Las virtudes de la identidad.
Siempre he sido un improvisador, el
vértigo de lo inesperado me resulta valioso, preparar implica desconfiar,
predisponer el resultado, confío más en el albedrío del devenir causal (¿casual?),
la infinidad de variables que se abren con solo decir: había una vez...
El viejo disparate del diario de campo,
de la planeación, siempre me intimidaron, supongo que pasar por alto estos
pormenores metodológicos hacen de mi un profesor mediocre; la mediocridad es un
asunto que me despierta una gran inquietud, la palabra se la escuche por
primera vez al profesor de física del colegio, él nos decía mediocres cuando no
hacíamos bien una tarea, yo no sabía que era ser mediocre, cuando eso, la
mediocridad no existía en mi lenguaje, por tanto no existía en la vida ( en mi
vida), desde entonces me he preguntado si la educación creo la mediocridad, o
si la mediocridad fue arrastrando a la educación a crear alumnos como nosotros,
y en ese orden de ideas: ¿dónde quedaba el profesor?
Siento que no fui educado de la manera
adecuada para manejar por ejemplo el tono de mi voz, ese detalle me ha
ocasionado momentos incómodos, tampoco tuve una iniciación temprana en unas prácticas
sensibles y delicadas respecto a los derechos y libertades de los otros, esto me
ha llevado a ser en ocasiones intolerante y altisonante, y lo que más me enfada,
ser contradictorio; la coherencia debería ser una de las inclinaciones de la
educación, pero no hay un modelo que enseñe a vivir y creo que ya debería haber
un currículo al respecto, no digo que la escuela tiene la responsabilidad
completa de la formación, pero si la iglesia y el estado intervienen, deberían
los educadores, los intelectuales, los filósofos, salir al paso y hacer lo suyo
a tiempo; aún seguimos a la espera de una educación que nos forme en valores,
respeto y reconocimiento en el otro, una educación en la libertad de elección
de pensamiento, dudo que se consolide, mientras tanto seguiremos yendo a
estudiar.
La educación de la que fui víctima no
arrojó en mi mucha riqueza espiritual, sino religiosa, hasta el día de hoy la
religión ha sido un lastre que me ha privado de una vida plena y disfrutable
por estar sintiéndome culpable de lo que hago y responsable de lo que digo,
como si me fuera a caer un rayo si me doy un beso con una mujer extra, o me
tomo un trago de más; ser ateo es un buen deseo, pero es muy difícil, la culpa
es la peor enseñanza que he recibido y lo más cruel es que el doctorado se hace
en la primaria con refuerzo en la casa y en el colegio.
Con el paso del tiempo terminé siendo
profesor, trato de hacer bien mi trabajo, me esmero en no enseñar nada, me ocupo,
eso sí, de no parecerme a los profesores que tuve en mi formación, de algunos
conservo gratitud y buenas confrontaciones, de la mayoría, ni de sus nombres me
acuerdo, tengo por estrategia no enseñar, me ocupo en ser un provocador de
rabias, malestar, inquietudes y una que otra pregunta, cada uno verá que
recursos busca para responder, digo que no soy mediocre, si la enseñanza
se ha especializado en producir mediocridad, tendría que decir que a duras
penas soy un profesor, en esta Colombia donde la educación es la cenicienta del
cuento, ¿con qué ínfulas podría yo permitirme semejante apelativo? .
La educación dejó de ser una
responsabilidad con la sociedad y se volvió el lema de los políticos inescrupulosos,
como si educarnos fuera su favor y no una responsabilidad con el pueblo, así la
educación terminó siendo un proyecto que invierte más en publicidad y en frases
de cajón para promocionar al político de turno y sus fantasías de poder,
que en investigación, participación y creación de cultura de intercambio de
saberes, al fin de cuentas terminamos convencidos de ser los más educados, sin
darnos cuenta de que somos los más maleducados.
En realidad he sido más un
ocioso, de eso pueden dar cuenta mis
amigos que son pocos y bastante desocupados, pues no es bueno rodearse de
gente parecida a uno mismo.
Más turista que investigador, reconozco
que primero conocí el río Hudson que el Orinoco, doy fe de haber surcado el
Amazonas, pero me avergüenzan singladuras más profundas que quedan pendientes,
reconozco que me falta mucho para ser Latinoamericano, que en ocasiones he
sentido vergüenza de ser Colombiano; como aquella vez en la frontera del Perú
con Bolivia, en la que fui tildado de guerrillero y de narcotraficante, no me
creyeron que era músico, pero fue sencillo, lo resolví con cincuenta dólares, a
veces de nada sirve ser honesto.
Soy todo corazón, pero vivo infartado,
aquellos con los que me hice me descalifican, imaginen ¿cómo será cuando llegue
a ser alguien en la vida?
El gran complejo Colombiano es que nos
devastamos entre nosotros y no alcanzamos a surcar las fronteras, pero lo más
lamentable es, que mientras estamos aquí, perdiendo el tiempo en reflexiones,
otros están ganando terreno y no con la mejor propuesta.
Yo soy Jara, Violeta, Facundo y Fecundo,
Gallinazo y Silvio, soy Alí Primera y Compáy Segundo, soy azúcar y amargura,
soy pan y ojalá más, soy Mercedes y Collazos, soy Anapoima y Liverpool, soy Condorito y Mafalda, ya fui
a Machu Pichu, y navegue el Titicaca, me bañe en el Tarapoto entre delfines
rosados, tome la línea Q del metro rumbo a Queens, surqué el Atlántico hasta
Yucatán y bebí tequila hasta ver cangrejos azules en Cozumel, tome chicha con
los Wuitotos, biche con músicos del Chocó, aguardiente con mis tíos, vino con
las monjitas, whisky con algún petulante (ya dije que era muy ocioso) y vodka
en algún coctel al que no fui invitado y aun así, no consigo ser pagano, un pagado
feliz que encuentra a sus dioses tras la libación, por el contrario, me asalta
el arrepentimiento, la culpa, que vergüenza, uno a estas alturas en que no
debería creeren nada, creyendo en esas tonterías.
Estas peripecias han dado a mi magín
unos rasgos de identidad particulares, después de todo, esas manías con las que
me identifico y me van definiendo deben ser lo que implica ser colombiano,
aunque sigo sin aceptar el prototipo del mal hablado y desfachatado que se ha
configurado del típico habitante de esta patria, pero hay que insistir en el
inventario de lo que se es para llegar de lo singular a lo plural: soy pueblo y
retreta, música y silencio, flor de azahar, soy memoria y al mismo tiempo
olvido, si no tengo un territorio que siento mío, no tengo nada, si no me duele
el país, no existe el sur, si no reconocemos el norte, no existe el mundo, si
no nos ganamos figurar como Latinoamericanos con todo eso que podemos ser, con
todo lo que alguna vez fuimos, con la capacidad de reconocer todo aquello que
nunca lograremos ser.
Carlos Andrés Restrepo Espinosa
Músico Indecente y Docente