Dizque hizo arte Pop,
Op (tical) y arte conceptual, al mismo tiempo en que lo hacían en Europa, para
ello utilizó los materiales más inconsistentes, latas, tornillos, armas en desuso, resortes,
palas, picas, tubos; hasta un bollo le parecía hermoso, lo hubiera perfumado
porque por fortuna nunca pensó como el político ese, su vida es decir
su obra estaba compuesta de objetos, era un “objetologo”. Se me antoja decirlo
así aunque el definía a esa manía de acumular chécheres como arte objetual, intención
que se valida no en la obra sino en su condición de ser artista, sus obras más
representativas son “el argonauta” y “el virrey”, “Arbolarma”, “el chatarrodonte”
“el jardín” hecho con armas blancas decomisadas en Pereira y quien sabe cuántas
mas, pues no era de los que hace arte para vender, debe ser por eso que nunca
fue nadie aunque lo fue todo, condición de los que saben hacer, nunca llegan a
figurar.
Vivió como le dio la gana en el principito una casa que tuvo en la
Florida, zona rural próxima a Pereira, hace poco retornó a la nada, era un
hombrecillo extraño, huraño pero rodeado de gente, ermitaño pero montaba en Jet,
vagabundo pero pasaba largas temporadas inmóvil, todo un personaje de cuento, de
cabello blanco y ensortijado que se unía a una barba blanca como de profeta; solía
llevar calada una boina vasca, lo recuerdo de camisa y un chaleco, pantalones
tipo jean, zapatos deportivos y una mochila terciada en su hombro izquierdo. Su
forma de vida incomodaba a muchos en su pueblo natal, donde vivió hasta los
ocho años, cuando su familia liberal tuvo que huir de aquella comarca
conservadora, pero en Pereira se destacó como uno de los artistas más
influyentes e importantes de la ciudad, yo diría que del país.
Este extraordinario personaje me simpatizaba, no fui su
amigo, me llevaba años luz, y para ser amigo de una persona así se requiere de
mucha estructura mental, sin embargo cuando venía de visita no faltaba el
saludo y el abrazo.
Cuando publicó su novela coclí coclí al que lo ví lo ví, me regaló un ejemplar autografiado,
cuando se cansaba de su ostracismo se aparecía por el pueblo, siempre iba a
nuestra casa y se sentaba en la silla de peluquería que usaba mi abuelo Josepe,
miraba el guadual de enfrente del corredor y decía que esa era la silla del
pensamiento, se quedaba en silencio y alguna vez una lagrima furtiva rodó por
su mejilla para ir a perderse en su enmarañada barba blanca, con el tiempo
tuvimos que guardar la silla porque todo el que se sentaba en ella terminaba
gimoteando.
En una de sus visitas al pueblo propuso hacer una
escultura con tubos viejos del acueducto y herramientas en desuso del
municipio, él mismo eligió el lugar donde quería erigir su creación, en una colina
sobre la planta de tratamiento del agua dio vida a su “chatarrodonte”, una
mezcla de dinosaurio con transformers, un animal silencioso que abre sus fauces
de lata como clamando por agua a los dioses de la montaña para digerirla con su
costillar de picas y tubo madre del acueducto municipal.
Un dìa estábamos conversando en la esquina de casa blanca cuando pasó León Valencia
arrastrando su humanidad, con una sucia cobija terciada al hombro como la capa
de un superhéroe, luego de saludarlo se volteó y susurrado me dijo: ahí va el
único espíritu libre de este pueblo, en ese momento no entendí que quería
decir, algún día lo entendería.
Es probable que muchos lectores con todas las pistas que
he dado todavía no sepan de quien estoy hablando, pues es de hombres el olvido
y el desdeño una cualidad muy nuestra, no lo voy a decir, pero dejaré que se
haga visible en la siguiente anécdota de la misma manera en que de repente aparecía
por Jericó abrazando y saludando a todo el que se encontraba.
Haciendo el trámite para pedir la visa a Estados Unidos,
mientras esperaba a ser llamado por el cónsul para la entrevista, crucé saludo
que luego se tornó en conversación con el vecino de fila, un señor muy
dicharachero que había venido desde Pereira y estando los dos en las mismas, nos
entregamos al deleite de la conversa. Yo en estado de alerta, porque el señor
hablaba sin parar y a un volumen muy generoso y no me dejaba escuchar el
llamado que iban haciendo por los altoparlantes, el caso es que cuando mencione
Jericó el señor dijo Martin, yo le respondí al que lo vi lo vi y se abalanzó sobre mí, me dio un abrazo emocionado por
conocer a un coterráneo del artista que más admiraba en el mundo. Al final
escuché mi llamado, me despedí y salí huyendo un poco adolorido de los enérgicos abrazos que el ilustre admirador de
Martin Alonso Abad me había brindado en su honor.
Tres meses después cuando estaba tomando un barco rumbo a
las Bahamas (todavía no me la creo), vi como un turista enfundado en bermudas,
playera, gafas oscuras y gorra de niño explorador abría sus brazos y se venía
hacia mí con todo el peso de su abrazo gritando - Jericoano le tengo un regalo
-, después de dejarme sin aire, sacó de su bolso un librillo con el título de
“Monumentpsiquicia”, el último libro que había publicado Martin; agradecí el
regalo y en el viaje le pagué “escondidijo” a peso a los abrazos de mi nuevo
amigo. Durante mi estadía en el norte
leí el cuento de Martín, y aunque es toda una mamadera de gallo objetual con todos
aquellos convidados de piedra, hay que reconocer que se adelantó a los
creadores de la película una noche en el museo.
Martin vivió como un niño, actuaba con frescura, hablaba
de manera muy ocurrente, pero pensaba muy bien lo que decía, su forma de vida
para mi es una inspiración, tras su partida se va el último espíritu libre de
mi pueblo, eso lo entiendo ahora perfectamente.
CODA
Es muy bello el paraje donde está ubicado el
“chatarrodonte”, estando allí ilusioné un parque de esculturas objatuales de
varios artistas, en conmemoración de Martín, ojala alguien con influencias lea
esto y le entusisme.
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