Yo creí que era esplendente, el brillo traslucía en sus ideas, le celebrábamos todo,
sus flatulencias eran recibidas con gratitud, decía: -miren aquí y todos mirábamos,
decía: -miren allá, y seguíamos sus larguiruchas señales. Era nuestro ídolo, todo
lo que tocaba se volvía verde esperanza, era el profeta del Umwelt y otras
cuestiones que no entendíamos, pero dado su entusiasmo lo aceptábamos como
fieles seguidores. Ahora todo es decepción. Ese es el inconveniente con la
idolatría, los ídolos se rompen, pelan el cobre, se caen de su pedestal y no hay
remiendo que les devuelva su gracia.
Todo lo que decía lo asentíamos con vehemencia, era nuestro modelo, nos
enseñó el amor por la naturaleza, señalaba las estrellas y nos convenció de ser
una leve brizna en el infinito, éramos nada ante su sapiencia, pequeños ante su
arrogancia. Pero los ídolos se despedazan, y cuando la fe ciega desaparece se
hacen añicos, es justo y necesario que así sea.
En instantes de nuestras vidas tenemos referentes, influencias buenas,
generosas, en apariencia sensatas, pero cuando pasa el tiempo y corre el velo de
nuestra mirada entendemos su desacierto, sus incoherencias. Está bien, todos
tenemos derecho a cambiar, el malo puede convertirse en bueno, el príncipe en un
sapo, la princesa en una bruja y la bruja en un murciélago, en fin, cada uno verá
que hace con su metamorfosis, cómo se ocupa de su alquimia íntima.
Ya no quedan modelos que nos inspiren, solo presiento una multitud de sombras
atávicas revolviéndose en el fango de su hedonismo, evidenciando una
ostentación que se aleja de lo sagrado, prima el negocio sobre la cultura y la fatiga
estética sobre la emoción, y los que tienen voz tienen discursos adormecedores,
palabrerías rimbombantes, y risotadas inoportunas.
Vano fue el esfuerzo de seguir un ídolo, ahora liberado de tales herencias siento
que no debo lamentar haberlo perdido.
A estas alturas del relato ya no me importa si es alto, mira las estrellas o si es
Ahora tengo mi propia mirada del mundo, reconozco que mucho de lo que en
algún momento me enseñó, define el ser con criterio y carácter que soy y que no
estoy dispuesto a perder, así los ídolos se vengan a menos y se disuelvan en el
polvo del desengaño, la enseñanza y la experiencia nos debe quedar con-sagrada
en el altar de nuestra gratitud, porque después de todo, ¿De qué sirve haber
aprendido, si no sabemos mirar con conmiseración a estas pobres almas
atribuladas que un día fueron tanto y ahora de tanto ser ya nada son?.
El ocaso es terrible.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
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