- Silvio - (por decir cualquier nombre) - éntrate para la casa, te
tengo muy dicho que no te me relaciones con esos diablos -, se escuchaba la
socarrona voz de una mamá tras asomar su cabeza por el postigo de la ventana y
acto seguido volviendo a esconderla como hace una tortuga en su caparazón.
Afuera su hijo departía con el diablo. Que gusto haber sido ese
muchachito que tuvo el privilegio de jugar con semejante personaje, los juegos
en la calle a lo sumo eran capar cometas, jugar al arroyuelo con un trompo,
quemar papeletas, jugar a los protagonistas de las películas vistas en el
cinema del pueblo, chutar pelota y como en las calles estaba prohibida la
diversión, había que ir a las mangas cercanas a pasar las tardes, unas veces al
plan de Juan de dios, o a la manga de los Rendón o a la cancha del volga.
En aquellos tiempos habían ciertas variables como ir al río a bañarse
y de regreso traer guayabas, pescar briolas
en las quebradas, apostar carreras, las niñas jugaban mamacita con ollitas
de plástico y tacitas de peltre, y los niños más audaces al tintín corre corre.
Pero jugar con el diablo, pocos se dieron ese gusto. El diablo era
otro niño, de lo más común, de tez morena, zanquilargo, de buenos modales, este
diablito no era más diablo por viejo, sino por inquieto, coleccionaba
atardeceres, él no elevaba cometas, se elevaba en las cometas pues les ponía
fragmentos de sus sueños, eran las más raras y exóticas de la cuadra, también fabricaba
pirinolas con cera y las adornaba con chochos; este diablito carajito poseía un
estrépito de inquietud en sus modales, era obediente, pero hacía lo que le daba
la gana, honraba a padre y madre a la vez que fabricaba para sí una honradez
inherente solo a su sueño, ser dueño de sí mismo.
Un hermano mayor porque el diablo no está solo en la vida, y familia tiene, le había enseñado la alquimia de transformar el barro, dicen que este diablo moldeaba figuras con arcilla, esos eran sus juguetes, que también terminaban adornando repisas y pesebres. Hacer hombrecillos con barro es un pasatiempo milenario, hasta algún dios por ahí le dio por lo mismo y su creación le cogió ventaja y todavía sigue por ahí haciendo de las suyas, este diablo fue más cuidadoso dejó inmóviles sus creaciones, como debe ser.
Algunos niños hicieron caso omiso a sus madres y se hicieron muy
amiguitos del diablo, así que se dedicaron a hacer diabluras, fue la mejor
niñez que pudieron tener, conocieron de sus pueblos más que sus calles, se
adentraron en los portales que la imaginación les abría y viajaban por tiempos
sin tiempo en otros mundos sin pasarse de la cuadra, trascendieron los
universos que reinan tras las ventanas, debajo de los sótanos, escudriñaron las
montañas, atisbaron duendes, domaron los vientos con cometas de colores,
exploraron los matices de la tarde y pintaron la tristeza de azul y la alegría
de amarillo, el diablo era un artista de la felicidad de ser niño y toda
ocurrencia era una fiesta
El diablo creció y fue llamado de otra manera, León (por no decir
cualquier nombre) y se volvió un diablo hecho y derecho, justo, honrado,
honorable, de una vida impecable, un diablo silencioso pero no taimado, supo
poner en cintura y con vehemente actitud a quien se le pasara de la raya,
quizás por eso aunque ya no es el diablo, cierto sino de desprecio social le
sigue acompañando.
En el primer piso del edificio donde vivo en la ciudad, reside un
señor muy simpático, el mismo se define como el abuelo – Hola soy el abuelo
mucho gusto -, me saluda de repente cuando estoy atravesando la portería - oíste
¿vos quién sos que andas siempre con una guitarra y una muchacha bonita al lado?
-, halagado le respondo que simplemente
soy Andrés Restrepo, - yo soy también Restrepo, y ¿serás de Jericó? - tras mi
respuesta positiva agregó - de niño viví en ese pueblo y mi mejor amigo fue el
diablo si algún día lo ve dígale que saludos de Chuma (pongámosle Bernardo para
ser justos), dígale también que un amigo como el nunca más tuve y que los
mejores recuerdos siguen correteando las calles del pueblo donde fui un niño
feliz -.
La última vez que estuve en el pueblo me encontré al diablo,
andaba en su paseo matutino, me contó que estaba cumpliendo años, ya andaba en
los noventa menos cinco, pero no los revela, parece de ochenta y cinco, se ve
estupendo.
A su edad nunca fue rey del infierno ¿quién puede ser rey si está
en el infierno? La vida de este diablo como la de cualquier hombrecito hecho de
barro, ha sido de cal y de arena (por seguirle la fábula al material de esta construcción).
En esta aldea tan santa hacerle un sano homenaje al diablo se me antoja justo,
este diablo tiene en su cabeza la historia de su pueblo y de su gente, sabe
quién es quién, los sabe a todos de memoria, él es más institución que
cualquiera de las que se pregonan memorables, cívicas e inmarcesibles, es más
culto y más sabio que los que figuran en los anaqueles de la historia oficial,
de un exquisito gusto por la música, excelente conversador, este diablo es la
memoria viva de todo eso que somos y no sabemos, de todo eso que sabemos y no
somos.
Quisiera yo de niño haber sido su amigo, eso sí, me queda decir
con orgullo que soy sobrino del diablo.
CARLOS ANDRES RESTREPO ESPINOSA
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