A lo que Gregorio no tuvo más que asentir porque
cómo le va hacer tal desaíre a una
visita tan respetable, ni mala gente que juera, y canillas de res es lo que
sobra.
Pues, como dicen por ahí que lo que viene por agua
viene mojado, parece que a los quince días al mochilero se le alzaron con los
papeles, la cucharita y otras cositas de las que no quiso acordarse, sin saber
el paradero de la cucharita ni qué oficios nuevos estaba teniendo, solo le
quedo la rabia postrimera al robo y bailándole en la sesera un estribillo: la
cucharita se me perdió. Así fue
naciendo una canción que terminaría siendo tarareada, cantada, silbada, mascullada,
convirtiéndose casi en un himno, pues a todos en este país de ladrones alguna
vez nos ha pasado un cacho.
Compadre, y entonces ¿qué pasó con Don Gregorio, sí se la repuso por otra
igual?
-y para qué si igual se la iban a robar-
De la historia quedó la canción y eso sonaba hasta
por los codos de los colombianos, eso la pedían en radio Furatena como en radio
colibrí, en ondas de la montaña como en Cartago y titiribí, esa canción ya no
era de un mochilero sino patrimonio de los oyentes, y así el mochilero empezó a
ser más conocido y famoso.
Como que le convino la robada de la cucharita, sino se la roban no hay
canción, pues mire le digo, que es más importante una cuchara perdida que el
señor que las hacía, que sigue vivito y renguiando y que la historia lo hizo
viejo desde que era joven.
Del mochilero dicen que todavía canta y encanta,
que le sonrió la buena ventura, que de la cucharita vinieron mas canciones,
ficciones y funciones y que anda por ahí ya más cuidadoso no vaya y le roben
otras chucherías de su mochila.
Y a Gregorio
le quedó la contentura de ser popularizado en una canción, pero eso no
sirvió de mucho porque con eso no se compran papas ni huevos pa tibiar…
Compadre este cuento me dejó como alelado, pero dígame ¿quién se lo contó?,
-se le cuenta el milagro pero no el santo; así este sea de Somondoco-
Bueno, después de todo no estuvo tan enredado el cuento, yo le tengo perecita
a busté con esa forma rebuscada de
narrar, eso le pone tiros de aquí, dichos de allá, a veces muy rococó y otras
muy chachachá, pero la verdad esta vez si le entendí.
Vea compadre como todo lo que nace de la cultura popular, eso se hace pa´
despistar.
Carlos Andrés Restrepo
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