Cuando nos
quisimos tan alto como la torre de la Iglesia, la cabeza se nos llenaba de
golondrinas y sus aleteos retumbaban en las cúpulas en las que los hierbajos
veraneaban por puro capricho de las aves y sus picotazos y la virgen se desvanecía
en medio de enjambres de abejorros para mortificación del Padre Luis Romeu.
Cuando
nos quisimos tan ancho como la distancia entre la soledad y la oculta nos sentábamos
a ver llover en la distancia y contábamos cuando chisporroteaba el relámpago
hasta que el trueno llegaba y así sabíamos cuán lejos estaba la tormenta, al
sentir las primeras gotas salíamos corriendo por la manga de los pomos con la
mano puesta sobre la coronilla para que no nos cayera un rayo en la cabeza.
Cuando
nos amamos con la ilusión intacta, no importaba que los cuerpos anduvieran en
lo oscuro y en la cama comíamos y también nos alimentábamos, nos buscábamos en
la esquina para darnos todos los días el primer beso, no habían planes y todo
resultaba, no habían resultados y todo nos transformaba.
Cuando
nos quisimos de dientes para afuera y de boca para adentro, nunca imaginamos
que haríamos después, quizás por eso no me quiero preguntar qué andarás
haciendo ahora, si hay cansancio o desazón, si duermes al lado izquierdo de otro cuerpo,
supongo que como yo, ya agotaste lo alto y lo ancho de tu amor y la desilusión
te abrió los ojos y tus labios no volvieron a saber de primeros besos en
ninguna boca.
Cuando
nos amamos y éramos una promesa para los demás, cuando en cualquier rincón hacíamos
luz, cuando eso pasaba nos estábamos consumiendo en esa llama irremediable que
nos dio tanta dicha y al mismo tiempo nos devoró para siempre, con todas las instancias en que nos amamos.
Carlos Andrés Restrepo
Carlos Andrés Restrepo
Quemaron todos los cerillos.
ResponderEliminarQuemaron todos los cerillos.
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