jueves, 19 de abril de 2018

EL DIA EN QUE NOLBERTO CONOCIÓ EL HIELO


Cuando José murió se llevó consigo los mejores sabores que tenía el mundo.

Él, un hombre de aspecto frágil, con la cabeza inclinada y metida entre los hombros cómo si fuera una tortuga, era el poseedor de la alquimia de los dulces que marcaron la niñez de muchas generaciones en aquel pueblo de calles desiguales, casas inmensas con tejados de barro, puertas y ventanas pintadas de verde.

Fue de las pocas personas que tuvo la peculiaridad de ser un viejo toda la vida, nadie lo recuerda joven, ni mis amigos, ni mis padres, todos parecemos tener la misma percepción: El hombre no cambió, así que no es de sorprender que a sus noventa y tantos años nadie le notara su edad, pues siempre había lucido igual, quizás un poco más inclinada la cabeza, pero ¿A quién no se le tuerce por cuestiones del tiempo o de las ideas? De repente se le veía trashumar las calles luciendo un delantal blanco vendiendo  todo lo que se le antojara, fue toda la vida un vendedor; ora solteritas, ora obleas, por temporadas copos de nieve en barquillos, algodón de azúcar, mangos y naranjas de la rivera del cauca, aguacates, nísperos y limones.

En un cajón blanco atado al cinto, en un costal o en una caja, portaba sus productos y recorría el lugar en procura de compradores incautos que resultaban ser más generosos que ingenuos, pues le compraban los aguacates llenos de pasadores, los limones revejidos y las solteritas quebradas sólo por ayudarle, porque a muchos daba ejemplo de hombre trabajador, un alma que vivió del rebusque y a pesar de su escasa educación poseedor de una filosofía profunda y aguda, atributo que los hombres humildes suelen tener.

Luisa todavía recuerda como si fuera ayer la tarde de domingo en que comió por primera vez algodón de azúcar, el cielo estaba azul, el sol brillaba en su poniente encendiendo los vitrales de la capilla, y en su boca la ilusión de comerse una nube se desvanecía al contacto con sus labios, dejando a su paso un dulzor imposible de descifrar, mismo dulzor que años después apareció  al dar su primer beso y que nunca más volvería a sentir por el resto de su vida.

-Las campanas no anunciaron su muerte, esas se usan para regocijos y honras  de gente de cuello blanco, José ni cuello tenía -, dice Nolberto mientras sonríe y los ojos se le aguan, al igual que un personaje de García Márquez recuerda aquella tarde en que conoció el hielo; era de color amarillo y echaba humo, con asombro ve  como en un barquillo quebrado, que al instante el vendedor se apura a ocultar entre sus dedos, vacía con una cuchara el milagro del hielo convertido en helado, - aquí le va otro poquito -, dice Don José haciendo el ademán de pasar la cuchara de nuevo sobre el helado y lo que hace es quitarle un poco de lo que ya le había echado.

José contaba con un atributo extra, la ubicuidad, esta le permitía estar en todas partes al mismo tiempo, así atendía la salida del colegio, la entrada a misa, la esquina de macondo, al mismo tiempo en que se tomaba un tinto en el bar Luna Park, pedía una moneda en la terraza, cargaba un bulto de mangos al hombro por la pendiente de la vereda la sola o se quedaba mirando con indiscreta precisión a alguna dama del pueblo para a su paso decirle: -siempre es que hay mucha beatica en este pueblo -.

Tal vez por su aspecto desgarbado y un tanto desaliñado, se ganó el mote de Agonía, así se le nombró y así se quedó hasta el día de su agonía definitiva, se molestaba cuando le llamaban de esta manera, pero sabía dar habida respuesta a quien le molestaba con palabras socarronas y de una acidez que dejaba mudo a quien osara llamarlo por su apodo.

El día en que Don José murió mi corazón se arrugó un poco,  y de repente me di cuenta  que con su muerte dejó el cupo para un nuevo viejo, somos varios los candidatos, pasamos tanto tiempo reparando en la vejez del otro que se nos olvida que hace rato nos gastamos  la eternidad de la juventud propia.


Carlos Andrés Restrepo Espinosa


3 comentarios:

  1. ¡Excelente artículo!

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  2. Qui en no comió manguito al salir

    del colejio.preparados por tan peculiar personaje

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  3. Si recuerdo que al final de su vida,pedía limosna y nadie lo quería vi que le tirarán agua de algunos negocios en muchas ocasiones y nadie lo auxiliaba...asi es la caridad Jericuana, de doble moral.

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