lunes, 24 de noviembre de 2025

La Narrativa Urbana: La Ciudad como Protagonista y Contexto

 


Ejercicio de escritura # 1

La narrativa urbana representa un campo literario fundamental para comprender la complejidad del espacio citadino y las múltiples relaciones humanas que en él se desarrollan. La ciudad, más que un escenario, se configura como un organismo vivo que alberga el derecho civil, la civilización y una diversidad de personajes y conflictos. Mientras que la literatura campesina ha dominado el panorama en nuestra tradición literaria colombiana, la novela urbana emerge como una necesidad para reflejar una realidad que no se limita al campo, sino que explora las dinámicas sociales, económicas y culturales de la urbe. En ese sentido, Medellín es un claro ejemplo de una ciudad poco narrada, que oculta tras su superficie numerosos oficios, personajes y experiencias dignas de ser contadas.

La escritura de la novela urbana no es producto exclusivo de la inspiración, sino que requiere una planificación artística rigurosa. Autores como Fernando Vallejo han demostrado que una escritura programada puede capturar con contundencia la urbe, sus contradicciones y transformaciones. La densificación de las ciudades, la pérdida del barrio tradicional, la llegada de desconocidos y la multiculturalidad son componentes que deben abordarse con profundidad y honestidad para construir relaciones verosímiles. Esta novela denuncia problemáticas como la pobreza, el fracaso y la desigualdad, mostrando un escenario donde, aunque la ciudad se mueve y vibra, muchas veces no fluye hacia la justicia social. Así, la novela urbana no solo es una herramienta de denuncia, sino también una forma de testimonio y resistencia que otorga voz a los marginados y representa la vida como una experiencia multifacética.

Además, narrar la ciudad implica una reflexión sobre la memoria y la identidad cultural, aspectos que suelen diluirse en la constante transformación urbana y la migración. La ciudad se fragmenta en Múltiples “países” dentro de sus barrios, y la presencia del inmigrante transforma el tejido social y cultural local. Por ello, la novela urbana debe ser técnicamente sólida, combinando la reflexión crítica con una narrativa honesta y rigurosa, convirtiendo la ciudad en un personaje más dentro de la historia.

En conclusión, la novela urbana es un género literario indispensable para entender y representar la vida contemporánea en las ciudades. Es un espacio narrativo que reclama atención y estudio, pues es el reflejo de una realidad dinámica, compleja y muchas veces contradictoria. La literatura que emerge de la ciudad tiene el potencial de transformar percepciones y aportar a la construcción de una sociedad más consciente de sus retos y posibilidades. Por eso, narrar la ciudad es narrar la humanidad en constante movimiento, y es deber del escritor traer a la luz esas voces, conflictos y memorias que conforman el pulso urbano contemporáneo.

La novela urbana debe consolidarse como un campo crítico y creativo que articule la memoria, la identidad y las múltiples experiencias que definen la ciudad moderna, cumpliendo el papel de testimonio y herramienta de cambio social.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

martes, 7 de octubre de 2025

ELEGÍA A LA MESA VACÍA


Foto cortesía de Juan David Montoya


Hubo un tiempo —lo juro por los surcos y los soles— en que los alimentos eran

sagrados.

Se partía el pan con las manos abiertas y el alma despierta.

Se murmuraba una oración o un silencio.

El primer bocado no iba a la boca, iba al altar.

Hoy, no.

Hoy comemos como quien saquea, no como quien agradece.

Los alimentos, otrora bendición, se han vuelto sospechosos.

Enemigos invisibles que se deslizan por nuestras gargantas envueltos en culpa y

etiquetas: sin azúcar, sin grasa, sin alma.


Le tememos al cerdo pero no al desprecio con que lo tratamos.

Huimos del colesterol, no del olvido.

Hemos olvidado ofrecer su carne, agradecer su cuerpo, mirar a los ojos del animal

antes del sacrificio. Matamos sin ritual, comemos sin duelo, y luego tragamos

químicos para redimir el pecado que no confesamos.


Nos sentamos frente a pantallas, no frente a mesas.

Masticamos de afán, con el corazón exiliado.

Ni miramos el pan: lo damos por hecho, como si el trigo nos debiera algo,

como si no hubiésemos sido nosotros los que nos encorvamos primero,

quienes domesticamos la tierra y, al hacerlo, nos volvimos esclavos de ella.


Maldecimos el gluten como si el trigo nos hubiera traicionado,

como si no hubiéramos pactado con él desde los albores del arado,

cuando nos rendimos al surco y a la cosecha.


Olvidamos que fue el trigo quien nos hizo pueblo y nosotros, ingratos, lo

devolvemos al campo como un enemigo.


El agua, que antes bajaba danzando de la montaña,

hoy viene por tubos, atada, comprimida, sin memoria,

como un animal domesticado demasiado tiempo.

Le decimos: "No corras", y cuando no corre, la vendemos.

Agua que no has de beber, embotéllala.

Haz negocio. Haz plástico. Haz sed.


Y así, uno a uno, los dones del mundo se volvieron sospechosos.

La papa, el maíz, la fruta, la flor.

No es que nos nutran: parece que nos destruyen.

Todo lo que viene de la tierra lo hemos acusado de veneno.

No porque lo sea, sino porque nosotros hemos roto el vínculo con su alma.


Comemos sin alma y por eso el alma se enferma.

No es el alimento el que nos daña, sino el olvido con que lo recibimos.


Quizá el remedio no esté en pastillas sino en el gesto, en pelar la fruta con

gratitud, en amasar el pan con humildad, en mirar los ojos del campesino, en

volver a ofrecer, compartir, y agradecer.


Que la próxima mesa no sea una trinchera,

sino un altar.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa

jueves, 3 de julio de 2025

EL TUBISTA DE LA SABANA

 


El músico sabanero, tubista de la banda más emblemática de la cuadra, lloró cuando su hijo mostró interés por el instrumento. 

—Ni de mondá te volverás músico —sentenció el padre—. La música solo trae desengaños. 

Ni siquiera la mediación de la madre logró que el hombre de la tuba cambiara de opinión; él esperaba que su hijo tuviera una vida mejor.

Así eran las cosas en los tiempos en que la música no era el estandarte de los políticos para conseguir méritos, ni el pretexto de la educación para ofrecer una mejor calidad de vida. Tomar el camino de la música era lo peor que le podía pasar a un ser humano: un tormento, la peor elección de vida, la forma inimaginada de enfrentarse con la propia muerte o con sus ahijados, los fantasmas. El músico, nos recuerda García Lorca, es aquel que tiene duende, quien va y enfrenta a la muerte, la mira a los ojos y se permite regresar para contarlo a través de cantos. Hacer música, o ser músico, no es nada sencillo. Orfeo bajó al infierno; él, en el idilio que representa su búsqueda de Eurídice, nos hereda la desazón, romantizada por la liturgia de la canción de amor que termina siendo de desamor. El músico sigue el camino del héroe que enfrenta lo más profundo y oscuro de su ser, para ir en busca de lo que ama o desea, y, sin embargo, por ese acto recibe su merecido castigo.

El papá del niño sabanero sabía que el futuro con la música no sería en nada promisorio: perdición, noches largas chupando cobre pasado con alcohol, maltrato y mal pago. Eso tendría que enfrentar si elegía la carrera de músico. Obviamente, el niño hizo caso omiso y siguió su deseo, porque finalmente de eso se trata la libertad de elección humana: tenemos el sagrado derecho a elegir de qué maneras sufrir, los modos de aprender que la vida va dando a su ritmo y entonación, todo ello coherente con las decisiones. La libertad siempre permite crear la manera propia de irse desencantando del mundo.

Hoy en día la música ya no se hace para bajar a lo más profundo del ser, ni para escudriñar los rincones más oscuros y secretos del alma humana. No se hace para enfrentar la sordera, para conversar con la melancolía o mirar cara a cara la realidad, con sus fantasmas y demonios.

 

De repente, la música se volvió la salvadora. Niños, niñas, adolescentes y jóvenes son librados de su propio aprendizaje, del fluir de sus nefandos sentires, de la posibilidad de enfrentar sus miedos, de afrontar la realidad de estar vivos. Porque pareciera que ahora la música es un bálsamo que sirve para redimir a las almas justas, con injustas causas. La música, llevada a las aulas de clase, se convirtió en el sortilegio que salva a los niños del mal designio de ser ellos mismos.

Cuando la música no era un pretexto para ser mejor persona, estaba en poder del dios Pan, el de la flauta, seductor y coqueto, que la Iglesia Católica terminó convirtiendo en Belcebú: el cabrón, el hombrecillo rojo que, con cachos y con cola, nos arrastra a la perdición.

¡Ah! Pobrecita la música, atrapada en conceptos, en reglas de estilo, en discursos académicos, en acordes irresolutos donde lo rimbombante y lo anodino vienen a amordazarla para hacerla ver pretenciosa, blanqueada y ungida con bálsamos que le restan honestidad.

Manipulada, sirve de estandarte a la estrategia políticamente incorrecta de vulnerar los valores y hacer del aprendizaje un acto esnobista, en el que no interesan los logros cognitivos, sino los oficiales.

Pese a estas manipulaciones, sus líneas melódicas son libres: surcan la cotidianidad, atraviesan las maderas horadadas de una gaita, un pito atravesado o un tambor; serpentean en silbidos y guapirreos; vibran de dulzor en el beso melodioso que nace del contacto de la boca con una hojita de naranjo. Clarinetes y trompetas pintan la sabana con tonadas de porros y fandangos, místicas melodías que no están al alcance del músico académico que no las entiende, porque no guarda silencio para escuchar, porque su ego estridula hasta el paroxismo.

El hijo del tubista sabanero se hizo músico, creció y, pese a que ignoró la advertencia de su padre, aprendió a transmutar la energía poderosa de la música. Fue más allá, y al moverse de su lugar se incomodó, y aunque también ha tenido sus desazones, se ha permitido otros caminos. La música no es ni medio ni fin, es destino ineluctable para quien es escogido. Ella puede dar la bienvenida y favorecer, como también puede negarte la invitación a entenderla y vivirla en su magnitud. El músico también puede malvivirse si no es coherente y responsable en su elección.

La risa es pa’ rila y la música es pa’ ñola, y la boca pa’ abrirla. La música es presencia, tiempo y memoria; a la música se debe llegar en libertad, no por imposición. Ella nos conecta con lo que somos, nos vuelve creativos, invita a desaprender los miedos, nos guía en el entendimiento y alegra la vida. Sus límites van más allá de una línea melódica; es más que un paisaje sonoro, más que una escuela o una dictadura musical, es más que un complejo cuestionario con preguntas orientadoras para darnos cuenta de que estamos descubriendo lo ya descubierto.

La música, en esta breve historia, es la capacidad de ser responsable y entender la sabiduría contenida en el mensaje de un tubista sabanero que le dice a su hijo: 

“Ni se te ocurra coger este instrumento y agarrar este sendero, no te imaginas lo complicado que se vuelve la vida caminando con una tuba al hombro”.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

 


lunes, 24 de febrero de 2025

MAQUILLAJE

Una delicada cortesía tienen las gentes de aquí al mantener sus frontispicios impecables, las de sus casas quiero decir, del propio no me arriesgo a aseverar nada, pero de las fachadas de sus casas si tengo luz verde para opinar, incluso para posar. Cierren ventanas, balcones y no dejen entreabiertos portones que la algazara de turistas se acerca, vienen de todos los puntos cardinales y traen la vieja manía de quererlo todo, empiezan comprando baratijas, bisuterías en sazón que portan con dizque orgullo del lugar visitado y terminan quedándose con las casas y las tierras de los de aquí, para convertirlas en privados solariegos donde perros bravos a ladridos recuerdan al local los estragos de la propiedad privada. 

Cerraron las puertas y ventanas, pero las pintaron de colores, y este acto llamó más la atención, una ventana variopinta, aunque esté cerrada, da la sensación de estar abierta, sus colores mezclados al azar ofrecen al turista la confianza de sentirse en casa, pero ojo, no se confíen, serpientes y ranas igual de coloridas ocultan en su esplendor ponzoñas mortales. Todo invasor termina siendo invadido, sobre las ruinas de antiguas civilizaciones se erigen los nuevos imperios y sobre estos se mece la espada guerrera que los terminará desplazando. 

La fina coquetería es la otra cara de la hipocresía, así como el humor es la otra cara de la desesperación y eso que aquí no tenemos sentido del humor sino del chiste, la seriedad de los hechos es desplazada por la chanza y en lugar de preocuparnos por las vicisitudes infames que van marcando el ritmo de lo cotidiano, nos termina dando risa todo, desde lo otrora solemne, hasta la autoridad.

Hoy en día no nos morimos de vergüenza, todo lo que en este pueblo pasa es para morirse de risa, perdón por la distracción, les estaba hablando de las fachadas; hasta esta columna es un chiste. Les iba a decir que he notado en los últimos tiempos, una costumbre de sacarse fotografías ante las puertas y fachadas de las coloridas casas de este pueblo que cambió el sentido de pertenencia por el chiste y la dignidad por el color.  En las redes sociales es común ver a algunas personas, la mayoría de veces mujeres de cabello liso y piernas expuestas al sol, tomarse fotos ante las casas de familias que en otros tiempos fueron la aristocracia del pueblo, posan con gestos sugestivos, por ejemplo, estiran los labios en mueca de provocación como libando de una teta imaginaria, se supone que prolongar los labios en tal ademán es seductor, seducir es succionar, una delicia para disertar con mi amigo Miguel el psicólogo, pero creo que no es un tema relevante, el asunto se resume en una tendencia marcada por una actriz famosa y su protrusión en los labios superiores por no mencionar otra ubicación espacio corporal.

Decía que los y las visitantes se están parando frente a las puertas para tomarse sus fotos, quizás como una forma de memorizar el lugar visitado, una suerte de fascinación estética que desconoce de arquitecturas y memorias del lugar, quizás solo ven un decorado que sirve de fondo para las selfies que archivaran en sus teléfonos y no volverán a ver el resto de sus vidas.

Hace poco, encontré en el camino a una turista asiática sacando una foto frente a la sencilla puerta de una casa de fachada humilde, una puerta en tablilla con una mezcla de tonos cafés tostados por el sol, en la que se hacían visibles nudillos en la madera que lucían como pequeños ojos, me les quedé mirando, a la puerta y a la asiática, los que me conocen podrán imaginar mis pensamientos ante aquel cuadro; la mujer me sonrió y en un idioma que pude reconocer tan nítido como las aguas del Río Piedras en verano, me dijo. - Hola buenos días -, correspondí al saludo y le pregunté qué de especial le veía a esa puerta y con un dejo de tristeza expresó, que le recordaba la tapa del féretro en que había sido sepultado su abuelo, en el tiempo que llevaba visitando el pueblo era el único lugar que la había conectado con algo de su memoria personal. Aquella puerta le recordó el día en que vio por última vez a su abuelo, tras cerrarse la tapa sintió que la seguía mirando a través de los múltiples ojos que los nudillos de la madera parecían semejar.  La mujer sigue su camino, yo hago lo propio, camino y me digo que muchas veces viajamos muy lejos para darnos cuenta de que el lugar más lejano es en el que estamos.  

Desde aquel día cuando recorro las calles del pueblo y observo las coloridas puertas siempre imagino que son la tapa del ataúd de las personas que habitan adentro.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa.


La Narrativa Urbana: La Ciudad como Protagonista y Contexto

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