Soy
un campesino, pero un campesino disimulado, sin ínfulas de citadino aunque la
ciudad ha dejado indelebles marcas en mi vida debo admitir que la montaña me
sigue habitando o yo la sigo habitando en mis costumbres; traigo en mi sus
verdes caprichosos y el azul con que se pinta en la distancia cuando ha llovido
o cuando le place hacerlo, después de todo a la montaña como a todo ser vivo le
gusta llamar la atención y guardar sus apariencias.
La montaña
como yo tiene sus grietas, sus alturas, sus explanadas y sus derrumbes, guarda
en su interior secretos, el misterio de la vida y de la muerte.
Cuando yo era niño, ayer por la tarde, le
pregunte al viejo Miguel de que estaban hechas las montañas y me respondió que
de agua y de silencios, ¡lo mismo que yo! pienso ahora y lo creo ya que he
presenciado como ellas cuando no pueden contener mas su silencio explotan en
chispeantes surcos de agua que se hacen cascadas y se despeñan para hacerse
ríos que van a dar al mar que no es más que una montaña liquida que contiene en
su profundidad otras montañas.
Pero
resulta que ese recorrido a veces es interrumpido por un parasito que le nace a
la montaña, es una boca que succiona el agua y la desvía de su feliz
desplazamiento y la envía a unos tanques donde es almacenada y luego condenada
a viajar por entre tuberías oxidadas rumbo a un grifo que le va cercenando y
dosificando según sea el menester del operario del adminiculo en mención:
lavar, cocinar, limpiar, despilfarrar, cobrar.
Le
llaman boca toma, la palabra es bonita, la causa en primera instancia es noble
llevar a las comunidades el liquido vital, un derecho de todo ser vivo, el agua
es de todos, pero cada día lo es menos, el secreto de la montaña es
embotellado, utilizado en prácticas que en nada tienen que ver con calmar la
sed o limpiar las heridas, se va por entre maquinarias que socaban la misma
montaña, se va por entre los bolsillos de las compañías que etiquetan y nos
venden lo que es nuestro, se reseca en las facturas ominosas que llegan mes a mes
recordándonos que nos pueden cortar el chorro si no estamos al día con el pago.
Así
el agüita que era un arroyuelo cantarino que descendía de la montaña cual poema
de paisa empedernido, esa misma que se perdía entre la cabellera de la muchacha
que tanto me gustaba cuando se zambullía en el inmenso rio que de piedras solo
tenía el nombre, igual que ahora solo de rio el nombre, tiende a escasear y aunque las bocatomas
tengan sutiles nombres como brisas, ubaldina, robledal, se requiere más que de
imaginarios y voluntades para no morir de sed.
Mi
ser entero celebra el gozo del agua como fuente de vida, no como ingreso de la
boca que mas toma, como la montaña dejeré correr el agua que no he de beber.
Carlos
Andrés Restrepo
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