sábado, 26 de marzo de 2022

CANTO ANGLOGERMANOJERICOANO


Cantamos un buen rato, yo canté l mío, tanto que le dije a Toño que no se casara, pero se casó. Eso se parece mucho al pobre Peraloca, un personaje de Hébert Castro al que le daban recomendaciones para todo y todas las ignoraba. Cuando escribo, súbito suelen venir ideas de otros asuntos, yo trato de ignorarlas para que el lector luego no venga a confundirse y entienda lo que está leyendo, aunque si me permiten un poco de honestidad, cuando lo hago es casi siempre con esa intención, la de imaginar la cara de angustia de cualquiera que sea, intentando tomar el ritmo de la respiración de mis dedos sobre el teclado.

Dije que cantamos a fin de provocar la intriga por quiénes, en dónde y cuándo, para proporcionar el material de escritura del siguiente párrafo. Ellos eran Klaus en la guitarra, Lindtraut en el acordeón, Georg en la Flauta dulce tenor, y yo en la guitarra, la armónica y ruiditos varios; tres alemanes y un Jericoano, ofreciendo conciertos de Navidad en la región de Renania del Norte-Westfalia. Había una quinta persona que nos acompañó, Nora, una amiga que está haciendo un año de voluntariado en Wernau y que había conocido en Medellín en el coro de la Universidad, se unió al proyecto y terminó cantando, tocando percusión menor y ofreciendo catas de café, ya que manifestó su interés en el tema y Georg, que no solo es el Alemán más embelequero que he conocido, sino el único, compró café colombiano por kilos en una página web de Austria y hasta de una vereda de Betulia llegó un paquete con la foto de un campesino en la etiqueta, con una gorra desteñida de Pintuco, con un boso desaliñado y exhibiendo una sonrisa carente de incisivos centrales, y yo que no me aguanto un cólico sentado, me dio por pensar en el mercado de la porno miseria. Hasta el café me supo a tornillo.

Cantamos un buen rato, canciones folclóricas de Alemania y de Europa en general. Cantaron ellos, yo toqué la guitarra y bailé, no hablo el alemán, pero en el lenguaje de la música me ha ido bien, con ese converso hasta por los acordes, y le hago canciones a las lunáticas con mis seis cuerdas.  Luego le entramos un poco al repertorio norte americano y cantamos Bridge over Troubled Water de Simon and Garfunquel y que en Colombia conocimos en la versión de Camilo Sesto, Blowin in the wind de Bob Dylan y que yo grabé alguna vez en versión carranguera, y por ahí fue que terminamos cantando country en una versión anglogermanojericoana que fue la dicha de grandes y chicos y hasta el Tutaina Tuturumaina se volvió un canto colectivo, un mantra.

Decidieron los anfitriones que la segunda tanda del concierto debería hacerla yo, así es que saqué mi repertorio intimista y me canté y me celebré y lo que me dije a mí se lo dije a ellos, porque lo que yo soy, también lo son ellos, porque cada átomo de mi cuerpo les pertenece y viceversa. Parafraseo a Whitman y Nora hace gestos de terror cuando le pido que traduzca mis palabras al alemán. Ella no es muy buena cantando, canta para ella y eso es suficiente, además de traductora terminó de corista, tocando el Kazzo, y ofreciendo el café; a ella mi gratitud por haber hecho parte de este viaje. Yo, como el poeta de Cereté que nació en Cartagena, no soy bueno de una manera conocida, pero su compañía saca lo mejor de mí y brilla en mis ojos y resuena en mi canto.

Cantamos para campesinos, para abuelos, para niños, para jóvenes, para el advenimiento de la luz, para el conjuro del año nuevo, para reírnos, para llorar. Llevo un mes hablando italianoinglisñol y no me han faltado comida ni vino, ni noches para gastarlas; me ayudo con señas cuando la palabra es impronunciable y hasta rimo, peco, empato, pierdo, me embolato y acierto en un tiempo en que hay más personas preocupadas por morir de COVID que por vivir.

 Este año nuevo ya empezó a acabarse, todo en la vida tiene un final, menos la salchicha que tiene dos, me canta Georg para despedirme. Georg llora, él y Martina, su compañera, vinieron a traernos hasta Wernau. Hace un instante regresó a su ciudad. Prolongamos la despedida cantando, algunos hombres resolvemos la vida de esa manera, cantando para prolongar la dicha de la amistad, para enfrentar el abismo de la soledad. Le acompañé hasta la puerta, y se alejó en su Dacia amarillo, al que bautizamos el taxi colombiano.  Ahora estoy en una habitación con la calefacción al tope, afuera la temperatura está a -1°C, decido sentarme a escribir, no sé si esto lo publique, por lo pronto escribo porque estoy lleno de nostalgia y no por regresar a mi país de origen, sino nostalgia de estar tan lejos y sentirme tan cerca de mí mismo, con el corazón tan dichoso, tan consecuente con mi manía de andariego, pensando en qué nueva dirección tomar para sentir el delicioso vértigo de no ser de aquí, ni ser de allá.

Suena el teléfono, Nora me invita a tomar un café, tengo diez minutos para salir y tomar el tren que me llevará a Esslingen, parece que es un pueblo que se escapó de ser bombardeado en la segunda guerra. Me seco las lágrimas, recojo el abrigo y me expongo a la intemperie, camino con agilidad, la nariz empieza a entumecerse, esa sensación ya me parece grata, me consagro al invierno con la sabiduría del verano que se cuece en el rescoldo de sus hogueras.

 

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

Wernau, Alemania, 13 de enero del 2022

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