martes, 22 de octubre de 2024

LA HACEDORA DE DESTINOS


Todos los días se levanta a las cuatro y media de la mañana para hacer los destinos y cuando el resto de sus semejantes se levanta a las seis de la mañana ya encuentran su destino creado.

Su oficio es milenario, antes de que el primer hombre abriera los ojos, ella ya estaba en su lugar de hacedora cumpliendo con la misión de ordenar la casa para que todo estuviera dispuesto para el acontecer de lo cotidiano. Amiga de la aurora y cómplice del sol desde su primer albor, ha diseñado desde antes de que el tiempo fuera una urdimbre de segundos minutos y horas, la estructura que soporta el día y la noche en sus aparentes distinciones de luz y oscuridad, con sus acrobacias sencillas y contundentes ha dado origen a los rituales que mantienen la armonía del pueblo que le fue entregado por antonomasia de los dioses, quienes se relajaron cuando vieron que ella podía resolver la vida desde la sencillez de las labores diarias.

Tal ha sido su entrega que las mujeres que vinieron luego aprendieron a nombrar destinos a los oficios cotidianos, desde planchar, barrer, lavar, zurcir, amasar, hasta criar, crear y pensar, gracias a su legado ellas ordenan lo que algunos hombres desordenan.

De estas hacedoras de destinos, he visto muchas todavía ocupadas en tales menesteres, van por ahí a sol y sombra trasegando su misión sin esperar reconocimientos públicos, sin fastos ni oropeles cumplen con su mandado haciendo posible la vida incluso para aquellas que han resentido el llamado de hacer algo para mejorar sus destinos.

Gilma, desde muy joven es una hacedora de destinos, destinos que han ido desapareciendo, como lavar y planchar ropa ajena, lo hacía en la quebrada con su hermana y otras mujeres lavanderas, recogían la ropa en bolsas de trapo, se reunían en las acequias cercanas a su casa y allí contra las piedras estregaban las prendas de familias enteras a cambio de unas cuantas monedas. Al clarear el día, recogían las encomiendas en los domicilios e iniciaban la ronda de enjuague, despercudido, secar al sol en las mangas, planchar y entregar todo en una sola jornada.

En una ocasión la quebrada se creció, el ganado que abrevaba de las fuentes cristalinas saltó en estampida a las partes altas, vieron que una borrasca se les venía encima, las lavanderas alcanzaron a reaccionar recogiendo las prendas que estaban tendidas en torno a la quebrada, las que estaban en proceso de lavado fueron arrastradas por el cauce, no se explican cómo pudieron salvarse, Gilma y las otras mujeres buscaron refugio quedando del otro lado de la creciente, lejos del camino a sus casas, el día se oscureció de repente, titiritando de frío y espanto vieron alejarse entre la corriente camisas y pantalones que se anudan entre sí como buscando salvarse de morir ahogados. 

Las mujeres guardaron un respetuoso silencio por aquellas prendas caídas, hasta que una de ellas rompió el mutismo con una frase que al sol de hoy se repite en algunas familias del lugar cuando les ocurre una situación adversa: “Nos joimos Gilma”.

Desde aquel día no volvieron a la quebrada, siguieron con su oficio de lavanderas sacando agua del cementerio, único lugar del sector donde llegaba el preciado líquido, a los muertos no les hace mucha falta y el sepulturero entendido en lujos de muertos y necesidades de vivos les permitía sacar el agua. 

Así el agua que habría de convertirse en jugo putrefacto en floreros blancos con formas de ángeles, termina limpiando las ropas de los ricos del pueblo y, hervida en los calderos de las humildes casas de las lavanderas, se transforma en caldos y agua de panela con las que levantaron a sus hijos, puesto que en eso consiste ser hacedoras de destinos.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa


martes, 30 de abril de 2024

EN EL LUNA PARK




Una noche de verano tras una llovizna leve que remojó los adoquines de las callejuelas desiguales del pueblo triste que me vio nacer, entré al café Luna Park, me senté en la segunda mesa junto a la pared izquierda, debajo de una “Postalina” en la que una mujer nívea levanta a un niño, una segunda mujer aparece en la imagen indiferente, portando unas rosas blancas, da la impresión  que te estuviera mirando, en el cuadro es la única consciente de que no es más que una estampa, a la izquierda del recuadro hay cuatro ángeles y cinco palomas, dos de ellos miran al niño que la mujer levanta en sus brazos, en la quietud de sus rasgos exquisitos llevan años atrapados en el marco de bisel liso, muy moderno para la antigüedad de la imagen, junto a esta un decorado en madera con una taza de café humeante forjada en hierro anuncia el nombre del lugar con una inscripción que indica que existe desde 1907.  Me recuesto en el taburete y miro al rededor.

Tras dar varios oteos al recinto advierto que enfrente hay un hombre ataviado con ropajes de otros tiempos, lleva un sombrero de fieltro a la usanza gardeliana, porta levita negra, camisa azul clara y una corbata roja con estampado de flores blancas en sutil relieve,  pantalones negros de gabardina con unas bandas laterales de satén finamente terminados en un ruedo de pespunte sobre unos botines de charol negro impecables, aprecio en sus gestos el donaire de esos que ya no portan los hombres del lugar en los tiempos que corren. Me le quedo mirando con asombro y el hombre se incomoda cuando se siente descubierto, me mira con gesto adusto,  siento un escalofrió, como si la temperatura cambiara de repente, hago un registro rápido del lugar y los demás siguen en sus mesas sorbiendo el café ocupados en sus asuntos, antes de regresar la mirada al lugar donde estaba sentado el hombre hago una nota mental: Esto está como para literaturizar, si al volver la mirada el hombre sigue en su lugar lo vuelvo narrativa y en caso contrario, termino el tinto y me voy a dormir que ya me está afectando el cansancio del día. Al regresar la mirada el hombre seguía ahí.

Me miró sombrío, se levantó de su lugar y se vino en mi dirección, se me erizó el pellejo, como cuando un perro bravo me ladra, se sentó a mi lado, tomó mi pocillo y le dio un sorbo al café, - ¡ah¡, -por fin alguien que lo toma sin azúcar, -dijo y siguió dando sorbos,  reclinó el taburete contra la pared y cruzó las piernas en un sobrio carrizo que le procuró más estatus a su presencia, sin dirigirme la mirada dijo: -llevo aquí cien años, sé que estoy muerto pero no puedo salir, desde entonces vivo en este lugar, nadie me ve, ni el bartender. Los días los paso sentado en las mesas de las personas solitarias; cuando un no muerto ocupa una mesa y quedan libres las demás sillas es una invitación abierta para que nosotros los que estamos en transición tomemos asiento, es la única manera en que podemos hacerlo, cada  que el anfitrión deja el pocillo sobre la mesa es nuestra oportunidad para dar un sorbo, generalmente está tan entretenido en sus pensamientos que no se da cuenta que el café se merma más de la cuenta y que se enfría muy rápido, es por eso que las personas solitarias toman tanto café, porque lo comparten con los fantasmas, sin saberlo.

Es la primera ocasión en que me siento descubierto, pero no se preocupe, no tengo la potestad para hacerle daño, los fantasmas que pueden manifestarse a voluntad son los de aquellos que no saben que están muertos, pero nosotros los conscientes estamos destinados a la eternidad hasta que alguien de alguna manera nos presienta.

Intenté hablar, pero el hombre prosiguió: Los días son breves y las noches eternas, cuando el salón cierra sus puertas me desvanezco, la oscuridad reina y en ese reino todos somos súbditos, podría decir que es como dormir pero sin sueños, es la única manera en que dejo de ser, la cafetera se apaga y sus efluvios se dispersan entre los vapores de los orinales, cuando el dueño del cafetín cierra las puertas este se vuelve mi tumba, disuelto en tal oscuridad olvido quien soy hasta que los primeros rayos del sol atraviesan las hendijas de las puertas como una premonición del nuevo día y veo de nuevo al dueño abrirlas y lo único que advierto distinto es que cada día llega más viejo.

No tengo una vida, esto si pudiera darle un nombre sería una existencia transitoria, pero que no tengo certeza de hasta cuándo será, cuando hacia parte de los no muertos abrazaba la esperanza de un descanso eterno, pero no he descansado y aunque no siento el peso del cuerpo, esta levedad es más agobiante que el agotamiento de una jornada de trabajo.

Con el nuevo día se despierta la sed, una sed inagotable y con ella los recuerdos del hombre que fui, la sed la voy calmando con los sorbos que le doy a los pocillos de café humeantes, con suerte al lugar llegan muchos solitarios como yo y puedo sentarme a ofrecerles mi intangible compañía, pero los recuerdos son insaciables, llegan en serpenteantes ráfagas y en ocasiones me nublan a tal punto que no puedo diferenciar entre los hombres reales y los imaginarios.

¿Puede contarme uno de sus recuerdos? -le dije emocionado, mientras le indicaba al mesero que me sirviera otro café, a esa altura de su monólogo había captado toda mi atención, no le di importancia a su fantasmagórica historia, para mí era un personaje más de los que frecuentan el lugar donde el tiempo parece estancado, lo único llamativo era su atuendo, pero era costumbre en algunas personas del lugar su excentricidad al vestir y como llevaba un buen tiempo fuera del pueblo, aquel regreso al café que habían frecuentado mis abuelos me tenía fascinado y decidí entregarme y escuchar al misterioso hombre que me hacía compañía sin importar quién era y si estaba fuera de sus cabales, su forma de conversar era grata y me dejé llevar por sus historias.

Los recuerdos que me asisten son vívidos, a veces son imágenes, en otras ocasiones son voces, continuó diciendo, el más persistente es el de una mujer, ella me reprocha que la haya abandonado y ni siquiera la conozco, me jura su amor, la voluntad con que se entregó para mí, abandonando sus propios sueños, pese a que es incisiva con su historia no hay nada que me conmueva, llora y sus lágrimas inundan el lugar, dice que la dejé sola con seis hijos, no entiendo de que habla, algunas veces su voz se vuelve estridente y clama por mi atención diciendo: ¡recuerda!, ¡recuerda!, pero yo no siento nada, la ignoro y desaparece para dar paso a otra voz y así sucesivamente van llegando oleadas de asuntos impersonales.

Un caballo azabache galopa en la calle y siento como disminuye el paso y entra al café, sus herraduras repiquetean en las baldosas y se resbala sacando chispas, se para enfrente, sacude su cabeza y la acerca, alcanzo a sentir su aliento cálido, el sudor que deja una larga trashumancia, cierro los ojos y lo sigo viendo, ese es el asunto con los recuerdos de un fantasma, ni con los ojos cerrados se deja de ver, le doy la espalda y consigo que se aleje. Así son las presencias o mis alucinaciones, no estoy muy seguro en como nombrarlas, asimismo me pasa que con los días voy olvidando las palabras adecuadas, en cien años sin conversar he perdido la práctica, disculpará usted la torpeza en mis historias y si me contradigo o encuentra incoherencias, hace tiempo que no sé quién soy y aquí sigo, sin saber porque sigo consciente.

El hombre de levita se levanta, da un rodeo, asalta las mesas vecinas robando un poco de café, en un ademán que ha venido repitiendo durante su charla y regresa a mi mesa.

La única sensación de la que puedo dar cuenta es la del café llegando a mi boca, su sabor me reconforta, siento su viaje por mi deletéreo ser, a falta de sangre recorre mis venas y llega hasta mi corazón, me recuerda que un día fui real, pero solo dura un instante, por eso busco en cada sorbo la única satisfacción de la que puedo dar cuenta. Hace unos días robé un sorbo a un hombre de sotana que se sentó en la última mesa, al fondo del salón, estaba con una libreta tomando apuntes, cuando le di el sorbo a su taza una sombra negra empezó a rodearme, era agresiva, de un tirón me alejó, desde entonces cada que tomo del café de otros me llegan perspectivas al parecer de la persona, como si el café fuera portador de las miserias del vivo.

¿Recuerdas tu nombre? -Le dije, por aportar algo a la conversación, que siendo honesto ya me estaba agotando, sentía que el tiempo se estaba volviendo eterno, las ganas de salir de aquel lugar empezaron a apurarme y no quería ser descortés con el caballero que me había regalado tan particular compañía. Tras mi pregunta, el hombre permaneció en silencio, un silencio que se prolongó en sus ojos estáticos y sin brillo, se balanceo en el taburete y se dejó caer contra la pared, era como si de repente se hubiera sumergido por fin en un recuerdo auténtico, abandonado en su ensimismamiento aproveché para pedir la cuenta, el mesero tuvo tiempo de cobrar, traer los vueltos, agradecerme la visita y el hombre seguía allí en su introspección, daba la impresión de estar en un viaje infinito como quien hace el recuento de una vida.

Jesús Antonio Cabrales García -dijo en voz alta, interrumpiendo de repente su mutismo, salí de mi finca en mi caballo un domingo para asistir a la misa de diez y media de la mañana, al salir vine al Luna Park a tomar un café y al dar mi primer sorbo un dolor agudo se instaló en mi pecho, perdí el equilibrio, caí al suelo, algunas personas me auxiliaron, llamaron al cura antes que a un médico, el cura se negó a dar la extremaunción en un bar, cuando el medico llegó ya era demasiado tarde, mi esposa me esperaba en casa con mis hijos, nunca más regresé, sentí culpa, decidí olvidar, mi cuerpo lo sacaron del lugar, pero mi alma sin memoria se quedó a terminar el café.

Gracias a usted que me escuchó y se interesó en saber mi nombre ahora recuerdo todo, me dijo, impulsó su cuerpo hacia adelante en actitud atlética y se puso de pie, el peso parecía volver a sus pies, caminó rechinando sus zapatillas en el piso de baldosa, un caballo azabache se acercó, atravesó la puerta, el hombre puso su pie derecho en el estribo y lo montó, se dio la vuelta y los dos salieron del café, lo vi alejarse mientras con gentileza batía su mano.

Me sentí aliviado, el hombre necesitaba ser escuchado, transferir su memoria. Sonrío, es la primera vez que veo a un fantasma liberarse, siento una profunda sed y cuando voy a tomar el pocillo para darle un sorbo a mi café, mis dedos no logran asir  la tasa, una naciente levedad empieza a habitarme, en la mesa de al lado hay una mujer sentada con cara triste, le pregunto la hora y no me responde, insisto en la conversación y soy de nuevo ignorado, por un impulso que se me hizo familiar tomo el pocillo de café que tiene en su mesa y le doy un sorbo y sin problemas puedo llevarlo a mis labios, el café me refresca y en aquel sorbo me llegó toda la información de su tristeza, la vi siendo una niña correteando por un prado repleto de mortiños, la vi siendo una mujer dejando ir su amor entre sorbos de café, sentí lástima por ella y cuando decidí abandonar el recinto, no pude atravesar la puerta, una fuerza que ya no puedo precisar me regresó a la mesa y aquí sigo esperando a que alguien venga para saciar mi sed, en la taza del café de su soledad.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

miércoles, 24 de abril de 2024

MIRAR DE FRENTE

 



-No mires con disimulo, mira fijamente - aconseja Gurdjieff a su hija. Desde pequeño escuché decir que los ojos son el espejo del alma, soy de una generación que no tuvo miedo a mirar de frente; de niños jugábamos a mirarnos - ¿Jugamos a sostener la mirada? - Nos decíamos, y acto seguido, nos sentábamos uno en frente del otro, respirábamos profundo, abríamos los ojos y en silencio sosteníamos la mirada, ganaba el que más tiempo durara sin parpadear. Con la mirada puesta en la pupila del otro entrábamos en su universo íntimo, la respiración se sincronizaba, los músculos faciales se relajaban, era toda una experiencia mística. En ocasiones era tanta la atención que podía ver como del otro saltaban chispas de colores, sentía que aquella observación superaba los ojos, el cuerpo se desvanecía en una sensación de levitar, en una oportunidad dejé de ver a mi compañero de juego y empecé a verme a mí.  Con el tiempo entendí que aquello fue una revelación, si los ojos son el espejo del alma, entonces el otro es mi propio espejo, ahora de grande sigo mirando fijamente para reconocerme en los demás.

Nos mirábamos para ofrendar la honestidad de nuestro ser en aquella práctica espiritual, un encuentro mágico donde la trascendencia de mirarnos iba más allá de los ojos, fluía en la piel, en la respiración, fluía en los gestos y en la serenidad, como monjes tibetanos entrábamos en otro nivel de conocimiento y de consonancia, surgía un entendimiento del otro, y advertíamos sus variadas emociones y nos acompañábamos en el crecimiento personal de aquellas profundas miradas surgieron hermosas relaciones, encuentros llenos de vitalidad que han permanecido fruto de aquellas miradas desprovistas de miedos, tapujos y prevenciones.

Concebimos entonces que mirar de frente te llena de poder, que una mirada contundente además de abrir el alma te protege de aquellos que tienen el mal de ojo puesto en sus intenciones, porque no siempre encontrabas honestidad en el juego, también había quien se esmeraba en hacer monerías para que perdieras la concentración, el que parpadeaba al instante, quien soltaba la carcajada para ocultar su miedo a ser observado. El ojo que tú ves no es porque tú lo veas sino porque te está viendo, dice el poeta Machado, muchas veces aquel que no quiere ser observado es porque tiene muchos miedos guardados en su alma o una señal de falta de confianza en sí mismo.

Las miradas también pueden ser ofensivas, contestatarias, ruidosas, abismales, autoritarias, el otro después de todo cuando refleja su alma se pone en evidencia y no todo reflejo es bello, el otro es lo que es, no toda alma se expresa en el bien, pero de eso se trata de permitirnos el reflejo del espejo, así como cuando era un niño que de tanto mirar al otro empezaba a verme a mí mismo reflejado en él.

Mirar se hace en presente, por eso las empresas fijan primero su visión para poder establecer una misión, primero ocurre la mirada que se da en presente a diferencia de la audición que se da a futuro, yo puedo ver a dos hombres caminando a lontananza y reconocer su vestimenta, definir sus pasos, su velocidad y otras cualidades que saltan a la vista, pero no puedo precisar qué se están diciendo, la mirada nos permite un análisis incluso desde la distancia. Rodolfo Llinás, nos dice que mirar es una forma sofisticada de tocar, esa expresión me parece muy sofisticada y en la edad media que estamos viviendo, puede ser una expresión digna de ser llevada a la hoguera por los militantes de la corrección política; pero también recuerdo que en la escuela la señorita Nubia, nos enseñó que ver y no tocar se llama respetar. De miradas fijas y profundas nos fortalecimos, conocimos un mundo ontológico tan diverso y cambiante que surgen muchas posibilidades tras el hecho de permitirnos abrir los ojos.

Tras las miradas venia el amor, surgían fantásticas palabras para nombrar las emociones y teníamos a mano un mundo en el que encontrábamos sentido en la confianza y en el respeto mutuo, en las miradas estaba la tranquilidad y la honestidad del alma que se reflejaba en lo colectivo sin dejar de ser individuos con sus propias maneras de ver, no había temor de ser desnudados con una mirada, nuestras mentes no estaban ocupadas para entonces de semejantes disparates, la desnudez era la posibilidad de descubrirnos tal cual éramos ante el otro, no había nada que ocultar.

Un día nos enseñaron que todo debía ser disimulado o escondido, el cuerpo, el deseo, y las penurias, nos hicieron cerrar los ojos y nos transformaron en pobres vergonzantes, menesterosos de afecto alejados unos de otros, pero al mismo tiempo reclamando su atención y su aceptación. Nos negaron el fluir sagrado de la mirada y al reclamar a gritos nos embebieron en la pócima inexpugnable de la fluoxetina.

Promulgaron que mirar era impropio de una sociedad correcta, que mirar hacía daño, que una mirada acosaba y perturbaba. Así, con los ojos cerrados, nos adiestraron para vivir desconectados de su brillo y de su iridiscencia fecunda que refleja los misterios del universo para vivir en un mundo en perfecta oscuridad. A tientas, con miedo y sin deseos vamos por ahí persistiendo en la necesidad de tenernos sin vernos.

Empero ante aquellos aficionados a la oscuridad, quedamos los que preferimos la fiesta de las miradas, porque siempre será mejor tener los ojos bien abiertos así las cosas cada vez se vean peor.

Carlos Andrés Restrepo Espinosa

lunes, 12 de febrero de 2024

LA VIDA EN ROSA

- ¿Cómo le parece pues la propaganda que nos montaron aquí? - Me dijo el burro carretillero del pueblo mientras señalaba con sus labios en forma de trompeta la librería gigante con pasarelas que invadía el espacio público de la plaza, - Ahora bendito sea mi Dios, me voy a quedar sin trabajo todo el fin de semana, y quién sabe hasta cuándo, porque desde el martes nos tienen sin poder arrimar a la plaza. ¿Será que usted me puede dar cualquier ayudita? Porque esta gente ni siquiera piensa en nosotros, muy duro, muy duro; esa propaganda nos quita mucho a nosotros, no me dio tiempo de reaccionar -. El burro se alejó frunciendo el ceño de su frente tostada por el sol de estas montañas que ha carreteado a diario y batiendo sus fuertes y largos brazos en señal de desaprobación.

Me quedé pensando: Este de burro no tiene nada, no podría encontrar mejor manera para definir el conjunto de artificios que se habían apoderado de su sitio de trabajo y a mí que no logra convencerme ningún festival que se venda como incluyente, pese a que me he permitido participar de algunas de sus puestas en escena, que no han logrado movilizar en mi mayor emoción que la decepción, me motivó esta reflexión. Esto no es cultura, esto es el mercado del arte, la literatura de consumo y por tanto la única manera de entenderlo es desde la publicidad, por eso todo lo que vemos es una propaganda que se camufla en el discurso de la cultura y de la educación, pero que el balance final es de cuantos almuerzos se vendieron en los restaurantes, cuántas camas se ocuparon y cuantas personas asistieron a los eventos, mucho ruido, pero yo que soy de aquí y que también he sido de allá, no veo a los jericoanos participando de nada, ni como asistentes, ni como ponentes, ni como artistas, y eso que dizque es un pueblo donde pululan los artistas como semillas del diente de león.  Me aventuro en una conjetura, Jericó es solo la locación para un ejercicio básico de la hiperrealidad y me apoyo en Umberto Eco que dice en la estrategia de la ilusión que “…para hablar de cosas que se quiere connotar como verdaderas, esas cosas deben parecer verdaderas. El “todo verdadero” se identifica con el “todo falso”. La irrealidad absoluta se ofrece como presencia real…”. Así todo se presenta hermoso ante las miradas de los visitantes y las que se asoman a través de las pantallas de televisores y dispositivos móviles que captan las cámaras amaestradas por ojos especializados en el trueque del signo por la cosa, sustituyendo así, lo obvio por lo aparente y conformándose con el calco o su duplicación como si fuera el espacio real.

La emoción estética es reemplazada por la experiencia, “Ven y vive la experiencia” dicen los anuncios; la experiencia es un producto al que debes llegar a través de narrativas de consumo y las narrativas se establecen en la necesidad de conversar ¿Qué mejor escenario para vender que aquel que se funda en las conversaciones?

No tienes que leer, ven y escucha al que escribió y al que leyó en una amena conversación que de seguro no vas a entender, pero que te hará lucir muy bien, toda narrativa entraña una ilusión y toda ilusión necesita de su propaganda, se venden ilusiones productos en su mayoría efímeros y entre más fugaces, mayor necesidad de propaganda para que el cliente no perciba la conclusión sino la prosecución de esa ilusión más allá de los escenarios cuando estos se desmonten para ser utilizados en otro lugar.

Las ferias al igual que los festivales son eventos de mercadeo, donde todo se vende con la ilusión de que todo es gratis y de acceso público, es tal la ilusión que la exclusión y la discriminación social pasan desapercibidas, todo es color de rosa, muy tiesos y majos transitan los turistas intelectuales adictos al olor a libro y al roce social.

El arte y la cultura fueron superados por la ilusión del turismo, las casas de la cultura ahora son agencias turísticas donde el objetivo no es la preservación de un patrimonio intangible, sino un proyecto de manejo de masas de cualquier índole que visitan pueblos y lugares sin un objetivo, simplemente el de visitar. Alguien se ha preguntado ¿A qué vienen realmente los turistas a Jericó? El turismo ahora es la cultura y la cultura es el turismo emancipado de un objeto o un objetivo emocional estético y sensorial, donde ya la experiencia que se le vende al sujeto como observador es simplemente una experiencia logística más no sensitiva, con una propaganda muy bien consolidada y ante eso ¿Qué hacer? Sabrá el burro.



Carlos Andrés Restrepo Espinosa


lunes, 11 de diciembre de 2023

ALQUIMIA


Las cicatrices eran la evidencia de sus aventuras pasadas, los surcos de carne trémula que se extendían a lo largo de su piel trazaban los mapas del territorio que estaba dispuesto a no volver a recorrer. 

El problema con el pasado es que se resiste a permanecer atrás, siempre busca un pretexto en la memoria para regresar. Abiertos los ojos ante aquella triquiñuela, había optado por el silencio con el propósito de que lo dejado a sus espaldas se disolviera en la bruma del olvido y lo había conseguido, estaba viviendo en la coherencia del presente continuo, pero ella resultó ser aficionada a la espeleología y con el primer beso profano lo mas profundo de su caverna y se dio a revelar cada una de las fisuras que ya habían sanado y excavó hasta lo mas profundo desvelando su vitriol y exponiendo a la luz todo aquello que pertenecía a lo más profundo de su abismo.

Lo que había rectificado en su camino ahora volvía a encararlo poniendo de presente una alquimia que ya había transformado su pesadez en vuelo. 

Asumió el desdén sin desconsuelo, regresó al fondo con la esperanza de que la misma energía que lo hundía de idéntica manera lo traería de nuevo a flote. Confiado en su poder personal se entregó a vivir. 


Carlos Andrés Restrepo Espinosa




 

martes, 5 de diciembre de 2023

ROSADO, AZUL Y VERDE

 



El día de la inauguración del primer sistema de semáforos del pueblo la gente se agolpó para ver cómo cambiaba la luz de color, en acto multitudinario se hicieron los respectivos honores, izaron los heraldos, sonó el himno de la comarca por los altavoces y el burgomaestre leyó un discurso en el que prometió que ahora si reinaría el orden. - Con este instrumento que nos trae la modernidad, declaramos que el progreso es ya un hecho, no seremos más un villorrio, desde ahora somos una ciudad pujante digna de ser imitada por los demás pueblos de la región - y  agregó elocuente con voz quebrada, han sido años de oscuridad, pero ahora con la luz de este nuevo habitante del pueblo, que auguramos no sea el primero, se iluminará el camino para que los ancianos, los niños, las mujeres y los honorables hombres de nuestra ahora ciudad, se sientan tranquilos al cruzar las calles, los tiempos en que el motor dominaba, terminaron. Aquí en este memorable momento la historia se parte en dos.

Al terminar su alocución dio una instrucción con voz chillona, como de payaso de circo: ¡Que se encienda la luz!  y al instante los semáforos empezaron a parpadear indecisos guiñando sus tres ojos, hasta estabilizarse, el pueblo estalló en ovaciones, las señoras en los balcones batían pañuelos, algunos sollozaron, era el gran acontecimiento del siglo en aquel pueblo enmarcado en altas colinas, tan altas que el ego de sus habitantes andaba por las nubes y no les dejaba ver lo absurdo de su festejo.

Desde su fundación el pueblo había sido concebido como una aldea, por tanto, su desarrollo urbanístico estuvo pensado para el desplazamiento de semovientes que venían de las veredas cargados de las riquezas que sus campos brotaban, y para los ilustres ciudadanos, que al caminar por las calles empedradas con sus zapatos de carramplón no se lograba diferenciar si el sonido era de los cascos o del calzado de los parroquianos. Eran los tiempos del señor del año 1850, las araucarias y los chaquiros de la plaza apenas eran brotes inocentes que les auguraba una larga vida como guardianes silenciosos de la historia que apenas se vislumbraba en el afán colonizador de su fundador.

No está muy claro si por voluntad o por capricho de las dinámicas propias de la sociedad que allí se fue construyendo, que a pesar de la postura conservadora que se fue gestando, tal vez por la presencia de la doctrina católica, así mismo se manifestó entre algunos habitantes una mirada más libertaria de la vida y entre gamonales y terratenientes, aparecieron escritores, poetas, músicos y otras osadas formas de pensar, con una locura tan exquisita que sentaron un precedente en las generaciones que habrían de marcar el devenir futuro de aquella naciente aldea.


Desarrollo y prosperidad se alcanzaron gracias al trabajo de las primeras familias que llegaron a colonizar, al llegar la energía eléctrica nacieron industrias, tuvieron moneda propia, se volvieron capital de departamento, el campo era una gran despensa de alimentos, la vida era digna, el futuro se mostraba ante sus bates en color rosado, los fulgores del cielo estallaban en un azul profundo que asistía desde la aurora hasta los arreboles de la tarde que besaban las montañas verdes, el canturreo de las aves coreaban la magnificencia de aquella creación que dios había hecho por mediación de hidalgos hombres para demostrar que en aquellos predios baldíos, después de ser desterrados los indios, su voluntad se hacía presente. 

Es difícil precisar cuándo aquel paraíso terrenal se convirtió en un simple pueblo cargado de nostalgias de un pasado glorioso, fue tan gradual la transformación que sus habitantes se fueron acomodando a las nuevas formas de vida, su cultura cambió de tal manera, que seguían creyendo ser los mismos, pero cada vez más decadentes, las instituciones se corrompieron, el civismo se desvaneció a tal punto que el sentido de pertenencia era solo una expresión que usaban los más viejos para lamentarse, mientras otros veían normal que los valores y el respeto ya no eran parte esencial de la interacción social de sus habitantes. Un particular fenómeno se dio entonces, unos decidieron vivir en un pueblo imaginado con sus delirios de grandeza, se llenaron de museos para evocar lo que fue y maquillar lo que estaba ocurriendo, se declararon los más cultos, se embelesaron en sus mutuos elogios e ignoraron el mal gusto, la mala educación, el oportunismo y las demás prácticas que en el trascurrir de los días bajo ese cielo azul iban llenando de oscuridad la memoria, dejando de lado el compromiso de asumir los nuevos vericuetos en que su historia se iba diluyendo y los otros se dedicaron simplemente a habitar el pueblo a su manera sin miramientos ni normas.

Las calles del jugar golosa se llenaron de muchas motos, de automotores que a grandes velocidades pasaban dejando rostros de espanto entre los peatones que cada vez estaban más desvalidos, las noches de divisar la luna y recitar poesía se volvieron inseguras, los comerciantes subieron los precios sin control, las autoridades perdieron su autoridad para dar paso a la permisividad de la tolerancia con fines políticos, los libre pensadores abandonaron el lugar porque vieron amenazada su filosofía, los campesinos vendieron sus predios a extranjeros que fueron convirtiendo la gran despensa de alimentos en fincas de veraneo custodiadas por cámaras de seguridad, los caminos riales se volvieron carreteras privadas, las servidumbres franqueadas por cercas eléctricas, y las casas del pueblo se fueron quedando sin familias y al final fueron vendidas o usurpadas para ser convertidas en locales comerciales. Todo esto ocurrió sin sutilezas, fue de frente, ante los ojos complacidos de los lideres del pueblo que veían en esto un fortalecimiento de la economía, la fortuna dejó de lado los sueños de ser un pueblo modelo del mundo para dar paso a un gran centro comercial que al cerrar sus puertas quedaba vacío y en sus calles tristes ni los perros se arriesgaban a deambular.

Los que habitaban el pueblo imaginario se reunían en sus logias privadas para celebrar efemérides de asuntos que eran irrelevantes para los que habitaban el pueblo real, exponían en salas elegantes cuadros sin valor y ofrecían cocteles y cenas de gala para regocijarse de permanecer incólumes a pesar de los cambios, para ellos el pueblo seguía siendo un remanso de sus lánguidas existencias.

La idea de semaforizar la población que a estas alturas llamaban ciudad, fue un acto desesperado del gobierno local, la falta de medidas estrictas respecto a la movilidad habían creado un caos en las vías que era casi imposible transitarlas, no había ley posible que controlara un descuido de muchos años, incluso el proyecto de peatonalizar algunas calles seguía después de veinte años sin ser aprobado. Los primeros incidentes no fueron tomados en serio, era común que las personas caminaran por la mitad de la calle, era una práctica de toda la vida, los pueblos son para los que van a pie con la lentitud que la vida pueblerina le otorga a sus pasos, pero el afán asaltó de repente y la velocidad vino a cobrar vidas. 

Las fachadas de las casas eran obstruidas por filas de carros que los turistas dejaban parqueados al garete, dejando un solo carril para que transitara la vida y los míseros humanos.

Primero pasó con los ancianos, fueron cayendo atropellados por jovencitos que en sus motos se sentían los reyes del mundo, - ¿Qué tiene que hacer un viejo en la calle? - dijo un dirigente - ¡Que no los dejen salir! - declaró - y así se fue volviendo tan común el asunto que atropellaban a diestra y siniestra sin que nada pasara, siempre había una justificación para dejar libre al motorista y a la víctima en el hospital o en el cementerio. Luego fueron los niños las víctimas, señoras que paseaban sus mascotas, empleados que salían de su trabajo, llegó a tal la situación que los mismos conductores empezaron a estrellar su humanidad ante la indiferencia de las autoridades, quienes lamentaban su deceso en declaraciones públicas mientras en las calles la velocidad del progreso seguía cobrando vidas.

Un día en la esquina del bar el minero, una moto elevó por los aires a un ciudadano yugoeslavo que era el dueño de una de las hosterías más lujosas del pueblo, por fin se encendieron las alarmas y en consejo de gobierno, reunidos con los comerciantes, se pusieron de acuerdo que debían tomar medidas extremas, ya que nunca se pensó en la educación y el civismo se había perdido había que proceder como en las grandes urbes.

En el año 2034 ya abandonados por nuestro señor, se dio el decreto municipal en el que se entregaba el contrato de semaforización a una empresa europea y se debían iniciar las obras de inmediato.

En una masiva reunión que unió por fin a la iglesia, a los dirigentes políticos, y comerciantes se discutió sobre los puntos en que debían ubicarse los nuevos semáforos, ilusión que llenaba de esperanza de un nuevo orden municipal en los tiempos que corrían.

El primer punto de la reunión era el de designar los lugares en que debían ubicarse los nuevos guardianes de la movilidad, fue unánime la decisión de que el primero sería en la esquina donde la victima extranjera había caído y además se debería ubicar una placa conmemorativa en honor de aquel hombre que dio su vida para que el pueblo pudiera reaccionar, este sería el primero en instalarse y debía servir para guiar la movilidad entre la calle y la carrera, no era un punto tan complejo como el de la esquina de Casablanca que sí era la encrucijada que más vidas había cobrado, pero como eran víctimas locales carecían de importancia capital.

El tercero fue dispuesto en la esquina de los bares de tango, el cuarto en el cruce de la circunvalación que daba a la salida del pueblo y el quinto en la esquina de la casa del escritor más insigne, sugerencia de un grupo de nostálgicos que levantaron sus copas brindando tras la aprobación de los demás, así pues, quedaron ubicados los primeros de otros que seguramente vendrían después de esta prueba piloto que auguraban sería un éxito.

El siguiente tema de la reunión tenía que ver con el diseño, otorgación del centro de control y disposiciones varias, entre ellas uno de los asistentes propuso que como aquel era un pueblo distinto a los demás, con un legado histórico de peso y haciendo uso de una retórica que subsistía en algunos pobladores, propuso que las luces de los semáforos no fueran las convencionales, debemos mandarle un mensaje al mundo de ser el primer pueblo que tiene en sus semáforos unas señales de color propia, así el debate se dio y la iglesia votó por el rosado para indicar la señal de pare, los políticos propusieron el azul como señal de advertencia y los comerciantes por el verde como señal de avanzar en homenaje al verde que solían tener las montañas en tiempos pretéritos.

La decisión estaba tomada, una vez más en las sucesivas ocurrencias que habían caracterizado a esta particular casta a lo largo de su historia, un disparate de más los llenaba de júbilo al imaginar el gran aporte estético y de fina coquetería que estaban dando a las viejas normas de tránsito.

Y se llegó el feliz día de la inauguración. Se batían los pañuelos blancos en los balcones del marco de la plaza central, tras la indicación del alcalde de encender las luces, la oriflama bicolor ondeaba en las astas enhiestas del parque, las palomas revoloteaban, un olor a carne asada emanaba de los veintitrés restaurantes circunvecinos y se mezclaba con el humo de los incensarios que los monaguillos meneaban al compás de los toques marciales de la banda, mientras el cura bendecía el semáforo principal y le arrojaba agua bendita con un aspersor de oro. Los motociclistas en las esquinas del pueblo aceleraban sus motos ansiosos de transitar bajo las normas del nuevo sistema. Cuando las luces parpadearon en sus círculos como ojos de un monstruo que venía a devorarlos, nunca entendieron las señales de aquel guiño único en el mundo y todos aceleraron al mismo tiempo chocando entre ellos, motos contra motos, carros contra carros, los peatones atónitos vieron cómo se retorcían las latas de los automores y rasgaban la carne humana, una mezcolanza nauseabunda de sangre y aceite corría por las calles, los húmeros atravesaban la piel y asomaban curiosos rasgando los ropajes de marca, ayes de dolor cundieron en medio del pánico, ninguno sobrevivió.

El día de la inauguración del primer sistema de semáforos en aquel año del 2034 el señor se volvió a acordar de su pueblo y los libró de la plaga que los había carcomido por años.

Al día siguiente los de a pie pudieron transitar por las calles solitarias, camino al cementerio a enterrar con cierto regocijo en sus rostros la acumulación de sus errores del pasado.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa.


LA HACEDORA DE DESTINOS

Todos los días se levanta a las cuatro y media de la mañana para hacer los destinos y cuando el resto de sus semejantes se levanta a las sei...