lunes, 24 de febrero de 2025

MAQUILLAJE

Una delicada cortesía tienen las gentes de aquí al mantener sus frontispicios impecables, las de sus casas quiero decir, del propio no me arriesgo a aseverar nada, pero de las fachadas de sus casas si tengo luz verde para opinar, incluso para posar. Cierren ventanas, balcones y no dejen entreabiertos portones que la algazara de turistas se acerca, vienen de todos los puntos cardinales y traen la vieja manía de quererlo todo, empiezan comprando baratijas, bisuterías en sazón que portan con dizque orgullo del lugar visitado y terminan quedándose con las casas y las tierras de los de aquí, para convertirlas en privados solariegos donde perros bravos a ladridos recuerdan al local los estragos de la propiedad privada. 

Cerraron las puertas y ventanas, pero las pintaron de colores, y este acto llamó más la atención, una ventana variopinta, aunque esté cerrada, da la sensación de estar abierta, sus colores mezclados al azar ofrecen al turista la confianza de sentirse en casa, pero ojo, no se confíen, serpientes y ranas igual de coloridas ocultan en su esplendor ponzoñas mortales. Todo invasor termina siendo invadido, sobre las ruinas de antiguas civilizaciones se erigen los nuevos imperios y sobre estos se mece la espada guerrera que los terminará desplazando. 

La fina coquetería es la otra cara de la hipocresía, así como el humor es la otra cara de la desesperación y eso que aquí no tenemos sentido del humor sino del chiste, la seriedad de los hechos es desplazada por la chanza y en lugar de preocuparnos por las vicisitudes infames que van marcando el ritmo de lo cotidiano, nos termina dando risa todo, desde lo otrora solemne, hasta la autoridad.

Hoy en día no nos morimos de vergüenza, todo lo que en este pueblo pasa es para morirse de risa, perdón por la distracción, les estaba hablando de las fachadas; hasta esta columna es un chiste. Les iba a decir que he notado en los últimos tiempos, una costumbre de sacarse fotografías ante las puertas y fachadas de las coloridas casas de este pueblo que cambió el sentido de pertenencia por el chiste y la dignidad por el color.  En las redes sociales es común ver a algunas personas, la mayoría de veces mujeres de cabello liso y piernas expuestas al sol, tomarse fotos ante las casas de familias que en otros tiempos fueron la aristocracia del pueblo, posan con gestos sugestivos, por ejemplo, estiran los labios en mueca de provocación como libando de una teta imaginaria, se supone que prolongar los labios en tal ademán es seductor, seducir es succionar, una delicia para disertar con mi amigo Miguel el psicólogo, pero creo que no es un tema relevante, el asunto se resume en una tendencia marcada por una actriz famosa y su protrusión en los labios superiores por no mencionar otra ubicación espacio corporal.

Decía que los y las visitantes se están parando frente a las puertas para tomarse sus fotos, quizás como una forma de memorizar el lugar visitado, una suerte de fascinación estética que desconoce de arquitecturas y memorias del lugar, quizás solo ven un decorado que sirve de fondo para las selfies que archivaran en sus teléfonos y no volverán a ver el resto de sus vidas.

Hace poco, encontré en el camino a una turista asiática sacando una foto frente a la sencilla puerta de una casa de fachada humilde, una puerta en tablilla con una mezcla de tonos cafés tostados por el sol, en la que se hacían visibles nudillos en la madera que lucían como pequeños ojos, me les quedé mirando, a la puerta y a la asiática, los que me conocen podrán imaginar mis pensamientos ante aquel cuadro; la mujer me sonrió y en un idioma que pude reconocer tan nítido como las aguas del Río Piedras en verano, me dijo. - Hola buenos días -, correspondí al saludo y le pregunté qué de especial le veía a esa puerta y con un dejo de tristeza expresó, que le recordaba la tapa del féretro en que había sido sepultado su abuelo, en el tiempo que llevaba visitando el pueblo era el único lugar que la había conectado con algo de su memoria personal. Aquella puerta le recordó el día en que vio por última vez a su abuelo, tras cerrarse la tapa sintió que la seguía mirando a través de los múltiples ojos que los nudillos de la madera parecían semejar.  La mujer sigue su camino, yo hago lo propio, camino y me digo que muchas veces viajamos muy lejos para darnos cuenta de que el lugar más lejano es en el que estamos.  

Desde aquel día cuando recorro las calles del pueblo y observo las coloridas puertas siempre imagino que son la tapa del ataúd de las personas que habitan adentro.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa.


martes, 17 de diciembre de 2024

UNA MELODÍA




“Los espejismos nos alientan para dar los últimos pasos en el desierto,
nos animan a llegar a la muerte confiando en la vida”.

  • Andrés Restrepo

A mis once años, primer año de mi segunda década, según el calendario corría el año 1985, Linda Carter sonreía y por un momento la televisión se sintonizaba impecable para facilitar su belleza ante mis ojos que no sabían del amor sus vericuetos, sino un hormigueo en la barriga que se parecía a la agonía de los sábados a las cuatro y media de la mañana, cuando salía al rosario de la aurora sin tomar nada y el desayuno se apartaba hasta las nueve, hora en que se regresaba a casa después de rezarle el rosario a María, solaz y alegría del triste mortal. A los once años no se es niño, tampoco un joven, se le llama a este limbo adolescencia, es terrible, ahora que lo pienso desde la altura de mis casi cincuenta ¿Adolescencia de qué? ¿A quienes se les ocurrió ese disparate? A los once se tiene todo, la adolescencia llega con los años y la lucidez, son los viejos los que empiezan a adolecer de amigos, de tiempo, de oportunidades, de compañía y los únicos hormigueos son los de la mala circulación.

En 1985 con toda la abundancia a mi favor, sin necesidad de bienes materiales para sentirme realizado, la inocencia era mi riqueza, una sopa de guineo un manjar, mi plan perfecto era salir del colegio para ir al ensayo de la banda del pueblo donde fa, fa, fa, fabricaba los hilos melódicos del hombre en que me habría de convertir.

Era el tamborero de la banda de música Manuel Londoño Mejía de Jericó. La banda era de las primeras en el departamento que había iniciado un programa con niños, así que fui parte de un experimento social, un híbrido sonoro entre empleados del municipio y una escuela de iniciación para infantes, una quijotada que tuvo un buen comienzo y un mal fin, después de varios años de éxito.  El plan fue arrojado del paraíso y quedó en manos de políticos de turno o manos corporativas que se dedicaron a formular proyectos, para sobrevivir elevando el nivel musical y dejando de lado el artístico y humano, mucho tilín tilón y nada de emoción. La banda de música de mi pueblo se quedó sin acontecimiento.

Todo el año teníamos retretas dominicales en el parque de Reyes a la salida de misa de seis de la tarde, también amenizábamos las fiestas religiosas y paganas, los desfiles, los eventos cívicos, las efemérides del centro de historia, donde salíamos con los bolsillos llenos de queso amarillo y otros tentempiés que los custodios de la historia degustaban en sus reuniones. Musicamos todo el tiempo y era la vida una dicha entre marchas, pasodobles y pasillos fiesteros y también, una nostalgia de valses, fantasías y bambucos.

A mis once años tuve el primer acaecimiento del amor del que puedo dar cuenta. Era la Semana Santa del año en curso,  viernes santo después de la hora de nona, era costumbre hacer una pequeña intervención musical antes de las ceremonias religiosas y allí, estaba yo tocando en el atrio de la catedral una fantasía de los cuentos de Hoffman de Offenbach, cuando la niña más hermosa que había visto se me quedó mirando mientras tocaba el tambor. Su presencia me animó y decidí lucirme ante ella, redoblé impetuoso anunciando el cambio de frase en el crescendo que abandona la barcarola para retornar al motivo inicial; ella sonrió, la miré con la inocencia de mis años, y sus ojos redondos se iluminaron, sentí un nudo en la garganta y un vacío en el estómago, no sabía lo que era el amor, no tenía idea, pero aquella sensación me llenó de un júbilo que jamás había sentido, el tema musical se extendió una eternidad y aquella niña no dejaba de mirarme, ignoré al maestro Rivera, en aquella función era ella la directora de la melodía de mi vida.

Mis manos electrizadas movían las baquetas con la pericia de un prestidigitador, la música invadía mi ser entero que se fue encumbrando por el atrio llevándola conmigo, nos elevamos hasta la torre de la catedral, el viento hacía ondear su vestido estampado de flores y mi cabello se despeinaba. Nos sentamos en la torre del campanario, tomó mis manos, las besó, un sentimiento nuevo me visitó debajo de mi pretina, la música estallaba en acordes y los platillos chocaban sacando chispas que llenaron el cielo de luz como juegos pirotécnicos sin detonación, en aquella levedad danzamos sobre el cielo de mi pueblo sin más soporte que los delgados hilos de la ensoñación.

Un codazo de la platillera me sacó de aquel vuelo, no había hecho el corte indicado y el director me sentenció con su mirada de verdugo. La fantasía terminó.

Sopesé la vergüenza, los demás músicos pasaron sus partituras y el director levantó sus manos para dar la entrada al nuevo tema: La danza húngara número 5 de Brahms. Esta obra tiene unos cortes que demandan mucha atención, me puse alerta para no atentar con el sagrado descanso de Brahms y al mismo tiempo busqué entre el público a la dueña de mi corazón.

El amor estaba allí manifestándose en esa muchacha de idéntica estatura a la mía, su cabello negro y corto lo recogía en las orejas, usaba un vestido de florecitas y una blusa blanca con el último botón desabrochado, dejando entrever su pecho apenas en floración. Suspiré y le sonreí, ella me correspondió y nos amamos en la distancia, la miraba después de cada corte y danzaba con ella en la tonalidad de un sol menor que brillaba como si fuera mayor. Terminó la obra tras el gesto del director que me clavó una vez más su mirada, encogí los hombros y miré por unos segundos el parche del tambor redoblante. 

Cuando volví la mirada hacia el público para buscarla, ya no estaba, se había disuelto entre la gente que se apuraba a buscar sillas dentro del templo. Nunca más la volví a ver. 

Con el tiempo he creído que la inventé, también pudo ser real, quien sabe, cuando se es un niño en transición hay mucho magín en la cabeza, siempre la música me ha puesto a crear mundos mágicos por no decir que espejismos, a veces lloro sin entender el por qué de esas lágrimas, la música es un asombro que aún no he podido dilucidar. Lo cierto es, que desde mis once años sueño con ella, la sigo buscando en cada mujer que he intentado amar irremediablemente mientras suena la melodía de mi vida.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa


martes, 22 de octubre de 2024

LA HACEDORA DE DESTINOS


Todos los días se levanta a las cuatro y media de la mañana para hacer los destinos y cuando el resto de sus semejantes se levanta a las seis de la mañana ya encuentran su destino creado.

Su oficio es milenario, antes de que el primer hombre abriera los ojos, ella ya estaba en su lugar de hacedora cumpliendo con la misión de ordenar la casa para que todo estuviera dispuesto para el acontecer de lo cotidiano. Amiga de la aurora y cómplice del sol desde su primer albor, ha diseñado desde antes de que el tiempo fuera una urdimbre de segundos minutos y horas, la estructura que soporta el día y la noche en sus aparentes distinciones de luz y oscuridad, con sus acrobacias sencillas y contundentes ha dado origen a los rituales que mantienen la armonía del pueblo que le fue entregado por antonomasia de los dioses, quienes se relajaron cuando vieron que ella podía resolver la vida desde la sencillez de las labores diarias.

Tal ha sido su entrega que las mujeres que vinieron luego aprendieron a nombrar destinos a los oficios cotidianos, desde planchar, barrer, lavar, zurcir, amasar, hasta criar, crear y pensar, gracias a su legado ellas ordenan lo que algunos hombres desordenan.

De estas hacedoras de destinos, he visto muchas todavía ocupadas en tales menesteres, van por ahí a sol y sombra trasegando su misión sin esperar reconocimientos públicos, sin fastos ni oropeles cumplen con su mandado haciendo posible la vida incluso para aquellas que han resentido el llamado de hacer algo para mejorar sus destinos.

Gilma, desde muy joven es una hacedora de destinos, destinos que han ido desapareciendo, como lavar y planchar ropa ajena, lo hacía en la quebrada con su hermana y otras mujeres lavanderas, recogían la ropa en bolsas de trapo, se reunían en las acequias cercanas a su casa y allí contra las piedras estregaban las prendas de familias enteras a cambio de unas cuantas monedas. Al clarear el día, recogían las encomiendas en los domicilios e iniciaban la ronda de enjuague, despercudido, secar al sol en las mangas, planchar y entregar todo en una sola jornada.

En una ocasión la quebrada se creció, el ganado que abrevaba de las fuentes cristalinas saltó en estampida a las partes altas, vieron que una borrasca se les venía encima, las lavanderas alcanzaron a reaccionar recogiendo las prendas que estaban tendidas en torno a la quebrada, las que estaban en proceso de lavado fueron arrastradas por el cauce, no se explican cómo pudieron salvarse, Gilma y las otras mujeres buscaron refugio quedando del otro lado de la creciente, lejos del camino a sus casas, el día se oscureció de repente, titiritando de frío y espanto vieron alejarse entre la corriente camisas y pantalones que se anudan entre sí como buscando salvarse de morir ahogados. 

Las mujeres guardaron un respetuoso silencio por aquellas prendas caídas, hasta que una de ellas rompió el mutismo con una frase que al sol de hoy se repite en algunas familias del lugar cuando les ocurre una situación adversa: “Nos joimos Gilma”.

Desde aquel día no volvieron a la quebrada, siguieron con su oficio de lavanderas sacando agua del cementerio, único lugar del sector donde llegaba el preciado líquido, a los muertos no les hace mucha falta y el sepulturero entendido en lujos de muertos y necesidades de vivos les permitía sacar el agua. 

Así el agua que habría de convertirse en jugo putrefacto en floreros blancos con formas de ángeles, termina limpiando las ropas de los ricos del pueblo y, hervida en los calderos de las humildes casas de las lavanderas, se transforma en caldos y agua de panela con las que levantaron a sus hijos, puesto que en eso consiste ser hacedoras de destinos.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa


martes, 30 de abril de 2024

EN EL LUNA PARK




Una noche de verano tras una llovizna leve que remojó los adoquines de las callejuelas desiguales del pueblo triste que me vio nacer, entré al café Luna Park, me senté en la segunda mesa junto a la pared izquierda, debajo de una “Postalina” en la que una mujer nívea levanta a un niño, una segunda mujer aparece en la imagen indiferente, portando unas rosas blancas, da la impresión  que te estuviera mirando, en el cuadro es la única consciente de que no es más que una estampa, a la izquierda del recuadro hay cuatro ángeles y cinco palomas, dos de ellos miran al niño que la mujer levanta en sus brazos, en la quietud de sus rasgos exquisitos llevan años atrapados en el marco de bisel liso, muy moderno para la antigüedad de la imagen, junto a esta un decorado en madera con una taza de café humeante forjada en hierro anuncia el nombre del lugar con una inscripción que indica que existe desde 1907.  Me recuesto en el taburete y miro al rededor.

Tras dar varios oteos al recinto advierto que enfrente hay un hombre ataviado con ropajes de otros tiempos, lleva un sombrero de fieltro a la usanza gardeliana, porta levita negra, camisa azul clara y una corbata roja con estampado de flores blancas en sutil relieve,  pantalones negros de gabardina con unas bandas laterales de satén finamente terminados en un ruedo de pespunte sobre unos botines de charol negro impecables, aprecio en sus gestos el donaire de esos que ya no portan los hombres del lugar en los tiempos que corren. Me le quedo mirando con asombro y el hombre se incomoda cuando se siente descubierto, me mira con gesto adusto,  siento un escalofrió, como si la temperatura cambiara de repente, hago un registro rápido del lugar y los demás siguen en sus mesas sorbiendo el café ocupados en sus asuntos, antes de regresar la mirada al lugar donde estaba sentado el hombre hago una nota mental: Esto está como para literaturizar, si al volver la mirada el hombre sigue en su lugar lo vuelvo narrativa y en caso contrario, termino el tinto y me voy a dormir que ya me está afectando el cansancio del día. Al regresar la mirada el hombre seguía ahí.

Me miró sombrío, se levantó de su lugar y se vino en mi dirección, se me erizó el pellejo, como cuando un perro bravo me ladra, se sentó a mi lado, tomó mi pocillo y le dio un sorbo al café, - ¡ah¡, -por fin alguien que lo toma sin azúcar, -dijo y siguió dando sorbos,  reclinó el taburete contra la pared y cruzó las piernas en un sobrio carrizo que le procuró más estatus a su presencia, sin dirigirme la mirada dijo: -llevo aquí cien años, sé que estoy muerto pero no puedo salir, desde entonces vivo en este lugar, nadie me ve, ni el bartender. Los días los paso sentado en las mesas de las personas solitarias; cuando un no muerto ocupa una mesa y quedan libres las demás sillas es una invitación abierta para que nosotros los que estamos en transición tomemos asiento, es la única manera en que podemos hacerlo, cada  que el anfitrión deja el pocillo sobre la mesa es nuestra oportunidad para dar un sorbo, generalmente está tan entretenido en sus pensamientos que no se da cuenta que el café se merma más de la cuenta y que se enfría muy rápido, es por eso que las personas solitarias toman tanto café, porque lo comparten con los fantasmas, sin saberlo.

Es la primera ocasión en que me siento descubierto, pero no se preocupe, no tengo la potestad para hacerle daño, los fantasmas que pueden manifestarse a voluntad son los de aquellos que no saben que están muertos, pero nosotros los conscientes estamos destinados a la eternidad hasta que alguien de alguna manera nos presienta.

Intenté hablar, pero el hombre prosiguió: Los días son breves y las noches eternas, cuando el salón cierra sus puertas me desvanezco, la oscuridad reina y en ese reino todos somos súbditos, podría decir que es como dormir pero sin sueños, es la única manera en que dejo de ser, la cafetera se apaga y sus efluvios se dispersan entre los vapores de los orinales, cuando el dueño del cafetín cierra las puertas este se vuelve mi tumba, disuelto en tal oscuridad olvido quien soy hasta que los primeros rayos del sol atraviesan las hendijas de las puertas como una premonición del nuevo día y veo de nuevo al dueño abrirlas y lo único que advierto distinto es que cada día llega más viejo.

No tengo una vida, esto si pudiera darle un nombre sería una existencia transitoria, pero que no tengo certeza de hasta cuándo será, cuando hacia parte de los no muertos abrazaba la esperanza de un descanso eterno, pero no he descansado y aunque no siento el peso del cuerpo, esta levedad es más agobiante que el agotamiento de una jornada de trabajo.

Con el nuevo día se despierta la sed, una sed inagotable y con ella los recuerdos del hombre que fui, la sed la voy calmando con los sorbos que le doy a los pocillos de café humeantes, con suerte al lugar llegan muchos solitarios como yo y puedo sentarme a ofrecerles mi intangible compañía, pero los recuerdos son insaciables, llegan en serpenteantes ráfagas y en ocasiones me nublan a tal punto que no puedo diferenciar entre los hombres reales y los imaginarios.

¿Puede contarme uno de sus recuerdos? -le dije emocionado, mientras le indicaba al mesero que me sirviera otro café, a esa altura de su monólogo había captado toda mi atención, no le di importancia a su fantasmagórica historia, para mí era un personaje más de los que frecuentan el lugar donde el tiempo parece estancado, lo único llamativo era su atuendo, pero era costumbre en algunas personas del lugar su excentricidad al vestir y como llevaba un buen tiempo fuera del pueblo, aquel regreso al café que habían frecuentado mis abuelos me tenía fascinado y decidí entregarme y escuchar al misterioso hombre que me hacía compañía sin importar quién era y si estaba fuera de sus cabales, su forma de conversar era grata y me dejé llevar por sus historias.

Los recuerdos que me asisten son vívidos, a veces son imágenes, en otras ocasiones son voces, continuó diciendo, el más persistente es el de una mujer, ella me reprocha que la haya abandonado y ni siquiera la conozco, me jura su amor, la voluntad con que se entregó para mí, abandonando sus propios sueños, pese a que es incisiva con su historia no hay nada que me conmueva, llora y sus lágrimas inundan el lugar, dice que la dejé sola con seis hijos, no entiendo de que habla, algunas veces su voz se vuelve estridente y clama por mi atención diciendo: ¡recuerda!, ¡recuerda!, pero yo no siento nada, la ignoro y desaparece para dar paso a otra voz y así sucesivamente van llegando oleadas de asuntos impersonales.

Un caballo azabache galopa en la calle y siento como disminuye el paso y entra al café, sus herraduras repiquetean en las baldosas y se resbala sacando chispas, se para enfrente, sacude su cabeza y la acerca, alcanzo a sentir su aliento cálido, el sudor que deja una larga trashumancia, cierro los ojos y lo sigo viendo, ese es el asunto con los recuerdos de un fantasma, ni con los ojos cerrados se deja de ver, le doy la espalda y consigo que se aleje. Así son las presencias o mis alucinaciones, no estoy muy seguro en como nombrarlas, asimismo me pasa que con los días voy olvidando las palabras adecuadas, en cien años sin conversar he perdido la práctica, disculpará usted la torpeza en mis historias y si me contradigo o encuentra incoherencias, hace tiempo que no sé quién soy y aquí sigo, sin saber porque sigo consciente.

El hombre de levita se levanta, da un rodeo, asalta las mesas vecinas robando un poco de café, en un ademán que ha venido repitiendo durante su charla y regresa a mi mesa.

La única sensación de la que puedo dar cuenta es la del café llegando a mi boca, su sabor me reconforta, siento su viaje por mi deletéreo ser, a falta de sangre recorre mis venas y llega hasta mi corazón, me recuerda que un día fui real, pero solo dura un instante, por eso busco en cada sorbo la única satisfacción de la que puedo dar cuenta. Hace unos días robé un sorbo a un hombre de sotana que se sentó en la última mesa, al fondo del salón, estaba con una libreta tomando apuntes, cuando le di el sorbo a su taza una sombra negra empezó a rodearme, era agresiva, de un tirón me alejó, desde entonces cada que tomo del café de otros me llegan perspectivas al parecer de la persona, como si el café fuera portador de las miserias del vivo.

¿Recuerdas tu nombre? -Le dije, por aportar algo a la conversación, que siendo honesto ya me estaba agotando, sentía que el tiempo se estaba volviendo eterno, las ganas de salir de aquel lugar empezaron a apurarme y no quería ser descortés con el caballero que me había regalado tan particular compañía. Tras mi pregunta, el hombre permaneció en silencio, un silencio que se prolongó en sus ojos estáticos y sin brillo, se balanceo en el taburete y se dejó caer contra la pared, era como si de repente se hubiera sumergido por fin en un recuerdo auténtico, abandonado en su ensimismamiento aproveché para pedir la cuenta, el mesero tuvo tiempo de cobrar, traer los vueltos, agradecerme la visita y el hombre seguía allí en su introspección, daba la impresión de estar en un viaje infinito como quien hace el recuento de una vida.

Jesús Antonio Cabrales García -dijo en voz alta, interrumpiendo de repente su mutismo, salí de mi finca en mi caballo un domingo para asistir a la misa de diez y media de la mañana, al salir vine al Luna Park a tomar un café y al dar mi primer sorbo un dolor agudo se instaló en mi pecho, perdí el equilibrio, caí al suelo, algunas personas me auxiliaron, llamaron al cura antes que a un médico, el cura se negó a dar la extremaunción en un bar, cuando el medico llegó ya era demasiado tarde, mi esposa me esperaba en casa con mis hijos, nunca más regresé, sentí culpa, decidí olvidar, mi cuerpo lo sacaron del lugar, pero mi alma sin memoria se quedó a terminar el café.

Gracias a usted que me escuchó y se interesó en saber mi nombre ahora recuerdo todo, me dijo, impulsó su cuerpo hacia adelante en actitud atlética y se puso de pie, el peso parecía volver a sus pies, caminó rechinando sus zapatillas en el piso de baldosa, un caballo azabache se acercó, atravesó la puerta, el hombre puso su pie derecho en el estribo y lo montó, se dio la vuelta y los dos salieron del café, lo vi alejarse mientras con gentileza batía su mano.

Me sentí aliviado, el hombre necesitaba ser escuchado, transferir su memoria. Sonrío, es la primera vez que veo a un fantasma liberarse, siento una profunda sed y cuando voy a tomar el pocillo para darle un sorbo a mi café, mis dedos no logran asir  la tasa, una naciente levedad empieza a habitarme, en la mesa de al lado hay una mujer sentada con cara triste, le pregunto la hora y no me responde, insisto en la conversación y soy de nuevo ignorado, por un impulso que se me hizo familiar tomo el pocillo de café que tiene en su mesa y le doy un sorbo y sin problemas puedo llevarlo a mis labios, el café me refresca y en aquel sorbo me llegó toda la información de su tristeza, la vi siendo una niña correteando por un prado repleto de mortiños, la vi siendo una mujer dejando ir su amor entre sorbos de café, sentí lástima por ella y cuando decidí abandonar el recinto, no pude atravesar la puerta, una fuerza que ya no puedo precisar me regresó a la mesa y aquí sigo esperando a que alguien venga para saciar mi sed, en la taza del café de su soledad.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

miércoles, 24 de abril de 2024

MIRAR DE FRENTE

 



-No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, soy de una generación que no tuvo miedo a mirar de frente; de niños jugábamos a mirarnos - ¿Jugamos a sostener la mirada? - Nos decíamos, y acto seguido, nos sentábamos uno en frente del otro, respirábamos profundo, abríamos los ojos y en silencio sosteníamos la mirada, ganaba el que más tiempo durara sin parpadear. Con la mirada puesta en la pupila del otro entrábamos en su universo íntimo, la respiración se sincronizaba, los músculos faciales se relajaban, era toda una experiencia mística. En ocasiones era tanta la atención que podía ver como del otro saltaban chispas de colores, sentía que aquella observación superaba los ojos, el cuerpo se desvanecía en una sensación de levitar, en una oportunidad dejé de ver a mi compañero de juego y empecé a verme a mí.  Con el tiempo entendí que aquello fue una revelación, si los ojos son el espejo del alma, entonces el otro es mi propio espejo, ahora de grande sigo mirando fijamente para reconocerme en los demás.

Nos mirábamos para ofrendar la honestidad de nuestro ser en aquella práctica espiritual, un encuentro mágico donde la trascendencia de mirarnos iba más allá de los ojos, fluía en la piel, en la respiración, fluía en los gestos y en la serenidad, como monjes tibetanos entrábamos en otro nivel de conocimiento y de consonancia, surgía un entendimiento del otro, y advertíamos sus variadas emociones y nos acompañábamos en el crecimiento personal de aquellas profundas miradas surgieron hermosas relaciones, encuentros llenos de vitalidad que han permanecido fruto de aquellas miradas desprovistas de miedos, tapujos y prevenciones.

Concebimos entonces que mirar de frente te llena de poder, que una mirada contundente además de abrir el alma te protege de aquellos que tienen el mal de ojo puesto en sus intenciones, porque no siempre encontrabas honestidad en el juego, también había quien se esmeraba en hacer monerías para que perdieras la concentración, el que parpadeaba al instante, quien soltaba la carcajada para ocultar su miedo a ser observado. El ojo que tú ves no es porque tú lo veas sino porque te está viendo, dice el poeta Machado, muchas veces aquel que no quiere ser observado es porque tiene muchos miedos guardados en su alma o una señal de falta de confianza en sí mismo.

Las miradas también pueden ser ofensivas, contestatarias, ruidosas, abismales, autoritarias, el otro después de todo cuando refleja su alma se pone en evidencia y no todo reflejo es bello, el otro es lo que es, no toda alma se expresa en el bien, pero de eso se trata de permitirnos el reflejo del espejo, así como cuando era un niño que de tanto mirar al otro empezaba a verme a mí mismo reflejado en él.

Mirar se hace en presente, por eso las empresas fijan primero su visión para poder establecer una misión, primero ocurre la mirada que se da en presente a diferencia de la audición que se da a futuro, yo puedo ver a dos hombres caminando a lontananza y reconocer su vestimenta, definir sus pasos, su velocidad y otras cualidades que saltan a la vista, pero no puedo precisar qué se están diciendo, la mirada nos permite un análisis incluso desde la distancia. Rodolfo Llinás, nos dice que mirar es una forma sofisticada de tocar, esa expresión me parece muy sofisticada y en la edad media que estamos viviendo, puede ser una expresión digna de ser llevada a la hoguera por los militantes de la corrección política; pero también recuerdo que en la escuela la señorita Nubia, nos enseñó que ver y no tocar se llama respetar. De miradas fijas y profundas nos fortalecimos, conocimos un mundo ontológico tan diverso y cambiante que surgen muchas posibilidades tras el hecho de permitirnos abrir los ojos.

Tras las miradas venia el amor, surgían fantásticas palabras para nombrar las emociones y teníamos a mano un mundo en el que encontrábamos sentido en la confianza y en el respeto mutuo, en las miradas estaba la tranquilidad y la honestidad del alma que se reflejaba en lo colectivo sin dejar de ser individuos con sus propias maneras de ver, no había temor de ser desnudados con una mirada, nuestras mentes no estaban ocupadas para entonces de semejantes disparates, la desnudez era la posibilidad de descubrirnos tal cual éramos ante el otro, no había nada que ocultar.

Un día nos enseñaron que todo debía ser disimulado o escondido, el cuerpo, el deseo, y las penurias, nos hicieron cerrar los ojos y nos transformaron en pobres vergonzantes, menesterosos de afecto alejados unos de otros, pero al mismo tiempo reclamando su atención y su aceptación. Nos negaron el fluir sagrado de la mirada y al reclamar a gritos nos embebieron en la pócima inexpugnable de la fluoxetina.

Promulgaron que mirar era impropio de una sociedad correcta, que mirar hacía daño, que una mirada acosaba y perturbaba. Así, con los ojos cerrados, nos adiestraron para vivir desconectados de su brillo y de su iridiscencia fecunda que refleja los misterios del universo para vivir en un mundo en perfecta oscuridad. A tientas, con miedo y sin deseos vamos por ahí persistiendo en la necesidad de tenernos sin vernos.

Empero ante aquellos aficionados a la oscuridad, quedamos los que preferimos la fiesta de las miradas, porque siempre será mejor tener los ojos bien abiertos así las cosas cada vez se vean peor.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

lunes, 12 de febrero de 2024

LA VIDA EN ROSA

- ¿Cómo le parece pues la propaganda que nos montaron aquí? - Me dijo el burro carretillero del pueblo mientras señalaba con sus labios en forma de trompeta la librería gigante con pasarelas que invadía el espacio público de la plaza, - Ahora bendito sea mi Dios, me voy a quedar sin trabajo todo el fin de semana, y quién sabe hasta cuándo, porque desde el martes nos tienen sin poder arrimar a la plaza. ¿Será que usted me puede dar cualquier ayudita? Porque esta gente ni siquiera piensa en nosotros, muy duro, muy duro; esa propaganda nos quita mucho a nosotros, no me dio tiempo de reaccionar -. El burro se alejó frunciendo el ceño de su frente tostada por el sol de estas montañas que ha carreteado a diario y batiendo sus fuertes y largos brazos en señal de desaprobación.

Me quedé pensando: Este de burro no tiene nada, no podría encontrar mejor manera para definir el conjunto de artificios que se habían apoderado de su sitio de trabajo y a mí que no logra convencerme ningún festival que se venda como incluyente, pese a que me he permitido participar de algunas de sus puestas en escena, que no han logrado movilizar en mi mayor emoción que la decepción, me motivó esta reflexión. Esto no es cultura, esto es el mercado del arte, la literatura de consumo y por tanto la única manera de entenderlo es desde la publicidad, por eso todo lo que vemos es una propaganda que se camufla en el discurso de la cultura y de la educación, pero que el balance final es de cuantos almuerzos se vendieron en los restaurantes, cuántas camas se ocuparon y cuantas personas asistieron a los eventos, mucho ruido, pero yo que soy de aquí y que también he sido de allá, no veo a los jericoanos participando de nada, ni como asistentes, ni como ponentes, ni como artistas, y eso que dizque es un pueblo donde pululan los artistas como semillas del diente de león.  Me aventuro en una conjetura, Jericó es solo la locación para un ejercicio básico de la hiperrealidad y me apoyo en Umberto Eco que dice en la estrategia de la ilusión que “…para hablar de cosas que se quiere connotar como verdaderas, esas cosas deben parecer verdaderas. El “todo verdadero” se identifica con el “todo falso”. La irrealidad absoluta se ofrece como presencia real…”. Así todo se presenta hermoso ante las miradas de los visitantes y las que se asoman a través de las pantallas de televisores y dispositivos móviles que captan las cámaras amaestradas por ojos especializados en el trueque del signo por la cosa, sustituyendo así, lo obvio por lo aparente y conformándose con el calco o su duplicación como si fuera el espacio real.

La emoción estética es reemplazada por la experiencia, “Ven y vive la experiencia” dicen los anuncios; la experiencia es un producto al que debes llegar a través de narrativas de consumo y las narrativas se establecen en la necesidad de conversar ¿Qué mejor escenario para vender que aquel que se funda en las conversaciones?

No tienes que leer, ven y escucha al que escribió y al que leyó en una amena conversación que de seguro no vas a entender, pero que te hará lucir muy bien, toda narrativa entraña una ilusión y toda ilusión necesita de su propaganda, se venden ilusiones productos en su mayoría efímeros y entre más fugaces, mayor necesidad de propaganda para que el cliente no perciba la conclusión sino la prosecución de esa ilusión más allá de los escenarios cuando estos se desmonten para ser utilizados en otro lugar.

Las ferias al igual que los festivales son eventos de mercadeo, donde todo se vende con la ilusión de que todo es gratis y de acceso público, es tal la ilusión que la exclusión y la discriminación social pasan desapercibidas, todo es color de rosa, muy tiesos y majos transitan los turistas intelectuales adictos al olor a libro y al roce social.

El arte y la cultura fueron superados por la ilusión del turismo, las casas de la cultura ahora son agencias turísticas donde el objetivo no es la preservación de un patrimonio intangible, sino un proyecto de manejo de masas de cualquier índole que visitan pueblos y lugares sin un objetivo, simplemente el de visitar. Alguien se ha preguntado ¿A qué vienen realmente los turistas a Jericó? El turismo ahora es la cultura y la cultura es el turismo emancipado de un objeto o un objetivo emocional estético y sensorial, donde ya la experiencia que se le vende al sujeto como observador es simplemente una experiencia logística más no sensitiva, con una propaganda muy bien consolidada y ante eso ¿Qué hacer? Sabrá el burro.



Carlos Andrés Restrepo Espinosa


lunes, 11 de diciembre de 2023

ALQUIMIA


Las cicatrices eran la evidencia de sus aventuras pasadas, los surcos de carne trémula que se extendían a lo largo de su piel trazaban los mapas del territorio que estaba dispuesto a no volver a recorrer. 

El problema con el pasado es que se resiste a permanecer atrás, siempre busca un pretexto en la memoria para regresar. Abiertos los ojos ante aquella triquiñuela, había optado por el silencio con el propósito de que lo dejado a sus espaldas se disolviera en la bruma del olvido y lo había conseguido, estaba viviendo en la coherencia del presente continuo, pero ella resultó ser aficionada a la espeleología y con el primer beso profano lo mas profundo de su caverna y se dio a revelar cada una de las fisuras que ya habían sanado y excavó hasta lo mas profundo desvelando su vitriol y exponiendo a la luz todo aquello que pertenecía a lo más profundo de su abismo.

Lo que había rectificado en su camino ahora volvía a encararlo poniendo de presente una alquimia que ya había transformado su pesadez en vuelo. 

Asumió el desdén sin desconsuelo, regresó al fondo con la esperanza de que la misma energía que lo hundía de idéntica manera lo traería de nuevo a flote. Confiado en su poder personal se entregó a vivir. 


Carlos Andrés Restrepo Espinosa




 

MAQUILLAJE

Una delicada cortesía tienen las gentes de aquí al mantener sus frontispicios impecables, las de sus casas quiero decir, del propio no me ar...